RetoLiterautas Nº 25 (18 de mayo, 2020)

Esta semana os proponemos escribir un relato que termine con la frase: “Supo que no iba a volver”.

Ejercicio de escritura 25

Esta semana os proponemos escribir un relato que termine con la frase: “Supo que no iba a volver”.

Recuerda que en estos retos no hay límite de palabras ni otro tipo de restricciones. ¡Feliz escritura!

Puedes dejar tu texto como comentario a las entradas de este post. ¡Feliz escritura!

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Comentarios (40):

Amilcar Barça

18/05/2020 a las 10:58

Ya le aquejaban varias dolencias, había que darle de comer pues le temblaba el pulso y no podía hacerlo por sí mismo; era incapaz de tenerse en pie y había que vestirlo, desnudarlo… La lucidez de mente, casi la conservaba intacta aunque a veces y sobre todo por la noche, divagaba algo.
Una tarde, se le pusieron las piernas rojas, como si le hubiera entrado sarampión. Llamamos a urgencias y cuando llegó el galeno, una médica en este caso, el “sarampión” le había desaparecido. Lo auscultó y tras pedir una ambulancia, lo ingresaron en urgencias del Clínico. Allí, tras hacerle las pruebas que consideraron oportunas, pasamos la noche en unos boxes temporales.
A la mañana siguiente, en otra ambulancia, nos derivaron al hospital provincial, Nª Sª de Gracia. Cuando bajábamos en la ambulancia, mi padre lloraba. Hoy lo hago yo al recordarlo. Una neumonía incontrolable, acabó con su vida. Todavía faltaban años para la pandemia, pero ya se moría por esa causa. Aunque no lo dijo, él supo que no iba a volver.

elvocito

18/05/2020 a las 11:14

Se han olvidado de nosotros (la inoperancia ONU, EEUU, Europa…)

Una familia compuesta de padre hutu y madre tutsi con tres hijos vivían felices en el centro de Ruanda. El padre Robert y su esposa Natine con su hijo de 14 años Ernest , sus hermanos Hugo de 10 años y Adri de 7 años, formaron una familia que se preocupaba que tuvieran una buena educación.

El día de los “colmillos” se oían por las radios y transistores que los ruandeses poseían como un bien más preciado. La citada familia arriba, tenía un pequeño radiorreceptor que escuchaba toda la familia sobre los pormenores que se estaba cociendo en la política racial. Derribaron el avión presidencial.

Ese fatal acontecimiento armaron a las milicias hutus, la radio Milcolinas sembraron el caos y el terror del machete.

Muchos se refugiaron en sitios “protegidos” por la ONU. Entonces, sacaron a los blancos y abandonaron a los de color al grito: “Se han olvidado de nosotros”.

Pero, la familia huyo a tiempo a Burundi en el suceso más luctuoso. En medio de la algarada de la frontera sus hijos se perdieron.

Cuando llegaron al campamento improvisado del vecino país como refugiados, se encontraron de nuevo, menos Ernest de 14 años. No tuvieron noticias de su desaparición.

Sus hermanos Hugo y Adri ya sabían que su hermano mayor se había fugado de casa mucho antes de manera discreta y se había unido al FPR (Frente Patriótico Ruandés) en Kivu Norte ayudado por un amigo mayor que él, tenía unos dieciocho años que le había proporcionado fusiles y granadas. Se lo contaron a sus padres y Robert supo que no iba a volver…

Amilcar Barça

18/05/2020 a las 11:50

He participado en el concurso que anunciais de las bodegas. 650 caracteres incluidos espacios. Demasiado constreñido.

Gorka Fernández

18/05/2020 a las 13:32

LA MIRADA DE UN HIJO

Era una gélida mañana de marzo. Llevaba el discurso bien aprendido. Hacía mucho tiempo que no necesitaba leer en aquellas sesiones, su oratoria era exquisita.
Sabía que lo admiraban, incluso aprovechaba esa circunstancia cuando apelada a la emoción en sus disertaciones.
Las últimas semanas habían sido complicadas. Arreciaban las críticas en los pasillos. “La política se palpa en los pasillos” le había dicho hace tiempo un viejo senador.
El poder que había acumulado era tan grande como codiciado.
Se levantó de su asiento para dirigirse a la tribuna. Se cruzó con su hijo, que ocupaba uno de los escaños. Se dio cuenta de que aquel contacto visual era una despedida. Supo ver en los ojos de su vástago, una suerte de corolario vital.
Mientras Julio César bajaba las escaleras, supo que no iba a volver.

Ana María Chaparro Mora

18/05/2020 a las 16:10

…Me alejé de allí con gran dolor, era inevitable no pensar en el daño ocasionado, sabía que aunque le quisiera no podía seguir allí, ese inmenso dolor atravesaba mi alma cual flecha en una débil hoja de papel y así con mi débil alma que a trozos se encontraba volví la mirada al alma que amaba con loco frenesí. Cuando vi sus color miel y la mirada llena de lágrimas, tal vez con un poco de arrepentimiento comprendió que me perdió y supo que no iba a volver.

Mar y olé

18/05/2020 a las 17:49

Sombras.
Se miró al espejo con los ojos cerrados. Poco a poco los fue abriendo. Primero uno, luego el otro.
Le daba pavor enfrentarse cada mañana a ese rostro desconocido desde hacía tanto tiempo.
Había perdido el brillo, todo el carisma de antaño que tanto se había esforzado por conservar. Nada había funcionado.
No reconocía su rostro porque no se reconocía a si misma.
Suspiró.
Como cada mañana se duchó, se vistió cuidadosamente, se maquilló y cerró la puerta de su casa. Esta vez sin llave porque ya, desde que se había levantado, supo que no iba a volver.

Charola

18/05/2020 a las 18:34

Hola, Amilcar Barça
Solo para decirte que me gust[o mucho tu relato.
Saludos.

Rocio Saavedra

19/05/2020 a las 12:51

Mar y olé
Me ha encantado el relato de Mar y olé, me quedo con ganas de más el comienzo de una buena obra,original comienzo al igual que su nombre.Me encanta.

Lorena

19/05/2020 a las 17:48

Se giró para mirarla un largo rato. Recorrió toda su cara lentamente con sus pupilas. Ella le devolvía la mirada confusa y asustada. Volvieron a llamarlo, esta vez con más vehemencia. Tragó saliva y sus ganas de llorar. Siguió caminando hasta los guardias, recreando en su mente algo parecido a un rezo, supo que no iba a volver.

Eva

19/05/2020 a las 19:54

La habitación era un cubo. Es extraño, las habitaciones suelen ser de planta rectangular. Había una ventana medio abierta, solo se podía abrir uno de los cristales. En el alféizar, dos cactus al borde de la muerte. ¿Quién es capaz de arreglárselas para matar un cactus? Las paredes llenas de papeles pegados. Pequeños papeles cuadrados de color naranja, amarillo y azul. En ellos, palabras, frases. Una página arrancada de una libreta colgaba torcida en una de las paredes de gotelé. En ella había escrito a lápiz un poema de Emily Dickinson. El número seiscientos setenta y el miedo a encontrarse. Lo arranqué de inmediato y lo tiré a la papelera que había debajo del escritorio. Me acerqué a la cama para cerrar la ventana, porque si la dejaba abierta, era demasiado fácil imaginar. El ruido calló, se convirtió en vacío. El silencio asfixiante. Me acordé de cuando me quedaba sola en casa de pequeña y quería ir de mi habitación al salón. Cruzaba el pasillo cantando a la vez que encendía todas las luces, no soportaba escuchar mis monstruos, hablando a gritos en mi cabeza. En su escritorio había tres libretas. Cogí una al azar y abrí la tapa. La primera advertencia, en mayúsculas, no sigas. Yo sabía que eran sus diarios, sus ideas, sus proyectos condenados al fracaso. Una vez tuve que mandarle una de sus libretas por correo, se la había dejado en Madrid, me dijo donde estaba por teléfono y me suplicó que no leyera nada. La metí en un sobre y la llevé a correos. Ahora no se si hice bien. Tal vez habría sabido, habría intuido. Ese día tampoco leí nada, ya era absurdo. Cogí las tres libretas y me las metí en el bolso. Me senté en el suelo, era de moqueta roja. Entendí por qué Sara se pasaba las horas allí sentada, se estaba bien. Ese cubículo era un buen lugar para engendrar pensamientos. Esos que te llevan al límite de lo soportable. Pensé en las lágrimas que habría enterradas entre los hilos rojos. Acaricié el suelo con la mano y encontré una maraña de pelos. Eran suyos, sus rizos inconfundibles. Sara los odiaba, se quejaba continuamente de su pelo. Había polvo en todas partes, pero a pesar de eso, todo me parecía blanco, limpio. No había rastro del final en aquel cuarto, como era de esperar. Me di cuenta de que había viajado hasta allí para encontrar qué, nada. No estaba, sus cosas sí, pero inertes, sin vida desde que pasó. En la silla había una bola de ropa, tenía la costumbre de dejar la ropa siempre tirada por ahí, hasta que la bola era imposible de trasladar de la silla a la cama y viceversa. Entonces me acordé de Anna en El Cuaderno Dorado y de su juego, en el cual creaba el mundo partiendo de donde estaba, sentada en una alfombra. Quizás Sara lo había leído y había jugado y había llegado a sentirse insignificante sentada en este suelo. Recordé como Anna en el libro llena los muros de su habitación con recortes de prensa, papeles con historias horribles que casi consiguen que pierda la razón. Miré otra vez las paredes y las frases escupidas en esos cuadraditos de colores, realmente costaba respirar entre esas cuatro paredes. Era abrumador ver tanto odio en un muro. Cogí un vaso que había en la mesita, medio vacío. Eché el agua que quedaba en uno de los cactus, por si a caso. No quise llevarme nada más, volví a Madrid con los tres cuadernos dentro del bolso y pedí que metieran todo lo demás en cajas. Sentada en el avión de vuelta pensé que quizás Sara la última vez que dejó Madrid ya supo que no iba a volver.

Amilcar Barça

19/05/2020 a las 22:40

Gracias Charola por tu comentario. salu2

Quería añadir sobre el concurso algo que por sabido no debió ser olvidado: en los sistemas de votación del público, ¿sigo?. Resultados manipulados.

Sorkinde

20/05/2020 a las 10:56

Fueron los mejores años de su vida, le hacía mucha ilusión volver, reencontrarse con viejas amigas, revivir aquellos años.
Nada más bajarse del coche todos esos sentimientos le llegaron de golpe. El día era espectacular, predecía el acontecimiento, la dicha por la reunión.
-Clara!- alguien la llamó, se giró y una amplia sonrisa se dibujó en su rostro, Ágatha! -respondió a su vez saludándola con la mano.
Se fundieron en un largo abrazo, cogió entre sus manos la cara de su amiga, y la contempló por unos segundos, no había cambiado nada en estos años. Se besaron en las mejillas, y rieron de dicha.
-Qué alegría verte, pensé que no vendrías- comentó Ágatha.
-Y perderme todos los chismes que habrás acumulado en estos 15 años?- dijo Clara riéndose- ni loca!!
Se volvieron a abrazar, y así cogidas por la cintura se encaminaron a la puerta principal, dónde las demás las llamaban haciendo aspas con los brazos.
-Venid!, chicas! Estamos aquí!- les gritaban sonriendo.
Clara se paró para contemplar aquél viejo caserón.
-En qué piensas – preguntó Ágatha mirándola de reojo, -piensas en ella, verdad?
Clara sonrió y miró a su amiga. La conocía tanto, se abrazó a ella, -cuanto te he echado de menos- susurró.
-Si- contestó Clara- todo me hace recordarla, pero la última vez que estuvimos aquí, supe que ella no iba a volver.

Ana HB

20/05/2020 a las 12:49

Habían compartido todo, las montañas y la risa, las nostalgias y la lucha por la tierra. Habían construido su mundo paralelo lejos de las responsabilidades que exige la cotidianeidad. Habían superado miedos y ternuras. Lo tenían todo y nada tenían. Y en ese caminar él enfermó. Y cada dolor era un anuncio de despedida, de ausencia, de duelo inevitable. Cada mirada y cada palabra compartida se habían convertido en silencio, en una odiosa distancia. Lejos quedaba el placer, las manos recorriendo las orillas de sus labios, la vida en su piel. Y se hizo noche. Y silencio. Y ese silencio se convirtió en una muerte de mierda, en una ausencia de mierda, en un dolor de mierda, en un tiempo de mierda. Y él se iba poco a poco, en una respiración imposible, con un verso de amor cayendo de una boca agrietada, seca, su lugar de retorno. Y entonces ella supo que no iba a volver.

Lucy

20/05/2020 a las 19:34

Cumpleaños
Le observa cansado después de un día de trabajo y de una reunión de cumpleaños que no quería festejar -No le digas a la familia que festejemos- le había dicho malhumorado una semana antes…
Ese día en particular, ella vio en sus ojos una mirada que antes no había notado, más bien, no quería hacerlo, sin embargo, después de un largo diálogo con su mente, sintió valor y necesidad de afrontar el miedo y preguntar con la más transparente sinceridad de infante -Te pasa algo?- Él sin pensarlo responde rígido -No-
-Eres feliz?- Sin rodeos le cuestiona -No, no lo soy, ya no quiero estar aquí ya no quiero estar contigo- Ella, sin hacer comentario alguno, siente correr lágrimas por sus mejillas, El se levanta a hacer sus maletas para dejar atrás toda la vida que tuvieron los últimos 20 años, sale de casa, se aleja de su vida, ella supo que no iba a volver, lo sabía y lo había aceptado…

Escorpión

20/05/2020 a las 21:32

La Ballena Azul
Nadie supo en Gea, de dónde vino, ni en qué momento apareció. Cuando se acercó al pequeño poblado de La Coruña, –pueblo de pescadores– quedaron sorprendidos al ver a este extraño ser. Y con base en su apariencia le pusieron el remoquete de “La Ballena Azul”. Era un robot de tres metros de altura, sin cabeza, de forma alargada, con dos extremidades inferiores. En el tronco, su parte delantera tenía cincuenta pliegues ventrales, todos finalizaban en una serie de triángulos verticales formados por cientos de pequeños leds –como si fuese un esternón– que reforzaban la estructura.
Las autoridades y en especial la marina, querían destruirlo; suponían era una amenaza para el pueblo y a lo mejor para el país. Pero, al observar su comportamiento amigable, abortaron la orden.
Con el tiempo analizaron sus hábitos. Durante el día se ausentaba en búsqueda de lugares oscuros –tal vez su visión fue afectada–, pero en las noches como felino que sale a cazar, parecía que la luz de la luna le daba vida.
Finalizaba sus caminatas en las playas; luego algunas veces comenzaba a nadar y en otras se sumergía. En esos momentos las personas desde los lugares altos, se maravillaban por las diferentes luces intensas que salían de su pecho; la gran mayoría los comparaban con los fuegos artificiales de fin de año.
Los pescadores observaron con extrañeza, desde el momento de su aparición, los barcos siempre traían buena pesca, lo que tenía feliz al poblado.
«Muchos pensaban: este era el pago que él les daba por la acogida brindada
desde un comienzo».
Y esta Ballena Azul, se convirtió en una leyenda que siempre cautiva a los incrédulos.
Un día se sumergió y supo que no iba a volver.

María Jesús

21/05/2020 a las 14:44

El día que Laura cumplió cincuenta años, decidió pasarlo sola. No tenía ganas de reunirse con nadie, no le hacía ninguna gracia pasar de década y mucho menos celebrarlo. Se compró una botella de Rioja y se apalancó en el sofá a ver videos musicales antiguos mientras se la bebía. Entonces apareció uno de Luis Miguel, un cantante al que siempre había adorado y que también había cumplido ese año su misma edad. En la pantalla aparecía pletórico de juventud y encanto arrastrando al delirio a miles de jovencitas que asistían a uno de sus conciertos. Luis Miguel sabedor de su potencial derrochaba sensualidad y elegancia en el escenario sin apenas esfuerzo. A Laura le invadió la tristeza, recientemente había visto un reportaje del cantante donde se le veía muy deteriorado, nada que ver con el chico de antaño que la tenía cautivada. Aunque en el reportaje aparecía en el escenario con la elegancia de siempre, sus facciones habían perdido todo el glamour que ella recordaba. Un nudo de melancolía atenazó su corazón cuando se comparó con él y tuvo la certeza de que ella también había perdido esa valiosa juventud. Mientras veía evolucionar sobre el escenario a Luis Miguel en ese video de los noventa, la ilusión y ganas de vivir que había sentido hasta ahora, supo que no iban a volver.

El chaval

21/05/2020 a las 17:29

SIMPLES RECUERDOS

Han pasado tantos años, que se le van de la memoria cuando fue la última vez que se vieron. Se acuerda de su nombre, claro que sí, Roberto, y como todos los chiquillos que se crían en los extrarradios de las grandes ciudades, pueden desarrollar todo el ingenio que llevan dentro y las ganas de jugar en travesuras y ocurrencias con grupos de las calles adyacentes.

A despecho de la regañina de sus padres y sin demasiadas precauciones con la inconsciencia por bandera, frecuentan la orilla del río con el consiguiente peligro al bañarse, desafiando la prueba que no podrán negar al pasarles la uña por la piel y ver el resultado del polvo de barro.

Las reprimendas de buen juicio les privaban durante unos días que se vieran por la calle, pero la diversión no les faltaba; no necesitaban estar fuera de casa para distraerse: jugando a cartas, leyendo cuentos, tirando escupitajos a ver quién llegaba más lejos; todo a través de los patios interiores de las viviendas.

Una vez dejada atrás la adolescencia, pasaron al colegio que ellos denominaban “los frailes”, para cursar el bachillerato y sus primeros contactos con muchachas de un instituto cercano. Gracián, estudió en la Universidad de Salamanca, Filosofía y Letras, mientras ayudaba en las vacaciones a sus padres en la librería de su propiedad “El libro en papel”, donde con asiduidad acudían escritores y noveles a dejarse aconsejar por las últimas novedades.

Roberto, al final se decantó por la ingeniería y pasó a formar parte del personal en el Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial, en Torrejón de Ardóz, Madrid. El mismo día de su incorporación, lo celebraron con unas cervezas en el bar de la base.
Gracián le observaba con cariño entre sonrisas puesto que después pasaría a la Nasa y supo que no iba a volver.

Luis Herrera

22/05/2020 a las 05:46

LA TRAICIÓN
A finales del año 2087, la nave espacial Ruso-Española ESPRUS-34H había alunizado con no pocos inconvenientes.
El científico y astronauta español Capitán Carlos Ibañez descendía la escalera aluminizada tan rápido como la gravedad lunar se lo permitia.
“Recoger las muestras lunares y regresar a casa”. Recordaba Ibañez su misión.
“Pero por sobre todo, regresar a casa”. Puntualizó.
A su vez, el astronauta ruso, Capitán Igor Stasky debía levantar vuelo nuevamente y sobrevolar el lado oscuro de la luna, verificar la habitabilidad ya comprobada del sector y regresar al punto de alunizaje. Para ello, debían alejarse y cumplir por separado sus respectivas misiones asignadas.

“I Will be baeck forya” dijo Stasky con un muy pronunciado acento ruso, así como con una sonrisa forzada y una extraña mirada.
“Regresaré por ti”. Repitió Stasky, con el mismo acento ruso. Así como con la misma forzada sonrisa y otra vez aquella extraña mirada.
Harían contacto nuevamente en 77 horas de acuerdo al plan.
La majestuosa e inmensa nave espacial, tan liviana como la aleación de titanio, aluminio y carbono, se impulsó al espacio en dirección a la cara opuesta de la luna. Dejando al Capitán Ibañez en una polvoreda lunar provocada por el despegue.
Muy poco después, el científico español se dirigió a la Estación de Comando Temporal la cual contaba con una cabina de comunicaciones, laboratorio científico y un centro de abastecimiento. Apenas al entrar, se sorprendió al ver que la Estación de Comando Temporal estaba vacía, había sido violentada. Nada, no habia absolutamente nada. Todas las provisiones habían desaparecido, los resultados de sus investigaciones no estaban, los tanques de oxígeno los habían vaciados.
En un rincón, sobre una pequeña mesa, había una roca lunar del tamaño de una manzana, pisando un papel, una nota. Al final de la nota se podía leer “Por Rusia”, y una firma “Capitán Igor Stasky”.
Tomó la nota, no la abrió, sin haberla aun leído, la encerró con rabia en su puño, con fuerza, como el que aprieta el cuello de quien le traiciona. Recordó entonces la guerra espacial entre las naciones, las diferencias políticas con Rusia y la de él mismo con el ruso, los altercados con su acompañante. Habían tenido diferencias en su viaje a la luna, ordenes de uno y contraordenes del otro. Asimismo recordó la última vez que vio al ruso. Aquella forzada sonrisa, aquella mirada por demás extraña, que levantaría sospechas a cualquiera en el planeta Tierra. En ese momento, el Capitán Ibañez se dio cuenta de que Rusia se quedaría con todos los méritos de la investigación, y el Capitán Ibañez se quedaría solo sobre una luna vacia con la traición del ruso. El ruso no volvería por él. Supo que no iba a volver. Esa verdad aplicaba también para el Capitán Ibañez.
“Mi esposa, mis hijos, mi hogar ” exclamó. En ese momento también supo que no iba a volver.

RobbieMad

22/05/2020 a las 14:19

…Elisa vio la nota que estaba encima de la mesa y el corazón se le encogió, se acercó lentamente a la mesa y tomo la nota entre sus manos y la desdobló con cuidado. Al abrirla Elisa identificó la pulcra y elegante caligrafía de Sonia. Cerró los ojos y suspiró con fuerza intentando recoger todo el valor que había dentro de ella para leer aquella nota. Fijo sus ojos en el papel y comenzó a leerla despacio
“Los días que hemos vivido juntas han sido algo maravilloso pero no puedo abandonarlo todo sin más Adiós”
Elisa sintió como su corazón que en los últimos días había sido vigorizado por el amor más puro que había conocido se rompía en mil pedazos, incluso si alguien hubiese escuchado con atención podría haber escuchado como estallaba en mil pedazos. Dos gruesos y ardientes lagrimones escaparon de sus ojos color esmeralda surcando sus mejillas hasta caer sobre la nota cerrando el círculo
Elisa se fue hasta el sofá se acurrucó en posición fetal y lloró de manera desconsolada. Sonia su confidente, su cómplice, su mejor amiga, su gran amor se había marchado y conociendo a Sonia como la conocía aquello era el final de su loca historia amor. Elisa supo que no iba a volver

Luis Herrera

23/05/2020 a las 10:45

Saludos a todos los escritores en este Blog. Disculpen el atrevimiento pero tengo una inquietud. ¿Habrá alguien en este grupo que sea calificado, con algún conocimiento en la materia, que se digne a hacer comentarios, correcciones y/o críticas de los relatos que aquí escribimos? Siento que escribimos buenos relatos, pero no sabemos en que estamos fallando para así corregir el error y escribir mejor. Sé que nosotros mismos podemos hacernos comentarios y quizá alguna crítica, pero ¿como saber si nuestro comentario es acertado si apenas estamos aprendiendo a escribir relatos? Así que, alguien pues, por favor, de el primer paso y conduzcanos al siguiente nivel en este proceso de escribir mejor. Gracias

Amilcar Barça

23/05/2020 a las 12:27

Luis, lo digo en mi nombre. Piensa que lo principal, la raíz, está en que el cuerpo o la mente te inste a dejar plasmados tus pensamientos en una cuartilla, o varias, virtual. Poco a poco tú mismo te irás dando cuenta de los fallos o purificando tus ideas. En cualquier caso, y lo digo por mí, nunca me ha preocupado las patadas a la RAE, sino conseguir plasmar lo que en ese momento me rondaba por la mollera. No olvides que la práctica crea maestros. Ojalá algún día te veamos codearte con el capitán Alatriste. salu2

Paola

23/05/2020 a las 16:02

“1977”

Las cosas se habían puesto difíciles en Buenos Aires.
Las revueltas eran constantes y la brutalidad con la que se arremetían contra los manifestantes, desmedida.
Parece que habían llegado para quedarse o, al menos eso querían.

—¡Es imposible ir contra esta barbarie, loco! ¡Sacátelo de la cabeza!

Le decía su hermano mayor mientras Rubén Peñalba escribía a toda prisa en su Olivetti un artículo para el magazine “Soberanía y Democracia”

—Rubén, mamá está mayor… de verdad. ¡Terminala con esas pelotudeces!
—Estudié periodismo para que tipos como estos no se salgan con la de ellos. ¡No me pienso callar, Seba!

Sacó la hoja de un tirón, cogió su chaqueta, se calzó la gorra de lanilla y señalando a su hermano con firmeza, le dijo:

—Esto tiene un nombre: Ilegalidad. Todo lo que hacen es ilegal. Yo no me voy a callar. ¿Sabes de dónde lo trajeron a Godoy? De un centro clandestino de detención… no sirve para nada, el flaco. Hay que enseñarle a hablar de nuevo… Me voy.

Sebastián se quedó sentado en la cocina, con la tele de fondo en Cadena Nacional, con la vista nublada al borde del llanto.
Rubén estaba muy comprometido, lo habían amenazado varias veces y lo seguían por la calle pero él no estaba dispuesto a ceder.
Con la gorra encastrada en la cabeza y la zolapa de la chaqueta levantada llegó a la redacción.

—¿Ya lo tenés, pibe?
—Si, acá está.
Prendió un cigarrillo con el pulso tembloroso.
—¿Qué te pasa, pichón?
—Nada, Ruso… Creo que me están siguiendo.
—Ya te lo dije, loco ¡Andate! te van a trincar. ¿Lo viste a Godoy?
—Si, no me hables…
—Bueno, nene… Ya sabes, entonces.
—¡Claro! ¿Y mi vieja y mi hermano?
—¡Te los cuidamos, boludo! ¿Alguna vez te fallamos?
—No.
—¿Entonces, papá? ¡Dale, loco! Esta noche el Rengo sale para Perú. Te vas con él. Después yo hablo con uno que me debe un par de favores, le digo que te haga la mano para volar a España… Y ¡nada, nene! ¡cuando puedas, volvés!

Rubén dejó la mirada suspendida mientras el cigarro se consumía entre sus dedos.
Las máquinas impresoras empezaron a funcionar. El olor a tinta y papel iba fluyendo de entre los rodillos.

—¿Qué? ¡Dale! ¡No seas nabo!
Le dijo el Ruso dándole una palmada en la espalda.

La puerta se abrió violentamente y detrás del viento frío,que entró a raudales, apareció la figura agitada de un jovén con la cara descompuesta.

—Se llevaron a Rossi — dijo agitado, sin aliento. —Rubén te tenés que ir. Todavía podés…
—¡Se lo estoy diciendo al tonto este pero no me escucha! A ver si te da bola a vos Fabi.

Rubén se levantó de un salto y se agarró la cabeza con ambas manos. Quería que fuese mentira, una pesadilla, un mal día, pero todo era muy real.
Desde hacía unos meses todo había ido a peor. Esconderse ya no era seguro por eso muchos se habían ido, prefiriendo protegerse en el exilio, luchando desde afuera.

—¡Desgraciados! ¡Es lo que son!

Se secó las lágrimas que habían comenzado a rodarle por las mejillas y, estrujando la gorra con su mano izquierda, dijo impotente:

—¡Está bien! ¡Me voy! Pero solo lo tienen que saber ustedes. Mi familia cuanto menos sepa mejor. Ruso, haceme el contacto, nomás. En una hora estoy acá.

El frío húmedo de Buenos Aires caía cubriendo las calles somnolientas; unas calles que bostezaban cansadas de ver injusticias.
Los pasos retumbaban en las aceras mojadas por el rocío.
Una vez en su casa, a sabiendas que su madre y su hermano dormían, armó el bolso.
No solo metió ropa, se llevó con él la impotencia de sentirse mudo, el odio de las ironías, sus ganas de luchar.
Siempre había sostenido que el exilio era para los cobardes aunque su madre le decía que solo era preservar la vida para poder seguir dando guerra.
Se llevó consigo los olores de su casa y los recuerdos de reuniones, amigos, peleas de hermanos y tirones de orejas.
Cerró la puerta como quien acaba un libro: con sigilo, despacio, como no queriendo hacerlo.
«A lo mejor cambiaba de parecer. Desde su casa a la imprenta podría pensárselo bien…»

Escuchó las ruedas de un auto tras de sí y sintió más miedo que nunca. Apretó los ojos. Contuvo el aliento. Temblando miro hacía atrás y comenzó a caminar.
El auto paró. Bajaron unos tipos y entraron a una casa violentamente. Sacaron a alguien de los pelos, en pijama y, entre los gritos y los llantos, lo montaron al vehículo y desaparecieron dejando una estela de humo…
Nadie se asomó.
Nadie pareció oir nada.
Las luces de las casas se fueron apagando una a una…
Se los tragó la noche: al auto, a los tipos, al pobre desdichado.
Rubén apuró el paso. Ya lo tenía claro: esta situación no iba a parar o, al menos, no iba a poder pararla él solo.
Cerró los ojos; cogió aire y se resignó.
Supo que no iba a volver.

Toñi

23/05/2020 a las 20:25

Mar y Olé, me ha encantado tu relato!
Me he quedado con ganas de saber hacia donde se dirige. Te deja con ganas de más. Te animo a seguir la historia.
Enhorabuena!

YAYI

24/05/2020 a las 00:31

Paola: Describes la situación con un realismo y una naturalidad tremenda. Has logrado que lo sintiera como si estuviera allí mismo.
Enhorabuena. ME HA GUSTADO MUCHO

YAYI

24/05/2020 a las 00:44

lUIS HERRERA y Amílcar Barca:
Yo también opino que es muy importante el tener buenas ideas expresarlas, de forma que que se nos entiendan, pero creo que es como hacer un buen pastel poner buenos materiales, y tratarlos correctamente… Pero si,
además, le ponemos una buena presentación, ¡Estupendo!
Si en algo podemos ayudarnos intentémoslo.
UN ABRAZO

Ocitore

24/05/2020 a las 21:39

Doble golpe

Las horas se habían ido descolgando del reloj como gotas de plomo. La esperanza del principio se había ido transformando en una impaciencia de rasgones que marcaron el linóleo de la cocina para siempre. Repasó todos los planes que se les habían ocurrido y ninguno le dio la respuesta apropiada. La aguja de la razón apuntaba solo a una dirección. “Estás perdida—se dijo—. Lo pillaron o lo mataron y ese maldito teléfono no sonará jamás”.

Sabía que Gerard jamás le fallaría, pero la misión era muy complicada. Se necesitaba la inteligencia de un ajedrecista para resolver los problemas que en borbollones salían por el tubo de las circunstancias. Lo peor es que él carecía de la sangre fría para dispararle al pobre James, que lo reconocería sin falta detrás de la máscara. El pobre empleado bancario y cómplice aguantaría como un cordero ante su verdugo. Sería fiel hasta el último instante, aunque se le llenaran los pulmones de sangre por la herida de bala.

Liza miró por los cristales mil veces, revisó hasta el hartazgo que el auricular del teléfono estuviera en su sitio, oyó las noticias por la radio y contenía la respiración cada vez que se detenía un coche en la calle o se oían pasos por la escalera, sin embargo, la única que la visitaba era la desilusión. A la medianoche, deshecha y al borde de la demencia concluyó que sólo había una razón para ese silencio infernal y supo que no iba a volver.

Felysha

24/05/2020 a las 23:19

EVOLUCIÓN

Cuando colocas, estratégicamente, un trozo de papel en la taza del váter para que no te salpique, estás haciendo algo por ti, le dijo el viejo al desanimado muchacho. Este gesto es el eslabón de una cadena imparable para bien y vas enganchando paso a paso, uno tras otro, en todos los ámbitos de tu vida. Se trata de tomar conciencia.
El joven no entendía nada.
Obsérvate. Toma conciencia del camino en el que estás y cuál es el que te gustaría andar. Das un paso pequeñito. Luego otro. Y otros más…pequeñitos también.
-¿Sabes?,una vez estuve allí.
-¿Dónde?- preguntó el chaval.
-Perdido en la oscuridad.

Aunque abrió los ojos no despertó. Era tarde. Tarde para qué, podía haberse preguntado pero no lo hizo. Yacía allí, en aquel lugar que el viejo le nombró.
Inconsciente tomó el desayuno. Fue al baño inconsciente también. Se sentó en la taza.¡ Se acordó y se levantó de un salto!. Puso dentro un trocito de papel, estratégicamente. Volvió a sentarse. Sonrió. La oscuridad en el alma no formaría parte de él. Entonces supo que no volvería.

Felysha

24/05/2020 a las 23:24

Madre mía, acabo de darme cuenta que me he cargado el final. No he puesto la frase exacta!!..

Alicia Commisso

24/05/2020 a las 23:43

Santa Marina

Las historias que me contaba mi abuela Teresina, las que guardo como una postal desde muy niña, aún palpitan en mi corazón como si yo hubiese sido la protagonista. La recuerdo con el rosario en sus manos, la mirada brillante; tal vez por las lágrimas retenidas mientras recorría esos lugares lejanos de su amada Italia.
“Nieta mía”, decía, “me gustaría que algún día conocieras Santa Marina donde transcurrió mi niñez y parte de mi adolescencia”.

A mi corta edad sus relatos me sonaban como un cuento. Hoy, después de tantos años, me parece oír el eco de su voz pausada, tierna, y escuchar el sonido del río que ella frecuentaba, el aire puro de las montañas y el crujir de las leñas encendiéndose en la estufa del hogar. La iglesia del pueblo, pequeña, hermosa; como ella la describía, orando unos por otros con infinita devoción.
Después, sonriendo con ganas, revivía las travesuras con sus hermanos en ese maravilloso paisaje en las noches de verano junto al río donde las estrellas parecían más grandes y al mirarlas sentía que la acariciaban.

“Me gustaría regresar a mi cielo y regalártelas, nieta mía, para que te abriguen en tus noches y al despertar tengas un día de luz y paz.”

Bendigo esos recuerdos. Sigo mirando el cielo celeste como sus ojos, las estrellas no puedo juntarlas, pero siento que desde alguna de ellas me está mirando y quizás desde allí pueda espiar su terruño y mitigar la nostalgia eterna del sufrimiento compartido con tantísimos inmigrantes que escapaban de la guerra en busca de un nuevo horizonte. Ella, mi valiente abuela, ni bien puso un pie en el barco con sus escasos 16 años sabía que no iba a volver.

Alicia Commisso

25/05/2020 a las 14:34

Hola grupo lindo! “Supo que no iba a volver” es la consigna. Sorry! Cariños!

Paola

25/05/2020 a las 17:17

YAYI! Gracias! de corazón…
Un abrazo!

La Profe

26/05/2020 a las 00:53

EducasRockera

26/05/2020 a las 16:30

No le gustaban las despedidas; eran momentos en los que no sabia como actuar o que decir. De acuerdo, cualquiera podría decir un adios, un te echare de menos, volveremos a vernos,… Pero eso eran meros formalismos y frases hechas, ella odiaba todo eso.

Aunque en estas circunstancias no le vendría mal recurrir a alguna, pues no encontraba las palabras para expresar la explosión de emociones y pensamientos que se agolpaban en su cabeza. Levantó la vista y se cruzó con los ojos de su madre, que miraban con ternura la incipiente y evidente redondez que apenas lograba disimular con una camiseta oscura. Se sintió desbordada, incapaz de contener por más tiempo las lágrimas; ella, que no se permitía desde hace años casi llorar y aun menos en público allí estaba, bajo la gran pantalla que anunciaba las salidas y llegadas, abrazada a su madre y sin consuelo.

Una mano le cogió con cariño del brazo y la animo a seguirle. Con una voz que no parecía suya pronunció un breve adios y bajo las escaleras, camino del andén donde su tren esperaba. Les vió despedirse a lo lejos, volvió la cabeza y miró a su compañero, que le devolvió una sonrisa que intentaba reconfortarla pero transmitía tristeza. Intentó recompensarle con otra; solo consiguió una mueca extraña que fue recibida con un beso en la frente.

Y entonces tuvo una certeza por primera vez en su vida, al sentir su beso y saber que él también lo sabía. Supo que no iba a volver.

Isa Framon

27/05/2020 a las 00:16

El día amaneció soleado, Julia se sentía llena de energía, la noche anterior abrió su cta bancaria online y ¡oh sorpresa! tenia un ingreso inesperado. Siguiendo la rutina diaria tomó su coche para ir al centro, donde solía hacer las compras semanales para llenar la nevera y despensa.
Pasó por delante de la zona donde se extendía una hilera de tiendas de muebles, y vio una enorme pancarta que anunciaba “liquidación por cierre”, justo en la tienda donde años atrás compro parte del mobiliario de su salon comedor. Paró el coche, no se lo pensó. Conforme se acercaba a la tienda iba pensando en ese par de piezas que le hacían falta, uns de ellas era un pequeño sillon para lectura y otra un par de mesitas auxiliares con ruedas.
Entró dándose la enhorabuena por la casualidad del ingreso de la noche anterior a su cta bancaria de esa suma de dinero que ahora podía hacer uso para la compra de esos muebles.
– Buenos dias- dijo al entrar. Allí de pie , un hombre con bigote y algo calvo, bajito y de una edad bien entrada en los 60, le saludo de un gesto con la cabeza y lo que pareció un gruñido en vez de un hola. Julia no se fijo en su mal humor y prosiguió la visita por la tienda.
– Hola, ¿quería saber si le queda algún sillon orejero?
– Tengo estos de aquí
– Si, son bonitos, pero no son orejeros.
– Pues es lo que hay
– Bueno, también busco mesitas auxiliares de salon, mmm un estilo a esta mesa de comedor pero pequeñas.
– Tengo estas de aquí.
– Ya, pero estas son de un estilo distinto al que le he dicho, estas son mueble castellano y me gustaría en mueble moderno, vidrio glaseado y payas rectas de metal, como aquella que le señalé antes.
– Es que me pide unas cosas. ! A Julia empezó a oscurecérsele el humor tan colorido que tenia al entrar en la tienda tan solo un momento antes.
– Vengo a comprar lo que necesito
– Pues lo que necesita ni lo tengo y ademas creo que no lo va a encontrar usted
– Aquí si, que no, se lo aseguro. Ni eso ni ninguna otra cosa. ¡Supo que no iba a volver!

Maurice

27/05/2020 a las 01:30

DESTINOS

Borges decía que, “cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quien es. Julián imaginó que el suyo estaba ligado al de aquella ocasión. Solo conjeturas, nada de certezas. Quizá debido a que lo de anoche lo había visto antes.

Encontrarla en el parque paseando su perro, caminando en sentido contrario al que él llevaba cuando estaba completando su rutina de entrenamiento; mirarla con su cabello recogido atrás, que permitió ver su rostro despejado y a la vez somnoliento; en una media mañana soleada; y con ese ambo un tanto arrugado. Todo un indicio de veinticuatro horas de guardia el día anterior; tal vez en “el Fernández”, a dos cuadras de parque Las Heras, cerca de su departamento (el de ella), y donde él terminaba con sus cinco kilómetros de trote.

Presumió que su estrella (la de Julián) estaba allí. Porque Lucrecia entregó el turno esa mañana temprano, y cuando entró a su departamento encontró a Batuque sacando la lengua y moviendo la cola; y decidió sacarlo a pasear después de veinticuatro horas de encierro. Y él, no obstante haber finalizado asimismo la guardia, prefirió salir a correr.

Y ocurrió que Julián se detuvo en el bebedero, a pocos metros desde donde Lucrecia venía con su perro en sentido opuesto; y Batuque quiso olfatear su trasero mientras estaba inclinado bebiendo, y sin que Lucre pudiese evitarlo traccionando de la correa. Se cruzaron palabras, un poco en broma (por la situación), un poco en serio; y se presentaron; se enteraron que eran médicos y que los dos trabajan en el hospital Fernández, cerquita de allí. Qué en la noche se juntarían a comer pizza y beber cerveza; luego irían a su departamento (el de Julián), parecido y cerca del de ella, pero sin Batuque… Qué dormirían juntos…

Y el domingo estaba libre para ambos. Pero prefirieron estar solos, cada uno por su lado.

Hoy es lunes; la está esperando sentado en el banco del parque. Y porque lo había visto así, intuyó que de ahora en más todo lo de él estaría atado a ella; su pensamiento, su recuerdo, su incapacidad de volver a sentir. Pero sin ella.Y porque también lo había visto antes… supo que no iba a volver.

YAYI

27/05/2020 a las 11:09

NANCY.
Todo fue una suma de casualidades. Ella pasaba por aquel lugar en el momento inoportuno en el que dos hombres tiroteaban y mataban a un hombre al que ella no conocía pero cuya imagen no ha podido sacar de su memoria. Tampoco la cara de los asesinos. A partir de aquel momento el miedo se instaló en su cuerpo, allá en su ciudad de Cali. Ni a la luna ─ dice─ podía mirar sin ver en ella un puñal.
Necesitaba emborracharse de trabajo para no recordar el horrendo crimen que había presenciado y tuvo que denunciar. Pintó y repintó su casa. Se alejó de los suyos por purita prudencia.
─Jairo, dígale a su cuñada que van por ella. Su cabeza tiene un precio 600€─ Muy poco por una vida, mucho para quien nada tenía; solo apretar un gatillo…
Malvendió todo, se endeudó y compró un vuelo para España. El viaje opuesto al de su abuelo, asturiano. Él viajó a Colombia a enriquecerse, ella salió de allí para salvar su vida. Nada le quedaba solo una enorme deuda y una familia desconsolada.
Y vuelta a empezar. De nada sirvieron sus estudios solo el amor a los niños y a los ancianos. Una cama y la comida consiguió por su primer trabajo: cuidar a un enfermo malhumorado que maldecía continuamente su estado, la insultaba mientras curaba sus heridas. ¿Por qué la humillaba? ¿Acaso no era amable y servicial con él? ¿El paraíso? No lo encontró ni la España amable, alegre y generosa de la que hablaba su abuelo .Noche y día. Venticuatro horas diarias, siete días a la semana y no podía saldar su deuda… Murió el viejito y volvieron la soledad y el miedo de nuevo.
Otra casualidad: acompañó a su amiga a visitar a una ancianita a quien ella cuidaba; acarició sus arrugadas manos, le habló con su voz suave y dulce; se fijó en su enorme trenza de azabache, sus ojos oscuros que guardaban en su fondo tanto vivido.
Cada anochecer, volvía a visitar a María, le hacía caricias, masajeaba, contaban historias y ambas se escuchaban mutuamente. Nancy encontró en María el cariño familiar que no tenía y María se sentía útil, a sus noventa y seis podía ayudar a alguien.
Adios Cali, entonces supo que no iba a volver.

Macu Joan

21/06/2020 a las 10:53

CRÓNICA DE SUCESOS

El monstruo de Barracas asesinó ayer a su última víctima

La ciudad de Buenos Aires amaneció hoy con un nuevo asesinato, echando por tierra la investigación policial que señalaba a Adelmo Sosa como autor de los crímenes. A.S. fue condenado a cadena perpetua por violación, tortura y asesinato. Los brutales crímenes que terminaron con la vida de tres ancianas cuyos cuerpos aparecieron desmembrados en bolsas de plástico en un vertedero ilegal del extrarradio, le llevaron a ingresar el pasado agosto en la cárcel de Devoto, a pesar de declararse inocente durante el juicio y negar cualquier implicación en los hechos, siendo el único sospechoso de los homicidios.

El cadáver hallado esta mañana en un viejo caserón de la calle Santo Domingo en confluencia con Santa Elena pone en evidencia que encarcelaron al hombre equivocado. A pesar de que esta vez el cuerpo se encontró intacto, con una sola puñalada certera en el corazón, sin fracturas ni señales de abuso sexual ni físico, la policía cree que se trata del asesino de Barracas, ya que la víctima sigue el mismo patrón que las anteriores, al tratarse de una anciana de sesenta y siete años, sin estudios, de clase baja y empleada de limpieza.

El portavoz policial Nicolás Pereyra lamenta el suceso y asegura que el departamento de homicidios reabrió el caso en cuanto tuvo constancia de la muerte. A pesar de ello, nada podrá hacerse ya por M.S, última víctima del monstruo de Barracas, cuyos ojos azules fueron cegados por el manto de la muerte a las 00.58 de la pasada madrugada.

Marcelo Silva puso el punto y final a la que sería su última crónica y dudó un instante antes de darle al botón de enviar. Esta vez su nombre saldría en portada. Se había esmerado en la ejecución para que así fuera. Mientras el procesador cerraba todos los programas y se apagaba el ordenador, levantó la vista y admiró el cuerpo inerte de su madre sobre las baldosas ensangrentadas de la cocina. Al fin ambos podrían descansar en paz.

Guardó el portátil en el maletín y se dispuso a abandonar la escena del crimen. En la radio sonaba un viejo tango de los hermanos Expósito.

Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir, y al fin andar sin pensamiento.

Esta vez no le haría falta rondar por el barrio en busca de respuestas. Su crónica ya estaba escrita. Y contaba con todos los detalles necesarios. La policía podría terminar su trabajo y encarcelar al verdadero homicida.

¿Qué le habrán hecho mis manos? ¿Qué le habrán hecho para dejarme en el pecho tanto dolor?

No pudo evitar sonreír antes de subir el volumen y partir, como rezaba la milonga que tanto gustaba a su madre y él aborrecía. Partir para siempre, dejando en aquella calle perdida algo más que un pedazo de vida, promesas vanas de un amor que se había escapado hacía tiempo con el viento de su niñez, golpe a golpe, muerte a muerte… Esta vez había sido la última. Supo que no iba a volver.

https://macujoan.wordpress.com/

Perla preciosa

24/08/2020 a las 18:32

Ana se levantó muy de mañana, haciendo más esfuerzos de lo acostumbrado para ponerse de pie. Nadie podría explicar, hasta hace sólo un año, cómo la joven más alegre y atractiva de su grupo de amigas y hasta de su barrio, se había vuelto una dama taciturna e introvertida en general, con bastante mal genio en ocasiones, y sin ánimo para nada. Había gato encerrado, en opinión de la mayoría de la gente que la conocía y hasta la quería, en aquella brusca transformación personal, pero muy pocas personas conocían las razones que la habían motivado. Mientras desayunaba con las pòcas fuerzas que su cuerpo desfallecido y su corazón malherido le permitían, y con las lágrimas aflorando a raudales desde el primer instante en que veía la luz, estudiaba mentalmente lo que diría a Sole cuando llegara a consulta. Mas, como había perdido la vergüenza desde aquel fatídico día en el que sintió quebrarse su cuerpo como si fuera de cristal, decidió no pensar demasiado mientras caminaba y decirlo todo tal cual había sucedido.
—Debería haber muerto yo, en vez de mi compañera —le dijo a Sole tras saludarla y sentarse en la más estricta intimidad que la consulta les permitía—. Estoy segura de que, de esa manera, el mundo se habría quitado un peso de encima, y yo misma sería más feliz, en lugar de ser una vergüenza para mí misma.
—¿Y cómo fue aquello? —le decía Sole muy sorprendida—. Ella, si no me equivoco, no estaba enferma.
—Claro que no; pero hace dos días, cuando íbamos al supermercado, un coche se saltó el semáforo y se la llevó por delante. Cuando llegó al hospital no pudieron hacer nada, y murió en cuestión de horas.
Ante el silencio y la perplejidad de Sole, Ana continuaba hablando, cual si de un monólogo y unas amonestaciones a sí misma se tratara:
—No sé qué será mejor, si que a una la violen para satisfacer sus necesidades, o que la dejen sin pareja, por capricho de un desgraciado, que no puede ver homosexuales por la calle. Cuando me violaron, sentí que mi cuerpo se había vuelto de cristal, y que se rompería de un momento a otro. Acuérdese de que tenía miedo de ponerme de pie cuando me dieron el alta médica, y de que, desde entonces, cuando ando, tengo la impresión de que los huesos se me van a romper y voy a caer en picado como aquella vez. Ahora, tras la partida de mi compañera, me siento un peso para mí misma, y una carga para el mundo: no tengo fuerzas para ir al hospital para que me ayuden a suicidarme, ni tampoco para hacerlo yo misma. De lo que sí estoy segura sin embargo, es de haber perdido la perspectiva de vida, y de sentirme inútil para todo.
—¿Conocías al asesino de tu compañera?
—Vive enfrente de mi pòrtal, y cada vez que nos veía por la calle o entrando en casa, nos agredía e insultaba. Lo hemos denunciado varias veces, pero, hasta donde sé, aún no ha tenido ningún juicio, sino solamente detenciones durante unas horas.
—Esto también lo has denunciado?
Aún no he tenido fuerzas para hacerlo, pero creo que lo han detenido de oficio durante más tiempo. Estoy llegando a la conclusión de que el tiempo le está dando la razón a mi hermano, quien de pequeña no hacía más que reprocharme lo fea que era, y de advertirme que de mayor nadie me querría. Para bien o para mal, los hombres siempre tienen razón, nosotras (yo al mehnos), no pintamos nada.
Sole escuchaba atentamente a su paciente, esperando la ocasión para darle algún consejo útil.
—Debes remontar, querida Ana, y pensar, aunque te cueste, que nadie es inútil en esta vida: todos estamos aquí por algo, y el primer paso que debes dar es mejorar tu autoestima. Para ello debes empezar a relajarte mediante unos ejercicios que enseguida te voy a dar por escrito, y decirte mensajes positivos como “soy útil”, “puedo remontar”, “soy fuerte”, “ninguna desgracia podrá conmigo”, “mi vida vale tanto como la de otras personas”, etc. Sólo de esta manera, y haciéndolo a diario y con frecuencia, podrás volver a creer en ti, y fortalecer así tu ego y tu autoestima, ahora bastante maltrechos. Sólo somos útiles cuando nos queremos a nosotras mismas y comenzamos a creer también en nosotras mismas. Es entonces igualmente, cuando la gente comienza a confiar en nosotras.
—Pero yo no puedo quererme, con un cuerpo sucio y lacerado, que me parece ya mucho más viejo que yo misma. Si no se rompe de un momento a otro, es porque alguien lo está sosteniendo. Con tantos agujeros y manchas como tiene, no veo que merezca la pena hacerlo, por muy poco que me duela, ni puedo quererme con semejante aspecto.
—¿Quién te ha dicho todo eso? ¿Es un repertorio de frases fabricado ad hoc por ti misma, tal vez por las afirmaciones ?de tu hermano?
—En parte sí, aunque también es cierto que la violación vino a confirmarlas, y fue entonces, y sólo entonces, cuando lo creí de veras. Hasta ese momento, pensaba que mi hermano era un canalla y un indeseable, que, amargado de la vida desde la cuna, por motivos a priori desconocidos, vierte su amargura por doquier, contra las personas de su entorno y contra el mundo en general.
—Debes hacer ejercicios de meditación, para dejar la mente en blanco de ideas y de personas, y desterrar esas frases tan negativas que te están minando el ego, y separarte de tu hermano, y hasta olvidarlo por completo. ¿Viven aún tus padres?
—Y se conservan sanos afortunadamente; pero yo no me atrevo a aparecer en su casa con este aspècto tan demacrado y este ánimo por los suelos. Cuando murió Blanca vinieron al entierro, pero después no me invitaron a pasar unos días con ellos, ni yo fui capaz de proponérselo. En cuanto a mi hermano, tampoco vive con ellos, y sólo nos vemos en citas protocolarias, a las que normalmente acude solo.
—Juegas entonces con bastante ventaja, Ana. Es sólo cuestión de proponérselo: puedes empezar a dejar la mente en blanco durante cinco minutos. Tras un mes con buenos resultados, subes a diez, y así sucesivamente: cada consecución de los objetivos marcados, debe acompañarse con un incremento del tiempo para próximas prácticas. Haciendo esto durante bastante tiempo, llegará a constituirse como norma en tu mente, y lo harás de manera automática, sin que nadie tenga que decírtelo. Para dejar la mente en blanco, debes estar en un sitio tranquilo y dejar de pensar sin más, interrumpiendo cada idea que pase por tu mente con una relajación muscular y respiraciones pausadas y profundas. Trata igualmente de no acercarte a tu hermano durante una temporada, y, según vayas consiguiendo objetivos, puedes aproximarte a él, aunque con cautela, evitando en todo momento las posibles recaídas que esto te pueda suponer, separándote de nuevo de él. Cuando el inconsciente nos manda mensajes negativos hacia nosotras mismas, debemos vaciarlo y limpiarlo de esta manera, aunque ello nos cueste la separación de los entornos que los actualizan en cada momento.
—¿Y no hay ninguna manera de que mi cuerpo vuelva a estar limpio y bello como antes?
—Sólo la mera convicción de que eres valiosa por ti misma y de que tu cuerpo es parte de tu persona, y por lo tanto merece ser respetado, te hará sentirlo limpio y esplendoroso.
Aunque Ana no estaba convencida del todo de todas estas recomendaciones, salió de la consulta de la terapeuta y se fue a su casa. Cuando llegó, encontró una carta de su hermano, anunciándole su próxima llegada, hecho que causó uhna gran sorpresa y un terrible disgusto para ella: ¡lo que le faltaba! Nunca se habían llevado demasiado bien, y ahora más que nunca, quería estar sola. “¿Qué querrá este condenado ahora?” No sabía si llamar a Sole y pedirle algún consejo orientativo para enfrentarse a la situación de la mejor manera posible, o bien resolverlo por sí misma, con el temor de no responder correctamente, dada la debilidad general en la que se hallaba sumergida, y que su hermano aprovechara tal coyuntura y la de venir a su casa, para robarle alguna de sus pertenencias.
—No lo recibas —le dijo Sole al otro lado del teléfono—. Tu estado mental no te permite enfrentarte a personas conflictivas. Dile que hable con vuestros padres, o que vayan todos a tu casa, no sólo él.
Ana reconocía que Sole tenía razón, pero no se atrevía a enfrentarse a la situación: ¿cómo le diría a sus padres que no quería, y hasta incluso que no podía recibir a su hermano? ¿Por qué no quedaban todos en la casa paterna, si era tan importante? Arropada por sus padres, se sentiría mucho más segura.
Así lo hicieron, de común acuerdo entre los padres y ella, y llegado el día, apareció Pigmalión en casa de sus padres, y se sentó junto a su hermana.
—Me he quedado sin trabajo —empezó diciendo—, y no puedo seguir pagando la hipoteca de micasa.
Al llegar aquí, Ana tembló de miedo: si eso era así, y dado que juntos no podían vivir, él venía a implorar que le dejaran la suya, y ella tendría que volver con sus padres, cosa a la que tampoco estaba dispuesta. Y aunque la idea le pasó por la mente, no se atrevió, sin embargo, a decirle que lo hiciera él.
—Que sepas que soy mayor que tú, y por lo tanto tengo legítima prioridad sobre las propiedades de nuestros padres. Si no me das la casa, mañana lo pagarás muy caro.
—También puedes venirte tú para acá, pues tienes los mismos compromisos que yo, es decir, ninguno. Si yo estaba antes en casa de mamá, ¿por qué tengo que ser yo quien la deje para volver a ésta? Es de sentido común que, si te van a quitar la casa porque no puedes pagarla, la dejes por las buenas y vengas a vivir con tus padres, en lugar de andar molestando a tu propia hermana, que, por otra parte, no te debe nada.
Ante las palabras de Ana, de las que se sorprendió hasta ella misma, sus padres se quedaron perplejos, meditando por unos momentos: lo que Ana decía era de sentido común, estaba clarísimo, y ellos no tenían ninguna razón para oponerse. Sin embargo, ¿quién se enfrentaría a Pigmalión, que era capaz de poner el muhndo patas arriba en pocos segundos? ¡No era nada fácil dilucidar el enigma! Su padre sin embargo, y a pesar de su mujer, accedió finalmente a la petición de su hijo, de forma Que Ana no tuvo más remedio que volver a la casa paterna, con el bochorno que esto le suponía por su mala salud, y temiendo perder también el trabajo.
—Papá, yo estoy trabajando y no le debo nada como para que me eche de casa.
—Sin embargo, ¿tú crees que con tu palidez y falta de fuerzas podrás vivir sola? —le decía su madre complacida ante esta perspectiva—. ¿Y si tienes unh accidente, cariño? Piénsalo un poco, mujer: no queremos quitarte nada, pero ahora se trata de tu salud, y tal vez con nosotros estés mejor.
Ana no lo tenía tan claro, y, por amor propio, sí sabía con certeza en cambio, que no acataría una resolución de ese tipo: dar lástima en público era de las cosas que más la exasperaban. ¡Bastante tenía con sentir lástima por sí misma!
Sin embargo, una vez más, Ana se marchó a su casa, llorando amargamente una nueva derrota sobre su espalda: luchar cohntra el mundo por sobrevivir en vano… ¡Esto sí que era digno de lástima! ¿Cuál era entonces su meta final en él? —se preguntaba sin pudor a cada momento—. Si nada de esta vida era para ella, ¿qué tenía de malo suicidarse? Cuando llegó cayó rendida sobre el sofá, y antes de cinco minutos, estaba profundamente dormida. A la mañana siguiente se despertó y, tras volver del trabajo, hizo las maletas: cuando salió de su casa, supo que no iba a volver.

Perla preciosa

18/05/2021 a las 12:51

Adiós, mamá

Eva se levantó temprano aquella mañana. Desayunó frugalmente y recogió las maletas que el día anterior había preparado con gran esmero.
—Me marcho de casa, mamá. Has sido muy buena commigo, y te quiero con locura.
—¿Por qué te vas entonces? ¿Tienes alguna necesidad especial de dejar tu casa y a tu madre, que se ha dejado la vida por ti? –inquiría la madre desolada.
—Estudié la carrera contigo, y viví en tu casa los días más felices de mi adolescencia y primera juventud: el primer amor, las borracheras, las resacas; las más grandes decepciones de mi vida, hasta ahora, me las he llevado junto a ti. Juntas hemos lamentado, tanto esto como los suspensos defraudantes, y en compañía hemos celebrado los triunfos más sobresalientes de todas las etapas formativas, sobre todo de la universitaria, así como los méritos que me otorgaron por ser la mejor coordinadora de clase y por escribir poemas bellísimos. ¿Te parece poco?
—Por supuesto que no, mi vida. Sin embargo, podemos seguir viviendo juntas y hacernos compañía mutuamente. Yo hago todas las faenas de la casa, desde las más fastidiosas hasta las más ligeras, y te pago todos los gastos.
Eva besó tiernamente a su madre.
—Lo siento, mamá. Ya te he dicho que te quiero con locura. Pero ha llegado otra etapa de mivida, en la que necesito vivir sola en mi propia casa, o al menos hacer una vida más independiente de ti.
—¿Y qué harás? Ya sabes que todo lo que necesites no tienes más que pedírselo a tu madre. No es que me parezca mal que te independices, pero quizá no es necesario. Quizá yo puedo darte lo que necesitas.
—Ya te he dicho que no necesito nada en concreto. Sin embargo, estamos montando una empresa varias amigas, y queremos estar juntas también en casa.
—¿Y por qué no me lo has dicho antes, mujer? Te hubiera ayudado con dinero para que echaras a andar, así como con todo aquello que hubieras necesitado. Comprendo que quieras irte (al fin y al cabo eres libre de vivir tu vida como mejor te plazca), pero… ¿hay alguna razón por la que me lo has ocultado?
—Adiós, mamá. Insisto que te quiero a rabiar. Vendré a verte de vez en cuando, para que no te sientas tan sola.
Y diciendo esto, salió de casa y cerró la puerta despacio, con el fin de que a su madre no le resultara tan violenta su marcha. Después caminó largo rato por la calle, cual si careciera de rumbo fijo, pese a ir a su casa nueva, no muy lejos del barrio donde vivía su madre. las reflexiones la atolondraban un poco:
“Debería haberle dicho la verdad a mamá. ¿Por qué habré actuado así? No lo comprendo ni yo misma, dado que ya no tengo quince ni dieciocho años. ¡Parezco tonta de remate! ¿Qué más hubiera dado decirle que me voy con Ana? Ella ya me ha visto con otras chicas, por lo que, en ese sentido, no tendría nada que esconder. ¿Qué me está pasando? ¿Me está idiotizando el embarazo quizá, obligándome a actuar como si aún fuera una adolescente? ¡Menos mal que solo llevo dos meses! ¿Por qué somos tan estúpidas a veces las personas? ¿Será que me asusta el paso del tiempo y no me doy cuenta conscientemente? ¿O se me estará pegando la tontería de Seila, que vive anclada en el pasado y no soporta que la gente cambie de idea y no la prefiera a ella para ciertas cosas?”
Al fin llegó a su casa. Ana aún no había llegado de trabajar. Mientras colocaba la habitación, continuaba reflexionando: a ella el paso del tiempo no le asustaba en absoluto, pero sí tener gente a su lado que la obligara a retroceder, a la que no sabía cómo enfrentarse, aunque tenía cada vez más claro que debía hacerlo, y con la que no sabía tampoco cómo romper, si llegaba el caso. Aunque Ana parecía estar muy segura, Eva ni siquiera tenía claro que fuera el mejor momento para tener una criatura, y no hacía más que preguntarse a cada momento por qué asumió ella el embarazo, en lugar de decirle que lo hiciera ella. Ahora ya no podía volver atrás, salvo que lo negociaran y decidieran abortar. “Pero me sabe mal hacerle a Ana esta faena. ¡Si no estuviera ya consumado el embarazo…!
Al fin llegó Ana y Eva salió a recibirla con cara de circunstancias.
—Cariño, no me encuentro muy bien para salir esta tarde.
—¿Y eso? ¿Qué te ocurre?
—Empiezo a tener náuseas, y, sin saber exactamente por qué, presiento que voy a abortar.
—¡No me fastidies! ¿Estás segura?
—Es como si tuviera una voz interior que me lo anunciara.
—¿Y de quién es? –preguntó Ana esbozando una sonrisa, para después calmarse-. ¿No será que no te sientes a gusto embarazada?
“¡Has dado en el clavo! –se dijo para sí.
—Me parece que algo no casa bien con ello. Siempre he tenido cierta predisposición a deprimirme y a no tener seguridad en mí misma. Creo que el embarazo me la está incrementando.
Ante la decepción, Ana se quedó perpleja, sin saber qué responder.
—Intuyo entonces que estás pensando en abortar, o tal vez…
—Aún no lo tengo claro –la interrumpió Eva, ante la vergüenza de sentirse descubierta-. Tal vez sea esa la mejor solución, pero el caso es que me sabe mal por ti, cariño. ¡Después de la ilusión que tenías y de lo que nos ha costado lograrlo…!
—Pero si no te sientes bien, Eva, no te obligues a hacerlo. Es tu cuerpo y tu salud, piénsalo. El dinero podríamos recuperarlo de alguhna manera, y, en cualquier caso, ante otros problemas, hay que dejarlo a un lado.
—Entonces, cariño, ¿no te parecería mal que abortara? Tal vez con cualquier píldora apropiada sería suficiente. Solo siento haberte defraudado.
—Debes sentirte libre para actuar: primero eres tú, tu salud y tu seguridad interna. Ser madre, al fin y al cabo, es una necesidad, mitad intrínseca, mitad facultativa, teniendo en cuenta que nadie está obligada a ello, y aún tenemos tiempo para lograrlo, sin necesidad de correr. El dinero, cuando no nos ayuda, nos deshonra, fomentando los vicios más bajos, tanto ayer como hoy, y debemos acostumbrarnos a perderlo alguna vez, para sopesar su valor y compararlo con el de nuestras necesidades más vitales ¿Quién te puede obligar a tener una criatura contra tu voluntad?.
—Entonces, ¿no te importa que no sea esta vez?
—Yo misma te traigo la píldora.
De todas formas, Eva no las tenía todas consigo: por una parte, se sentía mal interiormente, por haber defraudado a su compañera, aunque pensándolo bien, el dinero podría pagárselo de otra manera: siempre hay formas, dentro de las parejas, de retribuir a la otra parte. Por otro lado, se sentía mal, dado que la posibilidad de volver a su casa, en el supuesto de que Ana terminara rechazándola, le asustaba, y tenía la impresión de haberse buscado tontamente un nuevo conflicto con el que tendría que lidiar internamente, pues cuando salió de casa de su madre, sin saber por qué, supo que no iba a volver.

María Gabriela Sánchez Vallejos

29/05/2021 a las 23:22

Me encantó volver a leer literautas, de pronto dejó de llegar a mi correo y yo dejé de escribir fue como una pausa, un paréntesis, que ahora en la paz del confinamiento y para ignorar lo que nos sucede vuelvo a viajar y a conocer mundos mediante la imaginación ajena, ustedes son mi ventana mi avión, gracias, los he leído a todos y estoy feliz de volver a tenerlos conmigo, muchas gracias desde aquí Chile el fin del mundo.

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