Estábamos en la punta de la montaña, ya con el atardecer en nuestras espaldas, sentados mirando esa inmensa ciudad mientras el ruido de una radio sonaba cercana.

-Hoy he aprendido unas cuantas palabras nuevas. – Le dije sin dejar de mirar el arrebol que nos acompañaba.

-¿Cuáles? – Me dijo con una mirada que no denotaba ninguna emoción.

-Inma… Espera, antes dime cuál es tu palabra favorita.

-¿Mi palabra favorita? Yo no tengo de eso.

-Todo el mundo tiene una palabra favorita, una palabra que decimos a todas horas, o que reservamos tanto para nosotros que la tenemos siempre merodeando por nuestras cabezas y que nunca la pronunciamos por miedo a que se haga famosa, y que por tanto, deje de ser tú palabra.

Estuvo un rato pensando, sin que ninguno de los dos dijera nada.

-Melifluo.

-¿Melifluo? ¿Qué significa? -La miré con el ceño fruncido.

-Es… es un sonido que te sabe dulce, que para ti es tranquilo, delicado, ya me entiendes. -La entendía, la entendía perfectamente. Meliflua era su voz, sus carcajadas, incluso su tos- ¿Y tú palabra favorita?

-Mi palabra favorita es inmarcesible.

-Lo que no puede ser marchitado. –Dijo mirándome, y por un segundo, sus ojos me trasladaron a un lugar infinito, eterno, inagotable –Me gusta esa palabra.

-A mí me gusta tu voz, es tan meliflua que a veces pienso que es inmarcesible.

-A mí me gusta tu presencia, es tan inmarcesible que cuando no estoy contigo, me siento superflua.

-Aquí, lo único superfluo, son las palabras que son imperecederas.