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El Lápiz Mágico - por Laurindiel
Consiguió levantarse de la cama, donde llevaba postrado desde aquel día en que todo su mundo se vino abajo. Todavía recordaba aquel momento en el cementerio. Mientras llovía a raudales y todo su cuerpo se empapaba, observaba el ataúd descender sobre el hueco que habían excavado en la tierra. Dentro de esa caja reposaba la vida que la enfermedad le había truncado, la vida que había vivido durante veinte hermosos años, la única vida que había conocido, la única luz que le había acompañado durante ese tiempo, la única persona que había sabido conocerle y comprender el mundo en el que se adentraba noche tras noche, en ese bar de citas que regentaba. La única, al fin y al cabo.
Siempre tuvo la certeza de que nunca habría nadie como ella, y desde ese día, cuando contemplaba las paredes de su cuarto, no podía evitar sumirse en la soledad más profunda, en un universo donde los demonios constantemente lo amenazaban y lo atraían hacia el vicio y la autodestrucción. Muchas veces estuvo tentado a sucumbir ante tamaños despropósitos, pero justo cuando su voluntad más flaqueaba, se asía al embozo de la cama con fuerza, se mordía los labios y, en silencio, gritaba. Como si ese grito ahogado pudiera expulsar toda la maldad y todo el desasosiego que amenazaba con rodearle.
Se levantó, pero, sin embargo, apenas pudo andar. Al instante de ponerse en pie sintió cómo sus piernas flaqueaban y se vio abocado a sentarse en la silla del escritorio, sobre cuya mesa había un lápiz y unos papeles. Una vez sentado y sudoroso, apoyó su frente en la palma de su mano, y su mirada, inconscientemente, se dirigió a ese trozo de granito que se encontraba sobre los folios en blanco que daban color a la mesa negra como el carbón.
No supo el motivo que le empujó a ello, pero de repente sintió cómo su mente se despejaba y cómo los recuerdos se le agolpaban. Entonces, se decidió a escribir sobre ella. Su instinto le decía que solo así podría recuperarse del dolor, que solo así podría recordarla como se merecía y que solo así podría volver, de alguna manera, a ser él mismo. ¿Por qué no lo había hecho antes? No lo sabía. Quizá era porque había estado demasiado ocupado intentando retener a sus demonios y no se había preocupado por nada más, o quizá era porque, simplemente, ni siquiera se había levantado de la cama para otra cosa que no fuera ir al lavabo. En cualquier caso, daba igual. En un momento, su mente se había iluminado, y sus miembros habían empezado a responder como nunca antes lo habían hecho.
Pasaba con su mente por cada uno de los fotogramas de la vida compartida con ella, intentando retenerlos. Tanto, que al final su propia mano iba a un ritmo mucho más rápido que sus pensamientos.
Y entonces, solo entonces, mientras cada una de las líneas escritas iba creando una atmósfera extraña en esa habitación, mientras el lápiz que estaba usando iba dejando su impronta en el papel en blanco, y resucitaba en cierto modo el espíritu de su amada, se dio cuenta de que la felicidad que había experimentado durante esos veinte años volvía, al menos momentáneamente, a su vida.
Tal era la rapidez y concentración con la que escribía, que sentía, notaba, cómo ella le estaba observando desde donde quisiera que estuviera. Cerraba los ojos mientras su mano seguía con su tarea, y podía sentir el tacto de su mano sobre su hombro, y la frialdad de sus besos en las últimas horas antes de su muerte. Notaba cómo revivía, no solo en sus recuerdos, sino en esa habitación en la que estaba, como si nunca se hubiera ido de allí. Era como una experiencia mística, la unión de dos almas que nunca iban a ser separadas. Una magia misteriosa que desprendía ese lápiz que estaba usando.
Desde entonces, no pudo parar. No quiso hacerlo. Todas las mañanas, o tardes, no sabía, escribía durante una hora, o dos, o toda la noche, dependía del momento, y de la necesidad. Era su manera de encontrarla, de volver a la felicidad vivida y de sentirla de nuevo a su alrededor.
Con la última línea de sus recuerdos, el granito del lápiz se terminó, de la misma manera que lo hizo su vida.
Comentarios (5):
Miki T. Roobinson
29/11/2015 a las 21:59
Me gustó este relato, es triste, melancólico, pero aún así, me gusto. Sus líneas resumen muy bien la historia de un duelo no superado, de alguien que jamás aceptó la muerte de un ser querido.
Laurindiel
30/11/2015 a las 21:41
Muchas gracias!! Me alegro de que te haya gustado. Un saludo!
Caciba
01/12/2015 a las 08:12
Me ha gustado mucho tu relato, cómo expresas el dolor ante la pérdida de un ser querido y la manera en que asocias al lápiz su poder para paliarlo, de algún modo. Mi relato trata sobre lo mismo, no exactamente igual, pero la idea coincide. Incluso usamos la misma palabra: “agolpaban”, para referirnos a los recuerdos, en tu caso, y a los momentos vividos, en el mío.
Me ha parecido muy buen relato. ¡Enhorabuena!
Un saludo
Peter Walley
02/12/2015 a las 20:24
Hola Laurindiel,
Me ha gustado mucho el tono algo gótico que le has dado al relato, me ha hecho pensar en Poe o en algunos relatos de Henry James. También me parece que has manejado muy bien el ritmo, estático al principio y cada vez más frenético según se va acelerando hacia el final. Enhorabuena.
Christian Joseph White
04/12/2015 a las 18:13
Tu relato es oscuro. Es justamente la manera en que debe ser narrado debido a toda la trama subyacente, tan funesta cabe decir. Has creado la atmósfera exacta. Me ha gustado leerte, continúa así 😉 Nos leemos
¡Saludos, Laurindiel!