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La luz al final del túnel - por Emmeline Punkhurst
Al principio me resistía. Intentaba defenderme de este “encierro” con todas mis fuerzas. Con el tiempo, esas mismas fuerzas me fueron abandonando, dejándome como estoy ahora: un ser inerte, una muñeca de trapo. Ya no hacen efecto los recuerdos felices: el abrazo arropador de mi padre, las palatetas y los juegos con mi hermana, las tardes de pipas y parloteos con la pandilla… Es extraño, pero se van diluyendo con cada tic-tac del reloj de esta aséptica habitación de hospital.
A veces estoy confusa y olvido cómo sucedió todo. Sé que Iván y yo discutíamos. Él me decía que había conocido a otra persona, que ya no sentía nada por mí y, de repente, unas luces cegadoras de frente en la carretera, un golpe acristalado y la nada.
Oigo a los médicos hablar; creen que no voy a salir de ésta. Al principio me moría de ganas de decirles lo equivocados que estaban pero ahora no estoy tan segura. Creo que a mi pierna izquierda le pasa algo porque no siento su presencia… y mi corazón sigue un ritmo cada vez más calmado y sosegado, como si cada latido fuera el último. Por lo que dicen, Iván decidió dejar de luchar un minuto después de subir a la ambulancia. La verdad es que no me extrañó en absoluto. La huida siempre fue la primera opción a la hora de resolver sus problemas.
Mi padre y mi hermana me vienen a visitar todos los días. Creen que no escucho sus palabras y no capto su emoción escasamente contenida. Se equivocan pero estoy encerrada en un cuerpo que no responde a las órdenes que le doy. Me frustro especialmente cuando mi hermana está a mi lado; no puedo hablarle, no puedo cogerle de la mano, ni siquiera soy capaz de parpadear para enviarle alguna señal.
Mi padre, hombre rudo de manos enormes y curtidas, rompe su máscara cuando está a solas y llora desconsoladamente. Cuando alguien irrumpe en la habitación, se seca con la manga de su camisa y se disculpa comentando lo resfriado que está. Se lamenta maldiciendo el día en el que conocí a Iván, que subí a ese coche… él no sabe lo que ocurrió aquella noche, que aquel volantazo mortal lo dio su niña del alma cansada de amar demasiado a un indeseable, cansada de sus desplantes y sus palabras dañinas.
Ahora dejadme, estoy muy cansada… y veo una luz tan deslumbrante a lo lejos…
Comentarios (2):
Enrique
28/11/2013 a las 21:43
Muy bien contado, enhorabuena.
Servio Flores
29/11/2013 a las 17:52
me ha gustado muchisismo, me parece una pieza muy bien lograda.
saludos