Caballos revoloteando con frenesí. Barcos, coches y naves. Tronos, calabazas o tazas. Todo girando en un mismo sentido, de la misma forma, siguiendo un círculo, una esfera que los obliga a la inmovilidad. No pueden correr, saltar ni voltearse más de lo que les permite ese giro con un mismo final, que es también el mismo principio.

Pero todo ello para él no tiene importancia, le gusta vivir en esa visión, le gusta tener su mirada en ese circo. Allí, su corazón se une también a ese mismo giro, ¿por qué correr, saltar o voltearse? Ese movimiento es lo que él ha buscado durante tanto tiempo, ese movimiento es lo que le da vida. ¿Para qué apartar la vista? Se pregunta. Vive con el miedo de pestañear, vive con el miedo de que ella pestañee.

Nunca ha sabido si acercarse a ese tiovivo por miedo a que se rompa la magia. Nunca ha sabido si darle un beso porque siempre le han dicho los demás que las personas, al besarse, si se quieren, cierran los ojos. Y él la quiere.