RetoLiterautas Nº 24 (11 de mayo, 2020)

Para el reto de esta semana, cuatro palabras a partir de las cuales tenéis que construir un relato corto: carretera, griego, tacaño y calor.

Ejercicio de escritura 24

Para el reto de esta semana, cuatro palabras a partir de las cuales tenéis que construir un relato corto: carretera, griego, tacaño y calor.

Recuerda que en estos retos no hay límite de palabras ni otro tipo de restricciones. ¡Feliz escritura!

Puedes dejar tu texto como comentario a las entradas de este post. ¡Feliz escritura!

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Comentarios (31):

Daniela Silva

11/05/2020 a las 15:15

Las intermitencias de Catrina

Con Saramago y Posadas

Por la carretera, pensaba haber sido demasiado tacaño. Simplemente salió. Sin decirle nada a ella. Tampoco ella le cobró un saludo. Pasaron toda la noche juntos. El sol en el horizonte quemaba su cabeza, el calor que no más iba a tener. Al llegar a la gasolinera sacó el celular. “Griego, hombre, te llamé un montón de veces, viste lo de Catrina? Sufrió un acidente ayer por la tarde. Está muerta.”

Daniela Silva

Mariana L.

12/05/2020 a las 02:37

Mi madre

No puedo creer que hayas tomado la carretera equivocada, vamos a llegar tarde a la celebración del “el Griego”, acaso quieres que nos maten por ser unas irreverentes. En este calor, no hace falta asar tres patos para 50 personas, basta con nosotras , los muy tacaños nos usarián para la merienda de las 4 pm y nos servirían en empanadas. Felizmente, tenemos un buen regalo:tu mano, eso traerá la paz entre nuestras familias , querida.

Carlos Serna

12/05/2020 a las 10:51

El calor era insoportable dentro del pequeño habitáculo.
La carretera monocorde y pegajosa se hacia interminable. Las rectas infinitas sin la emoción de una curva, la audacia de un precipicio o la solidez estoica de algún árbol sobre la banquina para acortar el camino y hacerlo mas deleitable.
Los kilómetros se hacían horas, el griego dormía plácidamente. Mi conversación llegaba a mis labios y quedaba retenida en mi mente, transitando por los recovecos de mis recuerdos y anhelos de otras épocas.
El motor del auto emitía un sonido apenas audible que parecía atrapado por el paisaje atrás nuestro.
El acelerador, tacaño, no me permitía llevarlo mas abajo para dar impulso a nuestro viaje.
Así pasó lo que quedaba de la mañana y la tarde comenzó tan poco auspiciosa como ella. No había nada en nuestro futuro y el pasado era solo una larguísima recta a nuestras espaldas que solo se dejaba ver en parte por el pequeño retrovisor, de todos modos aliviando el recuerdo de tan inconmensurable desierto.

De vuelto.

12/05/2020 a las 14:40

CUÁNTAS VECES SON DOS MOSCAS

Siempre tan intentando enbasurarme la cabeza: echan embustes para engatusar y robarme la platica. Ya me los conozco, pero a yo tengo el negocio dende los tiempos de upa. Ya voy espabilando…

Una vez llegó un parroquiano, alto, flaco, de pelo tacaño oscuro. Ordenó cerveza y cajetilla de cigarrillos. Se puso a garlar de sus problemas con la mujer y porqué tomaba. Luego entró un muchacho vendiendo empanadas, y al parecer a este la decepción le dio hambre pues devoró cinco. Intentó pagarle con un billete grande y por supuesto el muchacho no tenía cambio. El decepcionado tragón me dijo que pagara yo, que él me iba a pagar todo. La calor no me dejó imaginar nada malo. Ya a la quinta cerveza paró frente a la puerta otro individuo. Mirando al tragón desenfundó una navaja y dijo que lo iba a matar. El tragón emprendió veloz carrera, el de la navaja lo sigue, y yo quizque asustado pa que no lo mataran. Hasta el sol de hoy nuá vuelto a pagar lo que debía.

Pero esta vez no jué igual. Estaba yo escansando, me canso mucho cuando griego el piso, cuando se arrima una muchacha a pelarme los dientes. Horrible no soy, pero ya aprendí que deso tan bueno no dan tanto. La muchachita toda cariñosa, que me acordara de ella de los tiempos del colegio, que había vuelto al pueblo, que si me podía invitar una amarga. Yo le dije que claro, cómo no, pague por adelantado y ella me miró como estrañada. Pagó como sin ganas pero tan pronto tuvo las vueltas en el bolsillo, se quedó mirando como quien dice: “¿dónde está la cerveza que le invité?” Ni corto ni perezoso me agarré mi cerveza y la puse en la parte de atrás de la nevera. “Mañana me la tomo bien fría, si vuelve a hacer calor”, le dije. No me dijo nada más, se terminó su cerveza y se jué. Se hace carretera al andar, a ver cómo no.

Isa Fraces

12/05/2020 a las 19:50

Ibamos hacia la fortaleza, por la carretera, que cada vez era mas empinada y escabrosa.Debían de haber pasado unos cuantos batallones, griegos o romanos, ¡qué mas daba! A esas alturas ya no podía con mi alma, mi piel se derretía con el calor del sol. Maldije a aquel hombre tacaño con el que me habían esposado que me llevaba arrastrando y sin aliento, ¡Todo por no pedir un carruaje!

Verso suelto

13/05/2020 a las 13:11

La fuerza centrífuga

Qué si que calor hace, qué mira que eres tacaño, qué a ver cuando paras de una vez a tomar un refresco que me estoy meando y muerta de sed…
Me tenía harto, me acordé de que los griegos despeñaban a los recién nacidos con taras, ¿o eran los espartanos? Qué más da espartanos que griegos, tampoco Margarita era una recién nacida.
No se porque pensar en los griegos me recordó al número π que era el número ese de la longitud de la circunferencia 2πR. De repente lo vi todo claro, “la cuadratura del círculo” me dije. Ante mi la carretera iniciaba una pronunciadísima curva a izquierdas así que, mientras pisaba el acelerador a fondo, con la mano derecha soltaba el cinturón de seguridad de Margarita.
― ¿Qué haces tarado? ―oí que me increpaba.
Pero yo, impertérrito, con una sonrisa me incliné sobre ella y abrí su puerta mientras le decía:
― Ya hemos llegado cariño.

Paola

13/05/2020 a las 13:27

LA JUGADA

El sol caía a plomo sobre la carretera que cruzaba el desierto.
Acababan de robar un pastizal en San Bruno.
No fue difícil hacerlo.
Un día de calor agobiante, una borrachera de cerveza barata en un bar de mala muerte y un “luces”con un plan entre manos es suficiente material para meterse en líos.

El sopor de la arena ardiente hacía que todo transcurra en cámara lenta.
No había qué beber ni qué comer. La próxima gasolinera estaba a varios kilómetros.

-¡Hazte a un lado, Karl!
-¿Pero qué demonios haces, tío?
-¿Qué qué hago? Intento no morir de calor ¡te parece poco! Aún hay sitio ¡vamos, cabeza hueca, ve más allá!

Derek se pasó la mano por la frente y se acomodó los lentes de sol mientras los miraba por el retrovisor.

-¡No seáis idiotas! Aún nos queda tiempo hasta llegar al punto de encuentro con El Griego. Ya sabéis que no le gustan las tonterías.

Joe se acomodó en la butaca del acompañante bufando. El sol entraba de lleno por el parabrisas frontal del auto. La sensación era agobiante.

Tim se calzó la gorra para taparse el resplandor en los ojos y se hundió en el respaldo del asiento intentando aprovechar la sombra que amenazaba con irse en cualquier momento.

El Griego era un hombre con mucha experiencia en atracos; había hablado con Derek a cerca de esta oportunidad.
Los pequeños hurtos no daban para vivir más que unos días; era ariesgar para nada, en cambio esto les abriría las puertas del Olimpo.

Karl se retorció con un gesto de agobio.
-¿Es verdad que no habéis cargado ni una gota de agua?
-Si, es verdad. ¿Por qué?
Asintió Derek mostrando poca paciencia.
-¡Porque soís imbéciles! ¡No nos mató “la poli” y nos va a matar el desierto! ¡Malditos sean!
-¡Hey, hey, hey! Cuida tu bocaza, genio. No estamos de campamento. Acabamos de atracar una tienda de tabaco. Llevamos un buen puñado de dinero en el maletero. Ya podrás comprarte todos los martinis que se te ocurran.

Contestó Joe con las fuerzas que le quedaban.

El auto comenzó a fallar.
Derek insistió con el arranque pero, el trasto se quedó parado y sin señales de vida.

-¡Mierda! ¡Maldito sea! ¡Joder, joder, joder!

Bociferó al tiempo que golpeaba el volante con ambas manos.

-¿Qué es?
-NO-LO-SÉ-KARL
Contestó Derek conteniendo los nervios.
-¡Abajo todos!
-¡Dios! ¡Dime que es broma!
-¡Cierra la puta boca, Karl! ¡Porque voy a hacer que te tragues la lengua! ¿Oiste?

Derek cogió a Karl del cuello y lo arrinconó contra la puerta del auto.
Joe levantó el capot, escupió en la arena hierviente y secándose el sudor de la frente a la vez que se acomodaba la gorra mugrienta, dijo:

-Este cascajo del demonio está seco… Necesita agua.
-Lo que os he dicho…- Insistió Karl- ¡Sin agua! ¡En el desierto! ¿Qué me contestas a eso, Derek? ¡Dime!
-¡Te voy a matar! ¡Eso es lo que te digo!

Los empujones y los golpes entre ambos hicieron que la pesada arena se despegara del piso.
Se rebolcaron entre gruñidos y topetazos mientras Tim se apoyaba en el auto inservible y dejaba que su cuerpo perdiera las fuerzas.
Joe se agachó para separar a Derek de Karl, lo levantó de la camisa a la vez que éste no dejaba de tirar puñetazos al aire.

-¡Basta ya! El telefono… es El Griego.

La pelea paró al instante. Karl permanecía en el suelo abrazador intentando volver en sí.

-Dame- Derek cogió aire y habló -Si, dime.
-¿Dónde están las “señoritas”? Dijimos puntuales ¿lo recuerdas?
-Si, si… claro. Tuvimos algunos inconvenientes para sacarnos a “los polis” de encima…
-¡Vale! ¡Vale! No me interesa, tienes 20 minutos extras sino, amigo, ya sabes el final ¿verdad?… ¡¿VERDAD?! – Gritó El Griego.
-Ssi… claro… es queee… haaa…hay un problema…
Derek cerró los ojos como pretendiendo desaparecer.
-Ah, si ¿y cuál es ese problemita?
-Nos hemos quedado sin agua… eeeh, elll… el coche está seco.
-Ajá… -Un silencio se escuchó del otro lado, un silencio de esos que suele anticipar la tormenta. -¿Y qué pretendes que haga? ¿que te mande un taxi con aire acondicionado y una señorita que te sirva tragos? ¿Te viene bien eso, querido amigo? O, no, mejor ¡mando a alguien que te descerraje un tiro en la cien, a tí y a esos tres idiotas, y me traiga la pasta y nos dejamos de hostias!

Derek se alejó el telefono del oido.
La llamada quedó suspendida en la brisa infernal del desierto.
Karl, Joe, Tim estaban abatidos por el calor ardiente.
El sol, en la cúspide celeste, brillaba amenazante.

“No saldrán de aquí”
Parecía decir.

Las horas pasaron sin remedio.
El tórrido día se esfumó sin darles tregua. En medio de la nada todo pendía de un fino hilo.
La boca seca y los labios agrietados, con la piel acortonada por la abrazadora brisa, ya sabían el final: tenían la partida perdida.
Apenas se los escuchaba respirar.
Desparramados por el suelo, cubiertos de arena fina y tersa, los cuatro cuerpos intentaban no soltar la vida.
La noche cayó fría y húmeda.
Descargó sus bajas temperaturas sobre los despojos que yacían inhertes y el día comenzó otra vez, pero ahora con cuatro cadaveres más en El Valle de la Muerte.

-¡Aquí están!
-¿Viven?
-Hmmm… No.

Los movieron a patadas para ver si reaccionaban.

-Ninguno.
-Abre el maletero.

Un tiro sordo retumbó entre las dunas y la cerradura quedó desmontada.

-¡Vualá! Eran idiotas pero no lo hicieron tan mal. Sabía que el desierto se quedaría con ellos, es muy tacaño. ¡Jajajajaja! Nenazas… Dime ¿Has llamado a esos tres imbéciles de Texas?
-Si. Están dispuestos.
-Muuuy bien… Que hagan el trabajo y ¡ya veremos como nos los quitamos de encima!

El Griego cogió el botín y con una sonrisa sobradora entró en la furgoneta.

-Todo resuelto… ¡Jah! Ya ves porque ¡Yooo-siiigo-sieendooo-el-reeeeeeeyyy!- Canturreó -¡¡JAJAJAJAJAJAJAJAJA!!

El chaval

13/05/2020 a las 17:14

CASUALIDADES

Hay situaciones en la vida, que te hace pensar en algo misterioso en el destino de la gente. El trabajo en equipo que unió a tres amigos, entraba dentro de lo ignoto que se volvieran a encontrar al cabo de treinta años e incluso que vivieran en un radio de quince kilómetros sin saber nada el uno del otro.

A Josep, le vi en las fiestas de un pueblo del prepirineo; Perafita, que estaba con su familia disfrutando de las fiestas de junio, y donde vivían. El encuentro fue muy peculiar: Danzaba un conjunto de jóvenes, cuando oí su voz; recia, segura y sin titubeos dando una orden. Le llamé por su nombre, nos miramos fijamente y un abrazo largo, silencioso como dudando que así fuera, ante el asombro de los que no comprendían nada.

Me presentó a su familia y entramos en el patio del bar, lejos del ruido del jolgorio y el fuerte calor del día, y brindar por la encontrada con una cerveza por el bien de todos. Sentimos curiosidad y alegría de saber que había sido de nosotros después de tantos años. Le expliqué que paso los veranos en el pueblo cercano de Olost, entretenido con un pequeño huerto y la lectura.

—Josep, tengo una sorpresa que darte. —¿Sabes quién vive cerca, muy cerca de aquí? Encogiéndose de hombros y con una sonrisa, responde: No tengo ni idea, ya me dirás
—Una pista: Cuando estabas al mando de la flota de camiones para cargar la chatarra, la grúa del buque quedó encallada y hubo de bajar a la bodega para su arreglo. Pero antes, se oyó un vozarrón que hizo temblar hasta las cuadernas de acero. ¿Adivinas quien es?

—¡Máki, el griego, no hay otro como él!
—Me has dicho que está cerca —¿es verdad? —inquiere Josep.
—Y tan cerca, a quince minutos por la carretera nueva, en el pueblo de Oristá.
—¿Cuando le has visto?
—Hace dos años la primera vez —cuando te vaya bien podemos ir a verle, pero antes te pondré un poco en antecedentes de lo que ha sido su vida. En un viaje a Canadá para embarcar material, conoció a una chica española que estaba de vacaciones y acordaron de verse cuando atracara en Barcelona pasado dos meses. Al llegar a puerto le extrañó que no estuviera esperándole; Hacía quince días que no le cogía el teléfono y decidió ir a su casa; La sorpresa fue mayúscula y desagradable al encontrarla postrada en una silla de ruedas por un accidente que la dejó parapléjica.

La joven le pedía con insistencia que marchara, que no tenía por qué malograr su vida junto a ella, pero Máki se quedó y se casaron. Se convirtió en un empresario reputado y querido al poseer una granja que criaba cerdos, ovejas y vacas. La generosidad del matrimonio para con los hospitales con ayudas a los accidentados como ella, o prestando dinero o servicio a aquel pequeño ganadero en dificultades.
—Si que ha cambiado, apunta Josep. Acuérdate de que era un poco tacaño a la hora de pagar en el restaurante.
—Bueno, en alguna ocasión fue así, pero no tiene importancia. Creo que ahora al vernos, abrirá con mucho gusto una botella de cava para brindar por nuestro encuentro.

Paola

14/05/2020 a las 00:22

Hola!
Dos cosas:
Perdón por no usar el guion de diálogo pero mi teclado es un lío.
Estuve buscándolo y, por si alguien está igual que yo, la solución es: ALT + 0151 😉

Y también perdón por el texto tan largo 🙂 ¡se ve que tenía mono de escribir! Intenté acortarlo pero no pude… falta de práctica, estoy oxidada.

Saludos!

Jaime Salcedo Muñoz

14/05/2020 a las 06:28

Había una vez un tacaño oriundo de un pueblo de Colombia, pero se comportaba con la diplomacia y personalidad que un griego. Este conducía, a toda velocidad, por la carretera. El calor le estaba matando, pero la conciencia estaba quitándole la vida de una forma más corrosiva.

Carlos Serna

14/05/2020 a las 11:39

Paola es muy bueno tu texto, me gustó mucho

Luis Herrera

15/05/2020 a las 08:54

La Despedida
El sol parecía hundirse en el mar. Alardeando majestuosa despedida pintaba con colores el cielo, para que no lo olvidaran. Se llevaba consigo el atenuante calor. Solmaria permanecía calida, abrazada por el amor. Paul la quería toda para el, pero ella había comprometido su amor con otro.
“Tacaño amor”, dijo Paul en voz baja.
“Esperé mucho tiempo por ti”. respondió Solmaria.
Así se lamentaban Paul y Solmaria en el muelle de la Bahía de Juan Griego, mientras el sol se ocultaba. Solo restaba tomar la carretera que siempre recorrían juntos, pero esta vez, en direcciones opuestas.

elvocito

15/05/2020 a las 10:57

Lugares deleitosos.

Una mañana de cruz con brumas matinales, un frente frío me hacia estornudar y me produjo un dolor molesto en los hombros. Parecía al de la pulmonía. A veces se confundía con una bronquitis.

Entramos en la caravana de un solo vehículo no remolcado, salimos del poblado y tomamos la carretera. Por la costa brava, llegamos a Francia. Tras deleitar con las bellas vistas al mar y los peñascos cruzamos la frontera sin control ni vallas.

Nos paramos en el Alto del Rodano en un área de servicio antes de desviarnos para llegar a la autopista. Sacábamos fotos digitales y con la videocámara grabamos las bellezas. Nos encontramos con un griego que quería saber donde estábamos, parecía que se había perdido. Quería saber la ruta hacia Irún. Le señale el itinerario exacto del mapa y se conformó.

Después de una corta estancia en Suiza, tras encontrar hermosos paisajes y hacer un poco de turismo. Para el mediodía, nos pusimos en marcha, pero nos paró un señor tacaño que no estaba dispuesto a responder a nuestras preguntas sobre tal trayecto a seguir para llegar a la región de Baviera alemana.

Después de varios días de recorrido llegábamos a Hamburgo para el destino final. En una tarde de calor echamos un chapuzón en el mar. ¡Que delicia!

YAYI

15/05/2020 a las 17:20

HUIDA.
Limpió sus lágrimas, cerró la carpeta, cogió su equipaje y salió de la casa dando un portazo. ─Hasta nunca─ dijo. Arrojó las llaves al imbornal cercano.
Habían luchado y trabajado juntos; juntos pasaron aventuras y desventuras, frío y calor, reído y llorado. Largas horas hablando y haciendo proyectos de futuro… ¿dónde estaba el amor que se tuvieron? ¿Cuándo empezó la indiferencia? Había tenido mucha paciencia, quizá demasiada.
Alcanzó el éxito y solo existe su trabajo; es tacaño en palabras y besos, nunca hay un momento para los dos.
Recordó su primer viaje por Europa: joven y alegre, poco dinero y mucha ilusión llenaban su mochila, ahora hay más dinero y mucha decepción.
Hará un viaje largo. Toma la carretera sin saber dónde la llevará ni cuándo se cansará. Disfrutará los paisajes, salvará curvas y vericuetos… Verá ciudades y conocerá gentes. ¡Será ella misma de nuevo!
Un joven, mochila al hombro, le hace señales. Es griego, le cuenta la belleza de su tierra. ¡Ya ha descubierto su destino!

Luis Herrera

16/05/2020 a las 08:56

Hola YAYI…No soy experto pero leí su relato y ME GUSTÓ.

Sakura

16/05/2020 a las 21:00

La casi traición

Hace tiempo que ella no hacía un viaje por carretera que valiera la pena. Siempre hay razones para estar encerrada y ahora está el virus maldito que prohibe andar y respirar con libertad. Uno vive con la terrible sensación de tocar algun objeto y esté maldito con el virus invisible que te puede llevar a la muerte.
Rosa tiene 72 años y esta sentada en su sillón solitario y cómodo en la sala de su casa. Mientras cabecea la siesta recuerda que es capaz de conducir su Plymouth con la misma destreza con que lo hacía a los 23 años. Y cuanto disfrutaba hacerlo, la nostalgia la invade. La única razón por la que no cogía sus llaves y arrancaba carretera al horizonte, es por su esposo Ramón, un griego regordete y tacaño que no entiende de gastos de viajes ni gasolina extra.
De una manera mecánica agarra las llaves, baja al garaje, abre la puerta gigante, se sienta al volante, arranca, gestiona la palanca de cambios y acelera. Mientras el auto avanza por la calle Rosa piensa en Ramón, en lo que suceda cuando no la vea en casa. Imagina la tristeza y la soledad que sentirá. Tantos años de matrimonio, tantas penurias vividas juntos. Será un tacaño, pero es el tacaño de su vida y no está bien abandonarlo a estas alturas. Le da la vuelta a la manzana y en pocos minutos está nuevamente sentada en el sillón de siempre, con el mismo calor diario, como si en su cabeza un volcán no hubiera explotado.
Ramón la llama para pedirle agua sin saber que su esposa, su vieja de siempre, intentó abandonarlo hace solo unos minutos.

YAYI

16/05/2020 a las 21:37

Muchas gracias, Luis Herrera.
He releido el tuyo.También me ha gustado mucho. Me gustan los relatos breves y tú lo has conseguido.
Nos seguimos leyendo

YAYI

16/05/2020 a las 21:56

Isa Frances: Me ha quedado una duda en tu relato. En la penúltima frase “maldije a aquel hombre tacaño con el que me habían esposado que me llevaba arrastrando y sin aliento”
¿Esposado, con esposas o desposado casado.
ME HA GUSTADO A PESAS DE LA DUDA.
Hasta otra.

Felysha

16/05/2020 a las 22:02

INOCENTE DECISIÓN

Como no pudo coger carretera y manta en pleno mes de agosto, cogió carretera y un yogur griego fresquito de la nevera sin que el tacaño de su tío se diera cuenta de ello. A sus siete años decidió buscar un mundo más bonito. Uno como el de sus cuentos.
Al caer la noche seguía andando. Bien entrada en ella, se acercaba a una luz al otro lado de la carretera. Un gran cartel luminoso anunciaba: “PUB CALOR HUMANO”. ¡ Sonaba bien!. Cruzó.

El chaval

16/05/2020 a las 22:56

Hola Felysha. Muy bueno tu cuento, corto y decisivo

Amilcar Barça

16/05/2020 a las 23:09

No he tenido tiempo ni ganas de escribir un relato que se me escapa. Me resulta difícil encontrar un escenario aparente en el cual integrar esas palabras. Bien es verdad que me ha parecido genial la inclusión de yogur griego, ¿no te habrá traicionado el subconsciente? La carretera o el camino equivocado la hemos tomado muchos sin darnos cuenta de ello hasta que fue imposible el retorno. Felysha, en poco espacio has acogido las palabras y suscitado múltiples pensamientos sobre ese calor humano y la tacañería de algunas personas.

A quienes estéis en cuarentena, consolaros que mientras estéis así, seguís a salvo. El problema vendrá cuando los búfalos comiencen la estampida (en algunas partes ya comenzó). salu2

Maurice

17/05/2020 a las 03:29

Sólo cien kilómetros

Desperté sintiendo una fuerte opresión en la cabeza, un casco que ciñe mis sienes. Es extraño. Tuve un sueño extraño.
Los árboles se acercan rápidamente; cuando llegan a mí desaparecen como si nada. Después vienen más árboles…, y más. La interminable fila; fantasmas surgiendo de la oscuridad, apostados al costado de la carretera, transportados por una invisible cinta sinfín.
Sueño que doy vueltas. Veo el cielo y la tierra, uno por vez. Así intermiten-te. No sé donde estoy. Pero recién sí lo sabía. Veo luces por delante, alumbrando la línea entrecortada, blanca, en medio del asfalto gris. Y al costado todo negro, con el abismo más allá, quizá. Y los árboles, que aparecen y des-aparecen vertiginosamente a medida que acelero.
Cómo cuando me zamarrean durante un sueño sereno en medio de la no-che, así he despertado. Sólo que no era sereno. ¿Sería un sueño?
Hace calor, mucho calor. No sé porqué. Y el rostro me arde cómo asomado a la puerta del infierno. Es raro; aparte de dolor en la cabeza, calor en la cara, no siento nada más. Los brazos, las piernas, la ausencia completa. La posición de mi cuerpo, boca arriba, boca abajo, es igual. Vertical u horizontal, es lo mismo. ¿Dónde estoy? ¿Qué hago aquí?
A un lado veo el pequeño cuadro iluminado; sigo con mis ojos el haz que lo produce y veo el cielo, chiquito, limpio, sin nubes, azul; pero solo un pedazo. Me doy cuenta que es de día. Pero… cómo, ¿no es un sueño? ¿Y de noche? ¿Por qué no me muevo? ¿Acaso no he despertado?

El claro de luz ha crecido. Empiezo a distinguir objetos alrededor, todo confuso y retorcido. Siento más calor aún…, pero solo en la cara. En ninguna otra parte del cuerpo, y que no logro mover. ¿Qué me pasa? ¿Qué hora es? ¿Dónde estaré?
Sospecho que no es sueño; y recuerdo… Pensaba, pienso. Querer ahorrar la noche de hotel, fue tacaño. Total, solo quedaban cien kilómetros. Ya había conducido durante mil quinientos, en hora y media a lo sumo…, estaría allí.
Y recuerdo. El cartel al costado de la ruta, con el caballo de Troya luminoso centellando. “El Griego” me incitaba a detenerme. ¿Pero para qué? Tengo sueño, mucho sueño. Pero estoy cerca, pronto llegaré a casa…, y dormiré.
Continúo recordando; a medida que aceleraba los árboles avanzaban más rápidamente hacia mí, si. ¿Pero qué árboles? La ruta es desierta; solo campo, abierto, inmenso, silencioso. Y a la vera, un auto volcado, con fuego y conmigo en su interior. Y me quemo sin lograr moverme. Pero no hay dolor, solo ardor en la cara.
AL final me he dormido. Ahora continuaré descansando quién sabe cuánto tiempo, tal vez para siempre, porqué no me puedo mover. Y solo por cien kilómetros, estuve tacaño.

Lorena

17/05/2020 a las 12:01

Hola, descubrí esta página hace unos días, me parece maravillosa y me gustaría participar. Un saludo a todos/as.

Era un día de mucho calor, de ese bochorno tacaño que no da tregua. Necesitaban hacer una parada. Nina miraba aquel panel a lo lejos en el que pudo leer “Parada El Griego. A 2 kms”.
-Podríamos parar ahí, necesito tomar algo fresco. La botella de agua está caliente. Además tienes cara de cansada.
-Sí, quizás también podamos adelantar algo en esa parada.-dijo Arlet.
En la radio sonaba la canción “Ponte bajo el sol” de Elia y Elisabeth, Nina subió la radio y las dos chicas comenzaron a cantar.
La salida hacia “El Griego” no estaba bien señalizada y el coche tuvo que virar bruscamente hacia el camino de tierra justo al final de la canción.
-Joder, al límite, Ar.-exclamó Nina
-Moriría por una cerveza bien fría.- Y las dos chicas rieron al unísono.
Entraron en el local…tres ventiladores grasientos giraban en el techo, sólo había seis personas dentro contando al camarero. Todos eran hombres y todos levantaron la vista al escuchar la puerta. Las chicas se acercaron a la barra y pidieron dos cervezas.
Las aspas de los grasientos ventiladores eran las únicas que se movían en “El Griego” pasados quince minutos.
-Mañana habremos terminado.-dijo Arlet, poniéndose el cinturón.

Lorena

17/05/2020 a las 12:14

Hola Sakura, no sé muy bien si es aquí donde se comentan los textos de los demás pero el tuyo me ha gustado mucho, casi visualizaba a Rosa bajando lentamente hacia el garaje. Un saludo.

Lorena

17/05/2020 a las 13:47

Pido disculpas ya que al releer mi texto y al acortarlo he eliminado sin querer la palabra “carretera”. Cosas de novata, supongo. Buen domingo a todos/as

Paola

18/05/2020 a las 10:51

Muchas gracias Carlos Serna!
Un abrazo!

Felysha

19/05/2020 a las 00:31

Muchas graciass Chaval, me alegro que te haya gustado.
Nos vamos leyendo!

Felysha

19/05/2020 a las 01:11

Muchas gracias Amilcar Barça, me alegro de que al final encontraras el escenario!:)
Nos leemos!

Zejo

17/10/2020 a las 18:26

Estaba en la esquina indicada, eran ya casi las dos y aún no llegaba mi contacto, miré por enésima vez la hora en el celular y pensé que se había perdido
De repente apareció ante mi un auto; se baja el vidrio y el conductor me dice:
-Sube
Subi rápidamente al vehículo, al cerrar la puerta sentí que se me resbalaba por el sudor en las manos.
-Vamos ;me dijo
-Adonde vamos?
-A un lugar más tranquilo y ahí cerraremos el trato y te advierto que no me gustan los tacaños;

Del conductor sólo sabía que le llamaban el griego, él era mi contacto en la ciudad para cerrar el trato.
-Qué calor hace! -;le dije bruscamente en un intento que no se notara mi nerviosismo
El griego me miró por encima de sus gafas de sol, habló pausadamente…
-No me hables nada!; me acomodé en mi asiento y dije entre murmullos -que amable sujeto
De pronto entramos a una carretera; esto es muy lejos del punto donde nos encontramos; mi corazón latía cada vez más fuerte;
-Me va a matar pensé
(continuará)

Gladys Moreno

19/02/2021 a las 06:54

¿Cuánto falta? Es la pregunta que mi hermanito hace en cuanto sube al auto, antes que éste ingresé a la carretera y durante todo el viaje.
En esta ocasión el destino es el mar, lugar de vacaciones de verano. Nada lo arruinará.
En la ciudad es insoportable el calor, según he escuchado es por el calentamiento global. La playa con esa tranquilidad y brisa marina es la solución, hasta para el stress, dice mamá.
El papá es algo tacaño, busca siempre ahorrar; regatea, pide cotizaciones, compara precios, etc. y al final llegamos donde mismo, las cabañas “Del Griego”, cuenta la leyenda que se hospedó Onasis y de ahí le colocaron el nombre, yo quiero creer pero tengo mis dudas…
Más tarde sigo querido diario, tengo que ponerme el traje de baño

Perla preciosa

25/05/2021 a las 09:52

Todo tiene su precio

Por la carretera de las angustias iba don Servando empaquetado en su coche, caminando muy aprisa para llegar antes que nadie a la cita con su prometida. Cuando entró en su casa, olía a lejía y a heces. Al llegar a la habitación de Rosalía, percibió un olor aún más fuerte, cuya descripción no acertaba aponderar.
—Buenas tardes, corazón de melón, dulce como la miel. Soy amante de lo griego, de tal suerte que griego es mi marido, me acabo de tomar un yogur griego, y quiero esta noche estrenarme con una muñeca como tú, que seguro que eres listísima, para comprobar la diferencia de placeres y el diferente gusto, si es el caso, por lo que te pediría, mi amor, cogieras mi pico lechero y me hicieras un griego completo.
Rosalía era muy joven, casi una niña, y acababa de ingresar en el oficio hacía pocos días. Nadie le había pedido esa tarea hasta el momento, por lo que comenzó a acariciar de distintas maneras el pene de su cliente, primero con la mano y seguidamente con la boca, fingiendo saber perfectamente lo que tenía que hacer.
—¿Te gusta, mi amor?
Don Servando jadeaba como una lavadora centrifugante.
—Sigue, sigue, que ya mismo me corro, bruja.
Don Servando aulló de gusto durante cinco minutos, cual si de una orjía se tratara.
—Está bien así, buena cocinera. Este es tu regalito por haberme hecho tan feliz en tan poco tiempo.
Y le extendió un billete de poco valor.
—Este no es el precio del griego completo. No seas tacaño y págame debidamente.
—No tengo más.
Y tras decir esto, se levantó y se marchó.
Rosalía, que había oído hablar de don Servando y tenía datos de su identidad, se personó al día siguiente en comisaría:
—Señores policías, no encuentro otro trabajo que no sea prostituirme. No querría tener que hacerlo, pero tengo que comer, como está mandado, y tiene que comer también mi hijo de dos años, al cual tuve en el oficio. Para que vean cuán lamentable es la vida. El motivo de mi aparición en este lugar es el de denunciar a un señor de etiqueta, traje y corbata, que me ha pagado dos céntimos como quien dice, por el servicio que me ha solicitado.
Y ante su cara inocente, uno de los policías se atrevió a preguntarle:
—¿Y de qué servicio se trataba?
—de uno de los más caros del oficio, relacionado con la patria de la actual reina.
—¡Qué barbaridad! –comentaban en voz baja los policías-. ¿Le ponemos la denuncia o no? ¡Seguro que es una guarra de primera!
—Compañero, esto hay que pensarlo despacio. Yo no sé si conseguiría algo, pero sí me parece lógico que alguien dé el primer paso, así como justo que cada quién reclame lo que en rigor le corresponde por la prestación de sus servicios: hoy es esta mujer, mañana puede ser la tuya o la mía quien caiga en estas mafias y oficios sucios.
—Todo eso lo buscan ellas, que son unas provocadoras, y después van denunciando que les pegan.
—Ante un trabajo, compañero, nos guste o no, es de rigor que se cobre un sueldo aceptable, no cuatro perras, que traficar con el cuerpo no es cualquier cosa.
—¿Ustedes qué opinan, jefes? –preguntó el primero a los dos superiores que estaban en la oficina contigua.
—Cada quién tiene que luchar por lo suyo, socio. ¡Si me lo hacen a mí, los mato!
—Naturalmente –respondía su compañero.
Cuando salió de la comisaría con la denuncia en la mano, hacía mucho calor. Rosalía tenía claro que con ella no se jugaba, ni con su dignidad ni con su cuerpo. ¡Ella no era un juguete de nadie, y ya que tenía que prostituirse, exigía un sueldo aceptable.
Seis meses después, una pareja de policías, mujer y hombre, se presentaron en casa de Rosalía y la asieron por los brazos, rogándole los acompañara. La llevaban al juzgado para prestar declaración ante un juez sobre lo ocurrido meses atrás. La sentaron ante una pareja de jueces, uno de cada sexo igualmente.
—Díganos, doña Rosalía, ¿en qué se basa para sostener que su cliente le pagó menos de lo debido? ¿Conoce algún convenio donde estén estipulados los precios de las distintas tareas sexuales? –inquirió la jueza para abrir boca.
Cuando entré en el oficio, señoría, también yo quise conocerlo. Me dijeron que esto se regulaba a dedo entre trabajadora y cliente, dado que las empresas no nos entregan ninguna lista de precios, como debería ser. Una compañera, más antigua que yo en esto, me dio algunas indicaciones, pero no me dijo precios exactos. Solo me contó que a ella, por esa misma faena, le pagaron bastante más. Puedo creerlo, señoría, dado que cuesta bastante trabajo y se logra un resultado muy bueno para el cliente, que sale loco de contento de nuestras habitaciones. Por mi parte, con una cantidad como la que me pagaron, no me siento contenta, y quiero reclamar otra, mucho más razonable y adecuada a estos detalles, puesto que, conmigo no se juega. Mi cuerpo es solamente mío, y, como cualquier persona, merezco un respeto.
—Tiene usted razón, señorita. ¿Le hizo alguna cosa más el acusado?
—Se marchó enseguida cuando quería discutir el asunto, haciendo oídos sordos e ignorándome por completo. Y es que, en mi opinión, ya que no podemos prescindir de semejantes humillaciones, que sería lo deseable, señores jueces, es menester regular el trabajo para que todo el mundo pague lo mismo por las mismas tareas.
Los jueces se miraron con cara de circunstancias, mezcla de aprobación e impotencia.
—¿Tiene hijos usted, señorita? –le preguntó el juez.
—Los niños, señoría, son la medicina del corazón, que todo lo cura. Yo, con niños o sin ellos, he venido a reibindicar lo que me corresponde por un trabajo que ni siquiera he elegido yo, pero por el que es de rigor que cobre, como por cualquier otro.
—Gracias por su testimonio, señorita. –Y tras ello se dirigieron hacia la otra parte-. Explíquenos, si es tan amable, su versión de los hechos, don Servando.
—Yo llegué al cuarto de esta señorita. Estaba bastante sucio y olía muy mal. Ella era una niña y no tenía ni idea delo que le pedía. Le pagué, y cuando me cuestionó el precio, le dije que no tenía más. Quedé en volver otro día para pagarle el resto, y así lo hice.
—¿Es eso cierto? –le preguntó la jueza a Rosalía.
—Si así fuera, señoría, no estaríamos aquí discutiéndolo. Aquí está Paulina, mi amiga y compañera, quien, en calidad de testigo, se lo puede corroborar.
—Sí, señoría. Primero se lo hizo a ella y, acto seguido, a mí.
—¿La misma cantidad por la misma tarea?
—Así es, señoría. ¿No creen ustedes que si estamos trabajando, merecemos cobrar como todo el mundo?
—¿Las maltrató de alguna otra manera?
—Para mí –empezó diciendo Rosalía-, ya es humillación suficiente comerciar con mi cuerpo para divertimento barato de un pelanas como este señor, si es que así se lo puede llamar. El maltrato físico es casi lo de menos.
—Yo reitero lo mismo –dijo Paulina cuando su amiga terminó de hablar.
—Visto para sentencia –dijeron ambos jueces a un tiempo.
Rosalía y Paulina se marcharon a su casa, muy reconfortadas en principio, de que los jueces, tanto él como ella, hubieran empatizado tanto con su situación, por lo que mantenían la esperanza de que se hiciera de verdad justicia, en lugar de tomárselo como una broma. Seis meses después, fueron requeridas de nuevo a juicio. A falta de otra legislación en vigor, trataron el delito como un robo común, con el agravante de tratarse de una transacción, cuya moneda era el propio cuerpo, y de la humillación de su dignidad como personas.
—Aunque no consigamos nada esta vez, Paulina, merece la pena seguir adelante con ello: si no da nadie el primer paso, nunca se conseguirá nada –le decía su amiga, ante el rechazo manifestado cuando les entregaron la cita-. No nos podemos echar atrás ahora.
—¿Y de verdad crees que conseguiremos algo? ¿No dirán que a estas dos putas, ni caso, pues, si nos roban el cuerpo, qué tiene de particular que nos roben dinero? Como no hay nada legislado sobre esto, nos tomarán por locas, ¿no crees?
—No te dejes llevar por esos pensamientos, tan lógicos en realidad, pero que no conducen a nada positivo, y sí en cambio al amedrentamiento y a la no-acción, de cara a luchar por nuestros derechos: si no lo conseguimos nosotras, quizá creemos algún precedente que haga que los políticos se lo piensen en cuanto a considerarnos de cierta manera, y anime a otras que puedan venir detrás.
Así pues, se presentaron de nuevo las dos jóvenes en el juzgado, e igualmente el acusado. Esta vez fue un grupo más numeroso de juezas y jueces los que quisieron presenciar la pronunciación y entrega en público de una sentencia sobre un hecho tan inusitado hasta ahora, demandado en sus dependencias. Una de las juezas la leyó en voz alta:
—Queda condenado don Servando de Mis Males Sifilítico, a una pena de privación de libertad de cuatro años, por ultrajar la dignidad corporal y personal en general de doña Rosalía Denigrada Sin Nombre, y de doña Paulina de Mis Penas La Mayor, así como a dos años de libertad vigilada, en la que se le prohíbe salir de su zona local a nivel de barrio, así como acercarse a cualquier mujer, con independencia de las intenciones existentes por su parte con tal propósito.

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