Hoy os proponemos escribir un relato en el que alguien recibe una misteriosa postal.
Al contrario que con el taller de escritura, aquí no ponemos límite de palabras ni otro tipo de restricciones. Tampoco hay hora de entrega máxima, podéis publicarlo cuando queráis.
Puedes dejar tu texto como comentario a las entradas de este post. ¡Feliz escritura!
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Comentarios (14):
Helenicus
04/04/2020 a las 14:55
Leonardo llama a su amigo y cómplice Paulino, el cartero.
─ ¿Ha llegado algo para mí en estos tres últimos días?
─No, bueno sí, algo sin importancia, es una simple postal sin sobre. La he dejado hace un par de horas.
─Nada de lo que llegue a mi nombre a esa dirección es sin importancia Paulino. ¿Recuerdas el mensaje?
─Parece que es de una mujer que te conoce. Vive en el Pasaje de los Tilos, 3. Es un pasaje perpendicular a la Calle de los Sauces y está justo enfrente del número 84. No entiendo por qué no cruza la calle y la deposita en tu buzón que está mucho más cerca que cualquier buzón de correos.
─No olvides que mi dirección no tiene buzón.
─Si claro, pero podría dejarla encima de la buzonera.
─Tú también podrías ser un poco menos ingenuo, Paulino.
─Ah, se me olvidaba, te hace saber que todos los días suele salir de su casa a las 14:15.
─ ¿Podrás hacerme otro favor, Paulino?
─Dime, Leonardo.
─ ¿Conoces algún niño de entre trece y quince años que viva en Sauces, 84?
─Sí, más de uno, es un edificio muy grande.
─Gracias, mira, lo más pronto que puedas, recoge otra vez la postal, llévatela a casa, imprime el nombre del niño en un folio en el tamaño de letra que tú consideres más adecuado, recorta el nombre y pégalo encima del mío. Todo esto procura hacerlo con guantes, no conviene que la etiqueta tenga las huellas del cartero. Luego, echas la postal en el buzón del niño.
─Ningún problema Leonardo, así lo haré.
Al día siguiente, jueves, a las 14:10, aparece Borja con la misteriosa postal bajo el brazo, por el Pasaje de los Tilos, con fingido aire despistado pero nervioso. Aparece un joven atlético, de unos 30 años, barba y gafas oscuras que, corriendo por el pasaje va a tropezar con el brazo de Borja. La postal de Borja cae al suelo y los bombones a granel que llevaba en una bolsa el joven que corría, también se desparraman.
─Perdona amigo, lo siento ─se excusó el joven de la barba─ toma, ¿me aceptas unos cuantos bombones?
─Gracias y no te preocupes, un tropiezo lo tiene cualquiera.
Los dos jóvenes recogen los bombones y la postal, pero el de la barba tuvo mucho cuidado de cambiar la postal por otra idéntica del auténtico remitente.
De todo esto fue testigo Enrique, que avisado por Leonardo estuvo listo para ser testigo de lo que podía ocurrir en el Pasaje de los Tilos, 3, alrededor de las 14:15. Diez minutos más tarde, por llamada telefónica, Enrique ponía al corriente a Leonardo.
─Aunque ya disfrazado de por sí, ¿me podrás describir con algún detalle las características de este joven de barba y gafas? ─preguntó Leonardo.
─Tranquilo, fue captado exitosamente por la cámara invisible que llevo en mi cazadora. Te lo enviaré por archivo encriptado.
El chaval
04/04/2020 a las 19:41
LA SUERTE ESTÁ ECHADA
Hola, soy Rubén, el hijo de tu buen amigo del ejército. Mi padre ha muerto el mes pasado y ha dejado una nota en la que deja una “sustancial” cantidad de dinero para ti. Llama por teléfono a este número que pongo aparte, y queda con la persona para que lo pases a recoger en Correos.
Ismael, está sentado a la puerta de su casa tomando el sol cuando recibe la postal, y se queda perplejo no entendiendo nada, por cuanto la dirección y la persona a quien va dirigida está bien, pero él no se llama Fulgencio de las Armas Tomar.
Hace quince años que vive en una caravana metálica, dentro de un apartado que acondicionó el Ayuntamiento, para personas con pocos recursos o licenciados del ejército con lesiones leves del cerebro.
Haciendo hervir los sesos, recuerda que pasando por este lugar, un señor de aproximadamente la misma edad, le invitó a una cerveza y estuvieron charlando un buen rato. Ismael estaba en muy malas condiciones; no tenía trabajo, tampoco oficio alguno y vivía de ir solicitando ayuda a las puertas que encontraba en su deambular.
El hombre le fue explicando su vida y por qué tenía depresiones continuas por una lesión en unas maniobras militares. Como tenía una pequeña paga para subsistir le propuso a Ismael que podía quedarse con el y se harían compañía.
Un tiempo después, este Fulgencio de las Armas Tomar desapareció, sin llegar a saber cómo fue; siguió recibiendo la paga y como nadie le solicitaba credencial alguna dejó pasar el tiempo y los años viviendo en la caravana.
Se le está nublando la vista de pensar en lo que piensa, pero prefiere ser encarcelado si se descubre su plan, a dejar pasar la oportunidad de tener una “sustancial” cantidad de dinero. Urde la idea y después de hacer la llamada que le indican, se presenta con la postal y, por si acaso, un documento que siempre ha estado colgado en un cuadro, donde el ejército licencia al soldado D. Fulgencio de las Armas Tomar y el motivo del porqué.
Yubany Checo
05/04/2020 a las 03:42
Hay cosas que para otras personas significan tanto. Diana nunca pensó que fuera la mejor amiga de Laura. Aquella promesa de ser amigas hasta la muerte no siempre se vive como la vivió ella.
La dejaron por debajo de la puerta. Diana hizo un esfuerzo para agacharse a recogerla. El sobre tenía el amarillo que toman las cosas cuando envejecen. Lo acerco a su nariz. Tiro por uno de sus bordes. Sacó algo de adentro y leyó: “te espero, no faltes”.
Había una fecha de hacia cincuenta años, un lugar y nombre que no lograba recordar. Pensó tirarla a la basura pero prefirió quedarse con ella. Quizás alguien estuvo rebuscando entre sus cosas y le dejo tirada. Sin embargo, no quería subestimar su buena memoria. A decir verdad, no recordaba una tarjeta con esta.
Paso el resto de ese dia con ella entre sus dedos. Le daba vueltas. Repaso rostros, lugares, letras sin conseguir una pista.
El nombre de Laura se le repetía en la cabeza como la bola de billar que no sabe a qué hoyo entrar. De repente en algún lugar de su memoria se activó una imagen de cuando era estudiante de quinto grado. Una niña de rostro redondo, ojos tristes y pecas, la última de la fila, a la que una vez llamo “mejor amiga”, a la que le prometió ir a su cumpleaños y a la que después de mudarse del barrio, nunca más telefoneó ni escribió.
Le tomó tiempo decidirse. Salió. Tomo el tranvía que la cruzaba al otro lado de la ciudad. Sabía que sería un viaje de al menos dos horas ida y vuelta. Tomaría un taxi desde la estación hasta la dirección que indicaba la invitación. Iba pensando en que le diría a Laura después de tantos años. ¿Porque le habría ella enviado esta invitación?
El taxi se detuvo donde el navegador le había indicado. Toco la puerta. Una mujer de algunos cuarenta años le abrió.
─ ¿Cómo puedo ayudarla?
─Busco a Laura.
La mujer tragó saliva de tal forma que su garganta se vio forzada al hacerlo.
─Entre y siéntese
─ ¿Cuál es su nombre?
─Soy Diana.
─Mi madre me habló mucho de usted. Y cuando lo hacia sus ojos se llenaban de lagrimas
─Lo siento mucho, no fue mi intención.
─ ¿y porque ha venido?
─Recibí esta invitación.
Diana sacó la tarjeta que había recibido.
Los ojos de la mujer adquirieron un tamaño más grande que sus cuencas.
─Esto es imposible. ¿Cuándo dice usted que la recibió?
─En verdad no la recibí, al parecer alguien la dejo ayer por debajo de mi puerta a esos de las tres de la tarde.
─No puede ser. Esta era la única invitación que mamá conservaba de aquel cumpleaños. Siempre me conto que la esperó y nunca llegado.
─Mis padres no quisieron llevarme. Para esos días se estaban divorciando. Además, yo no estaba de ánimos para celebraciones. Pero al inicio de la semana, cuando nos vimos en el colegio, trate de explicarle a Laura. Ella nunca lo aceptó.
─Tanto así que no descanso en paz hasta entregarle esta invitación.
Diana entre la mano en su bolso. Saco un regalo. La mujer la miro asombrada.
─ ¿En verdad usted no lo sabe aún?
─ ¿Dónde está ella?
─Laura murió ayer, el mismo dia de su cumpleaños.
Las dos mujeres se miraron. Un silencio cubrió la sala donde estaban sentadas.
Yuliani_Ry
05/04/2020 a las 04:26
UN MISTERIO
Rafael era un chico que no creía en nada pero que la vida se empeñaba a desmosatrarle cosas, cosa que tal vez nadie le creería. Al llegar a su casa recién comprada le dio de ir a ver su buzón, al ver se encontró con una postal muy misteriosa una que tenía el estampado de una ciudad, que era, Saint Paul de Minnesota, <>, al darle la vuelta para ver que decía se encontró con un mensaje muy extraño que decía;
<> .
Para Rafael fue una broma de mal gusto ,pero seguían llegando. Todas con las fecha del mes siguiente. Determinado a descubrir a que se refería la postal se preparó para su viaje que era a la ciudad de Saint Paul solo le llevaría 1 hora y media en llegar. Al estar ahí buscó en varios lugares hasta que encontró un lugar donde vendían los mismos diseños de postales. Compró unas cuantas y después de eso siguió buscando. Pasaron unas cuantas semana ya iba a ser la fecha escrita en las postales, sentía miedo, no entendía , hasta que se perdió no supo donde estába entró a pedir indicaciones aun bar y se encontró con el mismo.
Vinicio Martínez
05/04/2020 a las 06:32
Fragmento entre el tiempo…
06:54am tomándome una taza de café antes de salir para la oficina, pase a despedir con un beso en la frente a quien había sanado en mi muchas heridas…
06:40am, que baje para poner a preparar el café, debajo de la puerta encontré varias postales, al principio las comunes de siempre, pagos, recibos, ofertas y noticias… Pero había una en particular de color violeta con un diseño en una esquina que me ponía a recordar que aquel símbolo, ya lo había visto en algún lado…
Continúe el día en la oficina, común como siempre, entre la hora del almuerzo fui hacia la estación de bus, un lugar dónde solia ir a comer en mi etapa de adolescencia…
En mi mente seguía pensando sobre el símbolo, cabe recalcar que no la había abierto, aquella postal no tenía algún tipo de información con la que pudiera decir a quien le pertenece, me guíe por el símbolo y la lleve conmigo, la deje en el auto.
Y mientras tenía una muy amena platica con la señora que me atendía, comencé hablar sobre aquello inusual, algo que no sucede todos los días…
De tanto hablar me hizo recordar algo de hace casi 7 años, dónde yo había tenido una muy buena etapa de mi vida en la universidad.
Había recordado el símbolo… Aquel símbolo que una vez cuando salía con alguien lo dibuje en su brazo y prometió que se lo tatuaria…
Rápidamente supe quien lo había enviado, así que salí presipitadamente hacia mi auto. Pero justo sonó mi móvil, era mi jefe que necesitaba recogerme ese instante para ir a una reunión, por más que trate de hacer tiempo no llegue hasta mi auto.
El día continuó, normalmente mi jornada de trabajo termina 16:30pm, cuando he tenido percances ha sido máximo 18:00pm.
Lleva marcado reloj 20:17pm cuándo mi móvil volvió a sonar, era mi novia la que me estaba llamando, conteste mientras asentía con la cabeza que saldría de la sala.
Entre el pequeño tiempo que nos tomamos para intercambiar palabras, pude notar su ira, su inseguridad hacia mí.
Llegué a casa 22:55pm.
Que largo día, justo cuándo iba a bañarme me acorde de la postal, fui por ella y mientras me acerce a la habitación pensé en que podría tener escrito ahí, pensé en despertarla para que la viéramos juntos, pero si al tocarla solo hacía gestos y murmura que no la moleste, no me espero para cenar juntos… Así que tomé la postal y fui a la ducha, llene la tina y me metí, encendí un cigarro y abrir la postal…
Contenía una fotografía y un pequeño texto, el texto explicaba muchas cosas que hace tiempo atrás yo Jamás pude entender porqué habían sucedido, y la fotografía¿?
Era una fotografía dónde se encontraba aquel símbolo tatuado sobre una piel muy sutil, cerca de sus caderas… Algo que reconocía de memoria…
Menta
05/04/2020 a las 09:01
Ayer mi hijo nos trajo la compra a casa.
Seguimos en cuarentena y las personas mayores no podemos salir a la calle; a nuestra edad, las posibilidades de superar el contagio de este virus, son las mismas que saltar desde la terraza del Empire State building y caer en la acera ileso.
—¡Buenos días! ¿Qué tal habéis dormido? ¡A ver! Recoger las cosas de las bolsas que tengo una video conferencia con mi jefe dentro de diez minutos. Se me olvidaba, he abierto el casillero, sólo había esta postal. ¡Anda!, si esta es la Ópera de Sidney, ahí he estado yo. Toma, papá.
Con miedo, alargué la mano enguantada en látex, y través de la mascarilla de pintor, le di las gracias.
En la parte de atrás vi que estaba sellada en Barcelona.
Sólo había escrito un breve mensaje ininteligible para los demás. Pero yo entendí perfectamente que era una amenaza: “En boca cerrada no entran moscas”, firmado, Melbourne.
Me dirigí directamente al dormitorio y preparé mi semiautomática.
Carmen Pérez
05/04/2020 a las 09:59
El semáforo estaba en rojo cuando Sonia se percató del sobre blanco en el asiento trasero del coche. No recordaba haber dejado nada allí la noche anterior. Súbitamente lo cogió, no había nada escrito. Las bocinas de los coches aullaban insistentemente: el semáforo estaba en verde.
Arrancó, siguió conduciendo hasta encontrar un lugar donde parar. Tomó el sobre, sus manos estaban trémulas, mezcla de confusión y curiosidad, y quizás, una pizca de miedo también. Quiso abrirlo y se le cayó de las manos
— Carajo!-dijo-.
Cuando por fin pudo abrir el sobre, se encontró con una postal: un banco vacío cubierto de hojas, y en su reverso, una sola palabra escrita OTOÑO.
Sonrió, la letra le era conocida. Era su cita.-
elvocito
05/04/2020 a las 12:10
La semana santa cuarentenada.
Cada semana santa normalmente Jorge no iba de vacaciones. Él esquivaba las insidiosa preguntas de asueto. Un amigo le envió una misteriosa postal sin remitente, pero el matasellos delataba el lugar de envio.
No tenía la más menor idea quien era el expedidor. Sin sobre y la simple dirección correcta, como lo conoció y supo su nombre y apellidos de manera correcta.
Empezó a leerla: Querido amigo. Le aconsejo ante las insidiosas preguntas sobre tus “vacas”, respóndele así: Me voy de vacaciones a mi casa. Viajo virtualmente, lo mismo visitando museos y castillos de una manera estupenda. Adiós sufriente…
Sebas A
05/04/2020 a las 19:48
El tren se va
Me la depositaron en el buzón sin más explicaciones. El cartero se había mezclado y había dejado, por impericia o ex profeso, una pieza postal que no me estaba dirigida. Estuve tentado de llamar a la compañía de correos para denunciar el error. Después de meditarlo solo un instante opté por no perder mi escasa energía y mis pocos ánimos en un entuerto y en un asunto que no me pertenecían. Que el remitente o su real destinatario hagan sus quejas formales al correo si así lo creen conveniente, pensé mientras colocaba la postal sobre la mesa desteñida del comedor.
Mi vida ya tenía bastantes complicaciones desde que había perdido el empleo y mi mujer me había abandonado a causa de ello ¿o fue al revés? Sinceramente ya me confundo el acontecer de las desdichas situaciones de los últimos tres meses. De todos modos, desde que pude dejar de llorar y pude despegarme de las sucias sábanas – que cambió mi mujer unos días antes de pegar el portazo definitivo – me pregunto si no me hicieron, mi anterior jefe y mi ex mujer- un gran favor. Nunca disfruté el empleo y tampoco, creo, que amaba a Laura. A veces siento lo contrario y vislumbro que todo es un magro consuelo que mi mente preparó a este corazón lastimado. Es cierto que debí haber tomado ese empleo que me ofrecieron tres meses atrás. No es menos veraz que lo rechacé por la oposición de laura. Temí perderla si lo hacía. Temí a esta soledad que hoy padezco. Dejé pasar la gran oportunidad, lo sé. Siempre quise hacer eso que me proponían pero no me animé ni antes ni ese momento. No creo que el tren pase dos veces, no ya a mi edad.
El timbre del teléfono me sobresalta. Ya no acostumbro a levantar el tubo y responder porque, o bien es una de esas “breves encuestas” telefónicas de política nacional, que me parecen patéticas, falsamente direccionadas, y que me presentan opciones de candidatos a los que el calificativo de mamarracho les es generoso; o sino me están informando que “su factura está impaga; sino la abona dentro de las 72 horas, se interrumpirá el servicio. El costo de reconexión, será de Pesos trescientos cincuenta más IVA.” Por eso ya no tomo el riesgo de atender.
El sonido del teléfono cesa, pero al minuto retorna el ruido del timbrazo con un aire insistente. Sin razonar mi movimiento me encuentro con el aparato descolgado de su base y apoyado en mi oreja izquierda – en una fracción de segundo mi primitivo cerebro de simio juzgó que el modo insistente de sonar del timbre telefónico vislumbraba una urgencia o emergencia-; lógico, nada de eso ocurre. Por el contrario, y para mi sorpresa, a mi tosco “Hola”, le responde una voz humana y de mujer (diferente a la metálica y artificial de las últimas cinco llamadas que había atendido antes de tomar la férrea decisión de no hacerlo más por los motivos ya explicados):
Hola deseaba hablar con el Señor Saccomano, por favor.
Si, él habla. ¿Quién lo busca?- respondí con voz queda y demostrando poco interés en la conversación.
Mi nombre es Luciana y lo llamo desde el correo oficial de la Républica….
Ah, sí, es por el envío postal. Está acá.
Si, señor, lo llamamos para disculparnos. No suelen pasar estas cosas habitualmente…
No hay problema. Ya le digo señorita… ¿Julia me dijo que era su nombre?
No, Luciana.
Ah bueno, Luciana. La postal está acá. Que el cartero venga por la mañana, si quiere retirarla.
Perdón no lo entiendo – replicó sorprendida mi interlocutora.
¿Que no entiende? La mañana es el horario antes del almuerzo- , respondí empezando a sentir una tensión que subía lenta por mis cervicales.
-Señor Saccomano disculpe sigo sin comprender. El servicio se demoró mucho más de lo previsto, pero fue entregado. No podemos aceptarlo en devolución. Por eso el motivo de nuestro llamado para disculparnos y ofrecerle como resarcimiento…
La interrumpí bruscamente: – Mire señorita, la postal la guardo hasta mañana al mediodía, si ud, el cartero o quien deseen no pasa a buscarla la tiró a la basura- y si más preámbulo corté la comunicación.
Ofuscado, posé los ojos en la postal. Vi un paisaje atrayente y desconocido, con un matasellos de tinta azul, fechado el veinticinco de agosto (es decir más de seis meses antes, si es que ese día era el veintiocho de febrero de dos mil veinte) y aparentemente remitido desde Antoquia del Sur, lugar absolutamente desconocido para mí. La curiosidad me venció. Di vuelta la postal. Me sobesaltó el texto.. Me sorprendió encontrar mi propia caligrafía – inconfundible e ininteligible por la deformación causada en mi años de estudiante de la carrera de medicina (la primera de las tres que comencé y no concluí) – estampada en tinta negra (vicio que adquirí durante mis años como pasante en aquel lúgubre estudio jurídico) sobre la hoja blanca de la postal. En ella se leía (y creo que solo yo podría hacerlo pues claramente denotaba que lo había redactado a las apuradas con esa letra de mierda que me caracteriza cuando llevo prisa): “Arturo. Sí, soy yo el que te escribe. Habrás reconocido la caligrafía. Mi amigo se vuelve y no tengo tiempo. Aceptá ese trabajo que van a ofrecerte, perseguí tu sueño. Laura te va a dejar igual. Evitanos el sufrimiento y seremos felices. Cuidate.(17/04/2028)”.
El tren había pasado dos veces, pero yo estaba en la estación incorrecta.
Gladys Moreno
21/04/2020 a las 06:32
Hace meses que esperamos los días de campaña de ofertas por internet, en especial las que se refieren a paquetes turísticos.
Hemos visto varios lugares pero aún no estamos cien por ciento de acuerdo. Pilar quiere ir a Europa, Consuelo siempre tuvo la idea de ir India, ahora cambió y quiere conocer Malasia y yo he pensado en viajar a Turquia,me atrae su cultura, las tradiciones mezcladas con la modernidad de sus ciudades, ya me imaginó mirando desde arriba, entre nubes en uno de esos globos multicolores esos paisajes desérticos mientras esta el sol comienza a bajar.
M8entras Consuelo envia cuanta fotografía encuentra de playas de Malasia, yo las elimino inmediatamente sino tendría colapsado mi celular. Pilar dice que lo pensemos y decidamos pronto, solo quedan cinco días para comprar los pasajes más estadía.
Yo me duermo pensado en Capadocia, en bailar la danza del vientre, tomar esos tés, recorrer calles empinadas, tanto asi que soñé con Onur, el de “Las Mil y una Noches”, la teleserie turca que no nos perdíamos de ver.
Todo se sentía tan real, paseamos él (Onur) y yo en su convertible rojo por ese largo puente que aparece siempre al final de cada capítulo, llegabamos almorzamos a orillas de ese mismo río, en un precioso restaurant, luego me decia, en turco, yo entendía a la perfección, (se nota que era sueño, porque no sé ni media palabra), tomariamos un tour por la ciudad, para conocer aquellos lugares en que se grabaron escenas de las teleseries turcas más exitosas, mientras me explicaba esto yo fijaba la vista en una postal que estaba en la vitrina de la agencia turística, se veía en la imagen un cielo celeste muy despejado, con la luz de sol en un extremo y repleta de globos multicolores en los que colgaban sus canastillos con pasajeros, inmediatamente mi yo onírico pensó en Consuelo y decidió enviarla.
Hoy Consuelo me llama que esta decidida a que lugar ir, y para mi sorpresa dice que volvió a cambiar su destino de viaje, porque recibió una señal misteriosa, una postal en la cual se ven cientos de los tradicionales globos aeroestáticos en un lindo cielo celeste y con el paisaje de aspecto volcánico, ella me dice que en la postal no registra quien la envia pero ve nítidamente el sello de Turquia
Decidido ¡a Turquía los boletos!
Valentín H.
26/04/2020 a las 00:33
Llevo ya varios años evitando el uso del papel.
Fue por esta razón que me extrañó tanto ver aquella postal a la entrada de mi casa.
El sello mostrana a una campesina que vretía leche en un cuenco de barro y, en la parte inferior, las palabras “The muntawankelite kingdom of Yemen”.
La imagen de la postal se me antojó muy interesante.
Era un par de montañas, una más alta que la otra, cada una coronada con edificios que se apilaban como haciéndose espacio.
La montaña más lejana ostentaba una superficie plana que se asemejaba a un cilindro truncado en la que los edificios se apelotonaban al borde, como si quisieran saltar por el precipicio que tenían en frente.
Al dorso de la postal, una nota manuscrita en tinta negra. Reconocí la caligrafía de inmediato. Era mi hermana. Desde muy joven salió de la casa para llevar un estilo de vida nómada. Desde que se fue, solo había hablado con ella unas cinco o seis veces en siete años. Nos queríamos mucho, sin embargo, su orgullo tenía más fuerza que su amor.
La nota decía: “Hola Luis. Para cuando recibas esta nota, ya habré muerto. Me habría gustado despedirme en otras circunstancias, pero ya ves, la vida tiene sus caprichos. Te amo”.
Así me despedí de mi pequeña pulga. Como nunca quise y como no esperba.
Perla preciosa
30/04/2020 a las 11:58
Decepción eterna
30/04/2020
Son las nueve de la mañana de un caluroso julio. Conchita se levanta muy feliz, como cada mañana, pues en la soledad de su divorcio ha descubierto las bondades del silencio y de la meditación, así como la riqueza del corazón humano, y sobre todo la generosidad del suyo, capaz de superar los baches de la vida y de no guardar rencor a quienes otrora jugaron sucio con ella, aprovechándose de su buena fe y de sus buenos sentimientos, y asimismo de la dulzura de su carácter en general.
Como cada día, desayuna, hace la colada, y a media mañana sale a dar un paseo a solas, aprovechando que aún no quema demasiado el sol. Cuando vuelve, abre el buzón para coger la correspondencia, y entre unas cuantas cartas de rigor, encuentra una postal sin firma, que comienza a leer tras entrar en su casa:
“Querida Conchita:
Espero que te encuentres estupendamente al recibo de esta carta. En realidad, no sé cómo empezar a desahogarme, pues han pasado tantos años desde que no nos vemos que presiento seas otra mujer distinta a la niña y a la joven que conocí durante la infancia. Mi vida ha sido tan azarosa que no podría resumírtela en dos palabras; no obstante, aún conservo mi amor por ti, y recuerdo con ternura y dolor esos abrazos que nos dábamos a escondidas, aprovechando que la profesora miraba para otro lado, y esos besos tan cálidos que me prodigabas por las noches, antes de ir a dormir a tu habitación. Eran apasionantes en verdad, y no supe apreciarlos en su momento, ni tuve valor suficiente para confesarme contigo y expresarme el profundo amor que, ya entonces aunque a escondidas, hacia ti sentía. ¿Qué pensaría mi familia si se enteraba? ¿Qué pensarían las demás, si descubrían que estaba de ti enamorada? Y finalmente, ¿qué pensaría el mundo, sólo si intuía que una joven amaba ardientemente a otra, sin brotar luz alguna de sus ojos? ¡Se reirían de ella!: ¡con un hombre estarás más protegida! –le dirían-. Tus amigas no ven y no pueden ayudarte en nada; un hombre en cambio, aun sin ver, puede guardarte la casa, darte unos cuantos hijos y dar también por ti la cara, que por algo tiene más fuerza y vale más su palabra. En todos estos años, querida Conchita, he estado reflexionando sobre estas cuestiones, y he decidido verte en mi casa dentro de una semana. Trae tu equipaje y olvida los pesares que a diario te abruman por una temporada. Quiero que seas feliz: amémonos en mi casa.”
Se sentía en verdad muy dolida con estas consideraciones implícitas y hubo de pasarlas por alto ineludiblemente cuando le llegó la hora de adquirir una posición decente: se casó con un hombre al que no tenía claro si amaba, y hace un año se divorció, despechada y defraudada por el dolor y la ignominia que todas las noches sentía cuando llegaba acasa y le costaban acaloradas discusiones las borracheras y la tardanza.
Así pues, Conchita estaba sola y sin perspectivas de nada, por lo que esta postal le devolvió la alegría y la esperanza que no recordaba haber sentido desde hace al menos una década. Sin embargo, ¿quién se la enviaba? ¿Quién la quería tan apasionadamente como para amarla en casa? “Debe de haber sido Sole –pensaba consolándose ante la desolación por el misterio-. Siempre decía, a todas menos a mí, que era su amor platónico; que, si no fuera por el qué dirán, hubiéramos jugado a ser novias. Pero, como era tan tímida, no me decía nada, y hasta se apartaba de mí cuando estábamos muy cerca, por si alguna compañera la delataba.”
Así pues, y a pesar del tiempo que había pasado, Conchita hizo las maletas y se dirigió a casa de Sole, el día señalado en su carta. ¡Ahora tendría con quién desahogar todos estos años de sufrimiento, y con quién matar su soledad! Subió al autobús muy contenta, y durante el viaje leyó el periódico y trató de escribir alguno de los versos que, desde niña, paseaban por su mente con frecuencia. Sin embargo, esta vez no acertaba a construir ninguno mínimamente decente para decir a su amada, y hasta se obnubilaba y se le borraban las ideas aglutinadas y alimentadas con la esperanza durante mucho tiempo, hasta hace unos momentos bien hilvanadas, pero a las que ahora no conseguía dar forma.
Finalmente llegó al pueblo donde vivía Sole y se dirigió a toda prisa a su casa. Llamó al portero automático y nadie le respondía. Tras unos minutos de vacilación y desaliento, logró que le abriera el portal una vecina: “quizá ha salido.” Subió hasta el tercer piso y tocó el timbre de su puerta: nada. Se habría olvidado Sole de sus promesas? Esperó un buen rato, tocando el timbre de vez en cuando con intervalos de tiempo aproximadamente iguales, pero nadie abría la puerta. Finalmente la llamó por teléfono, obteniendo igualmente nula respuesta: uno estaba apagado; el otro no existía. “¿Y si no ha sido ella y he sido demasiado ilusa y confiada? –se decía mientras se disponía a volver-. ¡Está claro que no he nacido para ser amada, y que nadie, ni mis amigas de la infancia, me tendrán lástima! ¡Quién va a tenerla por una divorciada y desgraciada, parásita del mundo y a la que no matan por pena! En verdad debería estar muerta, pues en la vida no hago falta, pero no tengo valor a suicidarme: ¡hasta para eso soy desgraciada! ¿Quién en mi lugar no se habría disparado un tiro o tomado un bote de lejía, mientras yo, de pura pereza, soy incapaz de lanzarle a nadie un vaso de agua? ¿Qué vida es ésta, por lo más querido del mundo, si de tanto sufrimiento no aprendo nada? Las desgracias nos enseñan a madurar y a conocernos a nosotras mismas; a valorar lo que tenemos y a extrañar, en su justa medida, lo que nos falta; a conocer nuestros límites y a ser con nosotras mismas honradas. Mas, si ya he aprendido todo esto, ¿por qué sigo sufriendo? ¿Hay personas, tal vez, que sólo han nacido para eso?
Nyla
14/08/2020 a las 17:11
Luego de un día tranquilo, cerré la puerta de mi casa con algunas cartas y anuncios dejados desde la mañana en mi buzón. Anuncios, tiendas, el recibo de la luz, del agua y una postal… ¿Una postal?
Había una fotografía con el paisaje de fuera de mi casa, junto a ello había algo escrito: “¿Realmente creíste que podías escapar?” Sin siquiera necesitar el nombre de la persona, ya sabía quién era.
No pensé que podía escapar, sabía que iban a dar conmigo, desde que escapé de ahí sabía que este día iba a llegar. Entré a mi recamara, al lado de mi cama había una pequeña abertura escondida a los ojos de todos, pero tan obvia para mi.
Tomé las pistola de su interior y volví al salón, no estaba asustado, incluso para alguien que me viera, pensaría que era un día normal, con la tranquilidad de siempre y así me sentía. Me senté en aquel sillón gris que había adquirido en un tienda de tercera mano por un buen precio.
Me senté mirando hacia el frente, teniendo algunos recuerdos de mi pasado, sin nostalgia o dolor, simplemente recuerdos vagos de lo que fue mi persona. Acerqué las pistola lentamente, sin vacilar pero con la misma paz con la que se hace un café.
Sabía que me estaba viendo, pero no me podía importar menos, ya no importaba. Cerré mis ojos, sin siquiera dejar salir un ultimo respiro, presioné el gatillo y todo se volvió negro. Alguien entró luego de ello al salón, con la misma tranquilidad de la otra persona, se acercó, mirando la escena llena de sangre.
Tampoco le importaba, tomó la misma pistola con la que el otro se había quitado la vida e imitó al otro. Sin miedo, sin importancia pero con un deje de nostalgia en sus ojos al ver ahora el cuerpo sin vida del otro, con recuerdos viejos también acercó la pistola a su cabeza, tirando del gatillo mientras una ultima lagrima caía sin sentido de sus ojos.
Perla preciosa
05/05/2021 a las 17:32
Ilusiones en el aire
Aquella tarde llegó muy cansada. Había estado entretenida, pintando cuadros estilo Picaso y escribiendo historias cortas para distraer su mente en tareas útiles, y llegaba la hora de marcharse cada quién a su casa hasta el día siguiente. No hacía más que meditar sobre el sentido de su existencia, dado que ni siquiera lo mejor y más instructivo que se le ocurría era bien valorado, sino más bien denostado, y ella tachada de mediocre y aburrida de la vida.
Antes de entrar en casa, abrió el buzón para mirar la correspondencia. Una vez dentro, la inspèccionó y comenzó a ordenarla según el orden de importancia y remitente: cartas personales, burocracia de la casa, información sobre los estudios de sus dos hijas que se hallaban fuera, revistas culturales y de entretenimiento, etc. Sin embargo, entre todas ellas, encontró una sin remite. La abrió, por un mínimo de curiosidad, y comenzó a leer el contenido. Se trataba de una postal, en cuyo reverso aparecía la torre Eifel:
“Distinguida sra. López: queda usted convocada para el 22 de mayo de los corrientes, para realizar su primera prueba de desfile. Acuérdese de traer su currículum, junto con todos los títulos formativos que posea. Sin otro particular, reciba un cordial saludo.”
¡Ni remite, ni matasellos, ni firma! ¡Qué diablos era aquello! ¡quién tiene tanto humor para hacer bromas de tan mal gusto! –se decía-. Seguro que aprovechan que estamos en paro, y dando por hecho que no tenemos nada que hacer, juegan con nuestras ilusiones y con nuestra dignidad si pueden.
Continuó reflexionando y se acordó de Juliette, aquella amiga francesa que durante su infancia la acompañó a diario en sus juegos, con la que rió las bromas más pesadas hechas a los profesores, lloró los momentos más amargos sufridos por ambas, y, llegada la adolescencia, bailó las canciones más pegadizas con ella. Ahora se había marchado a París sin promesas de volver, por lo que no entendía que fuera la autora de semejante idiotez. ¿Quién podría ser entonces? No dejaba de tener la broma un sabor característico a ella, sin terminar de comprender, en cambio, otros detalles como el hecho de que la hubiera efectuado sin avisarla en absoluto, o el de que no pusiera remite ni matasellos alguno.
Buscó su agenda, por si tuviera el teléfono de Juliette, con intención de llamarla para saber nuevas de su paradero y de su futuro, y aprovechar así la ocasión para preguntarle por esa misteriosa promesa de trabajo de modelo, enviada en una postal tan pintoresca.
—¿Allô?
—¿Qué tal, Juliette! Soy Blanca. ¿Qué es de tu vida, guapa?
—¡Oh, querida Blanca, qué sorpresa! ¡Creía que os habíais olvidado de mí todas, dado que el último año que estuve en Madrid, parecíais muy distantes con respecto a mí! Ahora estoy en París, estudiando el segundo año de filosofía y letras. Quiero empezar a trabajar en el mismo Liceo que mi madre.
—¡Cuánto me alegro, querida! ¿Sueles mandar postales a la gente a la que aprecias para contárselo?
—De momento estoy muy ocupara y no he mandado ninguna, pero pienso hacerlo en cualquier momento que tenga libre. ¿Por qué lo dices?
—Bueno… porque, según la alegría y las ganas de compartir que trasmitías de pequeña, me estraña que no lo hayas hecho.
—Como te digo, no paro: si no estoy en clase, estoy en casa estudiando; si no, dando clases a los niños de las vecinas y de mis primas. Casi no me queda tiempo para nada, amiga Blanca: yo os sigo queriendo a todas como antes, pero vivo tan deprisa que apenas percibo el paso de los días, y no tengo tiempo ni para respirar. ¡Ojalá exagerara! Viviendo en Madrid, de todas formas, no te costará creer lo que te digo: París es igualmente agotadora, hasta te diría que más incluso.
—Lo puedo creer. Entonces, me parece que alguien te está haciendo la competencia, en jocosidad y en cercanía al menos.
—¿Por qué lo dices? –preguntó entonces Juliettte, algo sorprendida.
Blanca enmudeció unos instantes, sin saber si contarle la noticia que la había conducido a contactar con ella.
—Porque alguien, sin firma ni remite en el matasellos, me ha enviado una postal con la Torre Eifel, invitándome a un desfile de modelos como debutante.
—¿Sí? –Blanca se sorprendió aún más-. Pues el caso es que hay un desfile en el centro de París, y también es cierto que están invitando a gente nueva. Sin embargo, yo no he hablado de ti…
—Tal vez exista la telepatía a un nivel más amplio de lo que pensamos, y alguien se hace cargo de las situaciones de algunas personas.
—Si te apetece ir, me informo mejor sobre el tema, con el fin de saber si es esta compañía quien te invita. ¿No tiene remite entonces?
—No. Lo primero que he pensado es en alguien con ganas de bromas de mal gusto, aprovechando que llevo un año en paro, capaz de jugar con las espectativas de la gente.
—¡Caray, pues ya lo siento, querida Blanca! Si tienes ánimo entonces para venir, no tienes más que decírmelo. Ya sabes que mi casa es también la tuya, y en ella te espero con los brazos abiertos, siempre que quieras.