Literautas - Tu escuela de escritura

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Esmeralda es el color más cálido - por Sebas Cano+18

—Le traigo un rosario, inspector. Es uno de esos grandes, verdes y ruidosos, que recuerdan al Hombre el peso del mundo y la debida obediencia al Señor. Lo llevo alrededor del cuello, cuando quiera se lo entrego.
—En un momento podrá hacerlo, reverendo.
—Su Ilustrísima.
—No se pase.

Ambos giraron a la derecha y por fin encontraron algo de luz. El inspector Alwyn entrecerró los ojos debido a los intensos rayos que se reflejaban en la lustrosa calva del cura. Caminaba con paso acelerado, erguido, decidido. El reverendo XX, en cambio, arrastraba los pies, con el tronco encorvado, y cada paso lo daba como si un grillete abrazara sus pies y le impidiera manejarse con soltura, mientras se preguntaba cómo era posible que el inspector Alwyn caminara con paso acelerado, erguido y decidido.

El lugar donde se encontraban era incómodo y lúgubre, como corresponde a un buen colegio, y su existencia se remontaba varios centenares de años, como corresponde a un buen colegio católico. La comitiva, formada por el inspector, el cura y cuatro escoltas, ahora enfilaba las escaleras hacia un patio exterior. El reverendo XX tuvo que parar a medio camino, mientras Alwyn, con paso saltarín, jugueteaba a ser el primero en alcanzar el área descampada. Una vez en la cima, echó un vistazo hacia abajo y observó con sorna a un sacerdote al que le bailaba el aliento.

—Debería esforzarse un poco más —le dijo. XX alargó el dedo y, con acento bolivariano, le contestó:
—Aquel que disfruta del mal ajeno está condenado a una eternidad en el infierno.

Una vez alcanzada la cima, el reverendo, tras recuperar el control de sus fuerzas, se dirigió al policía, brazos en jarra.

—¿Dónde estamos? —acertó a decir al fin. Alrededor del grupo había columpios y óxido por toda parte. Alwyn concentró su mirada en la del cura. Sus profundos ojos verdes miraban al reverendo, intentando adivinar lo que se cernía debajo.
—¿De verdad no lo sabe? —El sacerdote sintió una incomodidad ácida ante esa respuesta.
—No.
—Hace veinte años todo esto era un colegio. Ahora estamos en lo que era el patio de recreo.
—¿Dónde están los niños? —Esta vez la cara del inspector era de total incredulidad.
—Ya no hay niños, padre. Este colegio pertenecía a la Orden de las Escuelas Pías, de la cual usted forma parte. Ahora es una cárcel. —Mirando alrededor, luchando por respirar en sincronía, añadió—: Hace cuarenta años, el máximo responsable de esta institución secuestró y violó a una docena de niños de siete años.
—¿Y yo qué tengo que ver con eso?

Esta vez Alwyn soltó una ligera carcajada. El cura parecía aturdido y desorientado, ciertamente, pero aun así, en algún lugar recóndito de su mente, la culpa y el resentimiento, o tal vez los atisbos de la demencia, debieron de borrar los recuerdos más siniestros de un cuarto a oscuras.

—Usted era ese máximo responsable. —El sacerdote entrecerró los ojos. Le costaba digerir lo que acababa de oír.
—¿Es por eso que voy encadenado?
—Sí.

El frío les escupía en la cara y el viento silbaba en los columpios. Las cuentas del rosario tintineaban alrededor del cuello del clérigo, completando la percusión del escenario. Poco a poco, aquel edificio dejó de tener el ambiente tétrico de lo misterioso y pasó a adoptar la postura mansa de lo conocido.

—¿Por qué me ha traído hasta aquí? —preguntó el padre.
—¿De verdad no se acuerda de mí? —le dijo a modo de respuesta. La expresión del cura se desvaneció y fue remplazada por la palidez. Miró al inspector Alwyn y notó sus ojos esmeralda, ojos de profunda lucidez, que algún rincón de su memoria preservaba. Ojos verdes, saltarines y juguetones como las cuentas de su rosario, que se transformaban en la oscuridad, atormentados de lágrimas, suplicantes y desvencijados a pesar de su juventud.

Los escoltas rodearon al sacerdote y Alwyn, disfrutando del delicioso silencio, acercó su cara a la del cura hasta dejar entre ambas la distancia de un palmo.
—Tranquilo —le susurró—, le dejaremos intacto de cintura para arriba.

Comentarios (7):

José Torma

28/10/2014 a las 18:47

Que fuerte tematica. Muy dificil permanecer indiferente ante el maltrato infantil, venga de donde venga.

Si algo te puedo comentar en critica es el inicio, lo note debil y atropellado, no me podia conectar. La mayuscula en la palabra Hombre me hacia detenerme para ver el motivo del trato, no se si fue pifia o a proposito, ya me diras.

Justicia = venganza? creo que nos lo dejas para otro capitulo.

Felicidades.

Yiye

29/10/2014 a las 21:06

He tenido que leerlo dos veces, aunque no porque esté mal escrito, sino porque al ir desvelando datos poco a poco, la historia final no se parecía en nada a lo que estaba formando en mi cabeza. En un principio me imaginaba algo del estilo de un asesinato en el colegio y que el sacerdote estaba atendiendo la visita del inspector.

Releyéndolo creo que he sido yo quien ha estado muy ciego, pues se van soltando pequeños detalles que lo desvelan poco a poco, a mi parecer con la sutileza adecuada. Aun así, a mi también me parece extraño el dialogo inicial: una frase demasiado enigmática para empezar, ya que el lector aun no está ubicado y no sabe en boca de quien ponerla, ni con que tono o intención. Y la H mayúscula también me hizo detenerme un momento.

Dejando a un lado lo del inicio, el relato está bastante bien. Aborda un tema difícil pero muy explotable y el detalle de que el colegio y la prisión sean el mismo edificio y que el inspector sea uno de los niños hace pensar en algún tipo de justicia irónica mezclada, como ya te han señalado, con la venganza.

Iracunda Smith

29/10/2014 a las 22:01

Me ha gustado. Me ha hecho gracia el que los dos hayamos escrito sobre “educadores” que agreden a niños y de niños que una vez maduros se vengan.
La frase “Tranquilo —le susurró—, le dejaremos intacto de cintura para arriba.” me ha encantado. Yo optaría por unas tijeras de podar y sal en abundancia, pero igual es un poco “light”.
¡Nos leemos!

Sebas Cano

29/10/2014 a las 22:33

Sí, a ver, el tema del diálogo del principio: creo que está cada vez más claro que soy muy especialito al escribir. Escribo diferente, ni mejor ni peor. Y me gusta escribir diferente. Una de las manías que tengo es que no me gusta describir personajes, prefiero que se describan ellos mismos, y por eso casi siempre inicio mis relatos con un breve diálogo, a modo de autointroducción (excepto cuando por exigencias del propio texto uso otros recursos). Como dije en otra ocasión, al que le guste me alegro y al que no es muy libre de criticarme, pero no por eso voy a cambiar. También es verdad que me gusta llenar mis textos de detalles, pero eso ya es otro cantar. Gracias por los comentarios y ¡nos leemos!

PD: Iracunda, acabas de hacer honor a tu seudónimo 🙂

Aurora Losa

30/10/2014 a las 09:24

Me alegro de haber esperado todo el verano para reencontrarme contigo y con esto.
Creo que ya te lo dije en su momento, me gusta el estilo que tienes, envuelve, atrapa, y esta vez no es una excepción.
Has urdido una escena que plantea mil posibilidades y al final se trata de una venganza y de una denuncia sobre hechos pasados y ocultos que hoy aparecen en periódicos de todo el mundo.
Quería destacar el círculo que empieza en el verde del rosario y se cierra en el verde de los ojos de Alwyn. Exquisito, diría yo.
Lo que me rompe la magia es la sentencia final, comprensible, sí, pero a mi quizá me sobra.
Wellcome back, Sebas.

Sebas Cano

30/10/2014 a las 21:13

Es verdad, la última frase es una sentencia muy dura. Me puede el fanatismo, jeje.

Peter Walley

30/10/2014 a las 23:27

Hola Sebas,

A mí lo que más me ha gustado son algunas de las frases, como ‘el lugar era incómodo y lúgubre, como corresponde a un buen colegio’ :-). Me ha sorprendido, y al final sí que pega con el tono de la historia.

Haces bien en creer en ti mismo, si ya has alcanzado a tu estilo no lo dejes escapar.

Saludos, nos leemos.

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