Literautas - Tu escuela de escritura

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Gregorio - por Franky

El autor/a de este texto es menor de edad

Siempre le había gustado conocer gente las mañanas de domingo en la vereda de la casa, mientras el sol quemaba el asfalto de la calle y muchas familias pasaban, caminando o en auto, a tener un almuerzo con los parientes en la otra punta de la ciudad.
Teresa, con sus ochenta años de edad ya no tenía hijos, nietos o bisnietos que la visitasen, porque a los ancianos les sucede eso, los abandonan a su suerte con los mejores recuerdos de su vida como única herramienta de supervivencia.
Recordaba varias décadas atrás, cuando le faltaba poco para jubilarse (ostentaba casi los cincuenta años) y había sido un domingo muy triste.
-¡Se nos vino la lluvia Teresita! –le decía el hijo del verdulero de la esquina mientras pasaba por su casa saludándola.
Ella sonreía, no le gustaba el tono de su propia voz, tan vieja y demacrada, por lo que se limitaba a asentir amablemente a los saludos. Recordaba también que su pelo ya estaba entonces degastado, y que ese día hacía unas horas que había estado buscando algo con que entretenerse.
Fue cuando, seguidamente del saludo del hijo del verdulero, notó sobre la mesa auxiliar del hall de entrada muchos papeles apilados, que vaya ella a saber desde cuándo estaban. Se le ocurrió tomar una lapicera y luego uno de esos, eran ásperos al tacto y de un tamaño considerable: había encontrado papel de carta. ¡Cuánto hacía que no escribía una carta! Tampoco tenía a quién, puesto que su buzón estaba vacío desde hacía veinte años.
¿A quién podía, entonces, redactarle alguna de sus vivencias en soledad como amante de los años y de sus actividades del día? Luego de unos minutos reflexivos con los ojos fijos en el papel ya amarillento, decidió que era mejor recurrir a la pura imaginación. A lo mejor le causaba un gran dolor de cabeza al cartero, la sola idea la sacaba a Teresa una sonrisa de complicidad.
Creó un destinatario, su amigo de toda la vida Gregorio, que tenía tres pares de ojos violetas con dos brazos largos hasta los pies, los cuales eran muy cortos y tenían siete dedos deformes. Escribió su dirección que se la sabía de memoria por tantas cartas –imaginarias- que se habían intercambiado, seguido del punto exacto dónde Goyo recibiría su carta (Punto Desértico 48, Constelación Enzipeda, Planeta Khiu). Y entonces, cada hoja con las que Teresita contaba fue rellenada de su caligrafía desde el principio hasta el final, desde el nacimiento de Teresita hasta sus días. En esta carta se encontraba su rutina, sus experiencias, sus amores y desamores, sus sentimientos, sus más preciados sueños. Al pie de la carta firmó con una T bamboleante, le pasó la lengua al sobre que ya tenía una estampilla y la metió en el buzón.
Mientras Teresa, ahora con sus ochenta años, tomaba un té, una sonrisa se le escapaba en su rostro con arrugas. Con que poco se podía entretener en ese entonces. Desde la punta de la calle, vio al cartero con su habitual uniforme y su bolso azul repleto de cartas andando en su bicicleta, lento porque el sol de aquella mañana debilitaba mucho la piel de cualquiera que se atreviese a andar. La anciana esperaba que siguiese hasta la siguiente cuadra, pero luego de dejar unos papeles en la casa de enfrente, se cruzó y le levantó dos sobres, uno blanco y otro parecía amarillento.
-Teresita, hoy anda de suerte –movió su mano-, estos son para usted.
Se los entregó y sonrió. Y allí, sentada en la vereda de un domingo a la mañana observaba la mujer los dos sobres en la mano. Abrió el primero, era una larga carta de estructura muy formal, se tomó unos minutos para leerla y unas lágrimas le cayeron. ¡Despojarla de su hogar luego de tantos años!
Su llanto le ponía salada la saliva de su boca, y secándose los ojos rompió el segundo sobre, no sin antes reparar en la extraña letra que marcaba “Para mi querida Teresita”. Y allí, en un papel muy viejo que de tan viejo se había vuelto amarillento, se encontraban sus cartas de hacía treinta años. Acompañándolas se encontraban otros papeles, con una tinta y una letra que nunca había visto. Al final, la firma “Gregorio” con finos trazos y unos círculos al final cada letra.