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Reconstrucción - por tyess

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El Authentikós tenía cierto encanto al estar casi vacío. Para Indira se trataba de la sonoridad, pero lo que embelesaba a Cornelio era algo que él mismo no sabía explicar.
Él había reconstruido el edificio, pero su amor por el mismo le venía de antes: de sus días de actor. En ese entonces tenía un propietario distinto que lo mantenía en el abandono a pesar de ser un monumento histórico, y fue ahí donde el primer rechazo frustró al joven prodigio de la actuación.Ella lo veía con ojos más prácticos: el edificio era perfecto para sus grandes producciones.
En todo caso, este día no giraba alrededor de la carrera de ninguno de ellos. Celebraban cinco años de feliz matrimonio, y casi ocho de prodigarse un amor sin reglas, límites o promesas.
Al parecer era su destino estar juntos, y ellos estaban conformes con ese designio en particular.
Alguna vez ella había temido que un romance tan intenso como el que soñaba arruinaría su carrera. Era joven, ambiciosa y apasionada; era la pupila del mejor director de la ciudad, su asistente y protegida. Así fue como sus caminos se cruzaron la primera vez, cuando él se presentó a las audiciones de un nuevo proyecto.
También Cornelio era joven, ambicioso y apasionado. Como Indira, pero en otro campo, era talentoso: el hombre perfecto para el papel. Pero el director no pareció pensar eso.
Desolado, dejó el teatro y volvió a la universidad.
Durante siete años no supo nada sobre la muchacha que lo había visto con deseo en los ojos; esa que había descubierto que, si las cosas se daban, perdería la cabeza por él.
Se reencontraron porque ella se había convertido en propietaria del teatro y pretendía remodelarlo para cumplir una promesa hecha a su maestro ya fallecido.
En siete años, los dos habían cambiado de muchas maneras distintas. Pero la madurez no les quitó ni lo ambiciosos ni lo apasionados; tampoco había cambiado lo que sentían el uno por el otro.
Al presentarse el reencuentro, Cornelio sabía que no tenía ninguna razón para perder aquella oportunidad y ella se había arrepentido bastante por haber convencido a su maestro y amigo de que no contratara al muchacho, dando motivos que parecían válidos pero que sólo ocultaban su miedo.
Había sido un error que no cometería de nuevo; un error que su amado debía desconocer para siempre.