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Tan solo un mágico día - por paloto
Web: http://www.pabloelblanco.com
Más de dos siglos encerrado en aquel lugar habían hecho de mí un ser solitario y atormentado. No sabía quién se encargaba de hacerme llegar la comida y el agua, pero una vez al día, una rendija se abría junto a la puerta, y por ella se colaban dos cuencos de agua y alimentos. Pero dos siglos de soledad eran mucho tiempo, así que se podía considerar que lo que realmente me alimentaba y me mantenía con vida era la ingente cantidad de libros que me acompañaban.
Libros de aventuras, de amor, filosofía, matemáticas, magia… Poemas, biografías, obras de teatro, leyendas, cuentos… Todo tipo de volúmenes me rodeaban y durante muchos años, fueron mi único pasatiempo entre aquellas frías paredes.
Mi vida era una constante y monótona rutina que se repetía día tras día. Despertar, leer, comer, dormir, despertar, leer, dormir. Fue por eso que mi mente dio un vuelco el día que descubrí que ya había leído todos los libros que tenía a mi alcance. Rebusqué por las interminables estanterías algún volumen que hubiera pasado por alto. Los libros eran lo único que me mantenía cuerdo, y se habían terminado.
Me desesperé buscando. Rompí una estantería de pura frustración. Me rendí y me abandoné en el suelo. Recuperé la vitalidad y volví a buscar más calmado. Volví a perder el control, lanzando libros por el aire sin ningún tipo de orden. Creí encontrar un libro que no había leído, pero no tardé en salir de mi error. Me desesperé de nuevo y me tumbé en el suelo, rendido.
Permanecí allí tirado durante días, alternando períodos de sueño, vigilia y alucinaciones más reales de lo que jamás hubiera imaginado. Fueron tres días. Lo supe por los cuencos que se acumularon junto a la puerta.
Al tercer día me despertaron los ruidos del exterior. Estaba mareado y amodorrado. Comí el contenido de los tres cuencos, observé la estancia y tomé una decisión. Me dirigí a la puerta y la derribé de un primer golpe. Sin dificultad. Sí, aquel era un encierro voluntario.
Me encontraba en un pasillo oscuro y sucio. No había nadie. Descendí por las escaleras que había al final del corredor y me acerqué a una puerta tras la cual se adivinaba una luz que solo podía significar una cosa: el exterior. Frente a esa puerta, me detuve.
¿Qué iba a hacer yo en la calle de nuevo entre la gente? Saldría allí y todo el mundo echaría a correr, asustados de mi presencia de dos metros de altura y una anchura antinatural. Huirían de mis garras, de mis colmillos, de mis cuernos y del abultado bello que cubría todo mi cuerpo. Pero, ¿qué iba hacer? ¿Volvería a mi encierro hasta que mi mente se pudriese entre aquellas paredes? ¿Sería capaz de pasar otros dos siglos releyendo aquellos andrajosos libros? No. Agarré el pomo y abrí la puerta.
La luz me hizo encogerme. La música alcanzó mis oídos acompañada del constante rumor del gentío que parecía agolparse delante de mí. Cuando pude abrir los ojos de nuevo, observé la enorme plaza rectangular en la que me encontraba. No cabía en mí del asombro.
Innumerables puestos ambulantes se repartían por toda la plaza, vendiendo productos de artesanía. Aquí y allá, pequeños corrillos de gente bailaban y charlaban con extrañas vestimentas. Un grupo de piratas pasó por delante de mí impunemente. Tras ellos, un hombre vestido de lagarto corría sobre sus patas traseras tras una mujer con aspecto de hada. Poco más allá, un oso con sombrero fingía rascarse la espalda restregándose contra una mujer vestida de árbol. Una pequeña orquesta tocaba una animada música en el centro de la plaza.
– ¡Eh! ¡Menudo disfraz! –exclamó un joven vestido de mujer golpeándome el hombro y pasando de largo.
No se asustaban. Me miraban con una mezcla de respeto y admiración. Era una sensación agradable. En realidad debo admitir que me encontraba yo mucho más asustado que ellos, y aquello si era nuevo para mí.
Poco después, casi por casualidad, descubrí que un día al año, las gentes de Praga se vestían de aquellas extrañas formas y hacían una fiesta hasta la madrugada. Desde entonces, ese fue mi día de libertad. Una vez al año, sucedía el milagro en el que durante un día entero, podía salir al exterior, conseguir nuevos libros y ser libre para deambular entre los habitantes de aquella ciudad. Despertando admiración en lugar de los habituales gritos de terror. Un día al año. Tan solo un mágico día.