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Almas de aquellos que vivieron sin merecer alabanzas ni vituperio - por Saldivia
Web: http://saldivia.blogspot.com
Como cualquier otra noche, el comandante se despojó ceremoniosamente de charreteras, condecoraciones y uniforme, dejó sus botas al pie del chinchorro (caprichoso gesto que él creía propio de un gran hombre) y, seducido por el suave perfume y la discreta música con que sus edecanes acondicionaban el gubernamental dormitorio, se dedicó al reposo.
Soñó entre inquietudes con sus exámenes de ingreso a la academia militar, aprobados gracias a la influencia de su padrino; primer hombre al que eliminó una vez se hizo con el poder.
Se encontró de súbito en un sitio desconocido, caminando cansinamente junto a una multitud y se preguntó si dormía, alucinaba o agonizaba.
Lástima que el comandante nunca leyó a Alighieri, ni casi nada ajeno a las pomposas ciencias militares. De ser así, hubiese disipado sus dudas al ver tallada en el portal al que se dirigían la frase “Lasciate ogne speranza, voi ch’intrate”.