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Esperando noticias - por Fidel Guerrero

ESPERANDO NOTICIAS

Lo primero que falló fue Internet. Pensábamos que sería como la multitud de tardes que nos pasábamos despotricando contra la compañía telefónica por su pésimo servicio… pero nos equivocábamos. Internet no regresó pasadas unas horas, ni al día siguiente tampoco.
Queríamos descargar nuestra furia contra la operadora telefónica, pero eso también dejó de funcionar a las pocas horas. El suministro eléctrico igualmente dejó de funcionar a los pocos días. Empezó con un leve titileo en las bombillas y la pantalla de la televisión parpadeaba mientras mi madre veía su telenovela. Hasta me asusté cuando gritó de indignación al cortarse el suministro.
Así, en menos de una semana fueron fallando todos y cada uno de los servicios básicos. Literalmente habíamos vuelto a la Edad Media. Sólo había algo que aún funcionaba…
— ¿Otra vez Andrés? ¿Otra vez?

Mi hermano pequeño pasó a mi lado sin hacer caso a mis protestas, como hacía el resto de días. Era una especie de ritual nuestro, yo protestaba y él me ignoraba. Sobre la mesa del comedor, habitación que se había convertido en nuestra “cuartel general” durante estos días, posó el motivo de mis protestas: la vieja radio del abuelo Jorge.
Con un bufido de impotencia me refugié de nuevo en mi lectura, un aburrido libro que años atrás la arpía de mi profesora de Literatura nos había obligado a leer. Cuando aún había escuela, claro…
Por el rabillo del ojo podía ver a Andrés trasteando la vieja radio.
Aún no sabía cómo después de tantos años acumulando polvo en el trastero seguía funcionando, pero para mi desgracia, lo hacía. Había llegado a odiar aquel trasto…
—Parece que se le acabaron las pilas —murmuraba Andrés a nadie en concreto.

Pocos segundos me duró la esperanza, ya que mi madre se acercó con el mando a distancia de la televisión, sacando las pilas de él.
—Toma, éstas le servirán.
¡Quién la diría! ¡Mi madre despojándose de su mando a distancia! Mi hermano le sonrió ampliamente y en unos segundos aquel maldito chisme volvía a sonar de nuevo. Tras un minuto buscando la frecuencia, aquella conocida voz resonó otra vez, como el resto de días pasados, en el comedor.
—El Gobierno ha declarado el Estado de Excepción. Por su seguridad…
—… manténganse en sus casas o en un refugio seguro, bla bla bla… —recité la frasecilla que todos nos sabíamos de memoria—. ¿De verdad tenemos que pasarnos otro día escuchando una y otra vez el mismo mensaje? ¿No estáis ya hartos de todo esto? ¡Ni siquiera sabemos qué es lo que pasa! -exclamé mirando a mi familia—. ¿De qué o quienes estamos en peligro?
Fue Andrés quien respondió.
— ¿Está claro, no? Zombis.
Mi hermana y mi madre se miraron la una a la otra, y yo no pude reprimir una sonora carcajada. Lo que me faltaba por oír ya, ¡zombis!
— ¿Qué? —exclamo mi hermano indignado—. Yo he visto series y he leído libros de zombis y todos se parecen al inicio mucho a esto.
—Quizás… quizás sea una guerra… o un golpe de Estado —se aventuró mi hermana Ana.
— ¿Y los militares? Habríamos visto alguno, o habríamos escuchado tiros y bombas —respondió mi madre.

La verdad era que podía ser cualquier cosa. Incluso llegué a pensar en algún momento que la central nuclear que había a un centenar de kilómetros de casa había sufrido alguna fuga grave, pero lo descarté al pensar que entonces nos habrían evacuado… o al menos eso esperaba. Pero lo cierto era que no sabíamos absolutamente nada. Simplemente un día empezó a fallar todo y dos semanas después lo único que nos mantenía conectados al mundo era esa maldita radio.
Si todo seguía así, en algún momento tendríamos que aventurarnos a salir de casa, pero mi familia estaba atemorizada, a pesar de que nadie lo decía. Sin embargo, las reservas de agua y comida empezaban a escasear.

De repente se hizo el silencio en el comedor. La radio había dejado de emitir el mensaje repetitivo. En su lugar se oía como alguien se aclaraba la garganta. Cuando empezó a hablar todos palidecimos. Conocíamos esa voz… ¡todo el país la conocía! Era el presidente del Gobierno.
—… el Gobierno ha caído… -se escuchaban interferencias-… no queda ninguna autoridad en el país… huyan mientras puedan y busquen refugio… espero que lo consigan…
Y la comunicación dejó de oírse. El silencio en el comedor era aterrador. Estábamos abandonados a nuestra suerte, y ni sabíamos cuál era el peligro…

FIN

Comentarios (2):

Leonardo Ossa

29/03/2015 a las 21:08

Hola Fidel. Es una historia en donde la radio tiene una capital importancia, porque es el único nexo con la sociedad que le queda a esta familia. Considero que has ideado muy bien una historia alrededor de la propuesta que teníamos los Literautas para este mes. Espero que otros compañeros del blog tengan la oportunidad de leerla y comentarla.
Un saludo.

Adella Brac

06/04/2015 a las 11:51

La idea principal es buena pero el texto resulta un poco confuso.
Creo que quedaría más rotundo si empezases con el primer mensaje de radio y te concentraras en los sentimientos de la gente (aislados y sin información).
Prueba a darle una vuelta 😉
Un saludo.

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