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Por amor y diamantes - por Julia María
Sofía contemplaba embelesada el idílico paisaje toscano a través de su ventanilla mientras el dulce aroma primaveral le impregnaba la piel y el espíritu.
Al llegar al final del camino el taxista torció a la derecha y el castillo apareció, majestuoso, ante su mirada atónita.
Aún no podía creer que Melanie fuese realmente a unir su vida a la de un millonario italiano y pasar de la jungla de Nueva York a este paraíso terrenal. Ella, la mujer que, desde que la conociera en Columbia años atrás, no había tenido empacho en vivir alegremente hiriendo sentimientos, rompiendo matrimonios y traicionando confianzas; la mujer de infancia rosa cuya vida de adulta había transcurrido despreocupada entre trajes Armani y perfumes de Chanel; la mujer que tan diestra era en vender placer, torcer voluntades y cambiar destinos.
Esa mujer hoy, finalmente, se casaba. Eso sí, se casaba por amor. Porque ella era una mujer de principios. Ya se lo había aclarado hacía tiempo a Sofía:
‒El día que me case lo haré por amor. La vida es muy corta para desperdiciarla con alguien a quien no quieres, por muchos diamantes que te regale.
Aunque sin duda, para Melanie, los diamantes eran parte integrante del amor. Y por amor y por diamantes se casaba hoy con Salvatore. Y con él viviría venturosos días y ardientes noches en este castillo de ensueño a un suspiro de Florencia.
¡Su historia superaba los cuentos de hada que Sofía había leído de pequeña!
Sofía no era presa del monstruo verde que roía a otras mujeres. Pero la injusticia siempre había perturbado su sueño y no podía dejar de sentir rabia al ver cómo un corazón egoísta e impenitente era premiado con tanta dicha. Y por ello abrigaba el secreto deseo de que esta historia al final no resultara tan ideal como se antojaba ante sus ojos.
Quizás Salvatore no fuera tan atractivo como parecía en las fotos que había visto de él en Facebook. Quizás tenía algún defecto del que ella no tenía constancia; cojeaba, tartamudeaba, o llevaba peluquín. Quizás era impotente o sufría de eyaculación precoz.
El taxi se aproximó a la verja del castillo. Todo estaba preparado para la ceremonia: el altar, las flores, los músicos, las sonrisas de alegría esparcidas por doquier. Entre las damas de honor Sofía reconoció a Michelle y Erica, amigas y cómplices de Melanie en sus fechorías sentimentales pasadas.
De pronto, regio, apareció Salvatore ante sus ojos dejándola sin respiración. Y comprobó que sus piernas de macho latino no vacilaban. Y que su pelo de azabache era, no le cabía duda, el mismísimo que la madre naturaleza, en su generosidad, le había otorgado. Luego abrió los labios y su voz penetrante la cortó el aliento por segunda vez.
Lo de la eyaculación precoz no la hubiera importado averiguarlo personalmente…
Cuando la orquesta empezó a llenar el aire con la Marcha Nupcial, Melanie, bella aun distando mucho de serlo, caminó hacia el altar emocionada para recibir el sacramento que tantas veces había pisoteado.
‒¿Aceptas a Melanie como tu esposa y prometes serle fiel en la salud y en la enfermedad, en la pobreza y en la riqueza, para amarla y respetarla todos los días de tu vida?
Salvatore miró a Melanie sin pronunciar palabra. Entonces sonó una voz inmisericorde:
‒Se acabó el juego.
Salvatore lanzó una última mirada, impasible, a Melanie; dio media vuelta y se alejó lentamente con los hombros erguidos de orgullo, como quien acaba de realizar una proeza singular.
Sofía creyó estar viviendo un sueño. Miró a su alrededor y las caras pasmadas que descubrió la convencieron de que ese sueño era una realidad.
Con los ojos fijos en Melanie, la señora de mediana edad que acababa de hablar se quitó las gafas de diseño y añadió:
‒Hace casi cinco años me robaste el compañero de mi juventud y con él arrancaste la mitad de mi corazón. Y al final, ¿para qué? Para deshacerte de él al poco tiempo, igual que se desecha un bolso pasado de moda.
Se hizo un silencio sepulcral que detuvo hasta al aire.
‒ Entonces me hice la promesa de no descansar hasta devolverte un poco de ese dolor. No me ha importado esperar ni emplear una pequeña parte de mi fortuna para conseguirlo. Sólo espero que en adelante te cuides de poner tus pies en jardines ajenos.
Esa noche Sofía durmió tranquila, arrullada por la satisfacción de haber sido testigo de un gran acto de justicia.
Comentarios (2):
Lagarto
29/04/2014 a las 13:42
Hola, Julia.
Tu relato se lee muy a gusto y es retorcido como la más retorcida de las telenovelas : )
Me pareció muy bien escrito y con un muy buen ritmo.
Felicidades y saludos.
Julia Maria
29/04/2014 a las 21:26
Hola Lagarto,
Muchas gracias por tu comentario. En un ratito leo tu relato.
Hasta pronto!
Julia María