<< Volver a la lista de textos
Las uvas de la suerte - por Tilly
Las uvas de la suerte
Apuró el paso al escuchar las doce campanadas, tenía claro que no había llegado a tiempo.
Imaginaba la cara de su mujer y la de los chicos al ver que el tardaba, y no comería las uvas de la suerte con ellos.
Había sido una elección difícil, se resistió durante un tiempo, pero no le dejaron elección. Era un chantaje continuo, una lucha diaria, se aprovechaban de su debilidad y el cansancio aumentaba días tras días.
Sus amigos le veían cada vez más ojeroso, desganado, sin brillo en la mirada. Su madre le preguntaba por teléfono porqué esa voz tan melancólica. Ni siquiera a ella podía contárselo, abrirle el corazón a su tormento, también ella sufriría y él no tenia el valor de hacerle daño. Su secretaria le decía – Don Enrique, que le pasa, usted siempre tan cariñoso y alegre.
¿Puedo ayudarle en algo? Era la única persona que se preocupaba por el.
Nadie podía, tenia que ser solo su secreto, había que mantener todo en silencio si no quería empeorar sus relaciones. Se reconcomía por la ansiedad y la tristeza a partes iguales.
Después de tanto cavilar eligió la noche del 31 de diciembre, era la noche perfecta, gente en cualquier sitio, la mayoría estarían borrachos, ruidos de petardos, confeti, confusión, mucha confusión.
Salió de casa a las 11 con la excusa de dar un paseo más largo con el perro antes que empezaran los ruidos y se pusiera nervioso, los perros ya se sabe tienen el oído muy sensible.
A ellos solo les importaba que sacara al perro, nunca le preguntaban al llegar a casa que tal había ido el día, si había tenido algún problema en el trabajo, solo al unísono decían _Baja al perro Papá, te estaba esperando
Estaba harto de todos, recorrió un tramo largo, llegó a un descampado que tenía controlado y mientra el perro corría, volvió y bajó al metro. Tuvo la suerte que era el último de la noche. ¡Por fin se había liberado de el! Al llegar a casa les comunicó, con cara de pena, que un petardo asustó al perro y en la multitud lo había perdido. Las lágrimas de los niños aplacaron su descontento de los días pasados.
El enfado y los reproches de su mujer halagaron su ego, todo volvía a su cauce, a donde tenia que estar.
Se fue a la cama satisfecho de si mismo, podría dormir a gusto sin la necesidad de levantarse pronto para sacar al perro.
Durante el desayuno le hicieron el vacío, pero el se sentía protagonista, se duchó cantando, se vistió y les comunicó que iba a por el pan y el periódico, nadie le contestó.
Se puso el anorak, abrió la puerta y casi tropieza con algo, en el descansillo estaba el maldito perro durmiendo..
Ccomentarios (1):
Emmeline Punkhurst
05/02/2014 a las 21:16
No sé si ha sido tu intención pero me he reído un rato… ¡Qué protagonista tan grotesco has descrito!