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Otra zorra y otras uvas - por Isolina RodrigoR.
Tras casi una hora de espera, su inconfundible perfume de nardo le llega al fin.
Mientras ella avanza a saltitos por el pasillo central, el novio observa a los invitados de delante. Cree leer, en algunas miradas cínicas que se dirigen a la muchacha voluptuosa ―ahora de nácar y azucena―, el mensaje de solo-se-casa-con-él-por-su-dinero.
Hasta hoy, no le habían mellado la esperanza ni la gran diferencia de edad ni la cruel opinión del prójimo. Pero tras aquellos eternos cincuenta y ocho minutos en vilo ante el altar, la muy probable temprana viudedad de su pichoncito ha empezado a pesarle. Podría, ¡ay!, disfrutar la herencia y las noches con otro. El remordimiento se le gangrena en el alma de repente y comienza a llenársela de pus.
Cuando el cura le pregunta si la quiere por esposa, contesta que no, que es una puñetera cría.