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Navidad en el aeropuerto - por Carme
Al principio me aburría mucho. Mamá y papá me habían hecho ir de acá para allá con el carrito y los bolsos, y después tuvimos que quedarnos sentados mucho mucho rato, esperando. Menos mal que Piri me hacía compañía. Le trencé el pelo y le puse los pantalones verdes que le gustan tanto.
Después de ese rato tan largo, papá dijo que no había avión hasta mañana y que tendríamos que ir a dormir a un hotel. Lo de ir al hotel me gustó mucho. No he estado nunca en uno.
Había un señor mayor que también estaba sin avión y que se quejaba mucho. Arrugaba la frente y los labios y hablaba muy alto. Igual es porque a él no le dejaban ir a dormir a un hotel como a nosotros. Se calló un rato mientras se bebía un café, con un chico rubio. Pero luego volvió a empezar. Mamá dijo que estaba montando un espectáculo.
Pero entonces, así, de golpe, ¡el señor se cayó al suelo! La gente se puso a gritar y corrieron a ayudarle. Mi mamá es enfermera y sabe curar a la gente que se pone mala de repente, así que fue también a ayudar mientras yo me quedaba con papá. Un montón de personas rodeó al señor. Enseguida hubo gritos otra vez y vi a una monja que gritaba más fuerte que los demás: “¡Ladrón! ¡Ladrón!”, y le estaba pegando con el bolso a otro hombre. Había otra monja que lo cogía por el pelo. Nunca había visto a una monja pegándole a nadie. Luego me contó mi papá que ese hombre había aprovechado el desmayo del señor mayor para robarle la cartera y que las monjas le habían pillado. Pero eso me lo contó después, porque cuando las dos monjas ya tenían agarrado al ladrón, y mientras la más bajita le seguía pegando con el bolso, llegaron dos hombres muy grandotes y fuertes que dieron un empujón a las monjas y quisieron llevarse al ladrón. Una de las monjas se cayó al suelo y mi papá se marchó corriendo para ayudarla. Pero cuando los grandotes cogieron al ladrón, aparecieron otros hombres, de uniforme, como policías, que venían con los médicos a ayudar al señor desmayado, y tocaron un pito, y los grandotes salieron corriendo, y el ladrón también pero por otro sitio. ¡Menudo lío!
Los médicos pusieron al señor desmayado en una camilla y entonces me di cuenta de que el chico rubio que le había invitado a café se había sentado a mi lado.
—Es una muñeca muy bonita esa que tienes.
—Se llama Piri.
—Qué nombre tan original.
—¿Qué le pasa al señor gritón? ¿Se ha puesto enfermo?
—Eso parece. ¿Sabes? Yo le conozco.
Yo le contesté que ya lo sabía porque les había visto bebiéndose el café.
—Bueno, en realidad, le conozco de mucho antes.
—¿De antes de venir al aeropuerto?
—Sí. Fue el hombre que hizo matar a mi abuelo, hace muchos años.
—¿Ese hombre mató a tu abuelito?
—Sí.
—Yo me pondría muy triste si alguien matase a mi abuelito. Le quiero mucho.
—Bueno, yo al mío no le conocí. Murió antes de que yo naciera. Fue una época muy dura.
—¿Qué es una época?
—¿Cuántos años tienes?
—Seis.
—Entonces tampoco sabrás qué quiere decir “ojo por ojo, diente por diente”…
—No.
—Bueno, ya te lo explicarán papá o mamá.
Al señor le habían puesto una sábana blanca por encima. El chico parecía muy contento de que se lo llevasen, porque sonreía. Cuando vio que mi papá se acercaba se marchó.
Papá me dijo que tendría que contarles a los policías lo que me había dicho el chico rubio y que luego nos iríamos al hotel a dormir. Y me dio una piruleta. No la compartí con Piri porque estaba dormida, y además a ella no le gustan.