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La maldición - por Leticia Chillemi

El autor/a de este texto es menor de edad

La maldición.
Si me preguntarán que es lo peor de estar aquí dentro, sinceramente no sabría qué decir. Quizá es lo agobiante que es. Cada día más. El primer día que pasas parece incluso soportable. No es tan malo, piensas. Es una trampa. Porque cada día las paredes parecen cerrarse más y más hasta que no se puede respirar, hasta que la claustrofobia parece apretarte el corazón y piensas: “Si permanezco aquí un segundo más, voy a morir aplastado”. Pero tampoco puedes salir. Porque estás encerrado, pero al menos estás seguro. Quién sabe lo que te estará esperando afuera. Podría ser incluso peor. Y una vez que salgas, no podrás volver a entrar. Así que es mejor no arriesgarse.
También podría decirse que es el dolor. Viene de a poquito, en dosis mínimas pero se va acumulando y, cuando menos lo esperas, tienes toneladas de dolor amontonadas en lo más profundo de tu alma. Podría ser la desesperación de pensar en que si no eres capaz de escaparte ahora, quizá nunca lo serás, y pasarás el resto de tu vida aquí adentro. Podrían ser esos momentos del día en que crees que esto es tu culpa, que lo mereces por ser tan cobarde, que te mereces esta inhumanidad en la que estás obligado a vivir.
Podría ser todo eso. Seguro que sí. Todos esos son tormentos espantosos y lo peor es que se repiten una y otra vez. Pero si tuviera que elegir el más terrible, diría la soledad. Definitivamente la soledad. Cada día aprendo un significado más de esa palabra. En este espacio reducido cabes sólo tú. El resto del mundo está fuera. Y, por lo tanto, es tu rival. Tu familia, tus amigos, todas las personas a las que quieren, a las que tú quieres también, ya no son tus aliadas, son tus enemigos. Miles y miles de enemigos, enemigos a los que amas, pero enemigos al fin. Incluso tú eres tu propio enemigo. Si estuvieras de tu lado, nunca te habrías encerrado a ti mismo en un lugar como aquel. Todo el mundo está en contra, incluso tú mismo. No es exactamente fácil.
No aguantas más estar adentro pero tampoco puedes estar afuera. Quizá sería mejor no estar en ningún lado, piensas. Por Dios, ¿acabo de considerar el suicidio?, te dices. Por supuesto que no, fue sólo una idea tonta, cruzó tu cerebro por un segundo, pero ya la has quitado. Pero no del todo. Es como esas cremas pegajosas que cuando intentas limpiarla logras sacar sólo la mayor parte, pero un poco queda adherida. Quizá es mejor apartarse de las cosas filosas.
Cuando la desesperación es demasiada, empiezas a repartir culpas. Puedes culpar a la sociedad por no dejarte salir, a tu familia y amigos por no darse cuenta de que estás atrapado, incluso a ti mismo porque la autoestima es una de las primeras cosas que se pierden en ese espacio sofocante. Pero, bien en el fondo, sabes que no es así. Hay cosas que simplemente te tocan y tienes que aprender a vivir con ellas. Y a pesar de que sabes que no es algo malo ser lo que eres, a menudo se siente como una maldición. Que otra cosa podría ser, si tan sólo te ha provocado dolor. Puedes quedarme, puedes salir, pero ya nada será fácil desde ahora. La maldita maldición ya se ha instalado.
Pueden pasar días, meses o años. No te darás cuenta, en algún momento de ahí dentro perdiste la noción del tiempo. Pero finalmente, las paredes se cerrarán demasiado y no podrás permanecer más ahí. Puedes morirte ahí mismo, de seguro será más fácil, pero también puedes simplemente salir. Estarás desprotegido, ya la gente no verá la puerta de madera detrás de la que te escondías, te verá tal cuál eres. Algunos te aceptarán y entonces te darás cuenta de que son realmente valiosos. Otros no lo harán y entonces sabrás que nunca lo fueron y que es un alivio habérselos sacado de encima. A fin de cuentas, es preferible que odien a quién realmente eres a que amen a una máscara.
Pero lo más importante es que, si has decidido que estás listo para esperar que el resto del mundo te acepte, significa que te has aceptado a ti mismo. Y esa es toda la aceptación que necesitas. Hay demasiados enemigos en el mundo como para ser tu propio rival.
Después de todo, la vida es demasiado corta como para vivirla dentro de un clóset.

Comentarios (2):

grace05

28/04/2015 a las 19:00

Hola: Me gusto tu relato. Muy bien escrito, además de emplear un excelente lenguaje.
Lo vivencié como una gran metáfora, la realidad de la soledad que te lleva a la depresión y esta comparada con el “estar adentro de un clóset”. Lograste captar los sentimientos de las personas que sufren esta enfermedad, tan común en nuestros días
Te Felicito!!!!
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Mª Carme Bureu

07/05/2015 a las 20:10

Hola Leticia.
Has sabido plasmar en tu relato, lo que se puede vivir en la adolescencia, y en personas que sufren interiormente. El estar encerrado que no sabes cómo abrir la puerta. Me gusto me izo sentir bien. Vocabulario acertado.
Saludos.

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