—Este no es un lugar común, aunque está lleno de gente corriente —comenzó a decir aquel viejo extraño desde el improvisado y maltrecho escenario—. Os aconsejo mantener vuestra vista al frente y evitar tanto izquierda como derecha. Podríais encontraros con cualquiera aquí, desde el borracho de la taberna hasta el alcalde del pueblo, algún conocido, familiar… No nos hacemos responsables de las decepciones de nuestros clientes —soltó una carcajada que resonó en la oscura estancia—. Todos acaban pasando por aquí, aunque no conseguiréis que lo admitan en voz alta. Las paredes tienen oídos, ya sabéis. Los rumores han traído a algunos de vosotros, las recomendaciones de conocidos a otros y la curiosidad a la mayoría. Tranquilos, sabemos guardar un secreto —Su sonrisa se tornó aún más siniestra—. Supongo que estaréis impacientes por que comience la noche y, sin embargo, dentro de unas horas estaréis impacientes por que termine, pero antes dejadme situaros —Un foco lo iluminó sólo a él y a su cara pálida—. El primer caballero que cruzó las puertas fue Harald el cruel, el soldado más valiente del ejército del rey. Tenía orden de derribar estos viejos muros y apoderarse de estas tierras. Con esa idea en la cabeza, se adentró en sus habitaciones hasta que llegó a ésta en la que nos encontramos. Fue entonces cuando escuchó una melodía que provenía de la cortina que veis detrás de mí; el sonido lánguido de un violín. Gritó varias veces preguntando quién había ahí hasta que una melancólica voz femenina respondió, pidiéndole que se marchara antes de que fuera demasiado tarde. El soldado, empujado por su ego, instó a la mujer a que saliera, amenazándola con atroces torturas si no obedecía, a lo que ésta volvió a responder advirtiéndole de que el precio de su deseo era alto y que, una vez satisfecho, no estaba en sus manos deshacer las consecuencias. El soldado insistió con más ahínco si cabía, empuñando su espada en señal de advertencia. Lo prohibido tiene ese poder sobre nosotros, ¿verdad? —Se dirigió a los oyentes, de nuevo con una expresión perversa—. La puerta se abrió despacio y la mujer apareció de entre la gris oscuridad. El soldado jamás regresó a su puesto en el castillo. Nadie supo que había ocurrido, o al menos, nadie que haya sido capaz de contarlo. Quizás podamos salir de dudas esta noche ¬—Comenzó a oírse una música que produjo una exclamación de asombro entre los presentes—. Ahí está, el violín nos anuncia su llegada. Es el momento de que los de voluntad débil se marchen mientras los valientes permanecen. ¿O era al revés? ¡No lo recuerdo! —exclamó de nuevo con una sonrisa burlona. Nadie hizo el más mínimo gesto para abandonar la estancia—. Vaya, un público temerario esta noche. ¡Cerrad las puertas! —gritó—. Se me olvidó un pequeño detalle. Una vez cerradas, ya no se pueden abrir. Esta memoria mía cada vez está más rebelde. Preparaos para presenciar algo que muchos han visto y pocos han podido contar. —Tiró de la cuerda que colgaba para que se abriera la cortina y desapareció haciendo una reverencia a la vez que gritó—: Bienvenidos a La Maldición.