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Samia - por Javier A. Ruiz

Y entonces deshizo los dobleces del sobre que nos había acompañado durante todo el importuno trayecto. Primero lo sostuvo entre las cansadas manos y examinando el papel, comenzó a despegar la solapa con inusual dilación. Sus ojos, poco a poco, fueron descubriendo el interior del sobre. Quedó estupefacta al comprobar que el sobre estaba vacío.

Aparecieron las primeras luces del día que iban invadiendo todo el espacio, desplazando el crepúsculo desolador que nos había quedado. Tumbada sobre un lecho improvisado aun no conseguía estimular mis sentidos. Las palmas, matojos, hierbas y algunos cartones no lograban aislar mi cuerpo de la fría y húmeda tierra que nos rodeaba. Tras varios días, en la vera del lóbrego arroyo ya sólo permanecíamos nosotras.

Samia, a sus cuarenta y dos años, seguía siendo la frágil dibujante que conocí en el Café Alsarai en Latakia, en una época en la que aun no se nos hostigaba y parecíamos no incumbir a nadie. Una mujer libre, ligera y sosegada, de mirada intensa y finos labios. Sus cabellos oscuros le cubrían el rostro cada vez que se inclinaba para comprobar mi temperatura. La fiebre no descendía.

En mi pesadumbre, su gélida mano me proporcionaba un dulce respiro cada vez que alcanzaba mi sofocado rostro. A través de su fina piel, casi transparente, se adivinaban las venas y estructura ósea que conformaban su escuálido cuerpo bajo el raído mantón que la cubría.

Inhabilitada para reanudar la marcha y escapar de nuestra fortuna, Samia consideró permanecer a mi lado. A pesar de las míseras esperanzas de la mejora de mi dolencia sin el tratamiento adecuado y las limitaciones físicas en aquel desprotegido entorno, pronosticó que juntas alcanzaríamos nuestro propósito inicial: la evasión de la decadencia y el declive, la bienvenida de la esperanzadora armonía que conocimos en un tiempo pasado, nuestra huida hacia un futuro prometedor.

Con pronosticado desasosiego comenzamos un éxodo sin retorno, la incertidumbre pesaba en nuestras conciencias, ante un camino sin destino acertado y la duda de la conveniencia de nuestro proyecto que podría concluir en nuestro atajo hacia la devastación final.

Mis siguientes recuerdos se nublaron entre agónicos delirios y realidades efímeras: animales indeterminados que dormían sobre mi cuerpo, diálogos tergiversados entre extrañas criaturas que mantenían arduas discusiones y la sensación de mi cuerpo flameante al viento por confines ocultos fueron los episodios más destacables de aquellos días.

Ignoro, en realidad, cuánto sucedió hasta toparme con la angustiante concordia entre los días pasados y la realidad. Desolada y devastada por las fuertes fiebres desperté de las quimeras vividas perdidas entre presagios y recuerdos imaginarios, y al tomar clara consciencia comprobé que no quedaba rastro de Samia.

No existe un medidor biológico que nos indique el tiempo transcurrido en realidad, el que transcurre y fluye en nuestra existencia finita, ya que nuestros sentidos no están fielmente diseñados para su percepción. Fue en ese momento cuando me cercioré de que el pasado ya no existía, y que no era más real que la imaginación.

Del mismo modo pude entender que el futuro tampoco tenía cabida, pues aun no había sucedido. Entonces, comprendí que lo real era simplemente un punto que se situaba entre el pasado y el futuro, que conocíamos como presente.

Samia encontró mi cuerpo inerte y agarrotado en la misma posición que lo dejó antes de salir a buscar ayuda para que alguien me asistiera.

Registró mis vestiduras en busca de las pobres pertenencias que pudiera traer. Encontró algunas monedas, un trozo de papel en blanco arrugado, un viejo lápiz diminuto, mi pasaporte y un sobre franqueado plegado con remite y destinatario.

Desolada examinó una a una las pertenencias y descubrió que el sobre estaba dirigido a ella misma, a Samia en su dirección de su ciudad de origen. Volteó el sobre y se sorprendió al descubrir que era una carta escrita y enviada por mi misma a Samia en la década pasada.

Samia nunca supo de la existencia de esta carta que jamás recibió, aunque el matasellos revelaba que sí fue enviada. Sentía gran curiosidad en revelar su contenido y saber qué podía descubrir, el motivo por el que esa carta nunca llegó a sus manos y qué información quería ocultar.

Mis recuerdos nunca abandonarían su memoria.

Comentarios (5):

Frida

04/11/2015 a las 19:54

Hola Javier. Al principio, en el primer párrafo repites tres veces la palabra sobre, creo que al menos la segunda vez podrías haberlo evitado y, en vez de decir: “Sus ojos, poco a poco, fueron descubriendo el interior del sobre.”, haber dicho: “sus ojos, poco a poco, fueron descubriendo el interior”. Omitiendo el sobre, puesto que ya nos has puesto en situación y sabemos que está abriendo un sobre.

Al principio, he creído que estabas presentándonos a dos mendigas, pero según avanzaba el texto, me he visto envuelta en una historia más compleja y mucho más apasionante. Dos de las últimas supervivientes de una especie de catástrofe o guerra, es casi como si estuviese viviendo una escena perdida, del mundo pos Skynet, el mundo postapocalíptico descrito en Terminator, o un yermo terrenal similar. Me ha parecido sumamente apasionante y, la forma en que relatas la soledad de las dos mujeres, el hostigamiento al que últimamente las someten, la importancia cobrada para la protagonista de Samia, el único faro al que asirse en una desgarradora realidad. Me ha conmovido mucho y creo, que tan apasionante relato podría darte para más, para mucho más. Me ha encantado. Felicidades.

Javier A. Ruiz

07/11/2015 a las 16:25

Buenas tardes Frida,

Gracias por el interés mostrado en mi relato y tu tiempo dedicado tanto a su lectura como a su comentario.

No había reparado en la repetición de la palabra sobre. Estoy totalmente de acuerdo contigo.

Para mí la escritura es algo totalmente nuevo, es la primera vez que participo en estos talleres, y estoy animado a continuar escribiendo.

Muchas gracias por tu apoyo.

Saludos,

Javier A. Ruiz

Javier A. Ruiz

07/11/2015 a las 16:40

Igualmente quiero dejar constancia de mi agradecimiento a los comentaristas anónimos que dedicaron su tiempo y transmitieron su sincera opinión.

Gracias a todos amigos!!

Javier A. Ruiz

OME TECPATL

08/11/2015 a las 04:23

Hola Javier. Nos has regalado un relato muy arduo para comentar. Una actual y desgarradora historia de migrantes sirias, suponemos que hacia una Europa reacia a recibirlos.
Manejas un lenguaje cultivado y logras algunas metáforas muy interesantes, aunque un tanto difíciles de comprender; como esa donde hablas de las primeras luces que desplazan al crepúsculo; es complicada porque al crepúsculo le sigue la noche y luego las primeras luces, pero después de meditarla le encuentro una elevada dosis de genialidad.
Por otro lado, siento tu argumento un tanto enredado, y por momentos no se exactamente a cuál de las dos mujeres te refieres.
Manejas distintos planos de tiempo pero no siempre me queda claro cuándo estas en uno o en otro.
Me da la impresión, porque a mí ya me ha sucedido, de que te has involucrado tanto en esta historia, que por la limitación de palabras omites o das por supuestas algunas escenas que yo como lector no alcanzo a ver, y por lo tanto se me complica encuadrar correctamente la historia.
También encuentro algunos pasajes que se pueden trabajar con signos de puntuación para enfatizar o clarificar el sentido de la escena propuesta, además de que tiendes a repetir palabras como ya te lo señalaron con un ejemplo, aunque pude detectar otros.
En la literatura actual, un narrador de sucesos más o menos cotidianos como tu servidor pierde atención ante textos con mayor o menor dosis de surrealismo; pero en mi humilde opinión hay un exceso de esa cualidad que nubla el texto, y pienso que tal vez fue eso lo que te sucedió.
Por favor no me tomes a mal: el texto me parece muy interesante. No te veo como un principiante. Más bien me haces pensar que a lo mejor yo no tengo lo necesario para captar tu idea.
Para terminar, te diré que desde el principio existe la intención de adaptar las exigencias del taller en este ciclo a la historia de Frida, y agradezco tu amabilidad al haber pasado por ahí.
Saludos de tu amigo,
OT

Isolina R

08/11/2015 a las 21:51

Hola, Javier A. Ruiz:
Te confieso que no he entendido lo que has querido contar. Algo falla en el texto o en mi cabeza.
De todos modos, no quería dejar de comentarte que en un principio me llamó la atención positivamente la adjetivación de tu relato. Se usa poco el adjetivo en el taller. El problema es que te has pasado un pelín. Has puesto unos setenta, si no he contado mal. Son bastante más de lo razonable. Y, sobre todo en algunos párrafos, te has pasado de verdad:
“En mi pesadumbre, su gélida mano me proporcionaba un dulce respiro cada vez que alcanzaba mi sofocado rostro. A través de su fina piel, casi transparente, se adivinaban las venas y estructura ósea que conformaban su escuálido cuerpo bajo el raído mantón que la cubría.” (gélida mano, dulce respiro, sofocado rostro, fina piel, transparente, estructura ósea, escuálido cuerpo, raído mantón). Hay que usar menos adjetivos y alternarlos respecto al nombre, unos delante y otros detrás, según. En este párrafo que te he copiado tienes seis delante del sustantivo. Son multitud.
“Mis siguientes recuerdos se nublaron entre agónicos delirios y realidades efímeras: animales indeterminados que dormían sobre mi cuerpo, diálogos tergiversados entre extrañas criaturas que mantenían arduas discusiones y la sensación de mi cuerpo flameante al viento por confines ocultos fueron los episodios más destacables de aquellos días.” (siguientes recuerdos, agónicos delirios, realidades efímeras, animales indeterminados, diálogos tergiversados, extrañas criaturas, arduas discusiones, cuerpo flameante, confines ocultos, episodios destacables). En este otro aparecen cuatro adjetivos adelantados. Vas variando un poco al posponer unos y anteponer otros. El problema sigue siendo que has puesto demasiados.
Es bueno usar adjetivos, porque son ellos los que muestran las cualidades de las cosas, pero adjetivar todos todos los sustantivos es un error porque el lector acaba saturado. Y hay que ser muy certero, no solo ajustando la cantidad y variando su posición respecto al nombre sino también buscando los más adecuados, los precisos. No creo que sea muy acertado “lóbrego” para calificar a “arroyo”.
Sigue escribiendo, mejorarás con la práctica.Tienes madera.
Espero que mis sugerencias te sirvan.
Saludos.
Isolina R

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