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Comida familiar - por Atria
Llevaba más de tres años saliendo con mi novio cuando, por fin, accedió a presentarme a su familia. Yo se lo había pedido muchas veces. De hecho, él venía a menudo a casa de mis padres, pero nunca me había invitado a la de los suyos y hablaba muy poco de ellos, sólo cuando yo le preguntaba y aun así, sus respuestas eran escuetas y ambiguas. Sabía que sus padres vivían en la parte alta de la ciudad, que tenía una hermana menor, y poca cosa más. Al principio decidí tomármelo con paciencia, pero cada vez estaba más susceptible con el tema, segura de que me escondía algo importante. Así que, apenas dos días antes de su 30 aniversario, le di un ultimátum. O celebrábamos su cumpleaños en casa de sus padres o hasta aquí habíamos llegado. Y me cerré completamente a cualquier reparo, matiz, protesta o negativa.
Aquel día me levanté muy temprano, inquieta, nerviosa e impaciente. Tardé más de dos horas en escoger unos pantalones piratas blancos y una camiseta a rayas azules y naranjas. El conjunto me favorecía y me daba un aspecto juvenil y enérgico. Lo completé con unas sandalias naranjas y un bolso bandolera de cuero marrón.
Mi novio me pasó a recoger por casa, visiblemente nervioso y apesadumbrado. Apenas hablamos en todo el trayecto. Parecía que íbamos a recoger los resultados de un análisis, de los que ya intuíamos de antemano que no serían positivos. Yo tampoco abría la boca.
Y llegamos a su casa. Pulsó el timbre. A los pocos segundos oímos un ligero taconeo al otro lado de la puerta y ésta se abrió. Enfrente, una mujer de mediana edad, muy elegante, vestida con un traje largo –de los que nos reservamos para las bodas- y un bonito sombrero azul. Me recordó a la Reina de Inglaterra.
– Adelante!- exclamó con una sonrisa. Pero sólo sonreía su boca, mientras sus ojos me revisaban fríamente, de arriba abajo, haciéndome sentir ridícula y fuera de lugar con mis pantalones piratas y mi camiseta a rayas.
Tras recorrer un larguísimo pasillo, llegamos al comedor. Era muy espacioso y estaba medio en penumbra. Y, en el centro, una enorme jaula. Y, dentro, sentado sobre un pequeño banco rojo, un hombre con levita y monóculos. El pelo canoso, recogido en una abundante cola de caballo asomaba por debajo de un sombrero de hongo negro. Leía un libro y no se movió ni alzó la mirada al entrar nosotros.
Yo, instintivamente, me giré hacia la puerta de entrada, como preparando mi huida.
– Tu padre se ha vuelto a portar mal- explicó mi futura suegra, con un tono cansino.- Por tanto, hoy no comerá con nosotros.
Mi novio, impertérrito, asintió con la cabeza.
Y, antes de que yo pudiera recuperarme de la sorpresa, se abrió la puerta de la cocina y apareció una joven de unos veinticinco años, muy guapa y muy sonriente. Vestía como si acabará de rodar un episodio de La Casa de la Pradera.
– Hoy comeremos sólo postres- anunció con una extemporánea alegría–Llevo toda la mañana cocinando. Tenemos magdalenas, pastel de chocolate, crepes de miel y vainilla y fresones con nata.
– ¡Estupendo! – se congratuló la madre.- Pues ya nos podemos sentar.
Pero no había ninguna mesa en el comedor. La joven se volvió a meter en la cocina y, ante mi estupefacción, apareció con un enorme mantel campestre, a cuadros blancos y rojos y lo extendió en el suelo, cerca de la jaula.
A los cinco minutos estábamos sentados incómodamente en el suelo y el mantel lleno de dulces, que olían de maravilla y tenían una pinta estupenda. Antes de empezar a comer, como obedeciendo a una silenciosa orden, los tres sacaron su teléfono móvil y empezaron a mandarse mensajes entre ellos, sonriendo y asintiendo con la cabeza cuando recibían o mandaban uno. Hasta que la hermana se detuvo y me miró risueña.
– Coge un trozo de tarta, para empezar- me sugirió. Y los tres se quedaron quietos, observándome atentamente. Hasta el hombre de la jaula levantó la vista del libro y sus labios dibujaron una leve sonrisa maliciosa.
Y yo sólo pude hacer lo que hice. Me levanté y corrí hacia la salida, sin mirar atrás. Antes de cerrar la puerta oí la suave voz de la madre:
– Que chica tan rara nos has traído, Umberto.
Y la respuesta de mi novio:
– Ya os lo advertí.
Comentarios (12):
Margarita Graña
29/01/2015 a las 03:31
Genial! al principio parece un cuento típico de adolescente, pero se va transformando en algo totalmente diferente. Muy buena ambientación de la casa. Los locos Adams un poroto. Muy buen cuento. Felicitaciones.
marazul
29/01/2015 a las 18:56
Si que me ha gustado tu relato Atria. fuera convencionalismos. le das la vuelta a las cosas: ¿quién es aquí el raro?
Una historia bien contada y ambientada. Un derroche de imaginación. Felicidades…!!!
Saludos. Marazul
Jose M Quintero
29/01/2015 a las 18:59
Estoy de acuerdo con Margarita.
es un excelente cuento, tiene muy buena descripcion del ambiente y de los personajes.
y, aunque empieza un poco lento, va agarrando agilidad cuando la chica llega a la casa y empieza a describir todo lo que pasa dentro de ésta.
felicitaciones y espero leerte en los proximo talleres.
Adella Brac
30/01/2015 a las 09:13
¡Yo también habría salido corriendo! 😀
Me ha gustado mucho la historia, creo que merece la pena quedarse con esa familia para utilizarla en futuros proyectos 😉
¡Buen trabajo! 🙂
Kenoa Gessle
30/01/2015 a las 21:26
Muy bueno. Yo creo que al momento de ver la jaula ya estaría dándome la media vuelta. Me gusto mucho y me quede con la duda si la hermana habría puesto algo en las tortas y madalenas.
Ana
31/01/2015 a las 13:24
Muy bueno. El ambiente de la casa está logradísimo. Me gusta la naturalidad con la que esa familia se considera perfectamente normal.
Le das la vuelta a la tortilla de las convenciones sociales de un modo magistral.
Enhorabuena!
Mj
02/02/2015 a las 20:12
Original y fantástico. Muy bien llevado.
Felicidades!!
Pato Menudencio
03/02/2015 a las 21:57
Pero que familia más freak. Deben ser parientes de la familia Adam.
Saludos.
Atria
04/02/2015 a las 01:06
Muchas gracias por vuestros comentarios!!! Me animan mucho. :))
beba
05/02/2015 a las 03:10
Hola, Atria:
¡Qué buena historia! Muy buen manejo de la intriga.
Con pocos detalles pintas muy bien a los personajes.
Mantienes un ritmo ágil en todo el relato. Me gustó el contraste entre la ropa “casual” de la protagonista y los atuendos de las mujeres de la familia.
Un hallazgo encerrar a papá en una jaula, y comer como los Ingalls.Muy bueno.
Gota
05/02/2015 a las 13:14
Hola! Me gustó tu historia! Muy original y simpática.
Saludos!
Ernesto Fuegos
08/02/2015 a las 14:20
si, de acuerdo con todos, muy buen cuento. Bien manejada la intriga y el “twist” de la historia aparece al instante correcto.