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Golpes de mar - por fernando Sanz Félez
Web: http://dosmildiasconjulia.blogspot.com.es/
Me gusta pasear por mi barrio. Pasear cada mañana por aquellas calles estrechas de paredes desconchadas por el salitre, en las que se tienden sábanas blancas de pared a pared como redes para recoger el sol. Me gustan los balcones. Tan cerca están unos de otros que casi se puede estrechar la mano del vecino y mantener una charla al atardecer en verano. Me gusta callejear sin rumbo hasta llegar al pequeño parque adornado con piedras en el suelo. Un pozo domina su centro y tres bancos de hierro se acomodan a la sombra morada de las glicinias. Allí me sentaba cada mañana y me dejaba llevar por las voces destempladas de las mujeres tras las ventanas y los vendedores ambulantes que pregonan sus mercancías a gritos. Me sentaba y esperaba pacientemente a que Marcela terminara de servir. Trabajaba en la cocina del único bar alejado del puerto en el que se podía comer por una miseria un plato de sardinas a la plancha acompañadas de un vino peleón y una sopa aguada de puerros con patatas. Cada mañana salía a la plaza con el periódico del día anterior bajo el brazo. Ella lo guardaba para mí y yo lo leía sólo por verla unos instantes.
—Aquí tiene, Don Sebastián —se sentó sonriendo a mi lado aquella mañana—. No se puede imaginar qué calor hace ahí dentro —se abanicó con la mano.
Observé su generoso escote por el rabillo del ojo y sonreí mientras abría el periódico de par en par.
—Sí. Hoy hace calor —me sumergí en las primeras páginas—. ¿Qué, cómo va hoy? ¿Muchos clientes?
—Qué va. Los parroquianos de siempre. Por cierto, ¿sabe que el Manuel no volvió anoche? Vaya desgracia más grande.
—¿Manuel? ¿El de la calle alta? —Marcela afirmó con la cabeza—. Bah —me encogí de hombros. Mis ojos iban indistintamente de sus ojos a su escote y a los labios—. No pasa nada. Volverá.
—Me temo que no. No va a volver— negó con la cabeza.
—¿Por qué, mujer? ¿Qué te hace pensar que se haya hundido? Se le habrá roto el motor. Seguro que hoy mismo aparecerá por el muelle.
—Ya le digo yo que no. Ha naufragado. Lo sé. Se lo digo yo. Mire que lo he soñado —se llevó la mano al pecho—. Bueno, lo soñé hace algunos días, pero no se lo dije a nadie.
—Pues menuda desgracia. En cualquier caso no se lo habrás dicho a la María.
—Claro que no —abrió lo ojos con sorpresa—. ¿Por quién me toma? La he visto esta mañana corriendo al muelle con los niños. Tenía una cara de susto —murmuró para sí misma. Yo afirmé con la cabeza—. Pero, bueno, oiga, que a lo mejor estoy equivocada —sonrió de nuevo y se levantó del banco—. Me vuelvo que se me va a revolucionar la parroquia. Hala —se alisó la falda con las manos y se encaminó de nuevo hacia el bar—, a seguir bien, Don Sebastián. Cuídese y hasta mañana.
Me despedí con la cabeza y observé como se alejaban aquellas caderas ondulándose como golpes de mar. Suspiré con resignación. Aunque me apetecía esperar por si la veía fugazmente de nuevo, me levanté. Tenía cosas importantes que hacer. Me incorporé lentamente, con dolor de huesos. No deseaba rehacer el camino. En aquel momento era consciente de que aquellas calles, que por la mañana siempre me parecían bohemias y preparadas para acoger el arte y las vanguardias, en realidad sólo albergan humedad, miseria y enfermedades respiratorias. Sabía por experiencia que los lienzos blancos tendidos al sol de balcón a balcón en verdad más que lienzos preparados para el pincel son mortajas de marineros.
Desanduve el camino cabizbajo con el periódico atrasado bajo el brazo. Saludé con un gesto a los pocos vecinos que me crucé. Al final de la calle estaba la pequeña entrada del lateral de la nave. Era una puerta de madera perfectamente ajustada a un arco de medio punto. Saqué la llave de hierro y la introduje en la cerradura. Me detuve un instante antes de abrir la puerta. Repasé la figura de Marcela. Su pelo negro, sus ojos, sus labios, sus pechos y sus caderas. Su sonrisa. Me imaginé nadando entre sus piernas y me estremecí. También pensé en Manuel y en María la larga, su mujer. Y en sus hijos. Abrí la puerta y me santigüé. Debía avisar al monaguillo para llamar a misa. Esa mañana tenía mucho por lo que rezar.
Comentarios (13):
fernando sanz félez
29/03/2014 a las 14:46
Quiero agradecer a los “críticos” del texto sus valoraciones. Alguna de ellas creo que exagerada. De verdad muchas gracias. También quiero comentar que, en efecto, quizás haya algún error en los tiempos verbales. La mandé demasiado pronto. Ya se sabe que las prisas no son buenas consejeras. Este podría ser un ejemplo. En cuanto al comentario que reclamaba que algo debe ocurrir en la historia, he de decir que discrepo. En muchísimas obras así sucede, en efecto. Sin embargo, algunas de las más bellas historias que he leído se caracterizan porque no ocurre nada. Quizás la obra más paradigmática que he leído con esa base sea “El desierto de los tártaros”. Lo recomiendo vivamente. No ocurre nada pero no se puede dejar de leer. También, por supuesto los cuentos de Raymond Carver o los de Chejov. No pretendo compararme con ellos (por Dios, eso sería una herejía. Aunque, la verdad, más me gustaría), simplemente quiero decir que las historias sin historia están ahí. Y algunas son muy grandes.
En cualquier caso gracias a los tres por vuestros amables comentarios. Un saludo.
Marazul
29/03/2014 a las 22:56
Fernando, tu relato es fresco y optimista lo he leído con mucho placer. Además eso de que no pasa nada……..pasan muchísimas cosas en ese pueblo de pescadores. El final muy conseguido pues se entiende que Don Sebastian es el cura. Me ha recordado por un momento a ” la hija de Ryan” una película clásica y que he visto más de cinco veces. Me encanta tu estilo. Un saludo
Maureen
30/03/2014 a las 11:41
Vaya, a mí optimista precisamente no me ha resultado. En los pueblos de marineros hay siempre esa tristeza latente por los que salen al mar. Demasiadas muertes, ¿verdad?
Y a mí sí me parece que pasan cosas en el texto: vemos que el cura del pueblo tiene debilidades humanas, como todo el mundo; también sabemos que el marinero Manuel ha desaparecido en el mar e intuimos la desesperación de su mujer…
A mí me ha gustado mucho el relato, Fernando, y me parece que está muy bien escrito. Ya me gustaría a mí saber describir los lugares de esa forma. Consigues tanto que me los imagine de manera visual como que me haga idea de su atmósfera particular.
Felicidades.
José Torma
31/03/2014 a las 19:32
Buen relato, aparentemente no pasa nada pero como te comenta Marazul, lo que pasa es el contexto y la vida alrededor de ese viejillo lujurioso que viene a ser el Cura!!! a mi me sorprendio y me agrado mucho.
Felicidades.
Eva
31/03/2014 a las 21:43
Enhorabuena. Está magníficamente escrito. A pinceladas has sabido describir la vida de todo un pueblo junto con las debilidades humanas privadas. Me ha gustado mucho 🙂
Chiripa
01/04/2014 a las 07:00
Fernando, Genial!!!
Me ha gustado que muchas de las palabra utilizadas en las descripciones son del lenguaje del mar, la nave de la iglesia, las sábanas como redes, golpes de mar, nadando entre…
Me sorprendiste con el final, Don Sebas es un sacerdote y además,….. humano
Bellas descripciones y metáforas : ” …como redes para recoger el sol” ,
…ondulándose como golpes de mar”
Me voy a dormir con la imagen perfecta del pueblo de tu relato. Te felicito y espero volver a leerte
Saludos
Chiripa
01/04/2014 a las 07:13
Gracias, Fetnando, por leer mi relato (“Mi nombre es Yainer Peña…..”) y ante tu comentario: …”Me falta texto….” es deber darte respuestas:
a) sobre las tumbas,
R: Las tumbas sin lápidas son tumbas recientes, que pudieran ser de sus muertos. Yainer decide que si lo sean para, como bien dices, penar su culpa.
b) Por la parte del punto que te descoloca.
R: Con el pum pum del principio… Yainer asesinó a dos, un muerto por cada disparo, recuerda que tiene muy buena puntería. Sin embargo, en el periódico solo vió la foto de uno de sus muertos
Abre este link e imagina lo que Yainer vió en el periódico de antiayer:
https://twitter.com/uracal/status/446039143433244672/photo/1/large
Feliz resto de semana!!!
fernando sanz
01/04/2014 a las 13:46
Gracias, Chiripa, por las aclaraciones. Lo de los muertos lo aclara el propio cuento al final. Es durante el cuento que, no sé por qué pensé que lo que había hecho era una ejecución de algún político en concreto. Es después cuando se ve que ha disparado a alguien al azar en una manifestación (una chica que la llevan en moto con la cabeza ensangrentada). Entonces pensé que era una solo la asesinada, pero ya no se trataba de una ejecución. Fue después cuando dice que son dos sus muertos. Y respecto a las tumbas es un recurso estupendo hacerle penar por cualquier muerto como si fuera suyo. Catarsis.
Estamos a día 1 de abril.
Nos leemos dentro de veintiocho días.
Un saludo.
Emmeline Punkhurst
01/04/2014 a las 20:17
Hola Fernando:
Como ya he comentado en un relato de algún compañero, una buena narración no tiene por qué versar sobre gestas o sucesos extraordinarios. Discrepo también con tus comentaristas.
Precisamente lo que entraña una mayor dificultad de conseguir enganchar sin golpes de efecto finales o tramas enrevesadas que much@s a veces utilizamos.
Por eso, quiero felicitarte por una historia bien escrita, que atrae la atención y que narra tan bien la atmósfera de pesimismo cuando un barco no regresa.
Te seguiré leyendo 🙂
Aurora Losa
08/04/2014 a las 09:33
Tienes una narrativa impresionante, una capacidad de descripción que envuelve. Creo que eso, al margen de unos diálogos muy logrados, es lo que más me ha gustado de tu ejercicio, el modo en que primero nos retratas unas calles con la mirada bonita, algo idílico, como un paseo de vacaciones que nos arranca una sonrisa, y cómo luego, esas calles, que no han cambiado un ápice, se convierten en miseria y malvivir, casi en una condena a muerte.
Precioso, enhorabuena.
Aurora Losa
08/04/2014 a las 09:36
Coincido contigo en que existen las “historias sin historia” o al menos sin historias tan evidentes, tu texto cuenta muchas historias, las de un pueblo entero, ahí es nada. Otra cosa es la obviedad a la hora de expresarlas. Yo también peco de contar las cosas así, me gustan las escenas, sin más, retratar lo que veo como si fuera un lienzo con el pincel de la mano, y eso tú lo haces realmente bien, y eso, es literatura.
Peter Walley
08/04/2014 a las 20:50
Hola Fernando,
Enhorabuena por el relato, lo que más me ha gustado es lo bien que has descrito la atmósfera del pueblo. Creo que daría para una historia coral más larga.
Virginia Figueroa
10/04/2014 a las 16:21
Hola Fernando!
Me he pasado a verte un ratito y la verdad, es que me ha gustado mucho tu forma de contar historias.
He visto alguna perla como : ” Pasear cada mañana por aquellas calles estrechas de paredes desconchadas por el salitre, en las que se tienden sábanas blancas de pared a pared como redes para recoger el sol.” (aunque yo creo que es “la salitre”, al menos yo lo uso en femenino)
o…”Me despedí con la cabeza y observé como se alejaban aquellas caderas ondulándose como golpes de mar”. Son perfectas!
Enhorabuena por esas maneras! 😉 Un abrazo!