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EXTRAVIADO - por Brillo De Luna

EXTRAVIADO

Cansado de recorrer las calles de piedras milenarias con casas antiguas dispuestas a cada lado como fieles testigos de la historia, me senté en la banca de un parque a contemplar desde allí la suntuosa cúpula de la catedral.
El parque estaba muy concurrido, la mayoría de quienes estaban allí eran hombres de edad avanzada, vestidos con elegancia aunque sujetos a una moda de antaño. Era el “Parque de los Jubilados” según mi panfleto turístico. Algunos conversaban entres sí dando la impresión de que el tema era trascendente, otros simplemente leían el periódico con pasividad.

Siempre tuve el deseo de recorrer el mundo antes de enfilar las listas de empleados de tal o cual empresa. Con un título en diseño recientemente alcanzado, decidí empezar mi recorrido por América Latina y así nutrirme de sus paisajes y arquitectura, de su gente y sus costumbres.

Frente a mí, sentada en una banca de piedra, una mujer entrada en años tejía apaciblemente. Llamó mi atención cuando repentinamente se levantó de su asiento y miraba a su alrededor con ojos desesperados, como si buscara o esperara a alguien. Luego de mirar angustiada en varias direcciones se sentó nuevamente y continuó tejiendo. No bien hubo pasado unos cinco minutos se levantó y volvió a hacer lo mismo. La observé por un lago rato en el cual su rutina sincronizada se repitió por tres ocasiones más. De pronto, un anciano que se había sentado junto a mí, me dijo:
―Está loca, viene aquí todas las tarde y siempre hace lo mismo, luego se aburre y se va.

En realidad a juzgar por su apariencia no se veía como una loca, pero su comportamiento sí que era muy extraño. Tenía el pelo canoso recogido hacia atrás, su vestimenta se veía vieja pero aseada y sus ojos demostraban una perturbadora soledad. La siguiente vez que se levantó, se le cayó el ovillo de lana y éste rodó hasta mis pies; la mujer no parecía haberse dado cuenta de ello entonces me agaché a recogerlo y me acerqué.
―Esto es suyo ―le dije.
Ella volteó a mirarme como si de pronto la hubiera despertado de un profundo sueño, y tomando el ovillo sonrió tímidamente.
―¿A quién espera? ―le pregunté.
―A mi hijo ―dijo suspirando―, fue a comprar helados y todavía no ha regresado. Se llama Ricardo, es un niño muy travieso, sabe, siempre se esconde y me da unos sustos terribles.

Pensé que quizás el anciano tenía razón, sí estaba loca.
―¿Quiere conocerlo? ―me dijo mientras sacaba de su bolso una fotografía arrugada¬ y me la entregó.
Sentí en leve mareo, debía tratarse de un error, ese niño no podía ser su hijo porque era mi rostro, una fotografía similar tenía mi madre en casa sobre la mesita junto a su cama. Entonces junto a ella observé un periódico de hojas amarillentas que había sido impreso hace muchos años, la misma imagen de la fotografía se mostraba en una de sus páginas bajo el horrible título de “Extraviado”.
De pronto, varias escenas de mis pesadillas volvieron a mi mente: yo solo. Yo llorando en la obscuridad. Yo en lugares desconocidos. Yo adolorido y, finalmente la voz de mi padre llamándome por mi nombre: “Richaaaard…” y los brazos de mi madre extendidos hacia mí. Sí, esos padres que a pesar de tener ojos y cabello de color distinto a los míos me habían abrazado siempre.
Sentí náuseas, sudaba frío. Esa mujer buscaba a su hijo y yo una respuesta.
Entonces respiré profundo, traté de tranquilizarme y fui a comprar un par de helados.

Comentarios (2):

tyess

31/03/2014 a las 18:02

Me gusta la decisión que toma al final.

Brillo De Luna

29/05/2014 a las 15:05

Y es un caso tan comun en estos días!

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