RetoLiterautas Nº 27 (1 de junio, 2020)

Para esta semana el reto consiste en escribir un relato que comience con la frase: “Juró que le escribiría todas las semanas”.

Reto27

Empezamos mes y semana, y el reto de hoy consiste en escribir un relato que comience con la frase: “Juró que le escribiría todas las semanas”.

Recuerda que en estos retos no hay límite de palabras ni otro tipo de restricciones. ¡Feliz escritura!

Puedes dejar tu texto como comentario a las entradas de este post. ¡Feliz escritura!

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Comentarios (46):

Gorka Fernández

01/06/2020 a las 10:14

Juró que le escribiría todas las semanas. Adrián volvió a su puesto en el frente del Ebro, estaban a punto de llegar a Gandesa. Había vuelto tras cuatro meses en el pueblo convaleciente por una herida de guerra en un brazo. Poco le costó adaptarse a la crudeza del frente, llevaba tiempo guerreando.
Se apoyó en uno de los sacos que se amontonaban en la trinchera, se quitó la siroquera, desabrochó la camisa, cogió el lápiz y comenzó a escribir la primera de las prometidas cartas.

Querida Milagros:
Llevo seis días aquí. Te echo de menos, no puedo vivir sin ti…

Mientras escribía silbaban las balas. Concluyó.

…me tengo que despedir, siempre te quiere: tu soldado Adrián.

Guardó la carta en el trench y cogió su mosquetón Mauser.

Amilcar Barça

01/06/2020 a las 17:43

Juró que le escribiría todas las semanas, pero olvidó que nadie le había enseñado a dibujar las palabras.

Noelia G.

01/06/2020 a las 18:30

Juró que le escribiría todas las semanas, sí, pero también le prometió otras tantas cosas que ella sabía que no cumpliría jamás. Le resultaba fácil hacer promesas porque para ella no tenían valor, eran palabras que con el tiempo se olvidarían.
Sin embargo, años después, aquí estaba ella, arrepintiéndose de haber dicho palabras tan profundas e importantes a alguien tan insignificante. Y es que con el tiempo había aprendido muchas cosas, entendía el valor y el poder de las palabras y el arrepentimiento por promesas hechas en el pasado era algo que pesaba porque sus promesas ya carecían de credibilidad y dentro de su cabeza se regañaba a si misma por ello. Ella era de las que creía en las primeras veces, en que cada error y fallo cometido en el camino le iba restando puntos como si se tratase de un concurso y era incapaz de aceptar que errar era tan humano como tener un pasado.
Todo había empezado antes de que ella misma pudiera darse cuenta y es que, era tal la obsesión por sentirse querida que había olvidado que el amor propio era imprescindible, su dignidad y la voz en su cabeza le gritaban desesperadas que se estaba equivocando. Él no era importante, pero ella no quería entenderlo y se obsesionó con sentirse querida. Y ojalá ella se hubiera dado cuenta de esto antes de hacerle promesas y esperar que fueran reciprocas donde no lo eran. Pero no lo hizo. No fue hasta poco después cuando le sobrevino la noticia de golpe, como si la vida le diera una buena torta por ser tan impaciente que no se había dado cuenta de que lo que tanto ansiaba dependía únicamente de ella y que el amor llevaba a su alrededor algún tiempo. Y por no darse cuenta se había desviado de su camino. Todo por hacer promesas importantes que nunca cumpliría. Y es que para hacer promesas ella debía aprender mucho aún. Las cosas no llegan sólo cuando uno las desea sino cuando está preparado para entenderlas y disfrutarlas.
Años después lo sabía, y lo veía claramente. Después de tantos años, sabía que aquellas promesas estaban vacías y se arrepentía de haberlas hecho tan a la ligera. Ella ahora les daba valor a las palabras y quería hacerle promesas a quien había demostrado merecerlas. A él que siempre estaba a su lado. Él que era tan difícil como sencillo, y es que 4 años daban para mucho. Ella quería decirle que, aunque no era el primero, si sería el último al que le haría promesas. Su primer pensamiento en las mañanas y su última sonrisa cada día. Que a cada problema pondría puentes, a cada promesa, hechos y a cada reto, apoyo. Y tal vez sería otro error porque los años no garantizan el amor, pero ahora ella sabía que, si hacia esas promesas era de verdad, porque estaban tan llenas que se desbordaban de los labios casi sin querer, era todo tan recíproco que las risas eran incontables, los besos se apilaban en cada esquina, los sentimientos y momentos ya no cabían en los botes de la cocina y las ganas se apoderaban de ellos sin importar el cómo o dónde. Ahora sí que quería hacer promesas que durasen para siempre.

María Jesús

01/06/2020 a las 20:47

Cartas de amor.
Juró que le escribiría todas las semanas y lo cumplió. Al principio eran cartas insulsas, escuetas, carentes de emoción, pero al ver que ella le respondía, aunque no con la misma asiduidad que él, se fue animando, y sus cartas empezaron a tomar forma, a hacerse más intimas. Poco a poco fue desnudando su alma y en cada párrafo había un trocito de sí.
Nunca releía lo que escribía y metía los pliegos en el sobre con pudor, esperando que valorase el esfuerzo que estaba haciendo y lo que ella le importaba. Cada nueva carta era mejor que la anterior, más intensa y elaborada a la par que expresaba sus sentimientos cada vez con más sinceridad.
Noviembre trajo el frio y el cese de la correspondencia por su parte, pero él siguió escribiendo como le había prometido, cada semana, esperando que ella reaccionase y reanudase el intercambio de cartas, hasta que llegase el verano y pudiese volver a verla.
Poco antes de las vacaciones, ella le envió un paquete, cuando lo abrió descubrió un libro con todas sus cartas publicadas. Ella entusiasmada le decía que sus misivas eran tan conmovedores que había decidido presentarlas a un concurso y que había ganado.
Él se sintió traicionado, vendido, había expuesto sus sentimientos a la opinión pública sin contar con él, sin miramientos, solo para gozar de halagos sin tener en cuenta lo que él quería expresar.
Esa tarde quemó el libro sin leerlo y se encerró en sí mismo como en una concha jurando no volver a amar a ninguna mujer nunca más.

Mar y olé

01/06/2020 a las 22:50

Juró que le escribiría todas las semanas, allí sentado frente a su cama, cogiéndole una mano inerte y fría a ya no era su mano, sino una mano carente de vida.
Seguiría haciéndolo como lo había hecho desde que era niño. Una carta significaba bizcocho, alitas de pollo al horno, patatas con huevo frito en el perol de la chimenea y, por supuesto, una respuesta larga con palabras importantes que él aprendía con saciedad.
Así lo hizo su madre el hombre de letras en que se había convertido. Así lo había hecho leer libros demasiado gruesos, escribir ensayos demasiado humildes y hacer críticas demasiado acertadas.
Si no seguía escribiendo, si no seguía escribiéndole, cómo conseguiría mantenerla viva… Recordarla no era sufiente: Los recuerdos no duran eternamente, pero las palabras sí. Y su madre, se merecía una vida eterna, pq eterno era el amor que sentía por ella.
“Te quiero, mamá”.
La besó en la frente, le prometió ocuparse de todo lo que a ella ya no le podía preocupar y juró escribirle todas las semanas, todas.

Mar y olé

02/06/2020 a las 01:18

Gorka, me gusta, me encanta todo lo q escribes. Me gusta tu sencillez sin pretensiones y tus historias nuevas sin ese olor a rancio que subyace bajo el ego.
( Me he dado cuenta de que yo, a veces, huelo así y el desodorante no es la solución)

Maria del carmen

02/06/2020 a las 09:56

Juro que te escribo todas las semanas, solo es una ausencia de abrazos de besos de no sentirnos y de no compartir esas mañanas, donde solias despertar pidiendo un abrazo de mamá.

Estarás por siempre en mi mente y en mi corazón,el destino es cruel y ahora me separa de tu lado, pero tu sabes hija que ya estas formada para enfrentar la vida.
Cada dia compartido desde que naciste, me hicieron fuerte para transmitir todo lo que queria ver reflejado en ti.
Ahora veo esa niña convertida en mujer, dispuesta acomerse el mundo, pero siempre seras mi niña.
Ahora que tengo que partir,aprenderé a volar en mi Soledad, y este juramento quedará sellado en mi corazón por siempre.

Sofía

03/06/2020 a las 04:29

Juro que le escribiría todas las semanas.
¿Pero de que sirve?
Si no existe, ni por asomo, el mismo interés.
Si no hay ni la mas mínima sombra de un amor
Ni siquiera, la ilusión de uno.
No existe.
Mi cabeza se invento un amor ideal
Hermoso
Perfecto
Y totalmente inexistente.
Mi cabeza se creo todo
Desde el matrimonio,
Hasta los hijos.
Con tus ojos, esos ojos que tanto amo.
Y que tanto no me miran
No me buscan.
No están ahí
Y si están, no son para mí.
Y aún así, juro que le escribiría todas las semanas
Solo por la ilusión
De un algo.
Solo por la esperanza de un gran amor
Por esa añoranza de dejar de estar sola.
¿Si no por que más mi cabeza habría inventado todo esto?
Es solo por el simple hecho de mi soledad aferrandose a algo inexistente
Por que en el fondo, mi soledad también teme estar con alguien.
Teme ser amada
Querida, aceptada
Lo teme, por que nunca lo tuvo.
¿Y como no temerle al bien, rodeada del mal?
Mi soledad jura querer escribirle todos los días
Pero yo le susurro bajito
Por favor, no.
Primero aceptate
Querete
Mírate
Y después, después de rodearte de tu propia luz y no una prestada
Ahí si
Llamalo, grítale
Grítale que te amas
Y te morís de ganas de amarlo.
Pero primero, querida soledad
Tenemos que aprender a convivir juntas
Tomarnos la mano y decir
Si, ahora si estoy lista.
Mi soledad soy yo
Y cuando aprenda a amarme
Juro escribirle todas las semanas
Y amarlo, casi, casi tanto como me amo yo.

Ainhoa Hevia

03/06/2020 a las 12:16

“Juro que te escribiré todos los días”, siete palabras que atesoro en mi aún malherido corazón; una promesa que jamás llegó a cumplir.

Mi hermano contaba solo 24 años cuando, durante el transcurso de aquella comida dominical, nos manifestó su rotundo deseo de cruzar aquel kilométrico muro en busca de la tan ansiada libertad. Más de cuarenta años después, aún puedo recordar el horror dibujado en los desorbitados ojos color esmeralda de mamá. La proclamada guerrilla doméstica en pos de evitar el temido desenlace no surgió efecto, pues Ludwig aprovechó la situación para hacer, una vez más, gala de su obstinado carácter. Nuestro padre, títere del odio, murió en aquella horrible guerra que tanto daño y sufrimiento trajo a millones de inocentes. Desde aquel entonces, mi hermano renunció al papel de primogénito para desempeñar el de cabeza de familia. Mientras el trabajo ausentaba a mi madre, Ludwig me guiaba en lo que serían mis primeros pasos en esta injusta vida: me enseñó a leer, escribir, a resolver las operaciones aritméticas básicas, a montar en bicicleta, a soñar y a no rendirme. Sin embargo, se le olvidó enseñarme a vivir con su ausencia. Mi hermano era soñador de nacimiento, de modo que aquella absurda división ideológica erigida en forma de barrera tomaba una doble dimensión en su mente.

Cada nueve de noviembre tomo un paseo rumbo Bernauer Straße. El aire de Berlín conserva los restos de los últimos coletazos del otoño por estas fechas, pero en mi interior se instala un frío difícil de sofocar según me acerco al memorial de lo que en un pasado no muy lejano sería el conocido como Muro de la Vergüenza. De mi bolso, saco una pequeña vela la cual enciendo y dejó en el suelo. Entonces me sumo en una oración interna e imploro a quien se ha probado como un dios inexistente el fin del odio entre el hombre y sus semejantes.

Paola

03/06/2020 a las 12:23

El viaje

Juró que le escribiría todas las semanas.

El abrazo fué corto como para abarcar todo el tiempo y la distancia que los separaría en unos minutos.

El sonido afilado y punzante de un silbato seguido de una bocanada de vapor espeso y el ruido de la maquinaria que se ponía en funcionamiento, fueron suficientes para aceptar que había llegado el momento.

Se soltaron y solamente una mirada bastó para la despedida.
El tren se deshiló en el horizonte. Su largo y articulado cuerpo fue cogiendo velocidad a la vez que dejaba tras de sí un olor a motores y aceites humeantes.
Un punto que al final desaparecío: se lo tragó la tarde, se hundió entre el cielo y la tierra.

Al principio, las cartas eran largas y apasionantes, llenas de esperanza y frescura, pero conforme pasó el tiempo fueron más cortas y concisas; comenzaron a llegar más espaciadamente.

Se deshojaron los otoños; pasaron inviernos; las primaveras dieron lugar a los veranos de limonadas frías y juegos con agua.

El cartero dejó de venir y todo se volvió normal, como si jamás hubiese existido el tren, el viaje, el juramento.

El corazón es claro cuando habla y sabe perfectamente que las heridas sangrantes nos arrastran a la locura.

Tanto uno como el otro comprendió ese mensaje y se fueron soltando de la mano poco a poco para que no doliera.

Entonces la herida cicatrizó y en su lugar creció una flor que se convirtió en sonrisa con el recuerdo.

Dejar ir es avanzar.
Saldar deudas con el destino ilumina nuestra alma.

Ocitore

03/06/2020 a las 13:40

Las velas de Eólo

Le prometió que le escribiría todas las semanas, pero le resultó imposible. Se hizo a la mar y los primeros días se olvidó de la promesa. La recordó cuando desembarcó en el primer puerto. Buscó un escribiente y le pagó el trozo de cuero y el coste de la entrega. No era muy barato y quiso hacer negocio llevando mensajes y cargamento de un muelle a otro, pero su barco no era comercial y el exceso de carga le impedía enfrentar los peligros de su largo viaje. Decidió seguir con los mensajeros, aunque cada vez se encontrara más lejos. Tenía otro problema, que era el de encontrarse más distante cada vez y era posible mandar respuestas. Le pidió a su amada que no respondiera porque no estaba seguro de que la ruta de regreso sería por los mismos poblados. Las tardes de sol, con el arrullo del mar y la belleza de la inmensidad, eran aburridas para todos, así que unos se emborrachaban o se ensimismaban satisfaciéndose con los recuerdos de momentos hermosos de su vida.

Vlixes se quedó mirando las velas de su embarcación que se agitaban muy lentamente y trataban de decirle un mensaje. En ese letargo matutino de domingo creyó oír algunas palabras. “Amado mío, cómo quisiera tenerte a mi lado. Está soledad oscura me hace añorarte. Siento en mis sueños tu cuerpo firme y me abrigo bajo la protección de tus brazos. ¡Vuelve lo más pronto que puedas!”. Era su voz—pensó—, un poco modificada, pero suya, al fin y al cabo. ¿Cómo lo habrá logrado? Se preguntó tres noches consecutivas, pero no halló respuesta. Volvió a sentarse en la proa y miró hacía las velas, entonces aguzó el oído y lo comprendió todo.

Se levantó de un salto y mandó arriar las velas. “Marineros, por favor, haced cortes finos de forma vertical de extremo a extremo de las velas y remacharlas. Haced las ranuras de diferentes grosores”. Dirigió el trabajo, midió las rendijas que había en cada lona y ordenó montarlas muy tensas para que no se enrollaran. Los marineros refunfuñaban sabiendo que esos canales en la tela disminuirían la marcha, pues ¿qué embarcación puede navegar con fuerza cuando las velas están cortadas? Se negaban a seguir las instrucciones y cuando finalmente los altos mástiles estaban listos les ordenó callar. Hubo largos minutos de espera en los que los inconformes incitaban a una sublevación contra el capitán. En secreto, fueron sacando sus cuchillos para amotinarse. Había pocos partidarios de Vlixes, por eso uno de los más indisciplinados, sacó el cuchillo y se dispuso a atacar, pero en ese momento se oyó una voz dulce. ¡Shhh! —Ordenó Vlixes—. ¡Es la voz de mi amada! Todos se quedaron tiesos por la sorpresa. La reconocieron. Sonaba tierna y cariñosa. Decía palabras de aliento y comentaba los últimos sucesos de la ciudad.

Miraron todos con admiración las velas. Epenor, todavía empuñando el arma, señaló al mástil. “!Viene de allí! ¡Viene de allí!” Se puso a bailar de alegría por que había oído que su familia crecía y estaba sana y salva. No sabía aun que le esperaban grandes decepciones, pero en ese instante se sintió más feliz que nunca. Pasaron la tarde escuchando las buenas nuevas y durmieron felices. Ya no tenían razones para preocuparse por el regreso. Estarían al tanto de todo, aunque la marcha fuera un poco más lenta. El dios del viento Eolo les ayudaba con fuertes ráfagas cuando no había mensajes que escuchar. A Vlixes se le ocurrió la idea de enviar sus respuestas a través de sus velas y les ordenó a sus hombres que formaran dos filas y les transmitió el mensaje que debían dar.
“Oh, querida y amada mía. Escucha la voz de mi corazón que te extraña. He sabido de tus noches de insomnio y tus lágrimas. Te pido que no las derrames por mí y que tengas fe. Volveremos pronto. Ya estamos de vuelta. Te besa quien te querrá por siglos”.

Días después llegó la respuesta y la congoja animó a los tripulantes. A partir de ese día se dedicaba toda la mañana a la escucha. Unos lloraban y reían de gusto, otros decepcionados se arrinconaban para guardar luto por las consecuencias de la guerra. Hubo ocasiones en que no se le dedicó ni un minuto a esa tarea porque fue necesario combatir. La distancia se fue acortando con los meses y, cuando las voces vivas sustituyeron las de las telas rajadas, el mar se llenó de brisa.

Carla

03/06/2020 a las 16:44

Juró que le escribiría todas las semanas, pero lo cierto es que ya habían pasado más de siete meses desde aquella promesa y Martín aún no había recibido noticias.

Me seguía sorprendiendo su cara de ilusión cada vez que veía al cartero aparecer a través del enorme ventanal, a pesar de que las cartas se hacían esperar.

No cabían sentimientos de rencor ni de rabia dentro de su pequeño corazón, solo había esperanza y fe. Se aferraba con pies y manos a un tiempo pasado que nunca fue mejor, siempre ansiando recuperar los momentos perdidos y llenar su cabeza y los álbumes de fotos de recuerdos que algún día evocaría con nostalgia y cariño.

–Mami, ¿crees que papá se sigue acordando de nosotros? –me preguntó mirándome con sus enormes ojos marrones.

–Cielo, las cosas ya no son como antes –intenté hacerle ver–. Pero te aseguro que me encargaré de que nunca te falte de nada. Serás el niño más feliz del mundo.

Lo peor de todo es que jamás se daría cuenta de que las personas no cambian, y si lo hacen, solo será para mostrar lo realmente innato en ellos: su peor cara.

ÁNGELL

03/06/2020 a las 18:18

MI CHICO FAVORITO

Juró que le escribiría todas las semanas. Sin falta. Luego guardó silencio durante unos segundos… Y colgó. La puerta se abrió violentamente y la policía entró en la habitación gritando.

En la autopista no había apenas tráfico. El coche tomó una desviación y se sumergió, así, en la oscuridad de la noche. Comenzó a llover.
Apenas llevaba circulando un par de kilómetros, cuando la figura de un hombre salió de las sombras, envuelto en un impermeable oscuro, para detenerse en el borde de la carretera. Al llegar el coche a su altura, el individuo comenzó a hablarle a un objeto que se llevó a los labios. Manu no pudo distinguir sus rasgos bajo la fuerte lluvia y la amortiguada luz de los faros, aunque sabía perfectamente de quién se trataba. Miró por el retrovisor al dejarlo atrás. El personaje permanecía impertérrito bajo la lluvia observando cómo él se alejaba.
Al llegar a la puerta del lujoso caserón, los esbirros le registraron exhaustivamente.
—Lo siento señor Sac, pero tengo que ver lo que contiene el paquete.
—No hay problema.
Manu subió las escaleras, se dirigió hacia una lujosa puerta y golpeó tres veces con los nudillos. Una voz amortiguada atravesó la madera noble: «¡Adelante!» Al otro lado, dos hombres le esperaban.
—Aquí está mi chico favorito, Víctor —dijo el mayor de ellos, mientras se dirigía hacia él con los brazos abiertos—. Te presento a Manuel Sac, la persona que más quiero de toda la tropa de inútiles que tengo bajo mis órdenes, mi persona de confianza y futura nueva pieza en la familia.
—Tenía ganas de conocerte. Marcos no para de hablarme de ti —Víctor y Manu se dieron un fuerte apretón de manos.
—¿Qué llevas ahí?—exclamó Marcos con evidente curiosidad, interrumpiendo la presentación.
—¡Oh, sí!… Es para ti. Un regalo. Tus hombres han tenido que romper el envoltorio, disculpa —Manu extendió los brazos con el obsequio hacia Marcos, haciendo lo posible para ocultar el evidente temblor que empezaba a aparecer en sus manos—. Espero que te guste. Es una pistola del siglo XIX. A juzgar por lo que me ha costado, debe de ser prima hermana de la que usó Larra para suicidarse, je, je, je…
—No te lo dije, Víctor, éste es mi chico —Marcos abrió la boca de asombro, al observar la exquisitez de la pieza—. ¡Joder, esta vez te has pasado! La has enmarcado y todo, ¡qué detalle!
—Espero que no quede mal entre las de tu colección —sugirió Manu, a la vez que hacía gestos insinuando la posición del nuevo cuadro en la pared.
Los tres hombres se reunieron alrededor de la antigüedad para admirarla. Minutos después, Marcos se dirigió al mueble bar y preparó tres vasos con bebidas. Luego se dirigieron al fondo de la habitación. Sobre una mesa descansaban una serie de documentos, agendas, libros de contabilidad y una maleta conteniendo una gran suma de dinero. Toda una serie de material que comprometía seriamente a Marcos y a su entramado de empresas fraudulentas y negocios sucios. Víctor, su asesor, había venido para llevárselo a un lugar más seguro, la policía judicial vigilaba a la organización muy de cerca ya. Manu aprovechó que Víctor y Marcos mantenían una distendida charla para dirigirse hacia el marco que contenía la pistola, rompió el cristal y, con ella en la mano, apuntó a los dos hombres.
—¡No hagáis gilipolleces, la pistola está cargada! La preparé antes de venir aquí. ¡Sentaros ahí, uno al lado del otro, y no os mováis!
—¿Pero qué…? —exclamó sorprendido Marcos, sin creer lo que veían sus ojos.
—Jefe, creo que acaban de venderte a las autoridades.
—¡Eso es imposible! Tú… Tú… ¡Maldito hijo de puta! —balbuceó Marcos, y arrojó su vaso sin puntería hacia Manu.
—Es inútil, querido, la policía tiene rodeada toda la zona. No tenéis escapatoria. Permaneced quietos y en silencio, y todo irá bien.
Los dos hombres se dirigieron hacia un sofá y se sentaron. Manu los encañonaba desde una silla, junto a ellos. Sin perder de vista a sus rehenes, Manu descolgó el teléfono y marcó un número:
—Hola, soy yo… Yo también te quiero mucho… No… Estoy con tu padre…

El chaval

03/06/2020 a las 18:35

JURAMENTO CUMPLIDO

Juró que le escribiría todas las semanas. Estas son las palabras que dijo Alicia a su amigo Alex, al despedirse con un abrazo en la estación del ferrocarril momentos antes de partir hacia Avilés.

Alicia, acompañada por sus padres, tiene por delante dieciocho horas de cansancio y aburrimiento con un tren de vapor, que no puedes abrir la ventanilla ante el riesgo de que entre en los ojos alguna carbonilla. Alex, por el contrario tiene poco trecho hasta su casa, justo para cambiarse de ropa y salir con los amigos a correr por El Gran Parque, a las afueras de la ciudad.

Los dos tienen la misma edad, quince años. Son muy buenos estudiantes y sienten empatía mutua, así que pueden, procuran estar juntos y sus conversaciones versan sobre su futuro, tanto en los estudios como en lo personal y acaban siempre con un abrazo y el juramento de amor eterno.

Alicia, ya tiene reserva de plaza en el instituto, mientras su padre en su nuevo destino ya ha tomado posesión como ingeniero en la factoría siderúrgica de Avilés. Los dos amigos tienen carácter de saber lo que quieren, por eso Alicia le ha jurado que le escribirá cada semana y Alex, que tendrá la suficiente paciencia para saber si cumplirá con lo dicho.

Alicia ya le envía la primera carta anunciándole que llegaron bien del viaje y la segunda para darle cuenta de que le gusta el colegio donde estudia y sus compañeros; el pie de la carta va con dibujitos de labios y corazones rojos. Alex más perezoso le contesta alguna carta; que se alegra de que esté bien y que por su parte continúa con el deporte, y que ha ganado una medalla en los especiales del colegio.

Alex, hace acopio de las cartas que recibe. Lleva numeradas ciento cincuenta y seis y habrá contestado solo una docena de veces. En la carta ciento cincuenta y siete, Alicia le hace saber que ha conocido al hijo del profesor de literatura.” Es muy guapo, alto y con el cabello rizado como tú y se llama Alejandro. Me ha invitado a tomar una sidra con su grupo de amigos. Ya te explicaré cuando te escriba. Muchos besos, tengo ganas de abrazarte”

Alex recibe la carta ciento sesenta: “Querido Alex, todo va bien. Alejandro me ha regalado un anillo de compromiso y que el próximo año quiere que nos casemos. ¡Qué alegría tengo! Te enviaré la participación de la boda por si quieres venir”.

Trevize

03/06/2020 a las 19:18

Juró que le escribiría todas las semanas.

Después de lo que había ocurrido, era lo menos que cabía esperar. Ana se sorprendió, no lo dejó entrever, pues era su especialidad esconder sus sentimientos tras una máscara de hielo, pero lo cierto es que no esperaba esa respuesta.

Tras unos instantes, se atrevió a esbozar una ligera sonrisa, nada que mostrara mucho agradecimiento, ni mucho menos admiración u otro sentimiento que pudiera dotar a Diego de demasiada confianza. Esa era otra de las cualidades de Juana, medir como si de un metrónomo se tratara todo lo que mostraba a los demás.

Era una tarea un tanto ardua, imaginad por un momento que por cada cosa que percibes, tienes que pensar en un microsegundo qué es lo más adecuado para mostrar al otro… No resulta nada fácil, no, no es en absoluto fácil para el común de los seres humanos, pero para Ana era un automatismo más propio de un microprocesador de última generación, que de un cerebro humano normal y corriente.

Pedro se tranquilizó. Conocía a Ana mejor de lo que ella pensaba, y aunque no podía dejar de estar alerta, entendió por aquella media sonrisa que más parecía una mueca, que aquello no la había hecho enfurecer. Y eso era lo más importante de todo…

Después de varios meses de contactos intermitentes, Diego había tomado la decisión de empezar el experimento en uno de los próximos encuentros. La primera puerta había quedado abierta. Se habían reunido para charlar, parecía que, como muchas otras veces, todo iba a girar en torno a conversaciones relativamente superfluas y distendidas, lo que uno podría llamar vulgarmente, desconectar de los problemas y pasar un buen rato.

Pero cuando la taza de café de Ana dejaba de humear, y ella empezaba a pensar en apurar esos últimos sorbitos, Diego dejó caer la bomba. Se marchaba, por tiempo indefinido. No serían más de cuatro meses (en principio), pero durante ese tiempo no iban a volver a verse, y ni tan siquiera podrían hablar por teléfono o cualquier otro medio que no fuera por carta.

Ana ya sabía que Diego era un tipo un tanto reservado, y si hubiese sido sincera consigo misma, probablemente se habría dado cuenta de que había construido un personaje alrededor de aquel chico, y que muchas de sus apreciaciones se debían más a su imaginación, o a lo que ella deseaba de él, que a la verdadera naturaleza de Diego. Pero ella no había sido sincera consigo misma, no lo había sido desde hacía tanto tiempo, que ya no podía distinguir lo que verdaderamente era real frente a lo que no.

Y esa era la gran baza de Diego. Su mente perturbada no dejaba de regodearse cada vez que ella se refería a él, por ejemplo, como alguien tímido. Cada vez que ella le lanzaba algún piropo, Diego se ruborizaba por toda respuesta, cosa que Ana achacaba a su timidez. Obviamente, eso no era lo que estaba ocurriendo en la mente de él.

Diego sentía cada vez más cerca el momento en que podría finalizarlo todo, poner a prueba al ser humano de nuevo experimentando con Ana. El momento en que iba a ejercer un control total sobre todas sus acciones, utilizando en un principio ciertas cartas qué, lejos de ser una muestra de cariño o incluso amor hacia ella, eran solo un pretexto. Una manera de hacerla ir a aquel lugar. Un modo de lograr que Ana, sin que nadie, absolutamente nadie de su entorno supiera nada, fuera a visitarle unos dos meses después.

El plan era perfecto, estaba seguro de que esta vez no podía fallar. Tras varias aproximaciones, diversos momentos en los que tocó la gloria con las yemas de los dedos, instantes en los que creyó que era el último ensayo, que quedarían atrás los errores, esta vez Diego supo que con Ana sería diferente. Ella llegaría a la isla excitada, haciéndose la interesante, pero con ganas de saber todo lo que Diego había estado haciendo durante ese tiempo, y con ganas de besarlo, de abrazarlo.

Pero en cuanto supiera lo que Diego hacía allí, cuando supiera lo que Diego le iba a hacer… Ese era el mejor momento para él, el éxtasis, esa sensación de poder y control absoluto sobre alguien, esa completa convicción de que alguien te pertenece, y cuando precisamente esa misma persona es a la vez consciente de ello, Ana sabría sin lugar a dudas en ese preciso instante, que pasaría el resto de su vida en manos de un maldito loco.

TAITASU

04/06/2020 a las 00:55

Juro que le escribiria todas las semanas, cuando sus miradas se cruzaron por ultima vez, el en el asiento trasero del seiscientos y ella sentada en la grailla de casa de la abuela, el verano acabo.
Mientras el pequeño coche devoraba kilometros, con un calor horrible, esta vez no le molestaba que el skay del asiento se le pegara en su blanca piel, el seguia sumido en un sueño, recordando todo lo acontecido en ese verano y las sensaciones tan extrañas que experimentaba cuando jugaba con sus nuevos amigos, y sobre todo con la de las largas trenzas, tan distintos a los que sentia en el patio de su colegio,
¿que sera? se preguntaba.
Despues de siete horas de viaje, a el le parecieron treinta minutos,llegaron a la ciudad, salio del coche corriendo, como si estuviera cayendo un diluvio, cuando realmente estaba a 45 grados,
queria empezar a cumplir el juramento que le hizo, y despues de un par de horas escribiendo, no queria olvidar ningun juego de los que habian jugado, pillapilla, tula, la comba, la goma, la lima, la tanga o simplemente correr por las blancas calles del pueblo, o cuando entraban a escondidas por los bancales, o cuando se sentaban juntos en el escalon y no decian nada o cuando no se querian mirar, pero siempre acababan mirandose, y derepente, recordo algo que le lleno de mucho dolor, con tantas sensaciones vividas junto a ella, se le olvido preguntarle , su direccion, pero eso no fue excusa para el, pues se juro asi , que escribiria y el proximo verano se las entregaria

AToMo

04/06/2020 a las 11:19

Juró que escribiría todas las semanas. No era de juramentos ni promesas, y descreía de la diferencia entre ambos, pero entendía que era de esas cosas que se necesitan, ya sea para desligar responsabilidades en el jurante, o bien para evitar la incertidumbre del libre albedrío. Todo quedaba escrito con fuego luego de completarse el rito, o con sangre.
Prefería pensar en compromisos, tácitos y explícitos, asumiendo lo dinámico de los cambios de intereses, la reorganización de las prioridades, y aceptaba de buena manera cualquier cambio en las reglas de juego. En eso era bueno.
Pero esa tarde necesitó jurar. Necesitó escribir en piedra su compromiso, y dejar los intereses y prioridades en un orden inalterable, que de alguna manera diera certezas, que de alguna inmortal manera diera efímera cuenta de que de hoy en más, haría suya toda la carga.
Y cumplió, juró, escribió.
Con la única precaución de reservarse el último refugio de intimidad, la mueca irónica que daba cuenta que descreía de promesas y juramentos, con la única precaución de solo él saber, a quien y donde.

Felysha

04/06/2020 a las 18:19

Hola TAITASU, me has hecho sentir como él. Muchísimas gracias!!!

Willi C.

05/06/2020 a las 17:56

Juró que le escribiría todas las semanas, y así lo hizo.
No tuvieron apenas tiempo de despedirse, en lugar del domingo él zarpó el sábado, órdenes del almirantazgo. Tenían que cruzar el charco para ir esa guerra que había en Europa, un sitio que no podía imaginar siquiera como era.
La travesía duró dos semanas y cumplió sobradamente su promesa, media docena de cartas escribió contándole lo aburrido y tranquilo que era estar en el barco. No era verdad. Estaban todo el día en movimiento. Limpiar armas, baldear la cubierta, cocinar, planchar, un par de escaramuzas con aviones enemigos, auxiliar a heridos, reparar desperfectos, un temporal. Si no acababa el día exhausto y se dormía nada más tocar litera, entonces escribía la carta rápido, sin parar, no quería dormirse.
Por fin llegó a Europa y le contó lo bonito que era. Las casas eran muy diferentes y no imaginaba que habría tantos árboles y tan diferentes. Tampoco esperaba que la gente pese a la guerra que sufrían hace años estuviera tan bien de ánimo y fuera tan hospitalaria y amable. No era verdad. No había casas, sólo había montones de ladrillos y cascotes por todos lados. Tampoco había ningún árbol en pie y los lugareños estaban abatidos, desesperados y llorando a sus muertos. El enemigo antes de huir masacró a la población.
Le escribió muchas veces, todas las semanas le contaba la suerte que había tenido de estar en su batallón. Estaban en retaguardia llevando suministros y ni siquiera había tenido que disparar —¿Te lo puedes creer? —Le escribía—. Por eso comemos bastante bien y no pasamos tanto frío. —Dicen que sólo quedan unas semanas de guerra, que se rendirán pronto—. No era verdad. Su batallón estaba siempre en vanguardia y no podía saber cuántos enemigos había matado. Sí que se acordaba de todos y cada uno de los compañeros caídos. Y así fueron los dos años hasta que acabó la guerra.
Pudo sobrevivir y volver a casa, casarse con ella y tener hijos. A veces él se quedaba absorto mirando al horizonte y ella le preguntaba si se encontraba bien. Contestaba que sí, que estaba bien. No era verdad, lo sabían los dos. Entonces él le pedía que cogiera una carta al azar y ella la leía. Interrumpía la lectura y contaba anécdotas divertidas que inventaba sobre la marcha y reían a carcajadas. Otras veces, él se echaba a sus rodillas llorando desconsolado mientras ella le abrazaba.

Meli Delgado

05/06/2020 a las 18:14

Juró que le escribiría todas las semanas.Y lo dijo de corazón, convencido de cumplir, pero nada más zarpar el barco, la vida lo entretuvo de tal forma que solo había tiempo para sobrevivir.

Años después,en un tiempo de calma,la deuda reclamó su atención.Contó las semanas que habían pasado y,una a una, escribió las cartas a una dirección perdida.

María Jesús

05/06/2020 a las 20:34

Meli Delgado me ha gustado mucho tu relato.

Helkion

06/06/2020 a las 09:06

Desamor

Juró que le escribiría todas las semanas. Y ella juró que se las devolvería una a una.
Ambos cumplieron su juramento.

Amilcar Barça

06/06/2020 a las 10:46

Helkion, claro y conciso

YAYI

06/06/2020 a las 22:48

Juró que le escribiría todas las semanas cuando le regaló el cuaderno y boli que tanto le gustaba.
Ha pasado un año y aún no sabe qué decirle.

elvocito

07/06/2020 a las 10:14

Carta al coronito

“Juró que le escribiría todas las semanas”. Le dije al bichito Covid19. Se lo conté a mi madre tan guerrera de salud y se rió a carcajadas.

– Menuda cabecita, tienes hijo mío – espetó mi madre.
– Ah sí, es lo que quiero tener para llegar a ser médico o tal vez piloto del Ejercito del Aire – le respondí con sorna.

Y en aquel momento los bombardeos empezaron a destruir manzanas enteras de casas. En mis sueños de resurrección vi al coronito tan grande como el planeta Júpiter.

Acabo de ascender al Cielo de una invisible y potente luz en forma de rayos, una mano amiga me mostró todas las cartas acaricaturadas y como una hoja de uranio…

maría de los ángeles

07/06/2020 a las 18:45

Juró que le escribiría todas las semanas, así como quien parece prometer algo sagrado. Le tomó las manitos, mucho más pequeñas que las suyas, y se agachó para estar a su altura. Ella lo miró con ese regocijo con que hace brillar los ojos infantiles, ese que hace que el corazón de vueltas y deja al descubierto la candidez de los que recién empiezan a vivir. Era magia en su más puro aspecto. La niña estiró su brazo para tocarle la barba que pinchaba, y rio. Le dijo que ella también le escribiría, porque ya sabía hacerlo. Le dijo, también, todo lo que lo quería, y que lo extrañaría muchísimo.

El viento empezó a soplar con más fuerza cada vez, y el padre se ajustó el sombrero de ala ancha. La berlina esperaba, con los caballos bufando y resoplando.

Su padre se alejó, envuelto en su gabardina café, y la niña no derramó una sola lágrima, confiada en las mentiras que había escuchado salir de aquella boca.

José Antonio Blaya

07/06/2020 a las 22:51

Juró que le escribiría todos los días. ¿ Pero qué podía decirle en aquel momento ? ¿No era acaso una despedida forzada ? Nunca quiso separarse de ella pero ambos sabían que era lo mejor. Él tenía su vida en otro lugar y aunque su amor estaba fuera de dudas aquello nunca podría durar. Almudena era inteligente. Lo comprendería. No tuvo tiempo de decirle adiós.Y aquel juramento fue lo único que salió de sus labios. Después la distancia y el tiempo terminaron por alargar más el olvido. Al cabo de los años ya no se acordaban de aquel compromiso, Era ley de vida.

Julio Sobero

09/06/2020 a las 13:37

Juró que le escribiría toda las semanas:
Han pasado seis semanas y no hay carta todavía. No sé si me olvidó. Bueno, quizá no tenga dinero o peor aún la agencia del correos se haya mudado lejos o otra ciudad. Lo que es yo; no dejaré de esperar una carta, un telégrafo una fotografía o una simple nota. No creo que de forma tan repentina haya roto tal juramento.
Dos meses después:
Aún no me escribe, y parece que no lo hará, ¿Me habrá olvidado? ¿Por qué rompió su promesa? Me niego a admitirlo. Las horas parecían cerrar la tarde y está sellaba casi tres meses sin recibir noticia alguna. Cuando de pronto… una voz le dice: ¡Hola, a quién buscas! Ya no busques más, ya estoy aquí, luego del juramento me percaté que fue un error mi promesa. Y por ello estoy acá porqué pienso seguir la aventura contigo. Pues, ni tinta ni papeles pueden mermar las horas que felices vivimos y que decido vivir contigo por siempre.

Guille

10/06/2020 a las 05:52

Juró que le escribiría todas las semanas en las cuales va a estar en el frente.
Pero como cada día viene y pasó y las semanas volando como los aviones arriba y
se esfuman las memorias de hogar, Él se encontró en un lugar donde no puede
escribir ni vivir. Él y todo el ejercito de los aliados estaban rodeado por el enemigo.
Y ahora, fue solamente una cuestión de tiempo que los alemanes se los cargan
uno por uno del aire. Como Él caminó por la calle de la ciudad rota y destruida.
Un sonido raro, un sonido que darse cuenta del futuro, bajo pero creciendo en volumen.
El sonido de un mil de motores que rajó el aire y dio miedo de todos. Un punto nergo,
en el cielo, sigue por un otro y un otro y un otro después. Dejó caer su arma y empieza a correr.
La tierra se agita violentamente mientras las nubes se volvieron negras. Lo único que
quiso ver fue la ultima carta. Lo que haría para mandarla… El sonido crece
con cada segunda que pasa pero dentro de todo los sonidos, ¡Un grito de una casa cerca!
“¡Vente aquí!” El cerebro va al mil.

-Continuará

Mar y Olé

11/06/2020 a las 12:19

Amílcar quiero usar tu texto con mis alumnos como ejemplo perfecto de microrrelato, puedo?

Maurice

12/06/2020 a las 01:20

Promesa
Juró que le escribiría todas las semanas. Cosas que se dicen ahora cuando el dulzor de su perfume, todavía fresco,persiste en las nostalgias recientes,como la estela de un avión en el cielo azul de un día sin viento. Con el tiempo, recuerdos e imágenes se desfiguran y el deseo queda tras los últimos durmientes de la estación, y ella pavoneando su adiós con la mano.Con el tiempo, difícil sería que el recuerdo de aquellas noches, impulsara la pluma sobre el papel.

Se conocieron con premeditación. Ella lo miraba en silencio cuando entraba a revisar una que otra historia clínica. Él, solo cumplía con el ritual de la lectura; pensaba en su cuerpo delgado, pechos abultados; guardapolvo con los botones de abajo sueltos, dejando ver sus rodillas y un poquito más arriba cuando se cruzaba de piernas,provocándole una lascivia que venía aguantando doce horas encerrada. Ambos, olvidados de sus ocupaciones asistenciales, concentrados en la ocasión de iniciar un acercamiento más allá de la enfermería y del consultorio médico.

Una primera noche tormentosa, no por el clima. Sin conocer, la gran metrópoli no ofrecía un lugar para fundirse; caminaron demasiado para hallar un cuarto de hotel barato, antesala de una relación que prometía frustrante, vacía. Pero el pronóstico cambió cuando le propuso dormir en casa –la de ella-, a treinta kilómetros de allí, de la clínica; solo vivían sus dos hijos y la chica que los cuidaba mientras hacía los turnos en la clínica.Y sin tener a nadie que lo esperase, aceptó. En Buenos Aires, viajar de un lugar a otro es lo mismo; el modernismo –se dijo- desdibujan las distancias. Da igual trasladarse de Liniers a Plaza de Mayo, de Constitución a Don Torcuato. Solo tendría que levantarse más temprano para agarrar el tren de madrugada.

Cenaron temprano y la chica llevó los niños a dormir. Ella, la nana, se acostó en la cama en la misma habitación. Pero ellos no. En la alcoba, abrazados,junto al lecho que hasta un año atrás compartió con su marido, pensó que las sábanas deberían cambiarse más a menudo, a partir de esta noche.
Después se dejó sacar la bombacha, metiendo sus manos –las de él- bajo su falda, dejándosela puesta –a la falda-. Mientras, percibía los labios calientes recorriendo su cuello, lentamente.Y desprendió la blusa, también lentamente, botón a botón.
Él, no se resistió cuando le bajó el cierre del jean; con dedos húmedos y trémulos le costó tomar el miembro endurecido, grande. Manos un tanto mojadas debido al nerviosismo que le producía el no haber estado con alguien después de la muerte de su marido un año atrás;intentaba equilibrarla culpa con el peso del deseo. Y temblorosas también, ya que, sin haberlo visto, presentía que era inmenso, mucho más de lo que tuvo entre sus manos jamás. Se estremecía, pero no por temor. Era la emoción adelantada de sentirlo adentro, explorando, basculando, lubricándola, desgarrándola tal vez.

Se marchó a la mañana siguiente, de madrugada; cómo estaba previsto. Su mano no encontró a nadie en la otra mitad, aún caliente. Pero con su virilidad impregnando todos los atuendos. Después vino otra noche; y luego otra, y otra; y con cada una, la lujuria, la pasión, el agotamiento que los hacía dormir, sin soñar, hasta la madrugada, cuando él se vestía para salir.

En medio del ruido de la estación, flotaban palabras de reencuentros y anhelos. Adelantando tristezas, olvidos. Silencios eternos. ¿Nunca más?
Le prometió que escribiría. Ella, observando el último vagón alejándose del andén, se dio cuenta que solo fue un momento. Sus cartas jamás llegarían.

Verso suelto

20/06/2020 a las 12:27

Fanática

Juró que le escribiría todas las semanas, lo juró sin decirlo, solo con el pensamiento, al verle despedirse con la mano desde la escalerilla del avión. El mejor día para hacerlo sería el viernes, los viernes tienen el aura de lo nuevo, los viernes dejas atrás los problemas de la semana y se abre un profundo paréntesis que te dispones a llenar con los planes que has ido incubando día tras día. Sí, le escribiría todos los viernes.
La despedida fue un sábado, así que tenía aún seis días por delante en los que iría atesorando experiencias que luego volcaría en el papel.
Nada más salir del aeropuerto, aún con una lágrima refrescando su mejilla, fue a esa papelería que tanto le gusta, la de los soportales de la calle Mayor junto a la que hace poco han abierto un Burger King. La conoce bien porque está muy cerca de la sastrería en la que trabaja. Esa papelería en la que el dependiente lleva una especie de guardapolvo entre gris y azulado y al que apenas le quedan unos pocos pelos que distribuye en su cráneo como una madre menesterosa reparte el escaso condumio entre su prole. Esa papelería cuyo escaparate es un museo de la memoria, donde se muestran agendas, gomas de borrar, sacapuntas, plumillas y, como estamos en mayo, modelos de recordatorios para los niños que hacen la primera comunión. Con sus manos traslúcidas, el dependiente saca una caja de cartón de los anaqueles de madera combados por el peso de los años y las resmas de folios. La abre con parsimonia y queda al descubierto un envoltorio de papel de seda bajo el que duermen hermosas cuartillas color crema. El hombre saca un taco, lo baraja y un vientecillo refresca la cara de la muchacha, que sonríe mientras imagina su mano deslizándose sobre la sugerente superficie, dejando tras de sí un rastro de hermosas palabras de amor.
Ya en la calle, saca del bolso la foto que el le ha dado. Mira su firma, lee la dedicatoria que él ha escrito con pulso firme y enérgico. Mientras guarda la foto, le imagina con su maleta recorriendo una calle de una ciudad en la que ella nunca ha estado, la escalera de madera de la pensión, los peldaños que crujen bajo los pies de Guillermo mientras sube al tercer piso, o al cuarto, o al quinto, la mínima alcoba con una cama, una silla y un armario desvencijado cuya puerta no encaja bien y hay que echar la llave para que no se abra.
Mientras piensa todo esto la muchacha recorre las calles de vuelta a casa, despacio, no tiene prisa, el tiempo se ha quedado vacío sin él y el espacio alrededor suyo parece el de una película que ocurre muy lejos.
Llega el primer viernes desde que él se fue. La muchacha, al volver del trabajo, se sienta a escribir su carta. La ha pensado tantas veces desde el sábado anterior que la escribe de corrido, tan solo tiene que concentrarse en que la escritura sea como un reflejo de ella misma, que cuando Guillermo la lea sienta como si la estuviera acariciando, como si la curvatura de las letras no fuera más que un mensaje cifrado de su piel, como si el sonido de las palabras al pronunciarlas no fuera sino el golpeteo del corazón en su pecho cuando piensa en él. Escribe página tras página sin parar, con aplicación, procurando que las línea sean rectas, pero no tan rectas; que los márgenes sean iguales, pero no tan iguales; que la perfección se intuya bajo la irregularidad del trazo, lo mismo que las cumbres y los valles esconden la redondez de la tierra.
Le cuenta a Guillermo todo lo que ha hecho y lo que le gustaría hacer, lo que ha pensado, lo que no pudo decirle en el aeropuerto.
Semana tras semana repite la misma rutina. Semana tras semana va colgando en un tablero de corcho los recortes de las fotos que publican los periódicos: Billie solo en el escenario, Billie con su grupo The dreamers, rodeados de micrófonos, Billie lanzando un beso al aire desde la escalerilla del avión. Semana tras semana recibe la respuesta que deja sobre el montón de sobres color crema, con el sello de correos “Rehusado por el destinatario”.
La muchacha apaga el flexo y comienza a pensar en la próxima carta. Juró que le escribiría todas las semanas.

Helkion

20/06/2020 a las 16:05

Muchas gracias, Amílcar. Tan claro y conciso como el tuyo, jajaja. Veo que ambos nos decantamos por nanohistorias. Genial. 🙂

Moria Puch

08/07/2020 a las 15:15

Juró que le escribiría todas las semanas. Pero ella sabía que mentía. ¿Quién espera una semana entera para escribirle a alguien que quiere?
Ella lloró en el avión durante todo el viaje. A la semana siguiente, cuando no recibió ningún mensaje de Rubén, agarró su cámara y salió a sacar fotos de Madrid. Editoriales compraron esas fotos enseguida. La plata comenzó a fluir.
En cuestión de semanas, Rubén se desdibujó de su mente.
Ahora, cuando contaba la historia de su nueva vida en alguna fiesta, el detalle de quién la había llevado al aeropuerto era ínfimo:
—Un amigo —decía, y continuaba con lo que realmente importaba.

Verset.

14/07/2020 a las 13:34

Juró que le escribiría todas las semanas. Desenlazaron sus manos sin desear hacerlo, puesto que dejar de tocar las del otro bien supondría un punto y final o un punto y aparte al ansiado futuro por el que habían estado luchando.

Marcus cruzó el puente, aferrándose el sombrero debido al viento. El mismo viento que levantó las telas del vestido y meció los tirabuzones rubios de Josefa, quien limpiaba sus lágrimas, intentando evitar que se desmejorara el sutil maquillaje de su carita de porcelana.

Dos hombres retiraron el puente, la bocina sonó y el barco comenzó a alejarse. En medio de una muchedumbre de mujeres, familiares y amigos despidiendo a sus seres queridos, Josefa alzó la mirada buscando de entre los pasajeros la figura de su amado, a quien avistó al situarse en la borda. Él miraba de un lado para otro, buscando a su prometida. Ya se marchaba el barco cuando advirtió una mujer de cabellera rubia, con una mano recogiéndose el vestido, corriendo por lo que quedaba del paseo de piedra, rogándole a todo pulmón por su regreso. Marcus corrió hacia la parte trasera, sorteando como podía al resto de los pasajeros, con la mirada clavada en ella, cuya figura se empequeñecía por momentos.

Había ruido y mucho jaleo, pero no le importó y gritó. Él se lo juró, le juró que volvería. Y que no se dejaría matar en la guerra. Aún les quedaban muchas cosas por vivir, muchos momentos por compartir. Los dos, juntos, unidos por la gracia Dios y ante los ojos de los hombres.

PD: espero les haya gustado. Hasta otra

Perla preciosa

20/07/2020 a las 14:25

Juró que le escribiría todas las semanas y desde el principio así lo hizo. Sus primeras cartas eran amenas y hasta divertidas, pero con el tiempo su tono empezó a ser monótono y aburrido:
“¿Qué le pasará?” —se preguntaba Iris a cada momento.
De esta suerte y con el paso del tiempo, Iris empezó a olvidarla y lo consiguió tan pronto como ella dejó de ir a las tertulias.
Adela se quedaba en su casa del pueblo, y no volvería a Madrid durante una temporada larga. Fue tal su tristeza y apatía que con el tiempo perdió la memoria y el pudor, perdiendo así el bagaje cultural y afectivo adquirido hasta ese momento. Así pues, sus cartas eran cada vez más insulsas e incoherentes; sus conversaciones carecían de sentido, y también la gente del pueblo comenzó a ignorarla, de forma que Adela sólo tenía motivación para estudiar, con la esperanza de terminar el Bachillerato y volver a Madrid para prepararse la carrera, y el día de mañana, ser una buena profesora. No obstante, su salud se resentía bastante a raíz de su declive emocional, de forma que nadie creería que otrora fue la reina de sus amigas, la chica más distinguida y atractiva por su belleza y su jobialidad, y esa niña un poco traviesa, que prometía ser una esplendorosa mujer con un futuro brillante.
Un día sin embargo, recibió una carta de un desconocido, que, si no toda, le devolvió parte de la alegría y el ánimo perdidos desde su marcha al pueblo:
“Srta. Adela Muñoz Molina:
Espero que al recibo de mi carta se encuentre tan bien como pueda encontrarse en este tiempo, caluroso para ustedes, frío para nosotros, y asimismo, que goce en general de una buena salud. Como podrá ver en el matasellos, le escribo desde la Argentina, con la intención de proponerle una sincera y leal amistad entre nosotros, que con el tiempo pudiera culminar en el abrazo más intenso que dos enamorados pueden darse para expresar su infinito amor. Así pues, si está dispuesta, le propongo pasar una hermosa estancia en mi Buenos Aires natal, donde podremos disfrutar juntos de unas hermosas vacaciones, con las que seguramente se vea recompensada del esfuerzo y el dinero invertidos en el viaje. Mi casa, se lo puedo asegurar, es un templo sagrado para los corazones apasionados, y en ella se auspician los furtivos abrazos, las intensas caricias y los cálidos y apasionados besos, siempre acompañados de las más hermosas melodías que jamás compuso músico alguno, por brillante que fuera. Como podrá ver en la foto adjunta, tengo a mis espaldas algunos años de trabajo y experiencias en general, pero soy muy joven de espíritu, y poseo un ánimo jobial y espléndido para las pasiones más intensas, de lo cual podrá dar fe usted misma si llega a conocerme, lo que espero se decida a hacer en breve. En el reverso de esta carta encontrará mi dirección, y en mí, un corazón dispuesto para la ternura y el fervor del amante más leal que ha conocido en su vida. Hasta muy pronto, Srta.”
Al terminar, Adela creyó hallarse en un mundo distinto, que seguramente existía, pero el cual no estaba segura de poder alcanzar: devolverle la alegría, y hasta la felicidad, de la noche a la mañana, no parecía muy plausible. Tras la bajada de ánimo sufrida, seguramente pasarían años hasta que se recuperara.
Sin embargo, y pese a estas consideraciones, albergaba en el fondo de su ánimo una tenue luz, cristalizada en un halo de valor y de deseo de probar a experimentar la aventura que este personaje desconocido le proponía, e irse a Argentina a pasar una temporada junto a él.
“No obstante, ¿y si es todo mentira y tal personaje no existe, sino que se trata de una broma malintencionada, hecha por alguien, aprovechando mi tristeza y mi abatimiento? ¿Quién puede fiarse de un desconocido?”
Unos días de reflexión y dudas, de torturas mentales y de discusiones familiares, le llevaron a Adela decidirse a partir a Buenos Aires
—¿Estás segura de lo que vas a hacer, hija mía? ¿Tú crees que tener dieciocho años supone la plenitud de la vida y la edad en la que se deben acumular muchas experiencias? ¡Eres muy joven, querida mía, y aún te queda mucha vida que vivir!
—¡Mamá, no te metas en mi vida y déjame en paz! ¡Yo sé lo que quiero, que para eso soy ya mayor de edad y tengo derecho a decidir.
—Estamos de acuerdo, vida, pero aún no tienes ni veinte años, y sí en cambio, mucha vida y mucha juventud por delante, que podrás vivir, con igual intensidad y plenitud que las que ahora te propones, pero con más espacio en el tiempo: ¡aún no se te acaba la vida! Ese viaje es muy caro y tú aún no trabajas. ¿No te parece excesivo que tu padre y yo te paguemos un capricho de semejante magnitud? Céntrate en tu carrera, y después vendrá lo demás.
—¡Pues a pesar de todo, me iré, aunque sea andando! ¡Tú tienes a tu marido y nadie os dice lo que tenéis que hacer, no me lo impongáis a mí vosotros!
Así pues, una mañana bien temprano, Adela salió de su casa con poco más que lo puesto y una fortuna pecuniaria escasa, y se dirigió al bar del que salía el autobús que la conduciría hasta Madrid, donde, según sus cálculos preestablecidos, tomaría un avión que la llevaría hasta Buenos Aires.
A la hora de embarcar, no tuvo ningún problema: pagó el billete con lo poco que tenía y entró por la puerta grande. Tras esto, se sentó en uno de los asientos más próximos al piloto y se apresuró a abrocharse el cinturón, pues, según anunciaba la megafonía, saldrían en menos de media hora.
Despegó el vuelo, y en seis horas aproximadamente aterrizó en Buenos Aires. A Adela, le pareció el viaje un relámpago. Un relámpago zigzagueante, pero un relámpago al fin, que para ella sirvió de alumbramiento a una tierra desconocida. Se lo pasó leyendo y comiendo los deliciosos dulces que le presentaban. Al bajar, un hombre, con unos años a sus espaldas, la agarró de la mano y le dio dos tiernos besos en sendas mejillas.
—¡Qué linda sos, amor! ¡Cuánto hacía que no encontraba una mujer tan bella! ¡Estoy seguro de que, en España, deslumbras a todo el mundo.
Y, como si hubiera recuperado repentinamente la cordura y el pudor, supo guardar sus más íntimos secretos, para no contarle a aquel recién conocido las pasiones que despertaba en personas de todo tipo, y se limitó a asentir a todo lo que le decía.
—Vení a mi casa, amor, que tengo para vos los manjares más sabrosos que jamás comiste. Posteriormente, descansá si lo deseas, y mañana será otro día.
Así pues, cuando llegó a casa de Lambrini, Adela comió y bebió opíparamente. Tras esto, las copas de whisky la dejaron profundamente dormida y se acostó.
A la mañana siguiente, al despertar, no recordaba dónde estaba. Era como si le hubieran lavado la cabeza con el mejor desinfectante, borrando de su mente los recuerdos del día anterior. Le costó un ligero esfuerzo actualizar su memoria, pero lo consiguió antes de que Lambrini viniera a darle los buenos días y a alzarla en vilo con un intenso abrazo, quedando suspendida en su regazo semidesnudo.
—¿Dormiste bien, amor?
—Sí, gracias. No puedo quejarme.
—¿pasaste mucho frío?
—No demasiado, no te preocupes.
—Sabés en qué lugar me encantaría vivir con vos?
—No.
!Cómo iba a saberlo!
—A lo largo de muchos años, viajé por distintas ciudades de España, por cuestiones de trabajo o personales, y ninguna me pareció tan linda como Madrid. Allá tengo muchas amigas y bellos recuerdos de adolescencia. Hace rato que no voy, pero ¡no sabes cuánta nostalgia tengo de esa capital!
A Adela se le heló la sonrisa: en algo estaban de acuerdo, y sin embargo, ¡qué lejos estaban de allí!
Tras un frugal desayuno, salieron a pasear por el centro de la ciudad, donde Adela tuvo ocasión de admirar la magnífica catedral de la ciudad y pasear de la mano de su compañero. De pronto, Lambrini le hizo sentarse en un banco del parque.
—Como te dije ayer, mi dulce Adela, sos una mujer muy linda, y yo quiero otorgarte el regalo más dulce del que mi afecto por ti es capaz: che, ¿no te gustaría llevarte a España un nene?
—soy muy joven aún, Lambrini: todavía no he empezado la carrera ni tengo cómo ganarme la vida. He venido tras discutir seriamente con mi madre, que me lo echaba en cara.
—Por eso no te preocupés, amor. Yo sé por experiencia que un nene es la llave maestra de todas las puertas a las que llames en la vida: no te quiere tu familia y, tan pronto como tenés un nene, todo el mundo te adora; no tenés trabajo, pero si andás a entrevistarte con un mocoso, tienes bastantes más puntos que quien va sola; la cagás en algún sitio, y diciendo que sos una nena, y mejor aún, presentando a un tierno infante, todas las culpas se te perdonan. ¡No me digás que no es tentador agarrar uno y volver a Madrid a buscar trabajo con él en brazos.
Adela tembló de miedo por unos momentos: “¿quién es este individuo? ¿No me venderá? Y por otra parte, ¿quién le habrá dado mi referencia?”
La idea era tentadora, desde luego; mucho más, ahora que se había decidido a salir de su casa y tendría que vivir por su cuenta. Sin embargo, y pese a reconocer por experiencia la buena dosis de razón en los argumentos de Lambrini, no cabía en sus principios una acción de tal calado, antojándosele, a priori, una monstruosidad. Lambrini, consciente en el fondo del peligro que esto suponía para una joven como ella, se apresuró a tranquilizarla.
—Aún tenés tiempo para pensarlo. En cuanto me des permiso, te llevo al orfanato y agarrás el que más te guste. Si no tenés bastante para pagarlo, yo me encargo de ello. ¡Despreocupate, amor, no te voy a pedir nada a cambio!
—Y tú, ¿cómo te ganas la vida, Lambrini? ¿Eres acaso traficante de niños o de algún otro negocio sucio?
—Soy secretario en el Ministerio de Infancia y Juventud, y una de nuestras competencias secundarias es la de publicitar el objetivo de nuestro trabajo, para lograr que los niños abandonados encuentren alguien que los quiera y se digne a darles una vida adecuada a sus necesidades.
¡Eso era estupendo, faltaría más! Sin embargo, ¿cómo atreverse a emprender un negocio de semejante calado, ella que venía con lo puesto y aún no había terminado el Bachillerato?
—Perdóname, Lambrini, pero no lo tengo nada claro! ¿Tú crees que, por ir con una criatura colgando del cuello me van a dar trabajo en cualquier sitio? ¡No te equivoques: tener niños penaliza para hacerte un contrato, de forma que se lo hacen antes a las solteras que a quienes, en cualquier estado, tienen personas a su cargo; los hombres, por el contrario, no tienen ese impedimento.
—Confía en mí, amor. Yo te juro que esta estrategia funciona en todas partes. En último caso, podés decir que vas de parte mía, y verás como lo tenés resuelto.
¡Vaya con Lambrini y sus fantásticas ideas! ¡Si lo hubiera sabido antes Adela…! ¿En qué compromiso malsano se estaría metiendo ahora?
Una noche, Lambrini le sugirió bañarse juntos en la gran bañera que había en el baño de su casa.
—Si tienes alguna amiga que nos acompañe, estoy encantada. A solas con un hombre, no tengo costumbre de hacerlo.
—¿Por qué?
—Si tantas amigas tienes, no te costará nada decirle a alguna que venga a hacernos compañía. Yo la obsequiaré con el mejor regalo que en mí poseo, y de paso, te obsequiaré a ti.
¡Esto sí lo tenía claro Adela! Las pocas aventuras que tuvo en la adolescencia con algún compañero, le habían parecido desastrosas: un hombre desnudo era la cosa más repelente y obscena que imaginarse pudiera. De pequeña, si se le antojaba dormir la siesta con su hermano o con alguno de sus primos, le habían explicado que eran unos guarros y que, a través de los genitales, expulsaban sustancias de la misma categoría. Entonces se reía, pensando que los mayores exageraban para disuadirla, como cabe esperar en una niña de corta edad. Con el tiempo sin embargo, estas ideas se confirmarían y arraigarían profundamente en su mente. Con las compañeras, con las que había tenido mejor suerte, le prohibieron igualmente jugar durante esta etapa, argumentando que eran juegos muy feos y obscenos los que tenían lugar, en ocasiones, entre las adolescentes, vergonzosos e indecentes para cualquier mujer que se preciara de señora.
Sin embargo, ahora que estaba muy lejos de su casa y no tenía nada que perder, se atrevió a exteriorizarlo con su amigo: ver su cuerpo desnudo ante el espejo junto al de otra mujer, poder compararse con ella y tener un posible acercamiento, le resultaba mucho más atractivo.
—¿Así que sos camionera?
—Si de verdad te gustan las mujeres y yo te propongo bañarte con dos, en lugar de hacerlo con una, no debería importarte demasiado. ¿No eres un caballero, cuya hombría descansa y rebosa rodeado de mujeres? ¡Yo quiero darte ese gusto, si tu intención es tener aventuras conmigo a ese nivel!
Le habían tocado el punto débil a Lambrini, quien efectivamente se creía un señor muy virtuoso entre un montón de mujeres, dando por hecho que todas lo querían, y arrastrando a sus espaldas un buen palmarés de desvirgaciones.
—Yo soy buena gente, amor. Te prometo que no te voy a hacer nada. Si querés, llamo a Fernanda, que vive a dos cuadras de casa, y tal vez no le importe acompañarnos, pero no lo tengo tan claro. En cualquier caso, che, me gustaría que confiaras en mí: soy lo suficientemente honesto como para respetarte en lo que vales y en lo que mereces.
—Si Fernanda no quiere, trae un niño, que siempre será más sano.
¡Eso era otra cosa! A Lambrini, sin embargo, no parecía convencerlo del todo la idea. ¡Nunca lo había experimentado de todas formas! ¡No podía decir que no antes de tiempo! Sin embargo, sentía una ligera punzada en su amor propio, en su hombría herida: ¿es que él no era lo suficientemente hombre para bañarse con una mujer?
—Está bien, amor: te traeré un nene del orfanato, y experimentaremos ambos lo que se siente en tales circunstancias. ¡Todo hay que probarlo en esta vida —dijo bajando la voz.
Así pues, marchó Lambrini al orfanato, y le pidió a la cuidadora de los más pèqueños un niño de tres años.
—Tengo varios: los mejores son dos gemelos que ahora están jugando en el patio. Son muy lindos y buenos.
—Me llevo uno de ellos; el otro, guárdamelo para darlo en adopción a una amiga.
Y Lambrini volvió a casa con una criatura muy traviesa y juguetona.
—Ahora verás, mi nene, qué gusto te dará bañarte conmigo y con tu mamá: jugaremos juntos a lo que más te guste.
Adela, Lambrini y Fofito cabían perfectamente en la bañera. Adela tomó al niño en brazos, cual si fuera su hijo recién nacido, y lo arrulló y le acarició todo el cuerpo, sin dejarse ningún rincón de cuantos tenía visibles. Se cubrió los pechos con mantequilla y mermelada, y lo obligó a chuparlos, cual si de un lactante se tratara, lo cual hizo el pequeño con mucha avidez, mientras los adultos le prodigaban incesantemente caricias por todo el mapa corporal. Fofito protestaba ligeramente, aunque sin dejar de mamar el delicioso manjar que le habían preparado. Cuando terminó, se relamía de gusto, y Adela aprovechó a su vez para meter aquella lengüecita sonrosada en su boca: ¡estaba realmente buena! Mordió sus tiernos labios con ardiente pasión, y prorrumpió el suspiro más hondo de placer que jamás había experimentado, acompañado de un fuerte alarido y de espasmos corporales, con los que creía que iba a estallar de un momento a otro. Finalmente, lo dejó sentado en la bañera para que Lambrini observara si tenía tacto en las partes pudendas, y con suavidad lo sodomizó, experimentando un orgasmo apenas perceptible.
Tras esto, dieron por terminado el baño, aunque a Adela le costó más de lo normal levantarse, dado que estaba adormilada y tenía las piernas mustias. Caminaron los tres hacia la cama, y Adela acunó a fofito en sus brazos, y tras ello, y junto a Lambrini, en la almohada. ¡Qué bien se estaba! Adela no daba crédito a sus pasiones. Si se lo hubieran contado con tanto detalle, nunca lo hubiera creído de nadie; si hubiera sabido que le gustaban tanto los niños, habría programado su vida de otra manera. Necesitaba tiempo ahora para reflexionar sobre ello a solas, y al día siguiente `pidió a Lambrini que le dejara marcharse, llevándose a Fofito consigo. Lo envolvió lo mejor que pudo con el mejor traje que adquirió en una tienda de moda infantil, y sentado y durmiendo apaciblemente entre sus brazos, voló hasta Madrid. Al llegar, llamó a Iris, de quien hacía tiempo que nada sabía, y le pidió recibirla en su casa.
—¿Qué te ocurre, querida? ¿No será uno de tus quebraderos existenciales que arrastras desde la adolescencia? Recuerdo cuando nos decías que te sentías profundamente perdida, sin saber exactamente para qué habías venido al mundo. ¿Aún no lo tienes claro.
—Peor aún es lo que me ocurre, adela: mira, vengo de Buenos Aires y me he traído un niño adoptado. Ocurre que esto no es lo que yo pensaba, dado que da mucho trabajo y es muy malo: ¿qué te parecería si fuéramos a casa de Nurita y le pidiéramos un cambio por su hija, que tiene la misma edad? Yo diría que es más tranquila que este Fofito.
—¿Tú sabes lo que dices, Adela, o definitivamente te has vuelto loca? Los niños no se intercambian como si fueran mercancías: si te pillan, no quiero ni pensar lo que te puede pasar. Quizá vayas una buena temporada a la cárcel, o tal vez te pongan una multa pecuniaria muy alta.
—Lo sé, Iris, pero no me queda otro remedio. Se me ha acabado el dinero y no puedo volver a Buenos Aires para devolverlo.
—Pues no sé qué decirte, chica: por salir medianamente bien del paso, te aconsejaría que intentes dárselo a quien buenamente lo quiera. Yo no gano lo suficiente como para cogértelo, pero tal vez Ainara, que prefiere tener familia sin marido y gana más que yo, lo reciba con mucho gusto. Como quiera que sea, no trapichees con estas cosas, pues te arruinarás la vida tú sola.
—¿Ni siquiera me acompañas a casa de Nuri para intentar el intercambio que te propongo.
—En el mejor de los casos, te acompaño y te espero muy lejos: no quiero problemas de este tipo! ¡Ni que no hubiera bastantes en la vida!
Adela e Iris fueron a casa de Nuria: la primera entró en la misma, mientras la segunda esperaba en el parque, contemplando las flores de mayo que brotaban por doquier.
—Cuando lo conozcas, te darás cuenta de la joya que te traigo: es muy bueno y juguetón, come con avidez y no da guerra de noche.
—Entonces, ¿por qué quieres cambiarlo?
—Porque me gustan más las niñas. Al fin y al cabo, no es más que un cambio de uno por otra; no creo que sea tan complicado.
—¡Trae al niñoi y ve sola por esos tugurios cenagosos en los que más de una vez te metes! ¡No vuelvas más a mi casa! ¡A quién se le ocurre semejante estupidez?!
Adela marchó sola y desolada a su casa: los niños no eran su fuerte, pero pensaba que su amiga le dejaría disfrutar al menos de uno. Pese a todo, al llegar respiró profundamente y se desahogó a gusto en su habitación: “No hay mal que por bien no venga, desde luego: si me hubiera quedado con el niño, hubiera hecho lo que la primera vez en más de una ocasión; sin embargo, si me hubiera dejado a su hija, no me sentiría tan sola: si los niños valen para todo, ¿por qué para hacer compañía no? Aunque no me enamorara de ella como de Fofito, podría pasar por mi hija, y nos haríamos compañía mutuamente.”
Y acunada por estas catárticas y egoístas reflexiones, como otrora Fofito en sus brazos, se durmió plácidamente.

Alba

08/08/2020 a las 05:35

Juró que te escribiría todas las semanas, aunque ya estaba perdiendo el interés.
La aceptación, la confianza y el amor.
Juró que te escribiría todas las semanas, y aunque el sonido de las olas se alejan.
Juró que te escribiría todas las semanas, aunque el olfato se fuera perdiendo.
Juró que te escribiría todas las emanas, aunque sus pasos se alentarán.
Juró que te escribiría todas las semanas, aunque su ánimo se debilitara con la intensidad de un tornado
Juró que te escribiría todas las semanas, aunque ya no sentía nada, no sentía el tiempo, el espacio…

Gladys Moreno

26/08/2020 a las 05:48

Juró que le escribiría todas las semanas, y se despidió con un fuerte abrazo antes de subir al tren. La madre trató de mantener su rostro seco reteniendo las lágrimas hasta que vió alejarse el tren que llevaba a su hijo a cumplir con el deber de soldado que la patria le impuso.
El hijo cumplió su juramento. Esas cartas amarillentas por el paso de los años, son las que guarda la madre con tanto recelo, son los últimos pensamientos y los únicos que mantiene del hijo que jamas regreso.

Bea

26/09/2020 a las 18:57

Cómo avisáis sobre el comienzo de los nuevos retos, para que una persona novata,como yo,sepa que hay que empezar a divertirse escribiendo??
No quiero perderme el próximo reto.

Literautas

27/09/2020 a las 08:52

Hola, Bea. Ahora mismo el blog está temporalmente cerrado por falta de tiempo, así que no habrá nuevos retos por ahora. Lo siento. Si quieres saber cuándo volveremos, puedes apuntarte a la lista de correo del blog y te enviaremos un aviso en cuanto volvamos: https://literautas.us5.list-manage.com/subscribe?u=01b8ec7f8150808796c1b7cc3&id=fceb3a9b5c

¡Un abrazo!

David perez perez

28/11/2020 a las 20:03

juro que le escribiría todas las semanas si tan solo volviera a ver tu lindo cuerpo paseándose por la casa, que me des regaños por no querer levantarme temprano y que después de cada regaño terminemos con un tierno beso juro y no miento cada que te digo un te quiero por que sale del fondo de mi corazón.

autor: David perez perez

Alma

12/12/2020 a las 17:05

Juro que lo escribiria todas las semanas, vivi algo tan extraño que no lo volveria a experimentar si se diera la opertinidad pero va a quedar en mis recuerdos oara siempre, estabamos con mi familia festejando una navidad cuando de repente al otro dia, el 25 nos ibamos a reunir otra vez como siempre y en el medio del camino nos tuvimos que volver todos porque habian ruidos extraños que ni sabiamos de donde venian era como si viniera desde atras mio y a la vez a mi costado, nose era super sorprendente y aterrador, si se harian una idea de lo que fue ese camino a casa. Les paso a contar, empezaron q correr los animales por el medio de la autopista, desde cuando pasan por la autoespista ellos?, se empezo a poner el cielo oscuro ql nivel de estar negro y no aver una gota de luz natural, lo que faltaba era que se corte la luz qsi estabamos completos no? Y si, asi paso, se corto la luz en toda la ciudad, en fin nuestras luces no eran del todo suficientes pero al menos teniamos para llegar a casa, una vez que llegamos tuvimos que buscar velas y comprar mas,porque no sabiamos cuando iba a terminar, fueron dos dias de todo lo contado anteriormente, fueron los tres peores dias de mi vida, no volvia mas la luz. El 27 a las 8 de la mañana sono una fuertemente sirena y yo pense ” listo la purga tambien” pero no. No era un 12 horas para sobrevivir, era el presidente hablando, infomandonos que estabamos viviendo un experimento social,el cielo negro era algo natural pero que sabian que iba a pasar pero no nos habian informado, los animales eran maquetas y el corte de luz, bueno.. era un corte de luz. Una experiencia que hasta el dia de hoy la cuento.

Gladys Moreno

19/02/2021 a las 06:12

Juró que le escribiría todas las semanas…me emocionó cuando me lo dijo y comenzó a buscar lápiz y papel
– Pero dime ¿por qué no le dijiste la verdad? ¿por qué dejas que crea que responderá a sus cartas? ¿no crees que es un poco cruel?
– No tuve corazón, le dije que se fue a un largo viaje y que no sé cuando volverá. Déjalo así ya encontraré las palabras adecuadas, ¡se lo diré, se lo diré! más adelante, ahora lo importate es que no sufra
– Estas aplazando un momento que de todos modos será muy triste. No sé si lo haces por él o por ti, para no enfrentar la realidad: te haz quedado sola, sola con tu hijo

Vicente

01/11/2021 a las 14:28

Juró que le escribiría todas las semanas…nunca lo hizo, ni siquiera la primer semana. Pero al final, ¿qué son sus palabras?, ¿algo bueno?. Sus silencios… ya sabemos: la indiferencia el desamor. Pero siempre que habló dejo una herida, a veces sangrante y dolorosa, pero muchas más sutil,casi escondida. Esas heridas que duelen por dentro, que buscan el rincón profundo donde el daño hace su nido.

Samantha

08/02/2022 a las 02:17

Juro que le escribiría todas las semanas, eso juro Marcos el esposo de Carmen antes de ir a la guerra lamentablemente para el dejó este mundo la primera semana por un disparo que le atravesó en el corazón y murió pero Carmen no lo sabía y Carmen no lo sabría hasta dentro de mucho tiempo pero el daño ya estaba hecho y su corazón destrozado cuando residió la carga que decía “lamentamos informarte que su esposo ha fallecido”entonces Carmen con rabia y tristeza en su corazón agarro un cuchillo y se apuñaló muriendo al instante pero lo último que dijo me dejó helada: “Hija amo a tu padre y una vida sin el me mata más que este cuchillo, tu serás famosa te lo prometo” dijo mi madre antes de morir desangrada pero su palabra se cumplió
– No comprendo tu cara no me es conocida
– Verás – dijo sacando un cuchillo – No de esa manera – y lo apuñaló antes de reír – culpado de la muerte de mi madre me llamaron psicópata y entonces eso soy ahora – dijo entre risas May al cadáver de su esposo

La gata Negra

28/10/2022 a las 18:48

Juro que le escribiría todas las semanas o mejor dicho todos los días de mi vida. Contando, fueron 500 días a su lado. Siempre me llamaba a preguntar si estaba bien, si necesitaba su ayuda y me hacia reir mucho. En el dia 501 mi vida cambiò. Simplemente sin ruidos ni disculpas, desapareciò. Paso un mes y como vivía en mi barrio, lo volví a ver, alegre, sonriente y de la mano con una chica de tres meses de embarazo.

Les dejo un interesante artículo de opinión sobre la novela “Las intermitencias de la muerte ” del premio nobel, Josè Saramago. Después de saborear esta historia, la pregunta de fuego que queda en mi mente es ¿ La muerte cumple una función en nuestra vida? Seria muy valioso conocer tu opiniòn.

Gracias

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