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La pesadilla. - por Claudia E. M.+18

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La mano de Clarissa empujaba lentamente la puerta cristalina de aquella mansión de lujo, con la fachada blanca y bordes color oro, así como ventanas polarizadas; Su interior la desilusionó, pues las alfombras rojas que imaginaba, estaban ennegrecidas; un sordo sonido atravesó sus oídos detrás suyo, cuando giró para ver su origen, notó la puerta cerrada. En vano trató de abrirla.
— ¿Es esto una broma? –gritó mientras el silencio respondía.
— ¡Sieghart! ¡Sal de dónde estés, no es divertido!
Meditó su situación un momento con los ojos cerrados, seguramente Sieghart quería que la buscará, una risa de niña sonó acompañada con un repiqueteo de pies corriendo, abrió los ojos de par en par totalmente sorprendida.
— ¿Sieghart, eres tú?
La risa se escuchó escaleras arriba, tragó saliva y armada de valor, camino lentamente por el pasillo, tristemente iluminado osados fragmentos de luz, pues las ventanas estaban tapiadas con madera. No había reparado en ello, ni en las paredes descarapelándose, o las lámparas sucias y rotas a lo largo del pasillo.
Llegó a la primer puerta que ofrecía el pasillo, supo en ese instante de donde habían salido los tablones que ocupaban las ventanas, habías sido arrancados de una manera que invitaba la desesperación y la prisa.
— ¿Estás aquí, Sieghart? ¡Ya sal!
No obstante, no hubo respuesta, sus ojos comenzaron a escabullirse por la habitación, ahora color gris, en medio había una mesa de té, sobre esta, una tetera, dos tazas, y una carta en la que se leía “¿Quieres ser mi amiga?” el papel era tan viejo, que al tacto se desmoronaba un tanto, cuando trato de tocar las hipnóticas letras rojo carmesí, el papel se pulverizó.
—Buen truco Sieghart, aunque la broma ya es vieja. ¿Sabes qué? Me largo
Lo que solía ser una puerta se cerró fuertemente a sus espaldas, un eco de varias puertas fue el acompañamiento al escalofrío que comenzaba a sentir. Con una patada derribó la puerta para abrirla, pues no había otra forma, corrió a la salida, embistió la puerta, la golpeo con todas sus fuerzas, pero parecía haber un contrapeso del otro lado.
Decididamente corrió escaleras arriba, debía haber unas escaleras de emergencia con salida hacia afuera, no se detuvo a mirar el resto de puertas, tal vez debió hacerlo, cuando topó con la pared anunciante del segundo piso, vio un enorme “NO” pintarrajeado del mismo rojo carmesí.
—Me importa un demonio tu juego.
El pasillo continuaba solamente a la izquierda, con dos puertas, la que daba a la escalera de emergencia y una habitación más, la primera, se encontraba cerrada con llave, la parte transparente superior de la puerta, tenía escrito: “Ven conmigo, tengo la llave, es tuya si vienes conmigo al infierno”
—Ya, que ingenioso, tienes bromas tan buenas como yo de infante.
Caminó tranquilamente a la puerta del fondo con la firme idea de, Sieghart esperándola en la habitación, dentro había una cama con cortinas semi-transparentes colgando, por lo que el interior de la cama era imposible de ver, en una esquina del cuarto, se encontraba un diván de espaldas a la puerta, alguien estaba sentado ahí, Clarissa posicionó su mano en el hombro de ese sujeto.
—Venga, vámonos.
No hubo movimiento o palabra de respuesta, avanzó al frente del diván, y retrocedió rápidamente con una mano en la boca, se encontraba sobre el confidente Sieghart, con una falsa sonrisa dibujada con cuchillo en su rostro, el estomago abierto en una especie de disección, con una rata y unas cuantas moscas combatiendo el hambre, una risa sonó en la cama, la misma risa escuchada con anterioridad.
—Se mi amiga ¿Si? No te queda ya nadie.
Algo movió las cortinas y la luz hizo ver una sombra femenina aniñada, completamente indescriptible por la oscuridad.
Clarissa despertó en su cama gritando totalmente aterrada, sudando mientras unas lágrimas caían, y unas arcadas abrían camino por su garganta, a su lado la cama se encontraba vacía, giró al otro lado, solo había sido un sueño. Se apresuró a la sala cuando el timbre sonó, revisó quién era a través del ojo de buey.
El pánico la invadió, quizá aquello no había sido solo un sueño.

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