Literautas - Tu escuela de escritura

<< Volver a la lista de textos

¿Para qué sirven los parques infantiles? - por Jose Ramon

Siempre pensé que un momento así transcurriría en una oscura y ventosa tarde de otoño, con el cielo gris amenazando lluvia, pero no, era mediodía de uno de los días más calurosos del verano. El parque infantil estaba desierto. Sabia que, de una u otra forma, mis pasos me traerían aquí, y así fué. Traté de acomodarme como pude bajo la sombra del único árbol que había en el parque. Bajo sus hojas la temperatura era más agradable, así que me senté en el suelo, sobre un periódico atrasado que había allí. Apoyé la espalda en el tronco y cerré los ojos.

El parque infantil ya no era el parque infantil que conocimos. Si, seguía habiendo columpios y un tobogán, pero no eran nuestros columpios ni nuestro tobogán. Son columpios para niños de ciudad que vienen los fines de semana y juegan a las videoconsolas. Son columpios enclenques que no hubieran aguantado ni uno solo de los asaltos, batallas, abordajes, conquistas y viajes que tuvieron lugar en aquel mismo parque infantil, hace ya unos cuantos años.

Formábamos una banda terrible, Mario, Salva, Javi y Quiquín, que según tengo entendido hoy dia es Don Enrique, notario nada menos. ¡Quien se lo iba a decir a Quiquín! Con lo liante que era cuando éramos pequeños. Pintasen como pintasen las cosas, Quiquín acababa saliéndose con la suya y siempre terminábamos jugando a lo que el quería.

Recuerdo todas y cada una de las caídas que he tenido en este parque. Ahí justo debajo de los columpios me deje una rodilla completamente pelada por intentar saltar más lejos que nadie. El mejor era Mario. Parecía que había nacido sin miedo en el cuerpo y nunca pensaba las cosas dos veces. Cogía todo el impulso que podía balanceando el columpio y se soltaba en un vuelo estratosférico, para aterrizar unos metros mas allá del columpio. Se levantaba y se sacudía el polvo del pantalón como diciendo “Ahí queda eso, el que pueda superarlo que lo intente”. Esa tarde lo intenté y además del golpe en la rodilla me llevé un bue par de bofetadas de mi madre.

Ahora el parque se me hace mucho mas pequeño a pesar de que no han variado sus dimensiones. Ahora me bastarían unas zancadas para recorrerlo de lado a lado. En aquella época era lo suficientemente grande como para mantenernos corriendo unas cuantas horas. Si no querías jugar con los demás o te enfadabas con alguno de los chicos, bastaba con marcharse al otro extremo. Al exilio, allá, bien lejos, para que todo el mundo viera que estabas enfadado.

Era imposible que no recordase hoy a Mario. Inquieto como un rabo de lagartija. Ha sido inevitable que me viniera a la memoria aquella tarde en la que sólo alcanzamos a oir “!Escuchad, escuchad! ¡Me queréis hacer caso!”. Aquella extraña inflexión en la última palabra. Todos miramos hacia la pequeña baranda metálica que apenas hacia las funciones de respaldo para los que se sentaban en el poyo de piedra y que separaba el parque de la calle de abajo, cuatro o cinco metros por debajo del nivel del parque. Solo alcanzamos a ver los pies de Mario en el aire. Todos sentimos como el tiempo se detenía y todo se sucedía despacio para que no perdiéramos detalle, pero sin posibilidad de de evitarlo. Salimos corriendo hacia la baranda y vimos a Mario en el suelo, en una postura imposible. Ninguno de nosotros lloramos. Sólo nos mirábamos como si hubiéramos visto algo que los niños no deben ver.

Pasó mucho tiempo hasta que volvimos al parque infantil. De golpe, mientras Mario caía por la baranda, dejamos de ser niños. Creo que solo volvimos al parque infantil alguna noche, a escondidas, a fumar un cigarrillo.

Nunca me lo hubiera imaginado cuando, esta mañana, oí las campanas tocar a muerto. “Es un hombre” me gritó mi mujer desde la cocina. Si, es un hombre. Después, en el mercado me enteré de que te había dado un infarto y habías caído de forma fulminante, como Mario.

Por eso no he podido evitar venir aquí después de despedirte en el cementerio, este es el único sitio donde podríamos volver a reunirnos todos. Esperaba encontrarme a alguno de los demás, no es tarde, quizá dentro de un rato aparezca alguno.

La gente no sabe que los parques infantiles son para llorar a los niños que se marchan antes de tiempo.

Comentarios (12):

Vicente Pacheco Gallego

28/03/2014 a las 15:22

Un relato muy bueno Jose Ramon, contando una historia de principio a fin que te mantiene enganchado y que, sin duda, te hace volver a aquellos tiempos en que una vez nosotros también fuimos niños que jugábamos en un parque donde los niños de hoy en día apenas juegan.

Me queda una duda, que lo mismo es algo que no he entendido bien, entono el “mea culpa”, pero creo que no mencionas con quien compartes el texto, si dejas la frase: “Después, en el mercado me enteré de que te había dado un infarto y habías caído de forma fulminante, como Mario.” Pero no encuentro la referencia hacia otro personaje.

Te apunto un pequeño lapsus: “bue par de bofetadas”, se escapó una n al final de bue

José Torma

28/03/2014 a las 19:18

¡MAESTRO! asi con mayusculas. Me llevaste por un paseo por la linea de la memoria que me recordo mi propia infancia, a mi amigo que se nos murio al ir corriendo por el campo de futbol (infarto nos dijeron) la incredulidad de ver que no se movia.
El regresar a la casa en la que vivi mis primeros 3 años y darme cuenta que la barda que brincabamos como si fuera una montaña no me llegaba ahora ni a la cintura, el callejon aquel “prohibido” porque habia una palmera al final y ahi habia muchos bichos, alacranes, viudas negras que igual escalabamos como los intrepidos aventureros que eramos.

Muy bien escrito, no le encontre fallo alguno y ahora me tienes en este camino añorando el tiempo que fue y en el que la maxima felicidad consistia en llegar el primero a la barda y el mayor miedo era que te pusieran un “chanclazo” por no llegar a tiempo a la cena.

Muchas gracias y felicidades!

Abbey

30/03/2014 a las 18:55

Hola. Te devuelvo la visita.
Un relato muy emotivo. Has conseguido darme un pellizquito en el corazón. Muy bien narrado, sin ornamentos ni florituras y directo al corazón (otra vez). Deja un tinte de melancolía al recordar una infancia, que en la mayoría de los casos, ha transcurrido entre columpios.
Como apunta Vicente no queda claro quien es el fallecido, pero entiendo que por descarte tiene que ser Salva o Javi. Tampoco es necesario para la historia.
Buen trabajo. Nos vemos el mes próximo.

Servio Flores

31/03/2014 a las 03:18

Que buen relato!
Apuntaría las fallas ya mencionadas, por lo demás con un poquito de esmero queda un buen cuento.
Felicidades José Ramón.

Aurora Losa

01/04/2014 a las 10:53

Un relato precioso, me encanta lo que cuentas, esa mirada de niño perdida en los ojos de un adulto, ese reencuentro con un pasado adulto vivido de niño. Supongo, más bien deduzco, que el del infarto es otro de sus compañeros de infancia.
El título no podía estar mejor elegido, y la reflexión final me pareció una guinda inmejorable.
Enhorabuena.
Sólo una cosita que creo ya te he dicho con anterioridad: Ojo con tildes y gazapos.

Pato Menudencio

01/04/2014 a las 21:57

Nostalgia en su estado puro.
Me recordó un poco a “the body” de Stephen King
Saludos.

forvetor

01/04/2014 a las 22:03

chapó. la pérdida de la inocencia es uno de los temas que más me conmueve, a mi también has conseguido darme ese pellizco en el corazón. felicidades, estos cuentos son los que realmente valoro.

un abrazo, nos leemos!
Sergio Mesa / forvetor
http://miesquinadelring.com/

tyess

02/04/2014 a las 17:06

La conclusión no me convence, pero la historia definitivamente me conmueve.

Kangreja

02/04/2014 a las 23:54

Leer esto con una gran tormenta de fondo lo hace aun más emocionante. Muy fluido, delicado, interesante. La frase La gente no sabe que los parques infantiles son para llorar a los niños que se marchan antes de tiempo. Me ha encantado. Felicitaciones!

OrianaB

04/04/2014 a las 13:36

¡Que emotivo! Sin duda, has hecho un gran trabajo. Los recuerdos, los detalles y las descripciones están muy bien logrados.
El final me rompe el corazón pero me encanta.
Muy buen trabajo.
Saludos.

Ada Lenanos G. P.

06/04/2014 a las 08:11

Siempre me ha llamado la atención aquellos relatos que aparte de contar una historia, también intentan despejar una incógnita. Plantear así el relato es una apuesta muy inteligente, pues con ello apelas a la curiosidad del lector.
Esta historia es un hermoso canto a la inocencia, tema que en la Literatura siempre ha sido fuente de inspiración.
¡Felicidades por un excelente trabajo!

Saludos de Ada.

Chiripa

12/04/2014 a las 02:06

Oye, José Ramón, que rico leer tu relato.
Con tu excelente narrativa me transportaste a mi infancia, cuando veía lomas como montañas y charcos como lagos.
El cierre fue “el broche de oro” Esa afirmación final me flipó
Me he quedado con la duda de si fue Javi o fue Salva el que falleció infartado. O quizás eso no importa, verdad?
Enhorabuena JR y suerte este mes

Deja un comentario:

Tu dirección de correo no se publicará. Los campos obligatorios aparecen marcados *