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En el desván - por Victoria L. Vico

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La pequeña subía las escaleras de dos en dos. Cuando llegó a la puerta del desván abrió con tanto ímpetu que hasta los muebles parecieron sobresaltarse, y un sombrero de paja que había sobre un armario se zarandeó tanto que casi se cae. Dirigió sus pasos hacia el baúl que había junto a la ventana y encontró el libro fácilmente, tal y como le había indicado su abuela. Lo abrió, y comenzó a leer.

Érase una vez un bosque de hayas junto a un río de aguas cristalinas. Era un lugar maravilloso, pues allí vivían Molis y Jukes unos duendecillos diminutos, amables y alegres. Esa mañana estaban en el río, donde el agua bajaba rápido, saltando entre las rocas y haciendo cascadas de espuma blanca.
—¡Mira Molis! —gritaba Jukes desde el agua, mientras se agarraba a una planta de la orilla— ¡Me pongo de pie! ¿Has visto que parece que camino sobre el agua?
—¡Qué divertido! Me encanta cuando el río está así. Voy a subir a esas rocas para saltar.
Molis se dirigió a toda prisa hacia un recodo del río, donde había un tronco sobre el que pasó y después saltó hacia las rocas. Sin embrago, cuando estaba allí vio que había una rama un poco más adelante a la que se podía agarrar para ir aún más arriba, desde donde el salto se prometía muy divertido. Molis se acercó, y cuando tenía la rama en la mano se resbaló. El agua iba muy deprisa en ese sitio, por lo que tuvo que agarrarse aún con más fuerza. Llamó a Jukes para que le ayudase, y entonces la rama donde se aferraba se desprendió, cayendo sobre él una piedra que le golpeó e hizo que la oscuridad lo invadiese todo.
—¡Mirad lo que he encontrado! —gritó Norberto alertando a todos los niños que había en la plaza, y que se acercaron con curiosidad—. ¿Qué os parece? Los he cazado yo.
—¿Jukes? —dijo Molis desorientado hacia su amigo—. ¿Dónde estamos? ¿Qué ha sucedido?
—¡Molis! Estaba muy preocupado. Vi cómo te golpeabas y te llevaba la corriente. Bajé detrás de ti, te alcancé y poco a poco conseguí llevarte a la orilla. La mala suerte es que tardé tanto que ya estábamos junto al pueblo, y este niño nos vio y nos ha metido en esta jaula.
—¡Oh Jukes, cuánto lo siento! —dijo mirando a su alrededor, viendo como cada vez más niños se acercaban a observarlos, zarandeánlos y llevándolos de un lado a otro.
—¡Norberto! ¿Qué estás haciendo? —la voz de una niña se alzó sobre el griterío de los pequeños curiosos—. No deberías haber encerrado a los duendes.
—¡Ya está aquí la pesada de Dori la Maga! Eres una aburrida, nos lo estamos pasando bien con nuestros nuevos amigos.
—Será mejor que dejes que se vayan.
—¿O si no qué? —vaciló Norberto sacudiendo la jaula.
—¡Haz, deshaz, y ahora tris tras! —gritó Dori con fuerza, alzando los brazos y cruzándolos sobre su cabeza.
Una espesa niebla comenzó a deslizarse por el suelo y lentamente fue subiendo, hasta que lo cubrió todo. Cuando un trueno muy potente se escuchó sobre sus cabezas, la niebla se fue. Al despejarse, Dori y los duendes habían desaparecido, y Norberto se encontraba en una jaula gigante, viendo a través de los barrotes como todos los niños se reían y aclamaban a Dori la Maga.
Mientras tanto, en el desván de Dori, los pequeños duendes se recuperaban. Ella les explicó que allí estarían a salvo y que luego podrían salir por la ventana trasera, directamente al bosque.
—Muchas gracias Dori, nos has salvado.
—Ha sido un honor salvar a los duendes del bosque de hayas. Este es vuestro hogar siempre que queráis, espero que me hagáis alguna visita.
Y así fue que durante muchos, muchos años, Dori, Molis y Juke fueron grandes amigos, y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

—¡Cariño! ¿Estás en el desván?
—¡Sí mamá! —dijo la niña cerrando el libro.
—¿Puedes bajar? La abuela Dori está al teléfono, quiere saludarte.
Cuando la pequeña cerró la puerta del desván, el sombrero de paja volvió a moverse de nuevo. De debajo salieron dos duendes diminutos que se sentaron con las piernas colgando en lo alto del armario.
—¿Te acuerdas de aquellos años Jukes?
—Claro que sí, Molis. ¡Cómo echo de menos a Dori! ¿Crees que podríamos hablar con la niña? Quizá sea como su abuela.
—Quizá —suspiró Molis—.

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