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La Visita - por Álvarez Vainlla
–Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro. Los dioses nos han visitado –informé a mi esposa.
Evin estaba enferma, hacía ya varias lunas que nuestro primer hijo había nacido muerto, y ella, no terminaba de recuperarse.
Mi esposa, con el rostro empapado en sudor intentó incorporarse del camastro, pero el esfuerzo fue inútil, exhausta y agotada decidió abandonar su cuerpo contra el colchón de hojas de palma.
–Seguro que vienen por mí. No me queda mucho tiempo para compartir este mundo contigo, esposo mío. A la salida de la próxima luna yo ya estaré danzando junto con nuestro hijo por el mundo del Gran Espíritu –no la interrumpí, no quise convencerla de que sanaría mintiéndola con falsas esperanzas. Quizás, ambos nos habíamos rendido, a mi esposa no le quedaba tiempo, pronto sería un habitante del mundo de las sombras «lamenté para mis adentros»
Sequé su frente usando la palma de mi mano y mojé sus labios con agua, la curandera, me había aconsejado que de vez en cuando debía de humedecer su boca.
–Utiliza siempre agua de lluvia. Sólo ese agua logra mantener la magia del mundo de las alturas –me aconsejó la hechicera.
Mi esposa, agradeció el gesto y sorbió hasta que sus agrietados labios se humedecieron.
–¿Cómo son los dioses? –preguntó curiosa.
–Feos– alegué–, tan feos que solo muestran una parte de su rostro.
–¿Y qué os han dicho?
–Hablan en idioma de dioses, por lo tanto no hemos podido entenderlos. He notado como contemplan los pechos de las mujeres, primero con extrañeza, después mostraron como un hilo de perniciosa lujuria se asomó en sus ojos. Intercambiando miradas entre ellos, dejaron brotar entre sus feos rostros una malévola sonrisa. Sus dientes son oscuros y escasos, su aliento apesta a podredumbre. Quizás, los Dioses no sean tan benévolos como nos contaron nuestros padres –advertí a mi esposa.
–Te equivocas, esposo mío. Los Dioses son divinidades y, como tales, son puros e indulgentes. ¿Estás seguro de que se trataba de Dioses? –dudó Evin.
–No me cabe ninguna duda. Aparecieron por el horizonte. Tal como indican las profecías. Venían a bordo de unas enormes casas flotando sobre las aguas. Se acercaron hasta la orilla en una especie de troncos de árboles huecos y, se postraron ante el anciano Sabio Mugur que adelantaba nuestra bienvenida. Nos obsequiaron con artilugios mágicos. Al Gran Jefe le regalaron una especie concha del color del agua del manantial. Si miras dicho artilugio de frente, consigues ver tu rostro claro y perfecto. Al principio, el gran jefe tuvo miedo que el objeto mágico le robara su cara, pero su rostro no se desprendió de su cuerpo. Luego nos enseñaron una especie de metal del color del sol, entendimos por sus reiterados gestos que querían saber si nuestro pueblo conocía el brillante metal, al advertir nuestra negativa, perdieron todo interés en nosotros.
Estaba contándole todo esto a Evin cuando uno de esos Dioses entró sin avisar a nuestra cabaña. Recuerdo que sostenía una especie de círculos transparentes como el aire de la mañana sobre los ojos, parecía mirar a través de ellos. Sin decir nada se acercó hasta mi esposa, yo intenté frenarlo, pues sentí miedo que quisiera llevársela al mundo de las sombras, pero ella me apaciguó con un gesto. La deidad, de la que ignoro su nombre, posó una mano sobre la frente de Evin, y dijo algo que ninguno de los dos supimos entender. Tocó su vientre y abrió sus piernas. Examinó y palpó su cuerpo, esta vez no advertí lujuria en sus ojos, por lo que lo dejé proseguir. Posó el oído en su pecho, supuse que quería escuchar la vida que parecía querer escaparse dentro de Evin. Entonces se retiró, saco unos polvos no sé de dónde, y los echó dentro de una especie de vasija con agua, los mezcló y agitó hasta el líquido cambió de color. Dio de beber apenas unas gotas a mi esposa. Por la cara que ella puso imaginé que el sabor del brebaje no debía de ser dulce. Me entregó la vasija y por señas, no sé como logré entenderle, que debía de darle de beber a Evin de vez en cuando.
Hace muchas lunas que los dioses marcharon. Nunca han regresado. Pero cada día le doy gracias al mar por haberlos traído hasta aquí. Ya no me cabe duda sobre la verdadera razón de su visita
–Y tiempo después nací yo –dijo inocentemente mi hija mientras mi esposa Evin la miraba con dulzura.
Comentarios (3):
Diego Manresa Bilbao
30/12/2014 a las 17:41
Alvarez,
Yo he sido uno de tus comentaristas anonimos, y te repito publicamente mi opinion…
Me ha gustado mucho, con los errores que le vi en alguna expresion, como la de la lujuria, pero muy buena idea el relato!!!!
Nos leemos!!!
Álvarez Vainlla
01/01/2015 a las 09:48
Muchas Gracias Diego por tu lectura y sobre todo por tus comentarios, siempre es bueno mejorar y seguir creciendo.
Un saludo
David Rubio
17/01/2015 a las 14:23
Un muy buen texto. Sin explicarlo, consigues que se entienda plenamente la llegada de esos “dioses” españoles o de otras culturas con sus conocimientos medicinales y otros aspectos menos recomendables. A nivel formal, aparte de las expresiones que te habrán comentado, solo eliminaría la intervención de la niña. Creo que le quita algo al relato, le da un punto final demasiado “infantil” (no sé si esa es la palabra)
Muy buen relato