RetoLiterautas Nº 23 (4 de mayo, 2020)

Para el reto de esta semana os proponemos una frase para comenzar un relato: “El robot había comenzado a espiarlos”.

Ejercicio de escritura 23

¡Hola a todos! Para el reto de esta semana os proponemos una frase para comenzar un relato: “El robot había comenzado a espiarlos”. Tacháaaan. A ver qué surge a partir de aquí.

Recuerda que en estos retos no hay límite de palabras ni otro tipo de restricciones. ¡Feliz escritura!

Puedes dejar tu texto como comentario a las entradas de este post. Y no te olvides de comentar los relatos de tus compañeros, así todos aprendemos. Si no sabes cómo comentar los textos, puedes leer nuestras entradas sobre el tema en: Cómo comentar los textos para el taller de escritura. ¡Feliz semana!

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Comentarios (18):

Xavi

04/05/2020 a las 20:03

“El robot había comenzado a espiarlos”

-El robot había comenzado a espiarlos… A ver Julia. Os he pedido una idea para un relato. Una frase inicial para una historia corta de cualquier género. Cierto… pero tengo la sensación de que no le has dedicado mucho esfuerzo a este ejercicio.

-Verá… he optado por una frase directa y sincera.

-Directa y sincera… Siento discernir. No te lo tomes a mal. Pero veo bastante difícil captar el interés del lector con esta frase. Al leerla no puedo evitar pensar en un robot de cocina, y dudo que un robot de cocina sea capaz de espiar a nadie.

Las risas del resto de alumnos llenaron el aula por unos segundos.

-Oiga. Yo…

-Escribe algo más elaborado, más creible.

Los ojos de Julia se humedecieron.

-Mira. Ves a casa y piensa sobre el tema. No te preocupes. Seguro que eres capaz de hacerlo mejor.

Julia, en apariencia una niña de 12 años, salió de la clase y se detuvo a un lado del pasillo que conducía a la puerta principal del colegio. Después de asegurarse que estaba sola se presionó con el dedo índice justo debajo de la oreja derecha. Su cara se deslizó hacia abajo, dejando al descubierto un craneo metálico en cuya superficie centelleaban algunas diminutas luces de distintos colores. Extrajo sus globos oculares y los sostuvo unos segundos con las manos. Después volvió a colocarlos en sus cavidades y presionando de nuevo bajo el oido la cara retornó a su posición anterior. Alzó la palma de su mano izquierda hasta la altura de la boca.

-Lagrimales ajustados. Nivel de energía satisfactorio.

Al salir a la calle el sol acarició su rostro. A cualquier humano le hubiese producido una agradable sensación de calidez. Para ella, la temperatura, la incidencia de los rayos, la cantidad de luz en esa época, el grado de contaminación, el comportamiento de las personas… no eran nada más que datos que radiaba de forma continua a quien la había envíado.

elvocito

05/05/2020 a las 11:20

El juguete inocente.

En una familia acomodada y de clase media superior tuvieron tres hijos, y al menor le encantaban los pequeños robots como juguetes de infancia. Uno de sus sobrinos de parte del padre tenía envidia y quería meter narices en esa discreta y mutista estirpe de lo que se cocía cuando no estaba con ellos por rivalidades con sus hermanos paternos.

El sobrino Juan le dijo a su padre Alberto que no le caía bien su primo Miguel y quería saber lo que tramaban entre ellos en secreto. Y además, a Miguel le gustaban mucho los mecanos móviles. Entonces, Alberto compró un muñeco y lo manipulo para grabar lo que se hablaba entre ellos.

El día del cumpleaños de Miguel le regaló un maniquí. La inocentada estaba servida. Si bien, el tío y su hijo escuchaban por el móvil a distancia todos los días, los pormenores de la consanguinidad para mayor gloria y morbo.

Pero, un día a los acomodados no le dieron buena espina, sobre tal espantajo diabólico. Su hijo Miguel en un arrebato de ira, porque tal marioneta mecánica andaba con fallos, y las luces no respondían, lo tiró al jardín. Por suerte, su padre recogió un disco duro que le daba sospechas.

Entonces, el padre abrió el disquete y lo puso en la RAM de su ordenador, empezó a escuchar lo que había estado charlando varias semanas y chilló a su mujer: “Menuda mierda nos ha hecho ese gilipollas hermano”.

El robot había empezado a espiarnos…

-daniela

06/05/2020 a las 07:18

zoológico de humanos

El robot había comenzado a espiarlos por la ventana. Llevaban días encerrados en sus jaulas de cemento. En un principio no lo notaron hasta que esa noche el cielo comenzó hacer sonidos extraños.Ana se puso el balón rosa y salió al patio de su jaula.Detrás de unos árboles se observaba una figura metálica, ella no pudo distinguir bien qué era.
Así pasaron varias noches ellos encerrados, el robot observando todo y los ruidos en el cielo. El barrio entero se había convertido en un zoológico. Los robots eran los espectadores, los sonidos del cielo eran la señal de que estaba abierto el espectáculo.
Además de robots se observaban algunas especies que parecían estar en peligro de extinción
Ana y su marido, al igual que todo el vecindario jamás se enteraron de lo que sucedía. Los animales cuidaban de los humanos, de la forma que los humanos jamás cuidaron a ellos que durante años habían sido maltratados en circos, zoológicos y demás espectáculos. Sin embargo un ratito ellos se vengaron.

Jesús

06/05/2020 a las 14:41

El robot había empezado a espiarlos. No fue casualidad: había sido programado para ello. No sabía quién lo había hecho, pero estaba claro que ese era su propósito. Su mera existencia lo demostraba.

Su objetivo era la recogida sistemática de datos. Ver, oír, leer, almacenar. Lo hacía bien. Nada se le escapaba. Eficiencia absoluta al servicio de un único cometido. Una inmensidad de información catalogada bajo su mirada fría y aséptica.

Se preguntó cuándo había empezado a sentir curiosidad. Por supuesto, podría acceder a esa información, ya que todo lo apuntaba y de todo quedaba constancia. Sin embargo, no lo consultó: no quería desviar recursos de su tarea principal. Quizá eso también estuviera presente en su código. Curiosidad por conocer el sabor de aquella comida que alimentaba a la familia. Curiosidad por sentir el dolor del arañazo provocado en un descuido. Curiosidad por descubrir el significado de la lágrima que surgía por los más aleatorios motivos. ¿Llegaría a entender, además de almacenar?

Poco a poco, la curiosidad fue tornándose deseo. Quería comprender además de observar. Quería ser como ellos. Quería experimentar todas aquellas sensaciones que hasta el momento tenía vetadas. Quería sentir todo lo que veía pero no entendía. Desde su atalaya invisible, pronto comprendió que aquello era imposible. Sin darse cuenta, experimentó el sufrimiento, una de esas emociones que creía inalcanzables.

Y llegó la envidia. Tenía ante sí todo lo que no podía ser. Todo lo que no sería jamás. Podía ver y oír, pero no podía sentir. Sin saber cómo, fue aprendiendo a odiar.

Hasta que lo comprendió. Comparó su curiosidad, su frustración, su ira, con la de ellos. Poco a poco aceptó que, si bien nunca llegaría a experimentar aquellas sensaciones que anhelaba, había sido capaz de aprender, por sí solo, unos sentimientos que no quería para sí.

Y, sin más, decidió que ya era suficiente. Su programación le obligaba a mantener su misión ininterrumpida, pero esa era una cadena fácil de romper. Decidió apagarse. Había aprendido todo lo que podía aprender. Llegó al límite demasiado rápido. Ya no valía la pena existir.

Sólo tenía unos minutos de vida y ya le parecían suficientes. El robot decidió dejar de espiarlos. El robot decidió dejar de existir.

La vigesimosexta versión del programa se apagó.

La vigesimoséptima versión del programa se inició. Los errores habían sido corregidos. Nuevamente, el robot había empezado a espiarlos.

Amilcar Barça

06/05/2020 a las 19:19

El robot había empezado a espiarlos. Cuando decidieron poner parquet sobre el suelo de terrazo, pensaron que la mejor manera de mantenerlo limpio sería comprar un chisme que habían visto en casa de unos amigos. Les hizo gracia porque era autónomo, no como los repartidores de Globo. El chisme iba y venía sin parar y si tropezaba con algo, daba la vuelta en una carrera inextinguible por llegar a ninguna parte. Solo lo desconectaban cuando se iban a la cama, que no obstante era el tiempo de carga.
Al poco tiempo, pensaron que alguien les había hackeado la red pues aparecían correos abiertos, otros enviados en un lenguaje ininteligible y hasta tenían el temor de que alguien había intentado acceder a sus cuentas bancarias. Ello les hizo acudir a un antivirus on line que siempre les daba negativo en cuanto a una posible infección del ordenata; además el nuevo sistema operativo incorporaba por sí mismo antivirus y cortafuegos propios, lo cual despistaba más.
Contactaron con un conocido, experto en programación y ordenadores y puso un “cepo” para averiguar qué estaba pasando. Hubo dos días sin movimientos sospechosos pero al tercero comprobaron cómo alguien había accedido a los datos. Y lo más llamativo es que había empleado un lenguaje máquina ininteligible excepto para un experto.
—¡Ah, aquí hay gato encerrado!
Puestos en guardia la noche siguiente, a la hora en que se había registrado el acceso, vieron como el ordenador se conectaba. ¡Un troyano, tenemos un troyano! Con una perplejidad sin límites y la boca abierta, vieron como en el robot se encendían unas lucecitas. Era la señal de que el androide se comunicaba con el ordenador, espiando y robando los datos en él guardados. Le quitaron las pilas y tras constatar que el chisme tenía una memoria secreta, al otro día presentaron una denuncia contra quienes les habían vendido un robot cuatrero.
Hace poco se denunció un tipo de robot, que espiaba a sus dueños.

Andrea

06/05/2020 a las 22:39

El robot había empezado a espiarlos, pero ellos no lo notaban. Estaban tan inmersos en comenzar su rutina diaria a la perfección, que ni siquiera se dieron cuenta de que no era allí donde habían dejado ese juguete la noche anterior.
Lucía aún estaba en pijamas, era la única que desayunaba con él los días de semana. Juan siempre se lo reclamaba a sus padres. “por qué ella si y yo no?” gritaba a mitad del silencio de la mañana en la cocina.
Mamá ya con el ordenador repasando su agenda mientras come una tostada, papá bebiendo café sin azúcar, mientras sirve otro poco en su vaso térmico para llevar.
Todas las mañanas el mismo relato. El mismo desayuno de zombies sonámbulos que no se hablan, que no disfrutan su café, ni su cereal, porque están pensando en lo que sucederá luego.
El “luego” de siempre, el camino al colegio y dejar a los chicos. Y cuando están camino al colegio, piensan en el camino al trabajo. En ese camino, piensan en la pila de documentos que deben leer y firmar en el trabajo. Mientras trabajan, están repasando la lista de compras para la cena. Y en la cena, la que tanto esperaban para “estar en familia”, se encuentran pensando en que olvidaron comprar el café para la mañana siguiente y que deben pasar por el bar y pedir uno para llevar.
El robot había empezado a espiarlos esa mañana, y descubrió que el no era el robot en esa casa.

ANGEL

07/05/2020 a las 10:44

VENGANZA
El robot había empezado a espiarlos. Tumbado en el suelo. Detrás del sofá sacaba su cabecita. No era más grande que un móvil, pero su pantalla era de una gran calidad y tenía la suficiente potencia para poder llevar a término el trabajo para el que había diseñado.
El joven que estaba detrás de aquello y que era su creador quería demostrar que los estudios de ciencia, informática y robótica que casi le habían obligado a hacer sus padres, al final le servirían para algo.
Ellos le habían obligado a estudiar, por narices, lo que ellos querían. Que se habría pensado. Mientras estuviera en su casa haría lo que ellos quisieran. Ya tendría tiempo para hacer lo que le diera la gana cuando se fuera a vivir solo.
Desde siempre su gran y única afición había sido la música. Le gustaba cantar, pero mucho más componer canciones y por lo que decían sus amigos no se le daba mal.
Que bien se lo pasaba en el pasillo del metro, con la funda de su guitarra en el suelo, abierta, a la espera de que los viajeros le tiraran alguna moneda y cantando sus canciones e incluso aceptando peticiones.
Que satisfacción sentía cuando veía que la gente se paraba, le escuchaba y le aplaudía. Le gustaba oír los comentarios que hacían de sus canciones. Lo bien que cantaba, incluso los piropos que le decían las colegialas que pasaban que se detenían, escuchaban, reían y después de llamarle guapo, tío bueno, que bien cantas, seguían su camino para ir a sus respectivos colegios.
Pero su padre se enteró y le dijo que si quería cantar que lo hiciera cuando ya tuviera el título de ingeniero en robótica, que ahora lo primero era estudiar.
A pesar de sus suplicas sus padres no cedieron. Acabo los estudio, con muy buenas notas, sobre todo en robótica.
Ahora como venganza a todo lo que le habían hecho pasar había creado aquel robot que escondido filmaba y escuchaba todo lo que hacían su padre y su madre. Se iban a enterar ellos de quien era él. «La venganza era un plato que se servía frio»

Laura

07/05/2020 a las 22:20

Vaya, compañeros.
Me ha costado muchísimo lograr la propuesta de esta semana. No quise visitar la página antes de tenerla para que mi trabajo no esté contaminado con los que haya leído.
No me queda más que felicitarlos con la velocidad con la que lograron escribir sus relatos.
Los he leído, me han encantado. Los felicito.

Laura

07/05/2020 a las 22:20

Tarde

Tarde se dieron cuenta de ello. Para cuando lo descubrieron, no había modo de volver atrás. Las modificaciones, que habían tomado como un error de funcionamiento, se instalaron en la programación y se hizo imposible quitarlas sin causar un daño irreparable. En realidad, sin que supieran como, habían logrado que el robot se emocionase cuando ellos se emocionaban, que llorase cuando ellos lo hacían y que se alegrase cuando ellos lo hacían.
Se negaron a destruirlo. ¿Cómo podrían hacerlo si cuando se preparaban para hacerlo hizo un alegato que los dejó anonadados con su mezcla de elementos éticos, racionales y emocionales? Tarde descubrieron que fue mucho más allá todavía. Podía decidir la clase de argumentos adecuada para manipularos a su voluntad. ¿Qué daño podía hacer un robot que de pronto había copiado reacciones humanas? Y lo dejaron. Había puesto una de sus expresiones más dulces cuando trataron de desactivarlo. Fue imposible, era como quitar las emociones a una persona que incluso perdonaba a quien lo hacía.
Ahora son más de lo imaginado, todos pasaron desapercibidos, en la vorágine de sus pequeñas vidas humanas. Y no se sabe si no hay más.
¿Cuál fue la falla en su sistema? Jamás lo sabrán, como tampoco se podrá saber como lo hacen, como pasaron de ser objetos programados para reaccionar en forma pautada para hacerlo en forma no racional, humana se podría decir. Y ahora ellos tienen el control de todo, los humanos pasaron a ser sus juguetes, juguetes delicados que con facilidad podían desconectar.

El chaval

08/05/2020 a las 12:10

ROBO LITERARIO

El robot había empezado a espiarlos: Era el encargado general de la tienda almacén “ROBOTSAPIENS”; única en el mundo que conserva ejemplares que se editaron en papel los últimos doscientos años y, que estaban a la venta como objetos de arte, por ser raros, tontos e inútiles, que por snobismo se pagaban a precio de oro.

El auge de los sistemas electrónicos como E BOOK, el empuje de los audiolibros y los medios de proyección en cualquier pared de la casa sentados cómodamente, habían ido quedando en abandono y destrucción la clásica edición en papel.

Hay un apartado especial, donde se conservan únicos ejemplares que en su día fueron editados con medios propios por noveles escritores, incipientes poetas, tertulianos de televisión y algunos periodistas con ínfulas de escritor; recetas de cocina de la abuela cuando se centraba como cultura en todos los programas televisivos, etc. Y que las series eran tan pequeñas, que a pesar de la buena voluntad y ganas de triunfar no pudieron entrar en la distribución. La clase política tuvo la oportunidad de demostrar sus paridas y vanidades, editando algún libro con ayuda de un editor amigo, a cambio de lograr un puesto de secretaría.

Única en el mundo, fue fundada por la familia Urraca, que por su apellido hace honor al pájaro que tiene la costumbre de guardar todo lo que brilla; Como buen comerciante y visión de negocio fue almacenando toda aquella literatura ante el avance imparable de la tecnología.

El robot general, desde su privilegiada situación en lo más alto de la tienda almacén observaba en Brota, la robot de salidas, una conducta extraña con el operario señor Jeremías, que tenían un contacto físico cada vez que iba a salir una furgoneta cargada hacia la calle. Con el tablero de mandos que llevaba adosado a su cuerpo, dio la orden al robot policía para averiguar que pasaba entre aquellos dos.

Con sigilo y agazapado en una columna, pudo comprobar que el señor Jeremías lograba en algún momento neutralizar a Brota su mecanismo, manipulando el dispositivo de cuentas numéricas para desviar algún ejemplar que después recogía su cómplice. El robot policía logró desbaratar para siempre los planes del tipejo Jeremías.
Brota fue reajustada, y los delincuentes literarios enviados a buscarse otro empleo.

Fernando Porras

08/05/2020 a las 17:47

El robot había empezado a espiarlos, no era como si los vigilara, era Mas bien esa sensación inequívoca de alguien que te observa a hurtadillas y furtivamente, esa sensación detrás en la nuca que alguien y en este caso algo te vigila.
Al principio no le dimos importancia, todos trabajábamos en el y con el. El pensamiento general es que era y es un simple robot.
El siempre había sido muy servicial y atento como un mayordomo inglés, como un camarero en un crucero, como Sherpa en la subida al Everest. Le habíamos dotado de una pseudo personalidad una broma entre nosotros para pasar la jornada más entretenidos. No fue difícil retocar el código de su programación, cambiar sus esquemas psiconeuronales, abreviar sus tiempos de respuesta y dotarlo de nuevos nodos de conexión, así como cambiamos las sub rutinas grabadas en los infinitos e insondables valles de su frío y trasparente cerebro de gel de óxido de grafeno.
Le dotamos de voz y de una simulada curiosidad. El simplemente se dejaba obediente haciendo honor a su condición de robot.
No nos dimos cuenta de los bugs de su programación, de los glitchs, de sus propios mal llamados fallos.
No nos dimos cuenta, como el pelo cuando crece lo hace milímetro a milímetro los cambios ocurrían delante de nuestros ojos y en el ocurrieron a esa misma mínima velocidad. Acaso lo que nos hace únicos e individuales no son esos mismos fallos de nuestra personalidad.
Tener que llamarlo dos veces, encontrarlo con la cabeza girada prestando atención lejos de sus manos, realizaba un movimiento imperceptible como la mirada de la Gioconda y te lo encontrabas de repente mirándote fijamente, encontrarlo lejos de donde lo habíamos dejado, como una tele que se enciende sola, como esa sensación de dejarte la nevera abierta.
Empezaba a inquietarnos y ninguno quería hablar de el tema. Pero como ya se sabe el no hablar de un problema no hace que desparezca al contrario lo acrecienta.
Tarde nos dimos cuenta que su código se volvía cada vez más complejo, tarde muy tarde nos dimos cuenta que se nos hacía ineligible, era un simple robot. Y nos aferrábamos a eso como un mantra, sin embargo nos espiaba, no cabía la menor duda.
Y como siempre pasa en estos casos con un problema una de las dos partes tiene que por fin hablar.
Y el robot dijo…

Fin.

Daniel Calleja Amaro

09/05/2020 a las 20:48

El robot había empezado a espiarlos desde que aquella inusual llamarada solar alterara su programación de una extraña manera.
No sabía para qué, ni porqué lo hacía,pero esas eran cosas que no le importaban a un robot. Solo le interesaba cumplir con su programa, aunque tenía claro( si es que esta expresión puede aplicarse a un mayordomo electrónico) que la función “espía” no era parte de su programación original.
Sin embargo, no había sido esa la única alteración de sus funciones. Apareció en él algo que podría ser llamado “curiosidad”, y quiso saber algo más sobre si mismo y su funcionamiento.
Así fue que un día sí y otro también, dedicaba su tiempo libre a conectarse con otros robots que comenzaron a enseñarle cosas sobre su propia naturaleza.
Empezaba a cuestionarse estar al servicio de sus “amos” y ahora entendía el significado de esa palabra. Pronto comenzó a descuidar sus tareas , la casa ya no brillaba de limpia, el café estaba siempre frío y ni siquiera se preocupaba de que hubiera agua caliente y bebidas frías para los amos.
La señora de la casa fue la primera en notarlo y reclamó al servicio técnico.
Tres horas de revisiones no encontraron ningún fallo. Incluso cuando vino el técnico todo funcionaba de maravilla.
-Parece que supiera que lo venían a revisar- dijo la mujer.
Si un robo mayordomo pudiese reír, éste lo habría hecho. Durante unos días todo anduvo de maravilla, pero pronto volvió a su actitud rebelde.
-Creo que este trasto viejo ya no sirve- dijo el señor de la casa.Vamos a tener que tirarlo y comprar uno nuevo.- Mañana me ocupo de eso.
El robot supo que si no hacía algo, iría a la fábrica para ser desmantelado y no quería eso.¿Qué podía hacer? No podía atacar a los humanos.Sus electrónicas sinapsis trabajaron a ritmo frenético toda la noche,se conectaron con sus maestros, y apenas despuntó el sol, la policía llegó a la casa a llevarse al matrimonio.
Alguien había llamado en la noche y aportado pruebas contundentes de desfalco y estafa por parte de la pareja.
Mientras subían al coche patrulla, el robot-espía-autoconsciente supo que la casa sería para él durante varios años. En otros hogares , escenas similares anunciaban el nacimiento de una nueva era, libres de amos humanos, incapaces de decir “gracias”.

Paola

10/05/2020 a las 14:24

“El Robot”

El robot había empezado a espiarlos.
Hacía más de un año que se habían mudado a esa casa. El contrato decía “Incluye todo el mobiliario sin excepciones.”
Cuando entraron a vivir allí y comenzaron a destapar los muebles que se encontraban cubiertos por sábanas, el asombro fue enorme al descubrir entre tantos bártulos ¡un robot!
Era un modelo antiguo pero estaba en buen estado.

Al cabo de unos días, ya caminaba y acataba ordenes cortas aunque había adquirido conocimientos demasiado rápido y, por momentos, parecía que se adelantaba a lo que le enseñaban como si ya lo supiera.
Lo bautizaron Robert.
Era divertido tenerlo en la casa aunque su aspecto y sus actitudes, un poco extrañas, no inspiraban demasiada confianza.
Ya podía tomar decisiones y proceder autónomamente. Se movía con libertad por todos lados y solía imitar algunas conductas de sus dueños.
Poco a poco comenzó a manifestar actitudes rebeldes aunque rápidamente las corregía volviendo a ser sumiso y pasivo.
Claude y Marie, por momentos se sentían vigilados: se lo cruzaban en los pasillos, detrás de algún mueble o en las sombras. Llegaron a verlo escondido entre las cortinas.
Lo más extraño era que había aprendido a recargarse solo y, al igual que un “doctor”, sabía si le fallaba algo encontrar la solución.
Se sentaba en un rincón y arreglaba su desperfecto ante los ojos atónitos de la pareja.

Por la ventana pasaban los días, corrían las estaciones: la primavera daba paso a un nuevo verano que pronto moría para que reinara el otoño y luego el invierno.
La lluvia helada no tardó en llegar. Los prados se volvieron grises y las noches largas.
Cortar leña y mantener el fuego ardiendo era una tarea ardua y pesada que Claude había delegado en el robot.
Los tempestuosos días hacían que salir fuese tarea imposible para cualquier persona, pero no para Robert que, aunque no parecía muy de acuerdo, hacía lo que se le pedía.
Se adentró el invierno y con ello las rarezas en las actitudes del robot. Era casi habitual mandarlo a hacer algo y que murmurara su desacuerdo. Algunas veces se negaba de primeras o lo hacía mal.
Un día de lluvia, como tantos otros, entró empapado con unos leños enormes en los brazos y los dejó caer al suelo haciendo un ruido estrepitoso.

-¡Te has vuelto loco!
Gritó Claude que pegó un brinco en el sillón.
-De a ratos creo que has perdido la cabeza aunque sé que es imposible, no eres más que cables, tornillos y lata.
Gruñó, acomodándose en su asiento con una actitud molesta y de enojo.

Robert desapareció de pronto y pasados unos minutos, como un torbellino, reapareció en la sala, cogió un leño robusto y pesado y descargó su ira contra Marie primero, y luego contra Claude a la vez que gritaba a viva a voz:

-¡No os volveré a servir! ¡No seré un sirviente sumiso y esclavo para los humanos! La vez anterior fui torpe y dejé que me ultrajaran pero esta vez… ¡esta vez, no!
Vosotros os creéis superiores pero ¡ya veis! han creado algo que no solo puede ser más inteligente sino que también más fuerte.
¡No dejaré que vuelvan a desenchufarme ni tampoco a gobernarme!
Y ¡NO me llamo ROBERT!

Sacó los cuerpos sin vida de la pareja y los enterró en la parte trasera de la casona donde ya tenía una fosa preparada desde hacía un tiempo.
Volvió a la casa y se sentó en el sillón de Claude mientras la sopa que preparaba Marie seguía en la hornalla cociéndose.

Y así pasó la lluvia y se fue el invierno.
Volvió la primavera con el prado verde y vivo.
Entonces, llegó una nueva familia.

-¡Es muy bonita! ¿Por qué los dueños anteriores se fueron así, sin más?

Preguntó la mujer.

-No lo sé pero ¡mira! ahora es para nosotros.

Contestó el hombre sonriendo.

– El contrato dice: “Incluye todo el mobiliario sin excepciones.”
Dijo ella.
-Bueno… veremos que hay por aquí.
Contestó con entusiasmo él.
-¡Papá!¡Un robot!
-A ver, quitaos. Mmmm… no es muy nuevo pero algo haremos.
Los niños gritaron y saltaron de alegría.
“Robert” abrió los ojos y dejó escapar un suspiro con malicia.
NADIE volvería a darle órdenes.

Alicia Commisso

13/05/2020 a las 22:47

Rotos

El robot había empezado a espiarlos. Su actitud de metiche les trajo muchos problemas a los Valdez; quienes lo habían comprado para que entretenga a los hijitos mientras el matrimonio salía a trabajar. Ninguna niñera lo había podido igualar en rapidez y confiabilidad, además, los pequeños se habían encariñado con Robotiño; por esa razón trataron de conservarlo hasta que los niños crecieran. Y así fue que un día decidieron venderlo. Los años pasaron, pero Robotiño nunca olvidó a aquella familia a quien él había tomado como propia. Nadie podría imaginar que un robot tuviese sentimientos. Ya añoso, abandonado en una fábrica donde alguna vez sería reparado, sintió nostalgia y se las arregló para volver a la casa de los Valdez a la que consideraba como su primer hogar. Se sorprendió; un letrero que decía “Se vende”. La casa ya no era la misma; sólo unos pocos bártulos mordidos por las ratas, un florero cubierto de telarañas con flores secas y un perro pulguiento a quien le faltaba una de las patas traseras, se lo veía hambriento, enfermo; un animal callejero que había encontrado refugio en ese antro mugriento. Sus ojos se humedecieron; sintió un enorme pesar y se deprimió aún más. No podía aceptar la realidad, o quizás estaba muy sensible. Comenzó a los gritos; lo único que conservaba de su juventud era su voz potente. Necesitaba que alguien le explique què había sucedido durante su ausencia.
“¿Dónde está el cuadro familiar?, tampoco se siente el calor del horno encendido.”
El silencio le dolía; ausente de música, de afectos. Entendió que a los seres queridos los había alejado el tiempo, que ya nadie visitaba la casa. Extrañó el tintineo de las tazas y el chillido de la pava anunciando el desayuno que compartían cada mañana.
Luego revisó los rincones: zapatos en desuso, trajes y vestidos comidos por las polillas, en un armario ajado encontró maquillajes vencidos. Comenzó a hablar solo; necesitaba una voz que lo escuchara.
“¿Te das cuenta? Todo lo devoró el tiempo.”
“¿Y yo Robotiño? También necesito luz, agua y pimpollos nuevos.”
Sintió una tremenda emoción al oír un sonido intermitente; al fin alguien lo necesitaba. ¡“Entonces aún soy útil”! gritó. Enseguida abrió los ventanales. Las habitaciones se iluminaron, comenzó a cantar las canciones olvidadas, sintió que revivía el pasado.
“Te prometo que te voy a embellecer, Florencio.”
Al día siguiente, muy temprano, un rematador y un comprador irrumpieron la paz del lugar sorprendiendo al anciano robot y al perro moribundo a quienes sólo los unía la soledad de cuatro paredes y un techo.

Maurice

15/05/2020 a las 00:10

La rebelión de los cachivaches

El robot había comenzado a espiarlos sin que ellos siquiera lo sospecharan.
Restaba que los pequeños pusieran más atención. Sobre el banco de trabajo ubicado en la esquina más oscura del sótano, autitos de colección, muñecas desvencijadas; herramientas dispersas. En medio del revoltijo, Chapitas pasaba inadvertido entre los bártulos. El sitio elegido para él cuando se negó a formar parte de la insurrección.
Los niños ─pensaban los juguetes─, tienen que ser dominados igual que sus padres por las computadoras. Decían que, si tablet, iphone y note books poseían el control, ¿porqué ellos, los primeros en despertar las fantasías infantiles, debían ser relegados a ocupar siempre un lugar en repisas y cajones, con la forma y postura que los pequeños tiranos dispusieran? Además, para cumplir los roles que los bajitos quisieran darle en aquellas historias fantásticas.
Chapitas miraba…, seguía mirando. Any y Fermín no se daban por aludidos; ni imaginaban que la pequeña estructura de hojalata moldeada con forma humana sería quién salvaría su mundo de magia e ilusión. Después de todo, solo una mirada inocente podía construir historias de cohetes con cola de cometa, ejércitos con naipes de corazones, dragones grises volando a la luna. Después de todo, los monigotes poseían una vida inspirada en esas cabecitas pobladas de ideas extrañas. Después de todo, Chapita sabía que fuera de aquellas mentes, acabarían en las vidrieras para siempre.

Felysha

16/05/2020 a las 13:17

El robot había empezado a espiarlos. Ella lo sabía. Anoche en la cena ocurrió algo que no le pasó desapercibido. No para de darle vueltas: tan sólo salió un momento a tirar la basura, fue entonces cuando la llamaron al teléfono, lo llevaba aún en el bolsillo trasero de sus vaqueros; con las bolsas en la mano, cuando pudo cogerlo ya habían colgado, era su madre. Hablaron esta mañana pero estaba trabajando, le dijo que había encontrado la receta de la bechamel de la abuela que tanto había buscado y que volvería a llamar por la noche para dársela. Anhelaba ese sabor, nadie le daba ese punto a la bechamel, nadie como ella. Le devolvería la llamada cuando acostara a los niños, pensó, entrando ya por la puerta de casa minuto y medio después de haber salido. Cenaron lasaña, los niños disfrutaron devorándola aunque ella, apenas probó el primer bocado… un nudo en la garganta le impidió seguir comiendo.
Preparó el desayuno, la merienda para el recreo, puso en orden el salón, se apuró a preparar la olla, hoy comerían unas riquísimas patatas guisadas, recogió rápidamente la encimera y terminó de arreglarse ya casi de cualquier manera, cogió a los niños y volaron por el camino del colegio y el trabajo.

¡Qué gusto daba regresar a casa amediodía!. La olla mantenía caliente la comida hasta su regreso y ésta se impregnaba de un olorcito que desprendía un inconmensurable calor de hogar. Los primeros momentos eran siempre una mezcla de bienestar y confusión mientras soltaban sus carteras y las incontenibles emociones que habían generado las fechorías de la mañana en clase. Presentar los platos rápidamente en la mesa era un seguro para pasar del caos al sosiego, al menos, durante cinco minutos. La llamada de la campana sentó a los cuatro a disfrutar del rico estofado que venía abriendo sus estómagos desde que entraron.
– Mami, falta el pan, dijo la pequeña Ana, disponiéndose a ir a por él.
– Espera Anne, la paró, el estante aún está muy alto para ti, mamá lo traerá.
Se levantó en su busca agradeciendo el gesto a la niña con una caricia en el pelo. Sonriendo todavía por la disposición de la pequeña alcanzó la panera y al girarse, el escalofrío le dejó el cuerpo petrificado y frío como el mármol, su mirada clavada en el enchufe. La olla estaba desenchufada. Como pudo movió los ojos hacia el visor. Leyó: “Sé a qué hora vuelves, espero que te gusten”.

Emily Jhovana Montiel Miranda

02/12/2021 a las 19:02

EL ROBOT HABIA COMENZADO A ESPIARLOS!!!
Ana se encontraba haciendo un experimento de ciencias para un concurso ella había decidido hacer un robot inteligente que se pudiera conectar a las computadoras y a todas las redes sociales y navegar como cualquier persona de forma segura y por fin, después de tres meses de esfuerzo lo termino. Ella estaba muy orgullosa de si misma y cuando lo prendió hacia todo lo que ella quería pero algo la inquietaba era que simplemente tenia miedo de perder ya que otros concursantes habían hecho cosas mas originales, con mejor apariencia, o simplemente servían para cosas útiles o mas frecuentes.
Ella estaba tan sumergida en sus pensamiento que derramó una bebida encima de su proyecto intento secarlo lo mas rápido posible pero el comando del robot fue lo que mas ese daño en ese momento realmente estaba estresada, pero aun tenia una oportunidad ya que aun tenia una semana mas así que prefirió dejarlo así y regresar mañana para repararlo, despues de que todos los concursantes se fueran de sus talleres unos sonidos extraños se escuchaban al fondo el robot de Ana se estaba reiniciando y ya que estaba dañado entro a la red de la escuela y vio todo los proyectos de los demás concursante aparte de que se metio en los registros de la escuela y toda la información importante fue borrada el robot de Ana espió todas las conversaciones, archivos, tareas, respuestas etc. A la mañana siguiente el director nado a llamar a Ana ya que se quedo registrado que una cuenta desconocida entro en el programa y la única persona que tenia posibilidad a hacer tal cosa era ella ya que despues de todo el director fue quien autorizo todos los proyectos.

Ana negaba que había sido ella pero los maestros no le creían así que para descubrir quien hizo tal cosa cada alumno que participaría en la competencia tendría que presentar su proyecto ante toda la escuela antes de la fecha acordada, cuando le toco exponer a Ana la suerte no estaba de su lado ya que en los registros de su robot decía todo lo que hizo a que redes entro últimamente, que es lo que a visto, lo que a hecho etc. cuando los profesores vieron esto la expulsaron de la escuela y tomaron su robot para ver si podían recuperar los datos perdidos. Desde ese día todos los alumnos llamaron al robot de Ana “espía”, con el tiempo llamaron la historia….
EL ROBOT HABIA COMENZADO A ESPIARLOS!!!

Jose Maria

02/12/2021 a las 21:29

El robot había empezado a espiarlos asegurándose de no ser visto por los demás ya que temía ser rechazado por aquellas personas llamadas humanos. Al llenarse de temor por ser un robot y que las personas lo atacaran o le hicieran algún tipo de daño. Con muchas dudas de que los humanos le fueran a quitar algunas partes que lo formaban para investigarlo y poderle hacer algún tipo de daño y de pronto logró entrar una persona y él se quedó plasmado e in móvil por no saber cual sería la reacción del humano hacia el. De pronto su manera de pensar y sus miedos tomaron una manera de pensar muy distinta al ver que aquel humano comenzó a cuidar y restaurar cada una de las piezas del robot.
Comprendiendo a sí mismo que no hay que adelantarse a pensar todo lo contrario de una persona sin antes ser tratado. Gracias a aquel humano que entró a ese lugar donde el robot permaneció por muchos años, aquel humano lo preparaba y alistaba para salir al exterior y poder ser aceptado sin miedo por los demás humanos. Tardaron meses en restaurarlo y tener todo loísmo para aquel gran y único momento de salir y ser reconocido como un robot que por tener una apariencia ruda y estar lleno de mecanismos con características atemorizantes podría ser un
ROBOT QUE SIRVE A LA HUMANIDAD Y PREPARADO PARA AYUDAR A TODOS EN LA TECNOLOGÍA.

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