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El viejo - por EduardoPiero

Bajo la cálida luz artificial del parque K., el Sr. P. evocaba los momentos más gratos de su juventud. levaba puesto de una chompa azul y pantalones negros, calzaba unos viejos zapatos negros de ligeramente empolvados. Sobre su aspecto físico diré que su contextura era delgada y de estatura alta. Tenía entre las manos un viejo periódico que leía con cierto placer. Yacía sentado desde muy temprano y en la misma banca de siempre. Diez solemnes campanadas anunciaban lo tarde de la noche. El vaivén de los vientos enfriaba la atmósfera y las gentes aligeraban el paso hacia sus casas. El anciano, sí, el Sr. P. era ya un anciano. Su cabello era cenizo y lacio, y su rostro, bueno, recordaré lo mejor que pueda: Tenía el rostro enjuto con los pómulos ligeramente sobresalientes, de frente medianamente amplia. Su ojos eran rasgados casi como de un asiático, sobre ellos se dibujaban dos hermosas cejas negras, largas y ensanchadas al terminar su recorrido, esta disposición unido a su mirada, connotaba cierta profundidad de pensamiento, al menos en apariencia. Bajo el reinado de la noche, el Sr. P de cuando en cuando se atrevía a dar un bocado a su empanada mientras mantenía su vista en la gente. De joven era muy vital pero ahora todo había cambiado. El peso de su ancianidad le había enervado las energías y la imaginación. En el pasado fue un esforzado escritor más ahora solo vivía del recuerdo. Un recuerdo que con mayor frecuencia se desvirtuaba y se metamorfoseaba en alucinación, consolándose con el juego de modificar a su conveniencia algunos pasajes grabados en su memoria desde hacía muchos años.
Llevaba consigo un periódico muy antiguo, como dije al inicio, era un ejemplar de hacía cuarenta y tres años, el mismo estaba ya fuera de circulación. Siempre llevaba a todas partes este periódico, doblado y oculto entre las páginas de un cuaderno lleno de trazos y dibujos. El viejo guardaba un gran afecto a ese periódico, a ese ejemplar, o mejor dicho a la estrecha columna de la penúltima página donde se lee un corto articulo bajo el título \"#Séquedeviejoseréfelizporque\", un título sugerente en aquella época del boom de las redes sociales virtuales y novedosos recursos como el hashtag, en la década de 2010. El Sr. P,era un soñador y su gran interés era sembrar en las personas la semilla del interés por las cosas intelectuales, actividad que le demandaba mucha energía. Le satisfacía plenamente enseñar lo que iba aprendiendo o enterándose pero al mismo tiempo, y esto lo hacía con mayor satisfacción, le gustaba sembrar dudas en cada cosa que iba enseñando a sus semejantes.
Pero el curso de la vida a cuyo inexorable paso del tiempo nadie puede resistir, salvo personajes excepcionales, como Dorian Gray, por citar a uno, ahora con sesenta y cuatro años encima, su destino, era muy diferente a como él lo había imaginado en aquel artículo. Su destino, ya hora lo reconozco, se convirtió en una situación penosa si lo vemos en retrospectiva, pero eso se hablará en otro relato. El punto es que el Sr. P, aún vive, cada día un poco más triste, a veces creo verle sollozar. A veces me siento a su lado para arrancarle una palabra o un gesto, pero él permanece inmutable, ensimismado, ajeno al mundo exterior, pero eso no me importaba, pese a su trato un tanto displicente. A decir la verdad, quería a este anciano, antes en su lucidez y ahora también en su eclipsación progresiva. Él no me recuerda ahora, pero me consuelo con su presencia. Mi maestro, quien me enseñó las técnicas de la narración ahora yace olvidado para todos, pero no para mi.

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