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La maldición - por Arameo

Lupin Craig, un británico muy reservado, había ahorrado mucho durante algunos años y en cuanto hubo juntado lo necesario, recogió todas sus pertenencias y esperanzas en una mochila vieja color verde oliva, y tomó el primer vuelo rumbo a México. Me lo topé en la selva Lacandona al sur del país tiempo después. A mi llegada convivía con los locales como su igual; un grupo de lacandones a quienes únicamente llegué a conocer por el nombre de Chan Kin: la pequeña Chan Kin, el joven Chan Kin, la Chan Kin de coletas largas, los hermanos Chan Kin, el Chan Kin gordo, entre tantos otros motes que encontré para identificarlos. El integrante más longevo de aquel grupo era Chan Kin el Viejo, él y Lupin Craig se hicieron grandes amigos, ambos tenían la piel del sol y los ojos de los jaguares fantasmas que habitan las húmedas cercanías de los templos mayas según sus cuentos y leyendas. La gente comprendió muy pronto que el Viejo había encontrado un alma gemela en Craig, una con la cual compartir su sabiduría ancestral.
La lengua no impidió que ambos espíritus aprendieran a entenderse, durante algunos años únicamente las señas y los trazos en la tierra, con una rama seca, habían formado parte de su entendimiento personal. Durante el tiempo que Lupin Craig vivió en aquel lugar, yo me mantuve cerca; aprendimos la lengua maya de los nativos paso a paso, yo detrás de él. Era algo común en aquella época que varios forasteros disfrutaran de la hospitalidad de los Chan Kin, al mismo tiempo y durante periodos muy largos, lo cual me permitió pasar desapercibido. Esconderse en la selva no es tan difícil. Los árboles cubren todo cual paredes inmensas que rozan los cielos, y las plantas verdes plastificadas por el rocío y las lluvias rodean todo alrededor, transformando la inmensidad en unos pocos metros. La neblina siempre llegaba durante el amanecer a purgar y expiar todos los pecados como una exhalación mística del espíritu mayor que habita los templos abandonados.
Ignoro la forma en que Lupin Craig sentía la selva, pero estoy seguro que parte de su pensamiento, al igual que el mío, la representaban como un refugio alejado del mundo (¿si acaso una prisión?). En medio de aquella paz, sin embargo, mi tranquilidad se veía inquieta, falsa. Tuve que alejarme durante algunos minutos de cada día de la aldea de los Chan Kin con la finalidad de serenar mi espíritu, pero nunca pude llegar muy lejos, ni calmar mis pesadillas. Durante las noches me era imposible acallar las voces, los rugidos, que me envolvían y devoraban para después expulsarme al interior de la selva. Todo empezaba con un trazo en la tierra, hecho por mi brazo izquierdo cual rama. En algún punto de aquella oscuridad verdecina podía observar mi reflejo en el río, bajo la luz de la luna tras un manto blancuzco coronando mis cabellos color olivo.
Ahora ya no sé si sueño que estoy en medio de la selva persiguiendo a Lupin Craig, celoso de la libertad que representa. Siento como si todos fuéramos árboles ancestrales, incapaces de huir. Obligados a convivir unos con otros en medio del silencio ensordecedor de la selva. Ahora recuerdo el nombre de este lugar: Najá. Tal vez lo escuché de la voz de un excursionista llamado Lupin Craig, tal vez por eso no recuerdo mi propio nombre, ni la razón que me une a este lugar. Quizá solo somos parte de una leyenda acerca de la vida y la muerte, personajes del deseo y la abnegación, quizá solo somos parte de la moraleja, de una maldición que lleva a la eternidad solitaria y a la desdicha inmortal en el cuento de un maya quien, con rama en mano, se desvive dibujando trazos en la tierra húmeda de la selva.

Comentarios (3):

Julieta Ortiz

30/04/2015 a las 15:56

Hola, gracias por leerme. Te comento que encuentro mágico tu relato, muestras esa inmensidad de la selva que se come a cualquier hombre extraño, creo que la cave esta en los trazos sobre la tierra, quizá hace referencia al entendimiento o empatía con la tierra, a la pertenencia que tenemos con la naturaleza. En cuanto a la estructura, te recomiendo que des espacio entre los párrafos, hará lucir más tu texto. Y como conclusión creo que la verdadera maldición que expresa tu relato es perder la capacidad de comunicarnos con nuestro centro, y olvidar esa pertenencia natural. Buen trabajo. Saludos, nos leemos.

grace05

11/05/2015 a las 22:13

Hola: Me gustó tu relato, sobretodo las descripción de la selva, me recordó al escritor argentino Horacio Quiroga que vivió en la selva argentina. Creo que la selva atrapa y transforma. Adhiero a lo que te mencionó Julieta sobre la estructura. Buen trabajo.
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Tinta Negra

25/05/2015 a las 23:25

¡Buenas Arameo! Entré porque tu apodo llamó fuertemente mi atención y ¿Qué me encuentro?
Un relato que me emocionó intensamente, porque tu historia, además de tener un elegante estilo, me transportó a mi historia personal. He vivido con mayas en la selva durante unos pocos años, los más hermosos de mi vida, y amo la lengua maya, la selva querida, en definitiva, a este pueblo mágico y ancestral tantas veces castigado. Para nuestros compañeros, ¿te importa que traduzca los términos? así todos podrán disfrutar de una manera de ser tan única y asombrosa, que tú tan bien nos has trasmitido. Has escogido muy bien Chan k’in, puesto que el término Chan significa pequeño, y ellos lo utilizan tanto porque es una manera de mostrar humildad ante el universo y la vida. K’in bien puede ser el día, el sol, el rey. Más abajo, escogiste Naja, también todo un acierto, puesto que Na es madre o casa y ja agua. Y nada pueda quizá nombrar mejor un lugar de la selva. Tu relato es hermoso, dulce, onírico, y nos has permitido evadirnos, por un momento, de nuestro mundo gris y no verde. Personalmente, te lo agradezco una y mil veces compañero. Lo hiciste con maestría. Te seguiré leyendo por supuesto. ¡Un enorme abrazo!

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