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Una Intrusa En El Castillo - por Sofía Toledo+18

El autor/a de este texto es menor de edad

En una pequeña isla, apartada del terreno del reino, se encontraba un castillo. En el palacio vivía Elena, la hija del rey. Elena era la doncella más hermosa del reino, si no es que de todo el mundo. Ella misma había mandado a construir el castillo, por miedo a que alguien envidiara tanto su belleza, que la maldijera.
Elena vivía completamente sola en el castillo, a excepción de los sirvientes, que entraban durante las noches a hacer sus servicios y se iban en la madrugada, sin que la princesa los notara.
Durante el día, a Elena le gustaba pasear por los fríos y solitarios pasillos, adornados de espejos de diferentes tamaños que ella misma ordeno poner.
A Elena le gustaba ver su propio reflejo, a veces solo contemplaba su rostro pálido por horas. Le encantaba pasar los dedos lentamente por su tez, casi sin tocarla, como si esta estuviera hecha de un materia extremadamente frágil. A veces le gustaba escudriñar su rostro en los espejos, en busca de alguna mancha o arruga indeseada que pudiera afectar su belleza.
Un día, cuando Elena daba uno de sus acostumbrados recorridos por el castillo, se detuvo a contemplar su atuendo en un espejo de cuerpo completo. Mientras miraba su reflejo, vio pasar a alguien detrás de ella.
— ¿Quién está ahí?— preguntó furiosa.
La princesa siguió al intruso hasta uno de los cuartos. Se quedo helada cuando supo de quien se trataba.
Una muchacha mucho más joven y, anqué le doliera admitirlo, mucho más bella que ella, estaba parada en medio del lugar, sonriéndole.
— ¿Quién eres?—susurró Elena, aterrada.
La joven comenzó a correr.
La princesa intentó seguirla, pero pisó el dobladillo del vestido y tropezó. Se levantó de inmediato en busca de un espejo para comprobar si había algún daño. No lo había, pero su cara, su cara estaba marcada por el terror.
Los días siguientes la princesa ya no daba sus recorridos por el castillo. Ya no le dedicaba tanto tiempo a su reflejo, pues cada vez que se detenía a admirarse, podía ver a la joven justo detrás de ella.
Las noches siguientes también fueron fatales: Elena no conseguía dormir, porque, cada vez que cerraba los ojos, veía el hermoso rostro de la joven y, cuando los abría, veía a la joven para a pocos metros de ella.
Las noches de insomnio no solo la dejaron cansada, sino que dibujaron unas manchas oscuras bajo sus ojos, los cuales dejaron de ser luminosos, dejaron de ser perfectos… Elena había dejado de ser hermosa.
Cierta mañana, la princesa, una vez más, estaba frente a un espejo. Ahora no era su reflejo lo que veía, sino detrás de ella, buscando a la joven.
Elena caminaba despacio por los pasillos, atenta a cada espejo, a cada rincón. Cuando la princesa estaba doblando la esquina de un pasillo, vio a la joven: estaba parada de cara a Elena, presumiendo su belleza. La princesa no lo pensó dos veces para tras ella.
Elena siguió a la joven hasta un cuarto que ella misma había olvidado que existía ya que no se podía llegar ahí fácilmente. Era un cuarto circular, completamente cubierto de relucientes espejos, desde el techo hasta el piso.
Elena estaba confundida, pues veía su reflejo y el de la joven, multiplicados por mil. La princesa se quedo congelada a mitad de la habitación, mientras que la hermosa joven no paraba de moverse. Elena no distinguía entre el reflejo y la verdadera.
Finalmente, cuando la joven dejó de moverse, Elena se lanzó contra ella.
— ¡Se acabó el juego!—gritó la princesa con tanta furia que su voz se quebró.
Para desgracia de la princesa, la joven esquivó su ataque, haciendo que Elena se estrellara contra el reluciente espejo. Éste se rompió en miles de brillantes pedazos, incrustándosele fragmentos en el cuerpo y el hermoso rostro.
La princesa Elena seguía vivía cuando cayó al suelo. No tardó en teñir todo de carmesí, con la sangre que brotaba de sus heridas.
Mientras se desangraba, Elena comprendió que no existió aquella hermosa joven, era un producto de su vanidosa y obsesionada mente.
Elena murió boca arriba, viendo su rostro deformado en el techo de cristal.
Nadie encontró su desfigurado cuerpo. La fría Elena permaneció en una tumba de espejos, viendo como se consumía lo que más amó.
Pero una idea consoló a la princesa durante sus últimos minutos en este mundo: si aquella mujer nunca existió, Elena aún era la mujer más bella del reino.

Comentarios (8):

Félix

28/04/2014 a las 17:34

Por manido que sea el tema, resulta original la forma de afrontarlo, maxime teniendo en cuenta que la autora es una menor, el relato es dinamico y preciso, sin perderse en vericuetos ajenos a la finalidad del contenido, va al grano, como se suele decir, y tiene una lectura agradable. Muy bueno el final, un giro, casi un bucle de la personalidad enfermiza de la protagonista

Lagarto

28/04/2014 a las 21:11

Con tanto espejo se hizo al final un lio la mujer. Paranoico al principio y macabro al final. Me gusta ; )
Creo que en un par de partes te comiste alguna palabra, por lo demás está muy chulo. Buen ritmo.
Un saludo.

José Torma

29/04/2014 a las 00:15

He tenido que buscar que quiere decir “manido” y se me hace fuerte la palabra. La historia en si es una reinterpretacion de la bruja de Blanca Nieves (esa sensacion me dejo durante la lectura) tiene mucho potencial pero si requiere trabajo.

Nos presentas a la protagonista y nos dices su nombre.. no se deje de contar en 5, lo cual hace cansada la lectura ya que no es necesario que la sigas nombrando al ser solo ella la que habita la historia.

Tiene cosas que me gustaron y otras no tanto, pero igual te felicito.

Denise (ex Cibeles)

29/04/2014 a las 00:39

Estoy de acuerdo con Lagarto, me gustó mucho

Adella Brac

29/04/2014 a las 18:39

Corregiría algún pequeño defecto de forma; lo que apunta José Torma de repetir el nombre, por ejemplo.
Por lo demás, me encanta; una idea bonita bien contada.
¡Enhorabuena! 🙂

Diego Djabwa

29/04/2014 a las 18:48

Creo que es la segunda vez que coincido con José Torma hoy. Según leía el cuento (eso es lo que creo que es) veía a la bruja de Blancanieves.

Creo que cumple perfectamente su función. Me ha gustado mucho.
¡Felicidades!

Aurora Losa

03/05/2014 a las 16:14

Enhorabuena por un relato que tiene una pequeña lección a aprender.
Normalmente a las princesas las encerraban, no se encerraban solas, y esta es la primera sorpresa de tu relato.
El final es, sin duda, demoledor y edificante, toda una moraleja muy bien construida a través del texto que la precede.
Pero deberías poner más cuidado en la repetición de las palabras, es un ejercicio de calidad y esas reiteraciones restan fluidez a la lectura, como si fueran pequeños baches.
Ánimo y a seguir mejorando.

Luis del Moral Martínez

21/05/2014 a las 21:59

Muy bien narrado este relato. He de añadir que no me esperaba este final. Como dice Aurora, una moraleja muy interesante. Me ha encantado dado que además eres menor de edad. Eres toda una promesa, así que mucho ánimo y seguimos leyéndonos.

Pásate cuando puedas por el mío y me dices qué te parece. Es el número 31. Os dejo también la dirección de mi blog, donde tengo más relatos publicados (solo me he presentado a las 3 ediciones de estos últimos meses y aquí apenas he publicado).

http://www.luisdelmoral.es

Un abrazo.
Luis.

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