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Yabadabadú - por Jose Manuel
Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro. Empezaba a oscurecer y bajaba la temperatura. Habían pasado ya ocho horas y seguíamos en aquel pedazo de coral, en algún lugar del archipiélago del Rosario, en el Caribe. Era de suponer que en poco tiempo algún otro turista nos rescataría, pero no ha sido así.
Nuestro mundo tiene forma de interrogación, con su punto y todo, de no más de cincuenta por treinta metros. Desde su punto más alto no se ve más que agua y no ofrece ninguna seguridad frente a las mareas. Y la única esperanza de alimento es para esas alimañas voladoras que de vez en cuando ríen en el cielo.
El musculado y desgrasado Arnold y yo ni siguiera nos caíamos bien cuando la empresa nos envió a Cartagena, y al primer día de estancia, nuestra encantadora anfitriona nos invita a un paseo en lancha. Mi bravo compañero tomó los mandos y nos lanzamos a toda máquina a ninguna parte seguramente para impresionar a nuestra preciosa señorita. Pero la que quedó impactada fue nuestra nave tras el cras con aquella cosa escondida a ras de las olas. La embarcación con todas nuestras cosas tardó en desaparecer menos que nosotros en darnos cuenta de lo que pasaba, y los tres, como por arte de magia, aparecimos en aquel islote.
Al principio los tres, agitados, nos preguntamos cómo había podido pasar aquello, ¿qué podíamos hacer? Finalmente, sólo cabía esperar.
Sin nada que comer ni beber, sin nada que poder hacer por salir de allí, me dio por pensar. Me había fijado cómo aquella chica culta, bella por dentro y por fuera se recostaba ya sobre la camisa de nuestro tarzán. Yo nunca he destacado por nada, ni guapo, ni alto, ni fuerte, ni chisposo, ni demasiado inteligente, aunque me gusta lo que hago y disfruto con todo. Pero nunca, y digo nunca, encontré el amor de una mujer.
Arnold y Silvia tenían futuro. Mi futuro ya se había escrito muchas veces: verlo pasar.
Nuestro héroe nos relató sus aventuras en África, y los ojos verdes de Silvia brillaron al atardecer. Yo miraba la escena, y la comprendía, y hubiera dado cualquier cosa por aquellas dos personas, las protegería, sobre todo a la poseedora de aquellas vivas esmeraldas que bien podrían envanecer la Historia.
Silvia nos habló de su familia, ocho hermanos, todos vivían cerca y se veían a menudo. Algo más que me fascinó de ella; yo tengo tres hermanos y los aprecio un montón.
Me llegó el turno y comencé a hablar de lo simple, de lo bello que es el mar, de la hermosura de las gentes y qué será la eternidad.
Ya estaba anocheciendo, Adonis recuperó su camisa, y buscó refugio en la cima del coral.
Y algo insólito, extraordinario, en aquel momento echó a rodar; Silvia acarició mi mano y susurró felicidad, languideció el tiempo en sus labios, y su boca y mi boca echaron a volar.
Comentarios (3):
Margarita Graña
29/12/2014 a las 13:53
Hola José Manuel
Muy linda historia. Me dejó una sonrisa en los labios cuando vi la conexión entre el título y el final. La mía tiene el final opuesto, es la 108, me encantaría que la comentaras. Es mi primer relato.
Saludos y feliz año nuevo
Ariadna
29/12/2014 a las 15:58
¡Una historia preciosa! Y el título un puntaso. Me gusta mucho sobretodo como vas mostrando poco a poco l protagonista. Un gran relato.
Diego Manresa Bilbao
30/12/2014 a las 17:45
Muy buen relato Jose Manuel!!!
Ademas, todos los gafillas nos sentimos identificados con lo que le pasa a tu protagonista, y lo que piensa(el titulo) cuando consigue a la chica…
Por muchos YABADADUS!!!!