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E57 - por Rafael F. Lozano
Caminaba erguido por calles pintadas de otoño, contento de poder sentir la brisa fresca que siempre aparecía después de la lluvia. Sabía que aquello no duraría mucho tiempo, porque el señor de blanco cambiaría pronto su escala de sensaciones; sabía que la felicidad que sentía se evaporaría con un clic en la interfaz, sin darle tiempo a conseguir el diario de la mañana, ni ojear los sucesos más importantes. «El señor de blanco volverá de su descanso y se pondrá a trabajar otra vez en mis sensaciones». Tenía que aprovechar al máximo el agradable ruido que hacían las hojas secas al pisarlas, las débiles gotas en su rostro que avisaban la vuelta de la lluvia, la gente a su alrededor, los olores, la comida…
Por supuesto, Kevin sabía que nada de eso era real, sino que eran sensaciones inducidas. El señor de blanco conocía cuáles eran sus sensaciones preferidas y se las programaba cuando se encontraba de buen humor; otras veces, si llegaba enfadado al laboratorio, aprovechaba para innovar con las más aterradoras visiones que Kevin había tenido nunca. Kevin ni siquiera sabía, de hecho, si ese era su nombre real. Pero le gustaba llamarse a sí mismo como el último recipiente que había tenido, hasta que el señor de blanco le introdujera en uno nuevo. No recordaba ya cuántos había habitado, ni cuánto tiempo llevaba haciendo eso con él; ni siquiera tenía claro si él era alguien. «¿Sigo siendo yo mismo cada vez que soy otro?» Por supuesto, también había habitado en muchas mujeres; recordaba a Alicia, a Pavla, así como a Walter o a Eugenio.
De repente, todo se desvaneció. Las hojas, el sol, la gente, dieron paso a la oscuridad, al silencio y al tacto húmedo de aquel líquido viscoso; a su modo, fuera del mundo de las sensaciones también había paz. Kevin no podía ver nada, porque no tenía ojos; no podía moverse, porque no tenía cuerpo; y no le salía nada de la boca cuando intentaba hablar con el señor de blanco. No solo sabía que estaba allí porque le había cortado las sensaciones, sino que podía sentir que estaba allí, que había vuelto de su descanso.
—¿Qué tal ha ido el descanso, Experimento 57?
«Kevin, llámame Kevin». El señor de blanco se quedó mirando la masa amorfa de neuronas que nadaba en el líquido transparente del gran tanque cilíndrico.
—Ah, olvidaba que no puedes hablar —dijo al cabo de un rato.
Se alejó de Kevin y volvió minutos después con una gran camilla con ruedas. Una enorme forma humanoide descansaba sobre ella, tapada por una sábana blanca. La destapó con un ágil movimiento.
—Hoy tengo un regalo para ti, mi querido E57.
La figura de la camilla era horrible. Kevin podía sentirlo, casi olerla. El señor de blanco puso el cuerpo en la máquina donde ponía todos los cuerpo para el injerto, esta vez con mucho más esfuerzo de lo habitual.
—No me preguntes de donde he sacado esta bestia. Claro, que no puedes hablar… Es un visitante de otro planeta, pero es compatible contigo. Llevo un tiempo cansado de todo esto; creo que ya es hora de jubilarme. No más asesinatos, no más «propuestas» de la empresa para cumplir sus crímenes, no más torturas a mis Experimentos, no más sufrimiento para ti. Voy a crear un vínculo permanente con esta bestia, destrozarás la empresa y serás libre por fin.
Entonces, se calló y no volvió a hablar. Estuvo horas trabajando en la inserción de Kevin en el cuerpo alienígena, hasta que cayó agotado en su silla de descanso; y pasaron muchas más hasta que Kevin pudo sentir su nuevo cuerpo y empezar a moverse.
—¡Lo conseguí! Eres mi mayor creación, E57. ¿Puedes sentir como cicatrizan las heridas de la operación en ese cuerpo? Es milagroso…
—Uurk’chjkk —consiguió articular Kevin. Seguía tumbado, con todo el cuerpo doliéndole.
—Sí, entiendo que tu aparato vocal es distinto del humano.
Pero Kevin había estado desarrollando, sin darse cuenta, una incipiente habilidad telepática, debido a todas las veces que había intentado comunicarse siendo una masa de neuronas. De algún modo, su nuevo cuerpo potenció sus habilidades.
—«Siento…siento cómo cicatrizan, señor de blanco —dijo Kevin en pensamientos mientras se incorporaba—. Cumpliré su deseo y pondré fin a esta locura. Pero antes necesito comer algo».
Miedo, comprensión y resignación fueron los últimos sentimientos que tuvo el señor de blanco; sensaciones que recibió Kevin telepáticamente, antes de empezar a devorarle.
Comentarios (4):
Eunice
29/11/2013 a las 12:00
¡Por fin algo de ciencia ficción de la de toda la vida por aquí! Incluso podría decir que me ha recordado al cine de serie B. Nunca se me habría ocurrido pensar que una masa neuronal podía pensar y que sensaciones tendría antes de ser introducida en un cuerpo. Muy bueno el giro final y lo de rizar el rizo metiéndolo en un cuerpo extraterrestre. Lo único que he notado es que los trozos en los que explicabas el propósito de los movimientos del señor de blanco todo iba demasiado deprisa y se notaba que la intención era explicar en pocas palabras el porqué, pero es lógico dado el límite de palabras, a mi también suele pasarme. Felicidades!
Rafael F. Lozano
01/12/2013 a las 11:55
Muchas gracias. Llevas razón, me falta planificar un poco las palabras y los tiempos, supongo que por un poco de pereza…
En cuanto a la ciencia ficción, no puedo evitarlo, me sale automático; pero me encanta.
Aurora
03/12/2013 a las 16:15
Me ha sorprendido gratamente, y no me gusta la ciencia ficción, pero la idea es genial, quizá con un desarrollo del final demasiado rápido, pero supongo que se debe a los límites de palabras. En fin, que me ha gustado mucho, enhorabuena.
Servio Flores
08/12/2013 a las 09:29
Interesante, no soy muy dado a la ciencia ficcion pero no niego que me entretiene.
El relato muy bueno, resta pulirlo un poco.
Saludos.