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HORA DE CLASE - por DavidRubio
Web: http://elreinorobado.blogspot.com
Dña.Juana miró con desagrado el aula vacía.
—¿Dónde están los niños? —La anciana profesora enfatizó la pregunta con un golpe de su bastón en el suelo.
La joven vestida con sudadera y tejanos que la acompañaba guardó silencio, mientras miraba a un lado y otro del pasillo.
—Bien, parece que se han escondido —siguió diciendo—. Busquemos en el patio, Sonia.
Un cielo gris las recibió al salir. Dña.Juana alisó su bata de cuadros azul y, tras escrutar la zona de recreo, señaló con el cayado hacía la parte reservada a los más pequeños.
—Deben ocultarse en las casitas.
—¿No son demasiado estrechas? —respondió Sonia.
—¿Y dónde si no?
La anciana se apoyó en el brazo de la muchacha y cruzaron la pista de cemento que servía de campo de fútbol.
—¿Tienes frío? —preguntó Sonia apartando con el pie una pelota desinflada.
—No.
El patio de los pequeños estaba separado por una verja. En su interior se encontraban unas casitas de plástico cuyas paredes se habían descolorido; un par de toboganes, un columpio y, en una esquina, una pila de neumáticos. Por el suelo, desparramados, se esparcían un sinfín de juguetes: bolos, cubos, pelotas, combas, coches de juguete sin ruedas, muñecos destripados y alguna que otra tiza de color.
Sonia descorrió el pasador de la cancela; un chirrido oxidado sonó en el recinto.
—¡Shh!, creo que están en aquella, la de color rojo. —musitó Juana llevándose el dedo a los labios.
Apoyada en su bastón, avanzó por el patio. A poco de llegar a la casita se detuvo, y se volvió sonriente hacia la joven.
—¿Las oyes?
—¿El qué? —Sonia metió su mano en el bolsillo delantero de su sudadera y miró inquieta los huecos de las ventanas.
—Sus risitas, ¿qué va a ser? Hoy estás un poco despistada.
Como si de un juego del escondite se tratara, Juana abrió de golpe la portezuela de plástico, pero dentro no había más que un revoltijo de papeles y bolsas de plástico.
—Me equivoqué —dijo decepcionada— ¡Venga niños! ¡Ya no tiene gracia, salid de vuestro escondite!
Se levantó una suave brisa otoñal. Sonia miró el inicio del vaivén del columpio.
—Juana, ¿qué tal si volvemos? ¿No tienes hambre?
—¿Cómo puedes pensar en comer, ahora? Es hora de clase y los niños deberían estar practicando su caligrafía.
Comenzó a chispear. Sonia se cubrió la cabeza con la capucha y miró impaciente su reloj.
—¡Ya sé! ¡Quizás se han escondido en el lavabo! —exclamó de repente.
Con paso firme se dirigió al cuarto de baño que se encontraba bajo el porche, a la derecha de las escaleras de acceso a las aulas. Sonia la siguió resignada hasta la puerta y encendió un cigarrillo.
—¡Seguro que mañana los encontraremos! —dijo, tras unos minutos de espera, desde el umbral.
Como respuesta, solo escuchó unos sollozos. Tomó aire y entró.
—Vamos, cariño. La lluvia está apretando —consoló a la anciana echando la mano sobre su hombro.
—¿Por qué no están? ¿Por qué? —Juana se limpió las lágrimas— Seguro que se han perdido y su profesora no es capaz de encontrarlos.
—A lo mejor no han venido hoy.
—¡Eso no puede ser! ¡Es hora de clase! ¿En qué mundo los padres no llevarían a sus hijos al colegio?
La joven suspiró. De repente, unos hombres armados aparecieron por la entrada del patio. Sonia agarró la empuñadora de la pistola que escondía en el bolsillo de la sudadera.
—¡Sonia! ¡Mamá! ¡Somos nosotros!
—¡Joder, Pedro! ¡Qué susto me habéis dado! —exclamó la joven haciéndoles señas con el brazo.
Pedro se acercó con un fusil al hombro. Los otros dos hombres permanecieron vigilantes en la entrada.
—¡Tenemos que irnos! Parece que los Lobos van a hacer una incursión esta tarde.
—Hijo —dijo Dña. Juana—, los niños no han venido a clase.
El joven soldado miró a su madre: aquella mujer que un día decidió que la realidad era demasiado horrible como para vivir en ella.
—Seguro que mañana lo harán, mamá.
De vuelta a las escaleras, Sonia se acercó a Pedro:
—No está bien.
—¿El qué?
—Animar sus fantasías.
—¿Quién sabe? Tal vez un día, al llegar a clase, los niños estén sentados en los pupitres, esperando a su profesora.
—¡Por Dios! ¡Estamos en guerra! Eso no va a pasar.
Pedro le dio un beso en la frente.
—No me pidas que la acompañe más —siguió Sonia mientras la lluvia comenzaba a arreciar sobre el patio.
—Nunca lo he hecho.
Comentarios (14):
Aldo Brov
28/10/2014 a las 12:39
Hola David, lo primero que hice al ver los textos fue buscar este relato que me toco comentar, y efectivamente no habia duda que tenias experiencia escribiendo, se ve que estas bastante mas avanzado que muchos de nosotros, que recien empezamos con esto de la escritura. Perdon por ser tan complacente y no poder aportar mucho para la mejora. Nos leemos
forvetor
28/10/2014 a las 12:44
hola Maese David! te reencuentro después los meses de verano y veo que sigues tan en forma como siempre
me ha gustado sobretodo la conclusión y en particular la última frase. puede que la primera parte se me haya echo un poco larga, pero siendo la protagonista una mujer que vaga sin saber muy bien a dónde pues no está mal.
el diálogo funciona muy bien, yo evitaría cosas como “las de color rojo”, que en un diálogo funciona mejor “las rojas”, pero es por chinchar más que nada 😉
un abrazo, nos leemos!
Sergio Mesa / forvetor
http://miesquinadelring.com/
José Torma
28/10/2014 a las 17:21
Es dificil comentar el texto de una persona que uno respeta por sus opiniones sin caer en exceso de halagos, asi que no lo hare. La historia muy bien contada. Detalles tecnicos que a mi me saltaron fue el uso indiscriminado de Dña. Juana y Juana, no se la regla ni nada en que basar mi comentario mas que en el gusto que me deja leerlo. Una letra Doña. Pero yo que se. El tema de la guerra y la desaparicion de los niños me gusto mucho. La manera que la anciana elige enfrenar su realidad es totalmente creible.
Buen trabajo amigo.
Bego
29/10/2014 a las 18:41
Cuando leo relatos como el tuyo me doy cuenta de que esto me viene demasiado grande porque ¿que pega podría yo ponerle a este texto? Solo espero que tengáis paciencia con esta aprendiz…
Un saludo!
Roger/NHICAP
29/10/2014 a las 19:09
Hola David,
Me alegro encontrarte de nuevo por el taller.
Opino como Sergio, la primera parte se hace más larga y el tercio final del relato me pareció lo mejor, en especial ese imaginativo final.
Me parece un excelente relato, con buen empleo de los diálogos.
Felicidades
Un abrazo
Aurora Losa
30/10/2014 a las 11:58
Vaya, David, me has dejado exhausta. De una normalidad enternecedora al horror de una guerra y una mujer que decide recluirse en recuerdos felices.
Me encanta cómo nos has llevado de la mano por esta escena para golpearnos en el último segundo con la cruda realidad en que viven.
Enhorabuena.
lunaclara
30/10/2014 a las 12:04
Hola David!
Creo que tu relato da para varias continuaciones. Muy buena la idea de ir desvelando poco a poco la verdad de lo que sucede.
La primera frase, “¿Dónde están los niños?”, la pondría también entre exclamaciones, además de entre admiraciones, porque me imagino a Juana dando un golpe con el bastón en el suelo algo enfadada.
A mí también me ha sorprendido el final, no me esperaba lo de la guerra. Hasta que no lo desvelas, algunas frases anteriores me parecen un poco enigmáticas, no las entiendo del todo bien, como: “-Seguro que mañana los encontraremos… —A lo mejor no han venido hoy… —¡Eso no puede ser! ¡Es hora de clase! ¿En qué mundo los padres no llevarían a sus hijos al colegio?”.
Al terminar tu relato sentí cierta empatía con Dña Juana. Hay que seguir teniendo esperanza, aunque todo se vuelva negro.
Nos leemos!
Iracunda Smith
30/10/2014 a las 15:35
Me temía que sólo fuese un relato sobre una anciana profesora que había perdido la cabeza, pero es mucho más profundo.
Me quedé sorprendida cuando empezaron a aparecer armas. Un muy buen giro de los acontecimientos.
Yo también me apunto tu blog para seguir disfrutando de tus relatos 😀
Pato Menudencio
30/10/2014 a las 22:47
Hola David, me gustó mucho el relato.
Fue de menos a más. Coincido con el resto referente al principio.
La parte final es sobresaliente, crea la ilusión en medio de los horrores de la guerra.
Saludos.
Peter Walley
30/10/2014 a las 23:18
Hola David,
Me ha gustado más en una segunda lectura que la primera vez, entonces es cuando te das cuenta de todos los detalles en la relación con Sonia. Muy buena idea y muy bien escrito, dominas en lenguaje sin ningún problema.
Saludos, nos leemos.
Miranda
31/10/2014 a las 14:35
Hola David.
Has conseguido que me diera un escalofrío, cuando termine de leerlo. Me ha gustado mucho y me ha sorprendido el final, ya que cuando describías las cosas que estaban tiradas por el suelo, parecía más bien que estabas describiendo desorden, abandono, pero en ningún momento pensé en una guerra. Me sorprendió
Esta muy bien escrito, cada vez lo haces mejor.
Enhorabuena.
Gracias por pasarte por mi relato. Eres además el único que identificó la noticia como verdadera, a pesar de que incluí el nombre real, jeje.
Saludos, nos seguiremos leyendo
kelly J. Hernández
31/10/2014 a las 23:25
Un texto fiel a tu estilo. Se nota la cancha que tienes en esto, como decimos en Colombia.
Un gusto leerte.
Un abrazo
Chiripa
01/11/2014 a las 16:11
David, al leer tu comentario a mi relato “me cayó la locha” de qué era lo que no me gustaba del mismo. Demasiadas explicaciones innecesarias. Fíjate que hice unos cambio en mi versión original y BINGO, ahora si estoy contenta.
Gracias por tomarte tu tiempo y hacer las sugerencias.
Con respecto al tuyo, David, lo has contado muy bien, a puro diálogo. Me gustaron las descripciones de los cambios de temperatura desde el cielo gis, la brisa otoñal, la llovizna y, por último, la lluvia arreciando.
Pero lo que más me ha gustado ha sido el final: “—No me pidas que la acompañe más —siguió Sonia mientras la lluvia comenzaba a arreciar sobre el patio.
—Nunca lo he hecho.
Saludos
Wolfdux
05/11/2014 a las 12:54
Como ya te comenté en el blog. ¡Felicidades!