<< Volver a la lista de textos

El Señor de los Peta Zetas - por Ginebra Morgane

Web: http://originalifestyle.blogspot.com.es/

Raimundo Marín era un tipo curioso, de éstos que parecen de alguna manera hinchados, que no gordos, con una impresionante cara rubicunda y feroz.

Si uno prestaba atención, podía llegar a ver las chispas que salían de sus orejas cuando se alteraba, lo que ocurría tan a menudo que, de haber sido posible convertirlas en electricidad, hubieran podido iluminar una manzana entera durante unas horas.

Una vez, su secretario perdió unos papeles importantes y más tarde juró que había podido notar un interesante olor a chamusquina procedente del Sr. Marín. Ni que decir tiene que el buen empleado centró todos sus esfuerzos en salir disimuladamente por patas del despacho de su jefe, convencido de que iba a acabar explotando como una olla a presión y arrastrándole a él en su furibunda onda expansiva.

Sí, Raimundo era lo que su abuela, que en paz descanse, llamaba de “genio vivo”. Pero no destacaba mucho más. Era apreciado en la oficina en la que trabajaba, y todos le consideraban un hombre “hecho y derecho”, para quitarse el sombrero. Claro que no sabían mucho de él, aparte de que no estaba casado. Nunca se quedaba después del trabajo, aludiendo que estaba cansado, llevaba trajes marrones ligeramente pasados de moda y todos le presuponían algún hobby con un nivel de riesgo y emoción equiparable a la filatelia.

En realidad la vida del Señor Marín no era demasiado distinta de lo que pensaban. No le hubiera importado casarse, no era un solitario, pero necesitaba tener cierto celo con su privacidad. Y pocas personas hubiesen podido convivir con sus pequeñas peculiaridades.

Oficialmente, en los años de su juventud, su coche había decidido que los frenos eran para los débiles y se había precipitado alegremente por un terraplén llevando a un chispeante Raimundo Marín en su interior. Menos mal que un árbol decidió frenar la carrera, resultando en un nada espectacular choque que dejó a Raimundo inconsciente durante un rato encima del claxon. Atraídos por el sonido infernal, los servicios de emergencia llegaron rápidamente y comprobaron que no había nada que unos puntos y muchos analgésicos no pudieran solucionar. Colorín colorado y este cuento ha acabado.

Raimundo Marín nunca se atrevió a confesar a nadie lo contrario. Como por ejemplo, que mientras el coche rodaba ladera abajo, un montón de luces le habían rodeado y, sin saber cómo, había acabado cabeza abajo en algo que parecía una jaula; en un lugar que, por las paredes metálicas y los paneles de control llenos de lucecitas, dedujo que no era su coche. Con su habitual capacidad para mantener la calma en situaciones de tensión, había optado por prorrumpir en improperios varios hasta que apareció atravesando la pared un curioso personaje de piel verdeazulada y serios problemas de alopecia. Le dijo algo que probablemente pretendía ser tranquilizador, a lo que Raimundo respondió tirándole uno de sus zapatos. Poco después, una aguja se clavaba en su brazo, sumiéndole en un sopor que cualquier fan de los opiáceos hubiese admirado. El Sr. Marín nunca pudo recordar más allá de un batiburrillo de sensaciones extrañas, pero su vida se volvió ligeramente peculiar desde entonces.

Cada tarde, el Sr. Marín llegaba a casa del trabajo, atravesaba la aburrida entrada y colgaba su abrigo en el perchero. Cuidando que puertas y ventanas estuviesen bien cerradas, entraba en un salón que hubiese hecho las delicias de cualquier diseñador colocado de LSD y aficionado al fosforito. Allí, desconectaba el teléfono, y esperaba hasta la noche para salir a por un par de deliciosos gatos del vecindario que tomaba como opípara cena; terminando la velada como cualquier otro, sentado en el sofá mirando la estática de la tele y comiendo caramelos explosivos.

Sí, Raimundo era un tipo curioso, aunque nadie lo diría. Para el mundo puede que fuese el Sr. Marín; pero todas las noches, en su casa, se convertía en el Señor de los Peta Zetas.

Comentarios (7):

Wolfdux

29/01/2015 a las 10:14

Hola Ginebra,

llevo a tu relato a través de tu comentario en el hilo principal. Me postulo en el bando de los que han disfrutado con la lectura de tu relato. El humor que exhala ha hecho que me ría a lo largo de todo el relato. El Señor de los Peta Zetas, jaja, muy buen final.

He estado tan sumido en la historia que no me he percato de ningún fallo. Hay dos opciones, o no hay errores o el relato es tan bueno que mi ojo crítico a decidido obviarlos. :·P

Felicidades. ¡Nos leemos!

Denise

29/01/2015 a las 15:28

A mí también me gustó el relato, y el tono está re bien manejado. Lo que me dejó pensando es que tal vez me gustó porque lo leí en el blog, donde aparecía acompañado por una imagen ilustrativa…
Es genial cómo el personaje pasa de ser un tipo raro normal a un bicho totalmente extravagante XD

Ginebra Morgane

29/01/2015 a las 20:31

¡Muchas gracias! Me alegra mucho oírlo 🙂

Tavi Oyarce

30/01/2015 a las 22:46

Qué placer leer tu cuento y no detenerse en ripios. Raimundo Marín, un personaje difícil de olvidar y llevado de tu mano se hace ameno seguir sus peripecias.
Un saludo Ginebra, te felicito

Ryan Infield Ralkins

31/01/2015 a las 17:39

Desde que comencé a leer quede enganchado y con alegría te digo que no me decepciono. Me da risa las descripciones que haces de Raimundo Marin en especial esa de que salen chispas de sus oídos. Llegue a pensar que era algo así como un robot, xd. También me gusto la parte cuando le cae a insultos a sus raptores, ja ja, me hizo el día.
Saludos y felicidades por tu relato, una excelente pieza de literatura.

Laia Varona

01/02/2015 a las 19:45

“[…] y y todos le presuponían algún hobby con un nivel de riesgo y emoción equiparable a la filatelia”.
Me ha encantado el relato entero, pero esa frase en especial me ha llegado al alma, seguida de cerca por la del personaje con serios problemas de alopecia. ¡Buen trabajo!

Adella Brac

04/02/2015 a las 09:00

Me gusta mucho tu estilo, en estas pocas líneas has creado un personaje genial. Te sigo en el blog 😉
¡Un saludo!

Deja un comentario:

Tu dirección de correo no se publicará. Los campos obligatorios aparecen marcados *