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Sin palabras - por Chari
Sin palabras
Apuré el paso al escuchar las doce campanadas en el reloj de Santa María. Estaba cerca de casa, pero no lo suficiente para relajarme. Llegaba tarde, muy tarde. Martín siempre suele irse a la cama antes de la medianoche y estaba convencida de que no me esperaría. Seguro que, para castigarme, no me habría dejado ni la cena preparada. Y lo peor estaría por llegar, la charla admonitoria de costumbre y las miradas cargadas de reproche. Aún así, había valido la pena. Mientras recorría a toda prisa las pocas calles que me separaban de mi hogar me sentía como la mismísima Cenicienta, aunque sin el vestido de fiesta y los zapatos de cristal.
Todo había resultado perfecto ¡tan romántico! Habíamos quedado en el parque a las nueve y media, hora en que empieza el programa favorito de Martín. Cuando se pone delante de la tele el mundo se le desdibuja y no parece darse cuenta de nada más, ni siquiera de que estoy a su lado. Hasta parecen molestarle mis mimos. Por eso aproveché ese momento, sabía que si salía en ese instante tardaría en darse cuenta de mi ausencia y para cuando lo hiciera… en fin, entonces ya sería demasiado tarde.
Cuando llegué al jardín Rudi me estaba esperando. Estaba soberbio con su cabello dorado como el trigo brillando bajo la luz de las farolas y sus ojos verdes llenos de deseo. A su lado me siento bien porque noto que me presta toda su atención, que soy lo más importante para él, siempre está dispuesto a recibir mis caricias y a corresponderlas. Es tan apasionado como yo, de eso no hay duda, somos auténticas almas gemelas.
No necesita hablar para expresar lo que siente, lo leo en su mirada y lo que he visto y vivido esta noche me ha hecho muy feliz. Supongo que a él le pasará lo mismo conmigo, que no dará una importancia excesiva a las palabras. A mi parecer, están sobrevaloradas. Puedo notar más amor en una mirada de Rudi que en todo el vocabulario de Martín, y eso que he de reconocer que es muy elocuente cuando quiere.
El tiempo que pasamos juntos transcurrió demasiado rápido para mi gusto… y para el de Rudi. Siempre me sucede lo mismo, creo que las cosas divertidas están hechas para no durar y esa brevedad me desespera; quisiera poder hacer eternos esos momentos en los que me siento dichosa. Y, sin embargo, desearía poder acortar otros, como por ejemplo la duración de la carrera hasta mi casa, que se me estaba haciendo muy pesada.
Llegué agotada, temblando por el esfuerzo. Y quizá también por el miedo a lo que me iba a encontrar. Entré con sigilo y me acerqué al salón. La tele aún estaba encendida y él estaba hecho un ovillo en el sofá. Al parecer, el programa no había resultado demasiado interesante y le había vencido el sueño. Por un momento, al verle allí encogido, sentí unos remordimientos terribles por haberle abandonado de este modo. Me inspiró una profunda ternura encontrarle tan indefenso, como si fuera un niño, y me di cuenta de lo mucho que le quiero. “Lo de Rudi es especial, es cierto ─ me dije ─ pero llevo toda la vida con Martín y sé que me necesita. Es verdad que en ocasiones peca de ser algo frío, pero la mayoría de las veces es gentil conmigo y siempre tiene en cuenta mis necesidades”.
Sin pensarlo dos veces tomé carrerilla, salté en su regazo y le llené la cara de lametones.
─ ¡Gata loca! ¡Me vas a depilar las cejas! ─ gritó mientras me alzaba en brazos para separarme de él. Supe de inmediato, por el tono y por su media sonrisa, que no estaba enfadado conmigo. No le hicieron falta palabras: también en sus ojos podía leerse mucho amor.
Ccomentarios (1):
Miranda
02/02/2014 a las 01:40
Me ha gustado mucho tu relato y me ha divertido la sorpresa final de la gata, todo el tiempo he pensado que estabas hablando de una pareja, esta bien resuelto.
Sigue escribiendo, en la próxima escena me pasaré por aquí