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El Beso del Cisne - por Diego R.
Web: http://dguinstation.wordpress.com/
El circo es el teatro de los pobres, donde en lugar de lámparas de cristal y salas con paredes repletas de espejos hay asientos roídos por la carcoma y una lona por protección. Las embriagadoras fragancias que inundan el aire de Versalles no podrían competir con las heces que dejan los elefantes y leones. Marcel conocía muy bien esos olores, a los que se había acostumbrado después de tanto tiempo limpiando las jaulas de los animales y recogiendo los desperdicios tras cada espectáculo.
Durante la función de una noche como otra cualquiera, Marcel observaba los números que conocía ya de memoria: los payasos con sus monociclos y malabares, el domador de leones y los hombres capaces de escupir fuego por la boca como si fueran dragones. El final estaba dedicado al gran número del espectáculo: el Beso del Cisne. En esta acrobacia, dos trapecistas se suspendían de sus columpios únicamente sujetos por los pies. Con una extraordinaria sincronía, debían coincidir en el punto más alto de sus oscilaciones, arqueando sus cuerpos hasta que sus labios se tocaran. Nadie conocía mejor el número que la actual pareja de trapecistas: el apuesto Marius y la preciosa Estelle. El público enloqueció en el momento del beso, como sucedía cada vez. Y como cada vez, Marcel se imaginaba a él mismo en el trapecio recibiendo ese beso, anhelándolo…
―¿Quieres que hoy también deje el columpio desplegado, garçon? ―le preguntó su jefe en las tareas de limpieza, una vez acabado el espectáculo.
―Sí, gracias Monsieur Beaumont. Hoy también me quedaré a practicar ―contestó Marcel.
Se había convertido en costumbre que el viejo Beaumont permitiera a Marcel utilizar el columpio, siempre y cuando hubiera acabado ya con su trabajo de limpieza. Mientras Beaumont barría los papeles y las bolsas de cacahuetes de entre los asientos, Marcel practicaba algunos movimientos. Había ido ganando destreza con sorprendente rapidez, tanto que incluso se atrevía a practicar el Beso del Cisne. No era complicado si lo practicaba uno solo, porque la mayor dificultad estaba en la sincronización de la pareja. Él solo debía imaginar que en el otro columpio se encontraba su pareja mientras se balanceaban, y que en el momento adecuado, sus labios se encontraban. Había reproducido ese beso dos millones de veces: un millón por las que lo había visto en el espectáculo, y otro por las veces que lo había practicado él solo.
―Cada vez te sale mejor. Pero deberías probar con otro trapecista, ¿no crees?
Casi se cae de la sorpresa. Era la voz de Estelle, que lo observaba desde abajo. Marcel en el fondo sabía que en algún momento sería descubierto, pero no le disgustó que fuese por Estelle.
―Si quieres, puedes practicar conmigo. Y quién sabe, quizás el jefe te permita actuar alguna vez en un espectáculo con algo más de público ―le sugirió Estelle, dirigiendo una sonrisa a Monsieur Beaumont.
Así pasaron muchas horas durante muchas noches, practicando el Beso del Cisne, compartiendo emociones, sueños y deseos. Un día Estelle simplemente desapareció. Aquello fue un maravilloso regalo para Marcel, el mejor que le habían hecho jamás.
―¿Cómo que nadie ha visto a Estelle? ―repetía una y otra vez el jefe― ¡No podemos acabar sin el Beso del Cisne!
―Yo puedo hacerlo ―le interrumpió Marcel, con una valentía que él mismo no sabía que tenía―. He practicado el número muchas veces con Estelle y sé que puedo hacerlo.
―¿Tú? La gente espera a Marius y Estelle, son ellos los que aparecen el cartel. Además, no sé cómo reaccionarán cuando vean a dos hombres en el número que desean ver desde que entraron.
―¿Prefiere que se vayan sin ver a ninguno? ―añadió Marius.
La función estaba a punto de terminar. El resto de los circenses parecían no tener objeciones a la sustitución de Estelle. El poco tiempo que les quedaba y la opinión del grupo pudieron con cualquier autoridad que el jefe pudiera ejercer, y sucumbió a la resignación.
―¡De acuerdo! Pero si os abuchean será solo culpa vuestra. ¡No digáis luego que no lo advertí!
Y así fue como gracias a Estelle, que conocía sus deseos más profundos, Marcel repitió el número que había imaginado dos millones de veces. Pero esta vez el otro trapecista era un Marius de carne y hueso al que podía besar de verdad. Y aunque el jefe acertó en lo del abucheo, en el instante que duró el Beso del Cisne solo existían ellos dos, y todo fue perfecto.
Comentarios (10):
Ana Vera
27/05/2014 a las 15:50
¡Hola, Diego!
Yo soy una de las comentaristas de tu cuento, que por cierto me encantó, es un cuento precioso y muy bien escrito, enhorabuena.
¡Un abrazo!
Ana
Diego
27/05/2014 a las 17:05
¡Hola! Muchas gracias por tu comentario. La verdad es que he recibido buenos comentarios en general, así que estoy muy contento. Ha sido también una sorpresa porque es la primera vez que participio, así que gracias 😉
Por cierto, no sé si eres una de los comentaristas que tenía la duda (porque han sido dos, creo), pero mi intención era que Estelle se marchara a propósito, para que no quedara otro remedio a Marcel que actuar con Marius. De ahí lo de “compartiendo emociones, sueños y deseos”. Se supone que ella conocía las ganas de Marcel de hacer el número.
Pero es cierto que tendría que haber sido más claro, como que Estelle le dejara una nota o algo así. ¡Tampoco quería desvelar muy pronto que quisiera actuar en realidad con el chico!
Un saludo,
Diego.
Ana Vera
27/05/2014 a las 17:40
¡Ah, vale! ¡Yo llegué a pensar que la había asesinado para poder actuar! (qué mente más retorcida tengo…), pero igualmente me gusta tal y como me lo estás explicando ahora.
¡Un abrazo!
Aina Pons Triay
29/05/2014 a las 19:26
Diego ¡aquí viene mi venganza! Jejeje Es broma.
Primero, gracias por tu comentario. Cuanto más quisquilloso, mejor. Hay que decir las cosas sin miedo, así nos ayudamos los unos a los otros.
Me ha gustado el cuento, pero le falta definición al hecho de que Marcel realmente quería besar a Marius, pues parece que se “conforma” con poder actuar.
Pero aparte de eso, un relato precioso.
Enhorabuena.
Diego
29/05/2014 a las 19:44
Gracias por el comentario Aina. Es verdad que parece que solo quería actuar, pero el verdadero centro de todo es Marius, más que la actuación (o esa era mi intención). Tomo nota 😉
Un saludo.
Aurora Losa
01/06/2014 a las 14:40
Encantada con el giro final de la historia y la reivindicación que encierra. Un texto muy logrado y muy bien estructurado, especialmente cómo ocultas la realidad para que nuestro subconsciente habituado a las parejas de distinto sexo se vea traicionado por sus propios “prejucios”, creyendo a Stelle el anhelo de Marius.
Enhorabuena.
Escarlata
01/06/2014 a las 18:15
¡Hola Diego! ¿Qué tal?
Me ha encantado tu relato, pues creo que es una historia muy bonita, llena de sueños e ilusiones por parte de su protagonista.
El final es maravilloso y muestra ese anhelo de Marcel de poder besar a Marius. En definitiva, una historia estupenda.
Espero poder seguir leyéndote.
Un saludo y enhorabuena 😉
Diego
02/06/2014 a las 10:00
Gracias por los comentarios, esto me anima a seguir escribiendo.
Adella Brac
03/06/2014 a las 14:06
Totalmente de acuerdo con lo que dice Aurora Losa 🙂
Me creí tanto la pareja Estelle-Marcel que cuando desapareció pensé que había una errata 😀
Pero mucho mejor así, sin duda 🙂
Un saludo.
José Torma
10/06/2014 a las 18:57
Que tal Diego, tu relato es el numero 101 que leo, este mes me aplique y voy a comentarlos todos.
Te dire que asi a la ligera tu cuento me gusto. Yo me perdi un poco porque yo crei que su amor era Estelle, ya lo relei y no hay indicio nunca de que su amor fuera por Marius por quien suspiraba. Al igual que Adela, pense que habia sido un error cuando pones que desaparecio Estelle.
Muy bien contado.
Saludos