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En el desván - por Victoria L. Vico
Web: http://trasteandoconpalabras.blogspot.com.es/
La pequeña subĂa las escaleras de dos en dos. Cuando llegĂł a la puerta del desván abriĂł con tanto Ămpetu que hasta los muebles parecieron sobresaltarse, y un sombrero de paja que habĂa sobre un armario se zarandeĂł tanto que casi se cae. DirigiĂł sus pasos hacia el baĂşl que habĂa junto a la ventana y encontrĂł el libro fácilmente, tal y como le habĂa indicado su abuela. Lo abriĂł, y comenzĂł a leer.
Érase una vez un bosque de hayas junto a un rĂo de aguas cristalinas. Era un lugar maravilloso, pues allĂ vivĂan Molis y Jukes unos duendecillos diminutos, amables y alegres. Esa mañana estaban en el rĂo, donde el agua bajaba rápido, saltando entre las rocas y haciendo cascadas de espuma blanca.
—¡Mira Molis! —gritaba Jukes desde el agua, mientras se agarraba a una planta de la orilla— ¡Me pongo de pie! ¿Has visto que parece que camino sobre el agua?
—¡QuĂ© divertido! Me encanta cuando el rĂo está asĂ. Voy a subir a esas rocas para saltar.
Molis se dirigiĂł a toda prisa hacia un recodo del rĂo, donde habĂa un tronco sobre el que pasĂł y despuĂ©s saltĂł hacia las rocas. Sin embrago, cuando estaba allĂ vio que habĂa una rama un poco más adelante a la que se podĂa agarrar para ir aĂşn más arriba, desde donde el salto se prometĂa muy divertido. Molis se acercĂł, y cuando tenĂa la rama en la mano se resbalĂł. El agua iba muy deprisa en ese sitio, por lo que tuvo que agarrarse aĂşn con más fuerza. LlamĂł a Jukes para que le ayudase, y entonces la rama donde se aferraba se desprendiĂł, cayendo sobre Ă©l una piedra que le golpeĂł e hizo que la oscuridad lo invadiese todo.
—¡Mirad lo que he encontrado! —gritĂł Norberto alertando a todos los niños que habĂa en la plaza, y que se acercaron con curiosidad—. ÂżQuĂ© os parece? Los he cazado yo.
—¿Jukes? —dijo Molis desorientado hacia su amigo—. ¿Dónde estamos? ¿Qué ha sucedido?
—¡Molis! Estaba muy preocupado. Vi cómo te golpeabas y te llevaba la corriente. Bajé detrás de ti, te alcancé y poco a poco conseguà llevarte a la orilla. La mala suerte es que tardé tanto que ya estábamos junto al pueblo, y este niño nos vio y nos ha metido en esta jaula.
—¡Oh Jukes, cuánto lo siento! —dijo mirando a su alrededor, viendo como cada vez más niños se acercaban a observarlos, zarandeánlos y llevándolos de un lado a otro.
—¡Norberto! ÂżQuĂ© estás haciendo? —la voz de una niña se alzĂł sobre el griterĂo de los pequeños curiosos—. No deberĂas haber encerrado a los duendes.
—¡Ya está aquà la pesada de Dori la Maga! Eres una aburrida, nos lo estamos pasando bien con nuestros nuevos amigos.
—Será mejor que dejes que se vayan.
—¿O si no qué? —vaciló Norberto sacudiendo la jaula.
—¡Haz, deshaz, y ahora tris tras! —gritó Dori con fuerza, alzando los brazos y cruzándolos sobre su cabeza.
Una espesa niebla comenzĂł a deslizarse por el suelo y lentamente fue subiendo, hasta que lo cubriĂł todo. Cuando un trueno muy potente se escuchĂł sobre sus cabezas, la niebla se fue. Al despejarse, Dori y los duendes habĂan desaparecido, y Norberto se encontraba en una jaula gigante, viendo a travĂ©s de los barrotes como todos los niños se reĂan y aclamaban a Dori la Maga.
Mientras tanto, en el desván de Dori, los pequeños duendes se recuperaban. Ella les explicĂł que allĂ estarĂan a salvo y que luego podrĂan salir por la ventana trasera, directamente al bosque.
—Muchas gracias Dori, nos has salvado.
—Ha sido un honor salvar a los duendes del bosque de hayas. Este es vuestro hogar siempre que queráis, espero que me hagáis alguna visita.
Y asĂ fue que durante muchos, muchos años, Dori, Molis y Juke fueron grandes amigos, y colorĂn, colorado, este cuento se ha acabado.
—¡Cariño! ¿Estás en el desván?
—¡Sà mamá! —dijo la niña cerrando el libro.
—¿Puedes bajar? La abuela Dori está al teléfono, quiere saludarte.
Cuando la pequeña cerró la puerta del desván, el sombrero de paja volvió a moverse de nuevo. De debajo salieron dos duendes diminutos que se sentaron con las piernas colgando en lo alto del armario.
—¿Te acuerdas de aquellos años Jukes?
—Claro que sĂ, Molis. ¡CĂłmo echo de menos a Dori! ÂżCrees que podrĂamos hablar con la niña? Quizá sea como su abuela.
—Quizá —suspiró Molis—.
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