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El desvanecimiento. - por Andrés Sulbaran

—Muy bien niños, es hora de volver a clases, hagan una fila y vuelvan al salón en silencio —Dijo la joven profesora.

A los alumnos, quienes eran sólo infantes, se sintieron un poco desilusionados de que el descanso no durara un poco más pero cada uno comenzó a unirse en alguna de las dos filas formadas, una de niñas y otra de niños. Habían estado haciendo trabajos de dibujos durante el recreo por lo que cada uno tenía una hoja en su mano y mostraban sus dibujos con orgullo.

—Vayan entrando, yo recogeré los utensilios que dejaron regados en el patio y volveré al instante con ustedes —Y los niños hicieron caso sin chistar.

Y se quedó sola en el patio de recreo mientras la otra sección se preparaba para disfrutar del aire libre. A los pocos segundos la joven profesora, llamada María, se quedó sola en el patio recogiendo los lapices de colores y los dibujos olvidados por los niños, no escuchó el caminar de alguien a sus espaldas.

—¡Boo! —Dijo Andrea, otra joven maestra que se encargaba de la sección de niños que le tocaban ahora el patio de recreo.

—¡Dios! —Gritó María dejando caer algunos lapices de colores al suelo y dejando que varios dibujos se fueran volando y se volteó de manera drástica—, ¡Andrea, deja de hacer eso! —Su compañera de trabajo reía a carcajadas— ¡No te rías! ¿No ves que estaba ocupada?

—Lo siento ami —Decía Andrea entre carcajadas—, déjame ayudarte, pero admite que estuvo bueno, ¿Por qué siempre caes en las mismas bromas? —Se agachó para empezar a recoger los lapices de colores.

—Porque sufro de los nervios, siempre te doy la misma respuesta y siempre sigues haciendo lo mismo —María se encargó de buscar los dibujos que se habían ido volando a otros sitios del patio.

María escuchaba el bullicio de sus alumnos dentro de su salón, sólo necesitaban varios segundos donde ella no estuviera para armar alboroto pero la joven maestra ya estaba acostumbrada a ello por lo que, de forma tranquila y entre conversaciones nada relevantes con su compañera acerca del trabajo y el futuro, siguieron recogiendo las cosas de los niños.

— Por fin, aveces siento que cada día hacen más desastre que el día anterior —Dijo María acomodando las hojas de dibujos.

—Bueno —Respondió María sentándose sobre él—, los míos son bastante tranquilos son una adoración, excepto ese Timothy Greenlence, sus padres tendrán el dinero del mundo pero ese niño es el propio demonio encarnado, no deja de molestar a las niñas y hacer llorar a los demás.

Los gritos de los niños se hacían más más alborotados por lo que captó la atención de María.

—Tengo varios Timothy's Greenlence's amiga mía así que no pretendas que me sienta mejor por eso —El griterío de los niños se hizo más intenso por lo que le pidió a su amiga que le acompañara a imponer el orden y a llevar los otros utensilios.

Mientras se iban acercando las dos jóvenes maestras sintieron una ligera brisa que les heló la la espina dorsal e hizo que sus pieles se pusieran de gallina y de donde provenía el bullicio de los niños sólo emanaba un silencio. María y Andrea aumentaron el paso con una preocupación no fundamentada. Llegaron hasta la puerta del salón, María giró la manecilla y abrió el salón de clases…

Tuvo una explosión de pensamientos y sentimientos encontrados donde sólo prevalecía el miedo que con cada mili-segundo se transformaba en desesperación. De su garganta intentaban salir palabras y gritos pero todos se amontonaban tanto que formaba un nudo que no la dejaba hablar… Pero quien sí pudo hacerlo fue su compañera que dijo:

—¿Dónde están los niños?

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