Los muebles viejos cubiertos de polvo hacían que el lugar pareciera desolado. En el centro de la sala había una jaula blanca sobre un pedestal que el tiempo y la ausencia de un pájaro hacían que perdiera el brillo y la calidez que hace algunos años tenía. En el cuarto del fondo un hombre terminaba de vestirse colocando un sombrero negro sobre su grisácea y escasa cabellera. Caminó con andar pausado hacia la cocina a preparar un café cargado y se sentó en el desvencijado sofá a esperar que el sonido agudo del teléfono lo llenará de esperanza. Después de la muerte de su esposa lo único que le hacia feliz era recibir la llamada de alguno de sus hijos o nietos para contar las mismas historias de antaño. Pero hacía meses que ninguno de ellos lo había llamado, quizás por las múltiples ocupaciones que tenían o quizás se habían aburrido de él y sus achaques de la edad. Aún así, él esperaba, esperaba y esperaba. Cayó la tarde y se fue a dormir. Tuvo un sueño profundo del cual nunca despertó y días después el sonido intermitente del teléfono se hizo presente en el silencio.