Catalina intentaba huir, sumergirse en un mar que la atrapara y la dejara sin salida más que la muerte, ella necesitaba ser libre o morir, pero ¿quién puede culparla? guardar un secreto de tal magnitud, es semejante a estar dentro de una jaula, sola y atrapada; pero ésta jaula poseía algo particular y curioso; un secreto siendo más específicos… Ella tenía la llave, Catalina era capaz de escapar cuando deseara, puede que tenga la llave bajo su zapato, enredada en su cabello, bajo su gran sombrero o simplemente escondido entre sus delicadas manos. Podía ser libre si lo quería, y de hecho lo deseaba pero era incapaz de aceptar que ella poseía la solución porque había estado tanto tiempo dentro que le atemorizaba salir y que su secreto la persiguiera hasta la más corta o infinita distancia.
Sólo era necesario contarle a alguien su secreto, sí, eso la haría libre, la haría feliz; todo se reducía a tomar el teléfono y marcarle a su amiga, a esa, la que nunca se asustaba y siempre estaba para ella; pero no era tan fácil para ella, no, ella miraba un abismo entre ella y el teléfono lo que le hacía imposible en su interior dar un paso más. Lo más difícil era que ya no podía hablar con esa amiga, no, ya no se podía, esa amiga estaba muerta.