<< Volver a la lista de textos

Largo viaje - por Carlos

—Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro— La roída pasarela, que yacía sobre un deslumbrante azul esmeralda, casi no podía contener el henchido orgullo del Almirante.

Sintió, con ojos cerrados y boca cuarteada, el refrescante dulzor de la brisa de aquel bosquejo selvático, estrepitoso algarabí de innumerables y desconocidas bestias.
Tras varios pasos, alzó con cuidado el que se acababa de convertir en el mejor invento jamás ideado; su sempiterna brújula, ofreciéndole el mérito, en un ejercicio de dudosa modestia, al mismísimo dios.

—No hay Maravedís que subvengan esto…
—Nos los hay mi señor… No los hay…
—Atavía a los siervos, habemos de tener a bien presentar nuestras bondades a esta nueva gente. Y no acarreemos con las espingardas.
—Sí, mi señor. ¿En cuanto a la tripulación?
El comandante lanzó una mirada pícara —¿Qué clase de malaventurada ánima no se mostraría indolente en semejante paraíso?
—Gracias señor. Rindo sus deseos.

Para cuando las velas estuvieron recogidas, el ancla echada y el último marino abandonaba la cola, un pequeño tumulto de aborígenes; en breve bautizados como indios, aguardaba expectante la asombrosa llegada de aquellos acorazados y fascinantes hombres.
El vivo color de las heráldicas no pudo rivalizar con los palpitantes y sugerentes frutos que les ofrecieron, sabrosos condimentos del espectáculo de vuelo de guacamayos que les obsequiaron, y no había recoveco de fina arena en toda la isla que no transmitiese cálido sosiego y paz.

—Mi señor, figuro que el indio de mayores abalorios y cuentecillas es el jerarca de los oriundos.
—Debes de aseverar y, en tal caso, organizarme para con él.
—Y, si no, por orden de esmerado, mi señor— Haciendo referencia al protocolo real en el que las doncellas eran agrupadas por lo lúcido de sus atavíos.
—No abuses de mi buen genio.
—Disculpe mi señor.
El escribano de la armada, acompañado de los capitanes, rió la ocurrencia.
—Den fe y por testimonio cómo yo, por ante todos, tomo posesión de esta isla por el rey, la reina y sus señores, llamada Guanahani por los indios y rebautizada por mi cómo San Salvador.

Los aborígenes, allí presentes, y tratando de desentrañar el oscuro misterio que se debía de encontrar detrás de aquel afilado acero, no fueron conscientes de lo que estaba realmente ocurriendo.

Varios de ellos, ya en la cena, asombrados por una gentil visita a la carabela, entregaron a la expedición una de sus más preciadas sillas bajas ceremoniales, tallada a mano por los ancianos y adornada con sencillos y sugerentes representaciones de grandes aves y felinos. Se pudriría en algún rincón húmedo y oscuro de la bodega, pero dio pie al gesto del almirante.

—Ir por los servidores.
—Pero mi señor…
—¿En qué baratillo cámbiese uno por varios cientos?
—Sí mi señor, pero… ¿Espérese que los oriundos entiendan?
—Lo harán.

—Lo llaman batú mi señor, es un juego de pelota— Los esclavos esperaban en fila, en la zona más lisa del conuco.
—Extraño.
—Consiste en que la pelota no toque suelo, obviando brazos y piernas para ello, señor.
—Consuélese al más ducho pues.

Los expedicionarios rieron a costa de los patosos intentos de sus sirvientes y se jactaron de lanzarles las bebidas y parte de los frutos del banquete para mayor burla.
Aquello enfureció a los anfitriones, que vieron en ese comportamiento una falta de respeto hacia su centenaria cultura. Además, los siervos habían desarrollado un fino sexto sentido hacia los juegos de sus captores, y pronto vieron el premio que esperaba al ganador.

En escasos minutos aquel inocente deporte tornĂł en una batalla campal a tres bandas. Parte de los aborĂ­genes yaciĂł y algunos cautivos lograron escapar.
Uno de ellos, el más habilidoso en el batú, recorrió, herido en una pierna, la isla hacia el oeste. Riachuelo arriba, hasta cruzar un gran lago, detrás de una pequeña pueblada de palmeras, encontrándose con una pequeña comunidad.

Sus gritos alertaron a los moradores.

Trataba de sostener las ensangrentadas hojas de mandioca pegadas a la herida, sin fuerza ya, cuando la vio aparecer de lejos, saliendo de una de las cabañas.
AllĂ­ mismo desfalleciĂł.

Deseaba contarle todo lo que habĂ­a vivido, sus viajes alrededor del mundo entero hasta volver a ella, todos los peligros, los recuerdos, las fuerzas que habĂ­a necesitado. CĂłmo habĂ­a conspirado hasta conseguir la ruta que le traĂ­a de vuelta.
Pero no pudo, no le dio el aliento.

Lo último que escuchó, en brazos de su amada, y en un alegre idioma de altisonantes vocales —Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro.

Comentarios (5):

Ratopin Johnson

29/12/2014 a las 23:18

Carlos, sensacional. Apabullado heme aquĂ­ – :)- del lenguaje empleado, quĂ© dominio, pero ababullado dicho en sentido positivo. QuĂ© riqueza, en serio, me has transportado al siglo XV. Y no me ha resultado pedante ni nada parecido. Muy entretenido. Y con final feliz, al menos para uno :). Enhorabuena.
Yo empecé algo de piratas, nada que ver con tu cuento, ambientado el relato en 1670 y pico, pero se me salía del presupuesto de palabras.

Silvyt

30/12/2014 a las 15:18

Hola Carlos!
Rico, riquĂ­simo. Me ha encantado el ritmo, la forma y la musicalidad!
Pero me he perdido al final. Creo que el mismo personaje que escapa:
“Uno de ellos, el más habilidoso en el batĂş, recorriĂł, herido en una pierna, la isla hacia el oeste […]”
Es el que encuentra a su amada:
“Deseaba contarle todo lo que habĂ­a vivido, sus viajes alrededor del mundo entero hasta volver a ella, todos los peligros, los recuerdos, las fuerzas que habĂ­a necesitado. CĂłmo habĂ­a conspirado hasta conseguir la ruta que le traĂ­a de vuelta[…]
Pero no entiendo si pertenece entonces a los marineros o la tribu. Aunque estoy pensando que probablemente sea uno de los sirvientes.
ÂżMe lo puedes explicar?

Felices Fiestas y enhorabuena por la escena, me ha encantado.

Carlos

30/12/2014 a las 15:57

Muchas gracias por los comentarios, me alegro mucho de que haya gustado.

En cuanto al final, la idea era darle un toque “fantástico”, y el personaje que huye y se reencuentra con su amada es un esclavo que venia en el barco de los conquistadores, el cual es natural de la isla que acaban de descubrir; volviendo a casa.

Pero tuve que eliminar bastante material para ceñirme a las 750 palabras y, efectivamente, no queda muy claro. ¡Ouh!

Muchas gracias Silvyt.

¡Saludos!

Ryan Ralkins

30/12/2014 a las 18:49

Lo que mas me gustó de tu relato es que uno se da cuenta de la época por la forma en que hablan. También debo destacar que mientras se lee, aun con esa forma tan rara de hablar de ellos, es fluido y se puede imaginar todo como si fuera una película. Otra cosa mas: no se puede parar de leer una vez se empieza. Y para completar esta muy bien escrito.
Saludos y excelente relato.

Eva

11/01/2015 a las 23:16

Hola Carlos! MagnĂ­fico el esfuerzo para llevar al lector a la Ă©poca de los descubrimientos. Un relato muy logrado y escrito con realismo y fuerza. Un abrazo

Deja un comentario:

Tu dirección de correo no se publicará. Los campos obligatorios aparecen marcados *