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El perfeccionista - por Mariaje (María Pinto del Solo)
El hombre esperaba frente a la puerta de su adosado con la llave en la mano.
Cuando oyó desde fuera la primera campanada del reloj de péndulo Westminster, abrió.
El perro André aguardaba en posición de “sit”. «Buenas tardes, André», le saludó. «Guau», respondió el can, y se fue.
Matilde apareció, le besó la mejilla, y el hombre le arregló el lazo del delantal que estaba torcido. «Querida, te ha saltado salsa de tomate en la blusa».
Ella sirvió té, ni muy frío, ni muy caliente. En diez minutos, el perfeccionista estaba muerto.
Matilde lo contempló, mientras intentaba recordar cuántos años llevaba preparando la manera perfecta de asesinarlo, tal y como se merecía.
Tras el velatorio, se sentó con André en el porche. ¿Quién cortaría el césped a tres centímetros exactos a partir de ahora? André se lavaba sus partes. Era lunes.
Hasta el domingo, lo echaron mucho de menos.