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La maldición - por Antonio Carro

La Maldición
Don Enrique acababa de sacar la gruesa regla de madera del cajón. La colocó encima de la mesa, a su derecha, apuntando a sus cuarenta víctimas, a los que miraba con gran pesadumbre. Su piel arrugada y el temblar de sus manos no le impedían agarrar y levantar con fuerza su “herramienta ilustrada”, como él la llamaba, a la hora de repartir tan deliciosos golpes en las tiernas manos de sus alumnos.
-¡A ver Heredia! ¿Capital de Francia? –preguntó el profesor, apuntado amenazante con su terrible arma la primera fila de pupitres, donde se encontraba el afortunado alumno que, presto, se levantó para contestar tan fácil pregunta.
-París, don Enrique –contestó con voz entrecortada.
-¡Bien! –contestó el viejo profesor a la vez que oteaba el horizonte en busca de su siguiente presa.
-¿Raíz cuadrada de veinticinco? ¡Santos! –esta vez con voz irónica, dando por hecho que el atolondrado chico fallaría la pregunta.
Santos se levantó torpemente y, rascándose lentamente la cabeza, se quedó inmóvil con la mira fija en el techo.
“cinco, cinco, cinco…”, dije yo para mí.
-Mmmmm, -repetía una y otra vez. En el mismo instante, una gota de sudor recorría su frente para morir en su poblada ceja.
-¡Es para hoy Santos! -gritó don Enrique-, ¡Acérquese! Y vaya preparándose.
El chico, que miraba con gran temor la palma de su mano derecha, se acercaba lentamente hacia la mesa donde se encontraba su verdugo. De repente, un considerado compañero de fatigas, Raúl García, le hizo un gesto con su mano separando completamente los cinco dedos de esta. Santos, que no era muy espabilado, tuvo que mirar dos o tres veces hacia la mano de García para comprender lo que su compañero le indicaba con tan salvador gesto.
-Cinco, don Enrique –voceó firmemente Santos.
-¡La próxima vez, más rapidito en contestar! ¡No tengo todo el día! ¡A su sitio!
Santos corría como una liebre que huye del cazador para refugiarse en su madriguera. Era tal la carrera, que tropezó con la pata de una silla y cayó de bruces al suelo. El silencio, que ya existía desde el primer minuto de clase, reinó de tal forma, que solo se escuchaba el aletear de algo parecido a una grande y negra mosca que recorría el aire de una habitación atestada de infelices criaturas.
-¡Siéntese de una vez! ¡Va a acabar con mi paciencia! –chilló el viejo con energía.
De un salto y con la cara enrojecida por el golpe, Santos se sentó con una expresión de gran dolor. Un chichón empezaba a emerger de su castigada frente. Este hecho no fue un impedimento para que don Enrique prosiguiera con su didáctica enseñanza.
-¡Jiménez! ¡Cinco ríos de Andalucía!
La fatídica pregunta iba dirigida a mí. De un bote me levanté y fijé la vista en el retrato que había colgado detrás de la mesa del profesor, buscando la solución a tan difícil pregunta. La expresión del caudillo me pareció tan perdida como la mía. Aparté la mirada de tan pulcro cuadro y la fijé en el crucifijo que a su lado estaba. Era un crucifijo grande y oscuro, casi negro. Tampoco surgió ninguna respuesta y mi mente quedó como bloqueada.
“Ya recuerdo algo”, me dije a mí mismo.
-Guadalquivir, Guadiaro, Guadiana… -dije con voz temblorosa.
Los ríos que empezaban por “Gua” se habían agotado y no sabía ninguno más. Así que, antes de escuchar la insoportable voz del viejo, me dirigí con paso firma camino del matadero. Llegué, flexioné el brazo derecho y le mostré la palma de la mano a mi estimado profesor que, mientras una leve sonrisa de placer asomaba en su rostro, me miraba fijamente.
-Dale la vuelta a la palma de la mano Jiménez -me dijo está vez con una delicada voz.
Fue tal el golpe con la robusta regla en el dorso de mi mano, que en el mismo instante aumentó el tamaño de este unos dos centímetros, tomando un color entre rojo y morado. Sentí un gran dolor, y solté dos lagrimones que se escucharon nítidamente al caer al suelo.
Al llegar a casa, en vez de celebrar mi noveno cumpleaños, mi madre me dio tal tirón de orejas que está también creció apreciablemente de tamaño.
-¡Algo habrás hecho cuando don Enrique te ha puesto la mano así!–sentenció mi madre.
De algo estaba seguro aquel día: alguien me había echado una maldición.

Comentarios (25):

Darkristal

28/04/2015 a las 15:51

bueno, he quedado algo malhumorado al recordar este estilo de enseñanza, pero es lo que hay.
El relato esta bien estructurado sin faltas que obstaculicen la lectura.
Hay ciertas redundancias como por ejemplo ““cinco, cinco, cinco…”, dije yo para mí.”
en general un buen trabajo, sigue así.

Kenoa Gessle

28/04/2015 a las 17:45

Me ha gustado mucho. Es un texto muy visual, en mi cabeza vi toda la escena y sentí pena por el chico. Con respecto a la raya de dialogo a mi me sirvió mucho un post de Literautas y de ahí en más con alt+0151 me quedan las correctas. Espero te sirva. Saludos

Pepelu Martín

28/04/2015 a las 19:51

Yo, que tengo los años suficientes como para sentirme presente o inmerso en tu clase, tengo que decir que me ha parecido sobresaliente. Es un auténtico microrelato manejando la escena y la personalidad del profesor, de forma visual y correcta… ¿Algun maestro se esconde en tu nick?… Tal vez el narrador al ser de la misma edad, podía contener argumentos apropiados, pero con 750 palabras… que más se puede pedir. ¡Enhorabuena!

Dan

28/04/2015 a las 20:00

Interesante relato, menos mal que estos tiempos quedaron atrás… Aunque no es la mejor solución la actual donde los padres les piden que rindan cuentas a los maestros de las notas de sus hijos. Hace falta que se den cuenta, en general, que trabajar todo el día para pagar la educación de sus vástagos no los exime de encargarse de su parte. La educación no puede recaer únicamente en los profesores o los colegios, el hogar es parte integral también.
En cuanto al relato, que me voy por las ramas xD, como ya te han dicho es muy visual. A mi me ha exaltado y todo. Alguna errata que no afecta a la lectura. En general buen ritmo y buena estructura, me ha gustado. Espero leerte en futuras ocasiones. Un saludo!

Antonio Carro

28/04/2015 a las 22:12

Buenas noches y gracias a todos por sus comentarios. Mañana me pasaré sin falta a leer los suyos y algunos más. Gracias Dakristal por tu consejo y tus palabras.Gracias Kenoa por la información de los guiones largos. No tenía ni idea, es el primer relato que escribo. Mil gracias de nuevo. Pepelu, me alegra mucho que te haya gustado y gracias por tus palabras. Mi nick es mi nombre real. No soy maestro. Tengo 46 años y, por fortuna, me pilló los últimos coletazos del franquismo en la EGB.Aún recuerdo el dolor que sentía cuando me daban fuerte con la regla… jejeje ¡No veas cómo dolía! Dan, gracias por tus palabras y quiero decirte que has captado el mensaje que quería dar. Aunque el relato es algo exagerado, antes, por lo general, la figura del profesor era muy respetada, de eso se encargaban nuestros padres con la educación que nos daban. De ahí el final del relato con tirón de orejas incluido.El profesor tenía la razón sí o sí. es lo que había. En mi opinión,los estudiantes de hoy en día, que están mucho mejor que en la anterior época, gracias a Dios, se quejan demasiado de los estudios y los profesores y los padres hacemos mal, yo me incluyo, siguiéndole el juego a nuestros hijos e incluso criticando a los profesores delante de ellos. Como muy bien dices la educación debe empezar dentro del hogar, cada uno como mejor pueda o crea, y no dejarle toda la tostá a los profesores.

Leonardo Ossa

29/04/2015 a las 04:35

Antonio, soy un poco mayor que usted, así que me ha tocado esa experiencia en mi primer año de escuela. Pero destaco lo positivo que ha quedado de aquello e intento no fijarme en lo negativo. Gracias por la recreación de las escenas.
En cuanto al relato, solo le sugiero cambiar en el texto alguna de las dos palabras con la misma terminación para evitar la cacofonía que hay en su texto: “se levantó torpemente y, rascándose lentamente” la terminación “mente” aparece muy próxima una de la otra.
También esta: ” dije yo para mí” talvez intentar con: “dije para mí” o “pensé”
Un saludo.

Antonio Carro

29/04/2015 a las 06:54

Gracias por sus consejos Leonardo. Muy amable por su parte. Estoy con usted, mejor quedarse con lo positivo.
Saludos

marazul

29/04/2015 a las 23:26

Hola Antonio. En cuanto a la forma considero que tu relato está casi perfecto. Los diálogos, el ritmo, la acción, el lenguaje claro y preciso. En cuanto al argumento, creo que trasmites muy bien el exceso de autoridad de los maestros de otras épocas, y esa sensación de angustia por parte de los alumnos. Afortunadamente hoy en día han cambiado mucho las cosas. Tanto que a lo mejor nos pasamos de permisivos. ¿No sería lo ideal un término medio?
Una buena historia que nos da que pensar.
Un saludo

Antonio Carro

30/04/2015 a las 07:33

Sería genial marazul. Tú lo has dicho un término medio. Pero, ¿cuál sería ese término medio? Es un tema complicado y delicado.
Saludos y gracias por tus palabras.

mondregas

30/04/2015 a las 11:07

Antonio carro me ha gustado mucho tu relato y me a retraído a mi niñez y juventud ya que sufrí la virulenta tizona de mis maestros y más tarde por imposición estudie magisterio que gracias a “dios” no ejercí nunca, porque no hubiese soportado el poco respeto que se les tiene hoy día a los maestros

Tinta Negra

30/04/2015 a las 12:02

Como te han dicho destaca el buen manejo de la escena y resulta claro y conciso. Se hace muy ligero de leer. La historia es realista e interesante. Me gusta mucho la parte en la que el compañero Raúl García avisa a Santos con su mano escondida, y como vas mostrando el personaje principal. Santos no es solo un niño más sino que va tomando forma en tan pocas palabras. Disfruté con tu texto ¡Felicidades compañero!

Antonio Carro

30/04/2015 a las 12:13

mondregas, me alegra mucho que le haya gustado. Estoy con usted en el poco respeto que hay hacia los profesores,generalmente, por parte de los alumnos. También hay que decir que los habrá respetuosos y aplicados, o si no… ¡Apaga y vámonos! Lo dicho, gracias por su comentario y me alegra que el relato le haya evocado otros tiempos.
Saludos y un abrazo
Antonio

Antonio Carro

30/04/2015 a las 12:24

Tinta Negra, muy agradecido por tus palabras. Me alegra mucho que hayas disfrutado con el relato. Quería preguntarte si has escrito alguno.Estuve buscando en el listado de este mes pero no lo he encontrado.Si tienes algún otro, y si no te importa, ¿me podrías dar el enlace? Mi interés es debido a un comentario tuyo, sin entrar ya en ninguna polémica, porque es un debate ya cerrado, que leí y me gustaron mucho tus palabras.Fue hace unas dos semanas, mi primer contacto con este taller.
Saludos y un abrazo
Antonio

Tinta Negra

01/05/2015 a las 10:00

Buenas Antonio, gracias también a ti. Este mes me fue imposible participar pero si quieres ver el del mes anterior aquí te lo dejo. Por cierto, ingeniosos versos dejaste que mi corazón vino presto. ! Un abrazo!
https://www.literautas.com/es/taller/textos-escena-24/2904

Antonio Carro

01/05/2015 a las 11:12

Genial Tu relato Tinta Negra. Me ha encantado como ya he dicho en el enlace que me has dejado. Gracias por el disfrute.
Saludos y un abrazo desde Málaga.
P.D: Mi ira ante las injusticias hacen que broten los versos. Je,je.

Paola

02/05/2015 a las 09:56

Hola, Antonio, me ha gustado lo de “apuntando a sus cuarenta víctimas” ya te vas preparando, “su piel arrugada y el temblor de su mano” sin describirlo, lo has hecho, “oteaba el horizonte en busca de su siguiente presa” los estás viendo, haciéndose cada vez más pequeños para no ser vistos, lo del cuadro de Franco y el crucifijo ya es de nota!
Muy bien escrito, eres un buen narrador, te seguiré leyendo.
Saludos

Fabián

02/05/2015 a las 11:11

Con muy poquito haces que el personaje del profesor sea odioso, ¡que rabia da!

•Forma

La lectura es muy fluida y logras que los ojos vuelen por el relato, se hace muy corto. Buena puntuación y sintaxis.

Solo habría que corregir este error:
“paso firma camino del matadero”

Y una pequeña observación:
“Aparté la mirada de tan pulcro cuadro y la fijé en el crucifijo que a su lado estaba. Era un crucifijo grande y oscuro, casi negro.“
Creo que no hace falta repetir “crucifijo”, por el contexto ya se entiende que está hablando de él.

Por lo demás genial, vocabulario sencillo, directo, al grano.

•Contenido

La tensión dentro del aula está logradísima, y el personaje del profesor también, (si a eso se le puede llamar “profesor”)

Lo único que me crea dudas es el narrador, que es el propio protagonista. Por lo tanto, nada mas empezar dice: “a la hora de repartir tan deliciosos golpes en las tiernas manos de sus alumnos.“, como si encontrase algún tipo de placer o diversión en eso, como si se pusiera de lado del profesor y compartiese el placer que le pueda dar pegar con la regla. Me llamó la atención eso.

Otra cosa que se me hizo un poco raro es que, viendo la frase final que dice “aquel día”, entiendo que el protagonista está recordando todos estos momentos a modo de anécdota. Si es así, tanto los diálogos de sus compañeros como los del profesor deberían de ir entre comillas, ya que los estaría citando/reproduciendo.

Y si se trata de un recuerdo, se me hace un poco raro que recuerde con tanto lujo de detalles la escena, las gotas de sudor en la frente de su compañero, la mirada perdida cuando no sabia qué responder, el chichón que empezaba a asomar; encuentro que son detalles mas propios de un presente, de estar ahí en ese preciso momento para fijarse en ese tipo de cosas.

Por suerte no me tocó vivir eso, así que no puedo opinar de si era así o no, lo único que tengo son las anécdotas que me contaban mis padres, y mi sentido común.

Dicho ésto, otra cosa que me llama la atención es que, habiendo tanta tensión en el ambiente, y tanto temor hacia el profesor, me da la sensación de que el protagonista narrador sabe demasiado de su entorno, lo encuentro omnisciente, algo mas propio de un narrador en tercera persona.
¿Por que digo esto?, pues por qué se me hace raro que con tanta tensión y miedo a recibir el reglazo (o algo peor), el protagonista se fije tanto en su entorno, el sudor, el chichón, la expresión en la cara de su compañero (lo que decía antes), cuando debería de estar rígido con la mirada al frente de una forma casi militar, para no enfadar al profesor por girar la cabeza hacia otro compañero, haciéndole creer que no está prestando atención, que se está distrayendo, etc.

Como ves, es el narrador el que no me convence del todo. Por lo demás está muy bien escrito y la escena está muy bien construida. Lo dicho, el personaje del profesor es odioso.

El tema de la maldición está metido con calzador eh jajaja

Antonio Carro

02/05/2015 a las 14:32

Gracias por tan doctas palabras. Muy buena crítica, no me esperaba menos.
Saludos cordiales y… nos leemos.
Antonio

Antonio Carro

02/05/2015 a las 17:44

Paola, me alegra que te haya gustado.
Ya leí el tuyo y también me gustó.
Saludos

Tavi Oyarce

03/05/2015 a las 00:29

Que bien enfocado y que simple tu relato. Uno lo lee sin detenerse. Un recuerdo de aquella vieja escuela, donde el temor era el método de enseñanza.
No tengo nada que agregar a tu redacción ni al contenido, Cuando un cuento logra introducirnos en su ambiente, está todo dicho, solo felicitaciones y gracias por tus comentarios a Mi Maldición.
Saludos

Leonardo Ossa

07/05/2015 a las 04:34

Antonio, paso nuevamente por acá para agradecer las observaciones hechas sobre mi escrito “La maldición”, estaré corrigiendo tales aspectos en futuras narraciones. Me agrada haberlo leído.
Un abrazo.
leonardo_ossa@hotmail.com

Antonio Carro

07/05/2015 a las 07:10

Tavi Oyarce me alegra que te haya gustado y gracias por tus palabras.

Antonio Carro

07/05/2015 a las 07:12

Leonardo Ossa gracias por tus palabras. Seguiré leyendo tus relatos. A mi también me agradó leerlo.

Antonio Carro

07/05/2015 a las 08:09

Fabián, he estado algo liado estos días y no pude contestar de una forma más amplia tu comentario, que agradezco mucho.
Hay algunas cosas en las que discrepo.
Como tú dice es narrador protagonista, que no omniscente. Por si le puede aclarar su confusión he copiado esto de la Wiki: El narrador protagonista cuenta su historia en primera persona con sus palabras, centrándose siempre en él mismo. Es el poseedor de la situación, organiza hechos y expresa criterios como le conviene.
-Los diálogos no tienen que ir entre comillas.El uso de comillas se puede dar, por ejemplo, en un caso en que se aluda algo que dijo un personaje: Juan estaba de pie junto a… se dirigió a su novia, sus palabras fueron claras: «me voy». La novia rompió a llorar.
También se pueden utilizar para expresar un pensamiento. Por ejemplo siguiendo con lo anterior: «otra vez llorando», pensó Juan.
También se puede utilizar para expresar que una palabra o expresión procede de otra lengua o se emplea irónicamente.En el caso que aludes, y que te causa confusión, quizá debería haber entrecomillado la palabra “deliciosos” porque es una ironía, aunque tampoco es una regla que haya que cumplir.
Si te sirve de ayuda te dejo este enlace de la RAE sobre el uso correcto de comillas: http://lema.rae.es/dpd/srv/search?id=SSTAZ5sDyD6h59vijX.
Aunque no venga al caso, yo pienso que las reglas, en relación con una obra literaria, están para cumplirlas, pero también para romperlas, de una forma que al lector no le causa confusión y sobre todo que no se aburra, creando algo nuevo, algo revolucionario.
El autor, a mi parecer, debe tener total libertad a la hora de crear y no dejarse llevar tanto por las reglas y lo que es correcto o incorrecto, siempre como dije antes, sin crear un rollo macabeo que no lo entienda ni Dios. Aunque eso es otro cantar, otro tema.
Bueno corto con el rollo y lo dicho: gracias por tu tiempo y tu crítica.
Saludos

beba

10/05/2015 a las 23:49

Hola, Antonio:
Me gustó tu historia. Es ágil y correcta; y para muchos tiene resonancias autobiográficas.
Comparto totalmente tus conceptos en la respuesta a Fabián. Sobre todo, cuando se habla de la libertad del narrador; mientras éste no abuse de sus “desobediencias”, y hasta logre darles sentido en virtud del argumento o del protagonista, adelante. Así tenemos, entre otros muchos, a Cortázar.
En el caso de tu cuento, como bien explicas, no hay errores en la puntuación, como tampoco en parte alguna de la gramática.

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