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La maldición - por María Luján
Web: http://ungalloquelee.blogspot.com
Erase una vez, un hombre que sufría la peor de las maldiciones. No era como las clásicas maldiciones que siempre condenan a la desesperación, al dolor, desazón, y locura al pobre infeliz sobre el cual han caído. La maldición del hombre era pequeña, insulsa y graciosa (eso era comprobable, ya que los conocidos del hombre no podían seguir serios cuando se producía “el show de la maldición” como llamaban a los males que se apoderaban de él casi siempre), era, nada más ni nada menos, que la incapacidad de pronunciar la #%*+¿$!!!ERROR 404
Bien, parece que la maldición es poderosa y ha alcanzado hasta a mi PC, o quizás sólo fue un error. Probemos: era, nada más ni nada menos, que la incapacidad de pronunciar la #%*+¿$!!!ERROR 404
Sigamos sin pronunciarla.
Decía que la maldición era sólo eso, pero pese a que parecía algo banal, al hombre lo llenaba de problemas. Cada vez que hablaba y una palabra engañadora le colaba aquel mal, el hombre convulsionaba, se revolcaba por el suelo haciendo círculos, escupía pedazos de periódico, y se le llenaba la cara de granos, de los cuales crecían lechugas. Sin embargo, gracias a la maldición, pudo poner una verdulería, que prosperó ya que los vecinos se recreaban dándole charla y charla para que la escena lechuguil se sucediera una, dos, y más veces. Cuando se cansaron de reírse y observaron que las lechugas no eran de muy buena calidad, dejaron de ir y la verdulería quebró.
Sólo el hombre sabía el origen de su mal. La culpable era la Bruja Naranja, una bruja de segunda clase que se hacía pasar por la famosa Bruja Verde, firmando sus libros y engañando a los desprevenidos que no diferenciaban el verde del naranja. El hombre le pidió consejo sobre dejar o no sus ahorros en el número doce o en el quince de las mesas del casino de la ciudad. La Bruja le dijo que el número doce era ideal y esa noche el hombre durmió en la calle.
Pero ya no había remedio. El hombre se había enamorado como un imbécil y su afán fue rechazado, su empeño echado a la basura, y su amor sólo fue un enorme incordio para la Bruja, que un día se cansó y decidió maldecirlo. Sus poderes no eran muy grandes, así que hizo algo acorde a su clase.
–Más que enamorado, sos un pelmazo. Me cansé, así que lo único que recibirás de mí será una maldición.
–Por lo menos recibiré algo…
–Cada vez que pronuncies un signo específico del abecedario, ocurrirán cosas horribles.
–¿Qué cosas? ¿Y qué signo?
–Nunca hacés nada, adivinalo.
El hombre pasó dos años pensando y sufriendo las consecuencias. Un día supo cuál era ese signo y comenzó a perfeccionar su habilidad para reemplazar palabras, pero su vida era un infierno donde se la pasaba pensando cómo no caer en palabras con ese signo horroroso que odiaba y deseaba que desapareciera. Si él podía prescindir de él, ¿por qué las demás personas no? Comenzó una campaña para que el abecedario se modificara, pero fue un fracaso.
Un día la Bruja Naranja pasó por su casa, buscando un lugar para comprar lechugas. Él no le dijo nada sobre su verdulería quebrada, pero sí que ya no la amaba más. La Bruja se compadeció y le dio la fórmula que lo libraría de su maldición: cuando alguien adivinara qué signo él no podía pronunciar, el hechizo se rompería. El hombre no quedó muy convencido, al fin y al cabo nadie se había preocupado nunca por averiguarlo y lo mejor sería seguir con la campaña, y con su vida.
Pero yo sé que alguien puede ayudarlo: vos. ¿Ya has deducido qué signo es?
Comentarios (6):
C. F. Durá
29/04/2015 a las 10:14
Me has arrancado una gran sonrisa. El relato está muy bien escrito y ha sido una gran idea unir los dos retos de una forma tan imaginativa. Además, al leerlo se hace corto, y esa siempre es una buena señal.
Enhorabuena
Saludos
Fabián
30/04/2015 a las 09:43
Vaya imagen la del hombre con lechugas en la cara jajaja.
Es original y tiene un poco de humor absurdo que a mi siempre me hace gracia.
Poca cosa tengo que añadir aquí; es divertido, único y se lee rápido.
Quizá intercalaría algún “signo” por “símbolo” para que no se repita tanto la palabra, y lo único que no me acaba de convencer es la última frase, en la que el narrador rompe la cuarta dimensión y le habla directamente al lector, pero ojo, es una cuestión de gustos, a mi personalmente no me gusta que se haga eso, pero hay gente a la que si le gusta.
Buen trabajo
Rosalía
30/04/2015 a las 12:07
María Lujan, simplemente; GENIAL. Me he divertido mucho leyendo tu relato.
Enhorabuena.
Te sigo en tu blog y te invito a que te pases por el mío http://solomartina1.blogspot.com.es/2015/04/taller-literautas-la-maldicion.html
Allí encontrarás mi relato, si te apetece leerlo, ya que opté por no hacerlo público para no saturar a los compis con lecturas.
Un abrazo.
Pato Menudencio
30/04/2015 a las 12:09
Hola. Te cuento:
Fui uno de los comentaristas anónimos y en mi país, los textos para comentar llegan a las 6 am.
Tu relato fue lo primero que leí ese día y me divertí mucho. Me pareció absurdo (en el mejor sentido de la palabra), imaginé todas las situaciones y de verdad reí sin parar.
Saludos y felicitaciones.
beba
01/05/2015 a las 02:38
¡Qué belleza! ¡Qué ingenio!¡Qué buen manejo del absurdo! Un ritmo desopilante como todo el relato; y todo con un lenguaje pulcro, correctísimo. No puedo parar de reirme y aplaudir.
Felicitaciones.
Thelma López Lara
04/05/2015 a las 17:19
¡Qué creatividad!
Me gusta, hace que el lector saque una sonrisa. Es divertida por las cosas absurdas que pasan, como el caso de las lechugas y naranjas.
Saludos.