Literautas - Tu escuela de escritura

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Transformación - por Holgrave

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Decidí visitar a la bruja. La noche había caído y el ambiente lunar había excitado mis ansias por llegar, esta vez, hasta el final. Dos calles, una avenida, una bajada que giraba hacia el oeste, cinco kilómetros. Un gran árbol. Una brecha guardando una tenue y anaranjada luz oscilante que luchaba contra el pálido claro de luna del exterior. Sabía que antes había estado allí, aunque de forma y en condiciones muy distintas. Quería agradecerle lo que había hecho por mí, a mí manera.

***

Mi cuerpo traqueteaba a la misma velocidad que decenas de gotas se deslizaban por mis mejillas, costillas y muslos hasta gotear sobre una superficie fría a la que estaba atado por muñecas y tobillos. Una sombra deambulaba alrededor entre ruidos -leves pero claros- de metales y cristales. No entendí qué pretendía mi carcelero hasta que se acercó hacia mí con un frasco de cristal y algo que no supe reconocer. Mi cuerpo seguía sudando a ríos, pero no sudaba. Lo supe cuando apretó la boca del frasco contra mis costillas. El recipiente fue llenándose de un líquido rojo y espeso, poco a poco, mientras también poco a poco mis ojos se cerraron. Y cuando volvieron a abrirse, otro frasco y el mismo objeto irreconocible. Un cilindro, un tubo, algo con lo que absorbió el contenido de otro frasco, pero esta vez, para inyectármelo. Cada noche, antes de salir a pasear, mi cuerpo recuerda la sensación de aquel brebaje azul oscuro recorriendo mis venas, golpeando mi corazón, oscureciendo la luz de mis ojos. ¿Qué hubiera sido de mí, si los planes de la bruja no se hubieran torcido? ¿Dónde estaría, qué estaría haciendo, si la misma fuerza que me arrebató mi vida no me hubiera salvado? Siento que pronto lo sabré. Quiero sentir de nuevo el vigor, saciar el ansia del poder, de la libertad que experimenté durante unos minutos. No pasaron ni veinte segundos cuando mis arterias comenzaron a hincharse, a lo que le siguió un dolor indescriptible, que se hizo patente ante mi vista cuando mi pecho salió de mí, aumentando de forma asombrosa. La bruja estaba delante, con sus ojos granates temblando mientras observaba el espectáculo. De sus manos cayó el frasco vacío, y mis brazos reventaron las ataduras de las muñecas sin siquiera pretenderlo. Mi cabeza ardía y giraba. Temblaba y gritaba de pánico, pero el fuego, el calor, la rabia, el hambre, la sed y la ira se impusieron con decisión en unos pocos segundos ante todos los pusilánimes sentimientos que me habían acompañado tantas horas antes. Desde ese momento se fusionaron demasiado rápido varios sucesos. La mesa que me retenía volando en pedazos contra la bruja, mis garras agitándose sin control hacia todos los lados, y mi alma saciando su sed recorriendo kilómetros y kilómetros. Sin parar, dejé atrás los lugares por los que pasaba a una velocidad que jamás había experimentado ni en los días que montaba a mi mejor caballo recorriendo las amplias llanuras.

***

La bruja moriría después de que contestara algunas preguntas. Hasta esa noche pasaron muchos días y algunas noches tan detestables como memorables. El dolor y el miedo permanecía durante el día y acrecentaban a medida que el sol se alzaba en su trono vertical. Y cuando al fin éste era derrotado por las tinieblas, también vencía mi miedo. Se convertía repentinamente en algo que no era diferente, sino que seguía siendo un miedo atroz, pero enarbolado por algo supremo que me permitía invertir sus fauces y dirigirlas sin templanza hacia otros seres. Aún era mayor, al cabo de pocas horas, la inmundicia y la vergüenza que me atormentaban tras esa experiencia, sin que me abandonara el regusto a victoria y superioridad. Fuese cual fuese el plan de aquella esposa del demonio, su muerte estaba justificada de antemano. Irrumpí en el interior del tronco, al mismo tiempo que la llama de la tenue luz se propagó por papeles y maderas que ocupaban una estancia que recordaba mucho más reducida. Pero allí estaba ella, aunque acompañada. La parálisis se apoderó de mí. Mi Yo reflejado, multiplicado. Otros seres grandes, con temibles zarpas y oscura mirada sonreían mientras clavaban sus pupilas en las mías. La bruja, que no se había sobresaltado ni por mi llegada ni por el fuego que devoraba su hogar, avanzó hacia mí. "Esta es tu verdadera familia, hijo". Lo reconozco, fui un cobarde. Pero así fue como empezó la misión que daría sentido a mi existencia. Mi excitante, nueva y verdadera vida.

Ccomentarios (1):

Montse León

17/11/2013 a las 20:18

Me gusta la historia y la manera en que está contada. Felicidades.

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