RetoLiterautas Nº 15 (2 de abril, 2020)

Para amenizar la cuarentena, os proponemos escribir un relato que contenga las siguientes cinco palabras: chimenea, sustituto, sombrero, olvido y conversación.

Ejercicio de escritura Reto Literautas 15

¡Hola a todos! ¿Cómo lleváis la cuarentena? Ánimo, que cada día que pasa es un día menos. Para amenizar la espera, os proponemos escribir un relato que contenga las siguientes cinco palabras: chimenea, sustituto, sombrero, olvido y conversación.

Al contrario que con el taller de escritura, aquí no ponemos límite de palabras ni otro tipo de restricciones. Tampoco hay hora de entrega máxima, podéis publicarlo cuando queráis.

Puedes dejar tu texto como comentario a las entradas de este post. ¡Feliz escritura!

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Comentarios (30):

El chaval

02/04/2020 a las 10:40

SOLUCIONADO EL PROBLEMA

Fue un olvido por mi parte que en nuestra última conversación no tratáramos el tema del sustituto para el cargo de director en la fábrica.
–Creo que la persona mas adecuada es Feliciano, aquel joven que nos resolvió la papeleta del mejor diseño para la chimenea metálica.
–¿Qué te parece?
–Por mi parte, y ahora que me lo recuerdas, creo que hay que quitarse el sombrero por haber logrado lo que hizo. Adelante.

María Jesús

02/04/2020 a las 12:09

Dejó el sombrero en el perchero de la entrada y se dispuso a ocupar la mesita del fondo. El camarero le sirvió el acostumbrado café con sacarina, sustituto del azúcar por prescripción facultativa, y espero pacientemente a que llegaran los demás contertulios para iniciar esa conversación sobre literatura de las tardes de los jueves.
La tardanza de los amigos le hizo añorar el calor de la chimenea que le esperaba en casa y, tras una hora larga de espera, decidió irse.
Hasta que no llegó a casa y vio su perchero, no se dio cuenta de su olvido.

Helenicus

02/04/2020 a las 12:26

Recuerdo aquella hermosa mañana de primavera en que fue necesario tomar el paraguas como sustituto del sombrero. Salí de casa, caía una suave lluvia, parecía una caricia . Tuve tiempo de ver el arco iris más nítido y brillante. Una vez contemplado el espectáculo, relámpagos, truenos y una negra cortina oculta la luz que ilumina el arco. La lluvia ya no acaricia, golpea. Con una potente autoridad brama el cielo. Apaciblemente acato la orden. Dulcemente las musas me susurran: Hoy no tienes ninguna otra obligación, tienes una familia y una conversación alrededor de la chimenea. No lo olvido.

Vinicio Martínez

02/04/2020 a las 12:49

Se me olvido que había dejado encendida la chimenea… Así que volví… Me senté y encendí otro tabaco, había escogido de sustituto la goma de mascar, pero no era suficiente, no bastaba con solo ponerme a pintar las paredes de afuera de la casa y no recordar la última vez que sentados sobre el suelo de la sala… Jugábamos cartas mientras bebiamos vino, sacandonos fotos con varios filtros y accesorios un poco absurdos… Cómo el sombrero gigante, que riendo te decía que parecía un paraguas… Cómo debí aprovecharte un poco más, aquella conversión, aquellos besos y roses de piel, que hoy disfrazó con pintura púrpura sobre paredes viejas de mi casa… Que al igual que yo quedamos en el olvido…

-V3.

Teresa Fernández

02/04/2020 a las 17:31

Estoy tranquila mirando las llamas que iluminan la chimenea y de pronto recuerdo que debo salir para comprar el mandado. Me pongo mi capa y mi sombrero (afuera llovía a cántaros) pero olvido la lista de la compra, así que una vez fuera decido regresarme. No obstante, me propongo que no, que debo tomar como sustituto de la misma a mi fugaz memoria, lo cual resultó un craso error al final.
En lugar de la leña me traje fósforos, sólo recordaba que necesitaba algo para prender……. mangos por kiwis para el coctel de frutas, unas medias en lugar del pijama, unos chicles cuando mi hijo requería chocolates, arena para gatos cuando necesitaban latas de comida…. De lo único que sí me acordé fue de echarle gasolina al carro, ja ja ja, y eso porque salí casi en ceros.
Por suerte eso fue un buen tema de conversación a mi regreso, y suscitó muchas risas, en medio de mi disimulado desasosiego pues ratifiqué que mi memoria iba de mal en peor…
Y para colmo, al final tuve que volver a salir, esta vez con la lista en mano…Para realizar el mismo recorrido, esta vez sin lluvia pero de forma atinada.
Ay, los años….

Eric Milne

02/04/2020 a las 17:56

Descansaba junto a la chimenea cuando llamaron a la puerta. Era mi amiga, quien me había dicho nerviosamente hacía unas horas que vendría de visita. Llevaba puesto un gran sombrero alado, que le quedaba bien pero no era común en ella. La invité a entrar, y mientras lo hizo mantuvo la cabeza baja y miraba para todos lados. Me preguntó si estábamos solos; lo estábamos.

Entonces empezó la conversación más extraña que he tenido en mi vida. Hacía unos días, había pasado un suceso horrible que había estremecido al país: la explosión de la central eléctrica Prisma. Por estar tan cerca de la ciudad, había logrado escuchar la explosión, y un pedazo de escombro había aterrizado cerca al edificio donde trabajo. Pero lo peor era que en la explosión habían muerto todos sus trabajadores. Era un evento que definitivamente no pasaría al olvido muy pronto.
Sin embargo, mi amiga tenía otra versión. Ella me contó que veintiséis personas habían sobrevivido. Estaban ocultos en su sótano, pero el espacio era muy pequeño y llevaba días buscando un refugio sustituto. Y yo tenía más espacio en mi sótano.
Le hice la pregunta obvia: ¿por qué estaban ocultos? ¿No querría su familia saber que seguían vivos?
-No -me contestó-. Sus familias murieron en la explosión.
-Espera, ¿Qué hacían sus familiares en Prisma?
La chimenea se había apagado ya cuando terminó de contar la historia.

Mònica

02/04/2020 a las 18:13

El atardecer era precioso desde aquel lugar mágico, tu sonrisa hizo iluminar aún más mis ojos y tu voz que susurraba en mi oído me trasmitía calma y serenidad. Estábamos a punto de entrar en casa y el sombrero te cayó al suelo, fui a recogerlo y no me dejaste, no querías que hiciera absolutamente nada. Solo deseabas reposo y paz para mi.

Después de días tristes y confusos volvía la calma o eso parecía ser. El sustituto de nuestro piso en Barcelona por aquella caseta en la montaña había sido duda una muy buena elección. Me cogiste de la mano y mientras mirábamos las llamas en aquella preciosa chimenea que iluminaba todo el comedor tuvimos nuestra fatídica conversación, después de ella
nada volvería a ser lo mismo entre nosotros. Que ingenua soy. Que ingenua fui. Hablas, escucho e intento sorprendida entender porque lo hiciste. No encuentro ni lógica ni respuestas, solo miedo de estar aquí hoy a tu lado. Te observo y vuelve a mi mente aquel día en que tus manos estaban llenas de sangre y olvido como por brujería quien eres y porque estoy aquí.

Yuliani_Ry

02/04/2020 a las 18:25

EL CASO

Era un hermoso día en la cabaña, a través de la ventana se podía ver la nieve pintando de blanco las montañas y los prados, estaba sentado frente la chimenea , eran una hermosa cabaña, que pena lo que ocurrió aquí. Agarró mi sombrero y mi chaqueta, aún no me olvido de la masacre que hubo aquí, la verdad muy sanguinaria, tampoco olvido la conversión con el único sobreviviente, según un sustituto de limpieza, pero mis instituciones de detective me dicen que el fué el que trajo a esos, a un festín con la difunta familia, donde el plato principal fue la pobre familia y los anfitriones esos caníbales.

Amèlie

02/04/2020 a las 18:50

No, no hubo un sustituto. Porque él nunca había quedado en el olvido. Nuca desaparecieron sus pasos de la alfombra, ni su olor de los pasillos, ni aquel viejo sombrero sobre el borde de la silla.

Se fue dejando atrás apenas un papel, ceniciento ya, hundido en una chimenea ahora fría, anunciando la conversación que nunca se produjo; y dejó también esa espera tensa de algo que nunca iba a producirse.

Pero no habría un sustituto.

Abenil

02/04/2020 a las 18:53

El día que me -confesé- conversé:

Llegué allí un jueves. Dejé mi bolso y me fui al almacén. Intenté pasar lo más desapercibida que pude: me puse unas gafas de sol, un sombrero playero y la ropa más oscura que encontré en el closet de mi abuela. Tal vez, dado el contexto, no fue lo más astuto… era pleno invierno. Compré pan, leña, naranjas, un tarro de aceitunas y 7 conservas de atún. Tenía todo lo necesario para sobrevivir a esos 5 días. Decidí aislarme del mundo y se me ocurrió que esa casa de mis abuelos dejada al olvido en el monte, al final de la playa, era el mejor escenario para tener esa conversación conmigo misma que llevaba años posponiendo. Ya no tenía excusas para evadirme… éramos sólo la chimenea y yo. Bueno, y ese Jesús crucificado de mi abuela que adornaba la pared. No sabía cómo empezar … intenté imaginar que le hablaba a la Isa -mi mejor amiga desde los 9 años- pero era incluso más complejo. Por un lado la extrañaba tanto que esa nostalgia me hacía perder el foco, y por otro… no sé… el cristo ese me perturbaba un poco. Me demoré 3 días en entablar la conversación. Tampoco fue mucho comparado con toda la vida que llevaba evitándome. Fingía incluso dentro de mi pieza, un ataque de risa me parecía un buen sustituto a una crisis de pánico, pero supuse que cualquier día me ganaba la angustia y se me escaparía todo de las manos. Necesitaba comprender qué me pasaba. Quizás era una tontera, pero no entendía por qué a mis 19 años jamás me había enamorado. Todos los hombres que conocía me parecían unos idiotas. O poco atractivos, para no ser tan injusta. La Isa siempre me contaba eufórica sus aventuras, y yo la escuchaba, sonreía, me alegraba por fuera mientras por dentro me ardía la envidia. Los celos. Una rabia inexplicable que ni yo misma entendía. Quería… no sé, ni yo sabía… la corona de espinas me ponía demasiado nerviosa, agarré la mierda esa llena de sangre y la metí en el último cajón de la cocina. Volví a la chimenea para retomar lo que- ahí lo entendí, me gustaba la Isa.

María del Campo

02/04/2020 a las 19:19

Me encanta salir a pasear por las mañanas, es una de las cosas que más me gustan y a menudo encamino mis pasos hacia la casa de las siete chimeneas, probablemente uno de los puntos de Madrid que más historias encierra, unas de terror, que aún se cuentan, y otras ya caídas en el olvido. La casa fue ocupada por el Marqués de Esquilache, ministro de Carlos III, durante el motín provocado por su prohibición de llevar capa larga y chambergo, un sombrero blando de copa baja. La población se resistió, dando lugar a tumultos y revueltas que le costaron el destierro al Marques, siendo sustituido por el conde de Aranda.
Por las tardes, la casa y sus historias son el principal tema de conversación con mis amigos, tenemos los mismos gustos.

Verso suelto

02/04/2020 a las 19:30

Pasodoble

Cada tarde Cosme y Manuela se sientan frente a la chimenea de la residencia. Medio adormilados, cada uno se pierde en ese lugar donde se mezclan recuerdos y olvidos. De vez en cuando, uno de los dos abre los ojos y dice algo de lo poco que les llaman los hijos, o del sustituto del cocinero que echa mucha sal a los guisos con lo que eso sube la tensión, o de los inviernos, que duran cada vez menos. El otro le contesta que se tome el café con leche que se le queda frío. Cuando se les acaba la conversación vuelven a lo suyo.
De repente a Cosme le suena una música dentro y con un hilillo de voz canta “Sombrero, ay mi sombrero…cuando te llevo a los toros…”
―¿Te acuerdas? ― le pregunta.
Y a Manuela le resbala una lágrima por la mejilla.

Mª José

02/04/2020 a las 20:16

Cada vez que regreso de mis salidas nocturnas, al quitarme la capa, recuerdo lo feliz que me hace regresar a casa y encontrarme la chimenea encendida. Pero hoy me encuentro con la triste soledad del frío en la sala, que traspasa mi cuerpo nada más que entro por la puerta.
Es casi de día tengo que darme prisa en volver a dormir, desde el otro lado de la pared escucho una conversación entre mis hermanas que hablan de buscar un sustituto para el día que no pueda traerles el alimento necesario para varios días. Ellas saben que estoy cansado, que cada vez me cuesta más salir de caza que a veces olvido cuando es de día o de noche, que me despierto a deshora cuando aún no ha anochecido. Son más de trescientos años que no veo la luz del día y aveces la hecho de menos. Un día cuando no tenga ya fuerzas me pondré mi sombrero, aunque sé que no servirá de nada, y saldré a tomar el sol, se quemarán mis pupilas, se derretirá mi cuerpo hasta convertirse en cenizas y entonces podré descansar. Pero eso será un día, otro día, ahora voy a dormir, el ataúd me espera cálido y acogedor.

MARÍA LUCRECIA

02/04/2020 a las 22:34

La foto, en su elegante marco de plata, estaba sobre la chimenea. A mí me tocaba hacer la limpieza y creo que la mayor parte del tiempo me la pasaba sacudiéndola, viendo aquel hombre tan guapo, con su camisa de cuadros, jeans y sombrero. El clásico “cow boy”.
No creo que la señora, aunque pasen muchos pero muchos años, pueda encontrar un sustituto para este adonis. Eso pensaba, hasta que una tarde escuché una conversación que me dió coraje. La señora le decía al vecino, quien siempre la miraba como “chivo ahorcado,” que el tiempo trae consigo el olvido. Yo no podía creerlo. ¿Cómo se atrevía ella a pensar en olvidar a su marido?
Me robé la foto y desde entonces, la tengo guardada. ¡Creo que ella ni cuenta se ha dado!

YAYI

02/04/2020 a las 22:51

Las noches del invierno eran largas en las tierras castellas.Toda la familia reunida junto a la chimenea escuchabamos atentamente las amenas historias, ciertas o inventadas, que el abuelo contaba.
Era un viejo simpático y socarrón que había ejercido múltiples oficios en la vida guardando recuerdos de cada uno de ellos.Llevaba la voz cantante en la conversación, siempre amenas que se dilataba hasta altas horas.
Sentado en el lugar más próximo al fuego aprendimos cuentos, algunas fábulas y canciones: aún recuerdo “El relicario” y algún otro cuple que no gustaba a la madre porque “no eran para niños”.
Mi silla favorita eran sus piernas.
Un día, cuando me contaba el cuento de los tres cerditos al llegar al tercero ,volvió al segundo varias veces…

A partir de entonces fue perdiendo su memoria, pero no su buen humor.

Volví del internado encontré su silla vacía. No lo olvido. Se que nunca encontraré un sutituto a este viejo cuentacuentos. De vez en cuando acaricio su sombrero que cubrió su generosa cabeza.

Te quiero, abuelo

Alicia Commisso

02/04/2020 a las 23:00

Temporal

El vapor del agua hirviendo de la olla de los fideos empaña el vidrio de la cocina. Con los dedos hago dibujitos y pongo mi nombre. Las gotas, cual piedras brillantes, van cayendo hasta formar un charco en el piso. Mamá está tratando de hacer dormir a mi hermanito. El chirrido del portón de hierro de la entrada me hace apretar los dientes y ponerme tensa. Es mi padre sustituto. Viene a los tropiezos reclamando comida y bebida. Su aliento a alcohol apesta. Siento asco y miedo. Me ataca. Sus manos me aprietan como dos pinzas.
“¿Dónde está tu madre?”
Cosas de todos los días. No se puede sostener parado. Como siempre, al llegar, se saca el sombrero, se tira en el sillón de mimbre y se queda dormido. Aprovecho para encerrarme en mi cuarto. Mañana es sábado, puedo empezar el regalo para mi mamita. Me tapo las piernas con una cobija y me voy acurrucando sobre la cama sin abrir mientras miro cómo las arañas, mis preferidas, y otros bichos, intuyendo que se avecina una tormenta, entran buscando refugio sobre la ventana rota que da al jardín.

Por fin la claridad del amanecer me despabila. Llovizna, parece nieve. Preparo el desayuno.
“¡Basta! ¡Basta! ¡Me duele la cabeza, la panza!”
Él siempre la hace sufrir. No quiero escuchar. Saco las monedas de la alcancía y voy al almacén de don Ramiro. Compro un cuaderno de doce hojas. Me tiento con los caramelos envueltos en papel celofán y las masitas dulces.

Entro a casa en puntas de pies. Desde la sala oigo los gritos de ella.
“¡Degenerado, inmundo, ojalá te hubieses muerto el día que te conocí!”
Me asusto y vuelvo a meterme en mi habitación. Tengo el cuadernillo, los lápices, la tijera, la goma de borrar, la pluma cucharita y la tinta. Ah… me olvido el papel secante. Voy a buscarlo. Revuelvo los estantes del aparador. Mientras ordeno, antes que se levanten, encuentro una cajita de lata. Me da curiosidad. La destapo. ¡Uy! ¡Qué olor raro! La tapo y me la llevo. Vuelvo a mi lugar y comienzo a copiar versos amorosos. Dibujo corazones y recorto. Los esfumo con distintos colores y en la primera carilla escribo. ¡Feliz cumpleaños madrecita mía! y me pongo a llorar. ¡La amo tanto!

Es domingo. El aire helado entra por las hendijas del postigo. Los pañales están colgados en las sillas frente a la estufa. Me entretiene ver el humo saliendo de la chimenea. Él se va al bar. Mejor. Por suerte vuelve tarde. Anochece. Después de comer le doy un beso a mi mamucha y me voy a acostar. La noto nerviosa, no me abraza como siempre. ¿No me quiere más?

La lluvia sobre el techo de chapa y el silbido del ventarrón me despiertan. Me parece escuchar conversaciones. Está oscuro. Me levanto y prendo la luz. Es la madrugada. Husmeo, media dormida. ¿Estoy soñando? veo a mis tíos, Mario y Luis. Llega el doctor. Va a la alcoba grande. Pienso en el bebé. Necesito saber y espío por la puerta entreabierta. Duerme en su cuna. Me tranquilizo. Revisan a mi padrastro que está medio tumbado en el sillón.
“Está muerto. Coma etílico”.
No entiendo esas palabras extrañas. ¿Muerto? sonrío.

Es jueves. Regreso a clases feliz, acompañada por mi mami. Entro al aula. Abro el portafolio. Saco la cajita de lata. La meto en el bolsillo del guardapolvo. Espero el recreo. Toca la campana y salimos. Miro el patio amplio donde siempre juego con mis compañeras; pero esta vez me alejo de ellas hacia la orilla de las rejas que rodean la escuela. Me encanta ver las ramas caídas después de un temporal, los arácnidos libres, y el amarillo y rojo de las últimas hojas secas del otoño que el viento amontona en un rincón.

Menta

02/04/2020 a las 23:12

Llevamos más de quince días sin salir de casa, en cuarentena estricta.

Hoy al ir a encender la chimenea me he encontrado con que se nos han terminado las astillas que uso para que prendan mejor los troncos. He buscado el cesto donde guardo las piñas y estaba vacío. Por mí no la encendería porque ya estamos en primavera, pero mi madre, como casi todas las personas mayores, siempre tiene frío; va tapada con varias chaquetas y chales. Cuando la ayudo por las noches a desnudarse le digo:

—¡Mamá, pareces una cebolla, llevas miles de capas!

Ella se ríe, pero al día siguiente se las pone todas.

He buscado por el garaje algo que pudiera ayudarme: un periódico, una revista, un cartón. Nada, lo he quemado ya todo.

En el suelo, cerca de un armario desvencijado he visto el viejo sombrero de Harry Potter que perteneció a mi hijo y con el que jugaba hace más de 20 años.

Ha sido un buen sustituto de las astillas, los troncos han comenzado a quemarse con llamas rojas, naranjas y azules. ¡Qué bonito es el fuego!

Después, he ido a la cocina, allí estaba mi madre desayunando. Estábamos hablando y de repente, en medio de la conversación se ha parado y me ha dicho:

— Estoy preocupada. ¿Sabes que a veces olvido las cosas? ¡Fíjate! El dinero que me diste ayer para pagar a la asistenta y al jardinero, no encuentro…

La interrumpí sin miramientos. Me enfurecí muchísimo y le dije:

—¡Lo que faltaba! ¡Qué faena! Pues no tengo más aquí. Ahora, ¿cómo les pagamos? No podemos ir al Banco, está prohibido salir de casa.

—Pues a ellos le tienes que dejar el dinero debajo de la maceta como habíamos quedado. Podría Manolo sacar del Banco y traérnoslo con el pedido.

—¿Cómo vamos a dejar nuestra tarjeta al chico de la frutería. No podemos darle la clave. ¡Jope! tenías que haber tenido más cuidado…

—Si lo tuve, si lo guarde en la cochera en un sitio insospechado. Escondí todo el dinero en un gorro viejo y asqueroso. Luego lo tiré al suelo como si no tuviera nada de valor. Lo que no encuentro es el sombrero. Acabo de ir al garaje y allí no está. Por favor, ayúdame.

Las últimas palabras suplicantes, las oí en la lejanía porque antes de que las pronunciara ya había salido corriendo al salón. Empecé a hurgar con el atizador las brasas, los rescoldos todavía encendidos y las cenizas. Sólo pude salvar un trozo de billete en el que se veía claramente un 0.

Maurice

03/04/2020 a las 02:24

Nostalgia de sobremesa
Esa mañana, treinta y ocho años después de la guerra, Virginia contemplaba la chimenea frente a su casa. Su aliento de contaminación, había formado un sombrero de nubarrones grises, testigo silencioso y eterno de la polución que había invadido la villa años atrás.
Sin embargo, la garganta de fuego que tal vez Víctor, como postrero vestigio del crucero General Belgrano, viera como se hundía en las heladas aguas, quedó para siempre sepultada en el olvido de los mares del Sur.
A mediodía, después de almorzar, ella pensó que jamás, hallaría el sustituto para reemplazar su eterna conversación con la soledad.

Maurice

03/04/2020 a las 02:40

Debido a una “chapuceada”, pido perdón a mis compañeros de Literautas, por subir nuevamente mi microrrelato. Esta vez con algunas modificaciones que me resultaron “más sonoras” para el texto. Sé que debería haberlas realizado antes, pero bueno, que sirva de auto crítica. Ahí va entonces el nuevo texto. Gracias.

Nostalgia de sobremesa
Esa mañana, treinta y ocho años después de la guerra, Virginia contemplaba la chimenea frente a su casa. Su aliento de contaminación había formado un sombrero de nubarrones grises, testigo silencioso y eterno de la polución que invadió la villa años atrás.
Sin embargo, aquella garganta de fuego que, como postrero vestigio del crucero General Belgrano, quizá Víctor contemplara hundirse en las heladas aguas, quedó para siempre sepultada en el olvido de los mares del Sur.
Al mediodía después de almorzar, ella pensó que nunca más hallaría el sustituto que reemplazara su eterna conversación con la soledad.

Mava

03/04/2020 a las 05:59

En vísperas de Navidad, tuve una conversación con mi amigo Nicolás, estaba muy cansado y me pidió ayuda. No pude negarme. Iban a ser unas pocas casas, así que tomé coraje y le dije que lo haría.
Esa noche, mi corazón galopaba. El perro comenzó a ladrar, por poco me muerde. Me sentía un ladrón entrando por la chimenea, casi me quedé atorado. Los niños se despertaron y fueron a ver si “yo” había llegado, me escondí detrás de un mueble. Finalmente se fueron a su dormitorio porque el hermanito mayor le dijo a la niña que si se quedaban allí “no iba a pasar”. Sentí alivio. En mi apuro por marcharme, por poco olvido dejar los obsequios. Cuando salí, noté que me faltaba mi sombrero pero no podía regresar, me atraparían. Además aún debía visitar otras casas. No fue tarea fácil ser el sustituto de Santa.

Inés

03/04/2020 a las 12:12

Todas las cosas sabían que la chimenea, además de dar bastante la brasa, era una chismosa. El sombrero nuevo, sustituto de aquel que un día desapareció, caía mal a todo el mundo. Pero la conversación que mantenían, digna de esa prensa que hace a las tripas y al corazón, les interesaba a todos y cada uno de los objetos de aquella casa.
Si pudiese, os contaría cada detalle de la charla, para que entendieseis la expectación, pero no sé qué tiene el idioma de las cosas, que según lo escucho y lo traduzco, al momento, lo olvido

Yubany Checo

03/04/2020 a las 13:57

El hombre está sentado cerca de la chimenea. Ha colocado el sombrero sobre la mesa. El frío afuera es implacable, sin tregua. La mujer viene por el pasillo, se acerca y lo besa. El apenas lo hace. Le deja una taza de té caliente en las manos. El hijo que da sus primeros pasos corre de un lugar a otro. Lo sostiene en sus brazos. El pequeño sonríe. Señala a la chimenea. Por las generaciones que ha heredado no cabe en su cabeza el olvido de lo que está frente a sus ojos. Hombre y niño lo saben.
La mirada del hombre va sobre el fuego como una conversación de antaño. La del niño como una curiosidad en la punta de su índice. Balbucea. Trata de decir algo. Sabe que existe uan distancia, un respeto.
El fuego empieza a consumir la leña. Las chispas producen ese sonido como de huesos que se van quebrando a su paso. Va despacio. Las Chispas amarillas y rojas que saltan del centro se reflejan en sus retinas. Y es que siempre presenta de una misma forma, sin sustituto, dejando la única impronta a su paso: por donde pasa lo consume todo. Cenizas.
El regalo de Dios. La lluvia de fuego y azufre. Parece no tener forma: de una zarza que arde, una columna durante la noche, el humo que sale de la falda de la montaña, las lenguas que caen del cielo, el rojo vivo en los ojos del Elegido el día del juicio. Todo le teme porque a todo lo somete. Y de él puede decirse también:
De su grandeza tienen temor los fuertes,
Y a causa de su desfallecimiento hacen por purificarse.
Cuando alguno lo alcanzare,
Ni espada, ni lanza, ni dardo, ni coselete durará.
Estima como paja el hierro,
Y el bronce como leño podrido.
Saeta no le hace huir;
Las piedras de honda le son como paja.
Tiene toda arma por hojarasca,
Y del blandir de la jabalina se burla.
Por debajo tiene agudas conchas;
Imprime su agudez en el suelo.

Y el hombre sabe que si lo domina es su aliado, si lo deja escapar será la fuerza incontenible de también puede destruirle. Porque también es frágil ante el cómo todo lo demás. El niño también lo sabe. Siente el calor. Da algunos pasos hacia atrás. Ahora lo contempla desde lejos, desde otro tiempo, desde otros ojos tan milenarios. Lo reconoce porque con él ha roto lo absoluto de la oscuridad. La pretensión de los dioses ha quedado en manos de los mortales. Pero ha sido Dios quien también lo ha usado para castigar. Aquella vez el hombre corrió para salvarse. Le advirtió no mirar atrás cuando del cielo caían gotas de fuego y azufre. Entonces supo que estaba enojado, aquel quien era su creador.
La mujer sabía de dónde venía el hombre. Pudo oler su ropa, sentir la indiferencia. Pero no quería admitirlo. El seguía mirando el fuego y ahora daba sorbos a la taza de té. El niño jugaba con una pelota de tela que ella misma le hizo. Le comento algo. El parecía escuchar una voz lejana pero el fuego le quemaba por dentro. Cómo decírselo sin que ella se quemara. Ahora debía contenerlo y callar aunque después se lo dijera. Pero el fuego estaba ahí entre los dos, ya no de pasión, sino de destrucción.Deborador.

Carmen

03/04/2020 a las 19:30

Me acurruco frente a la CHIMENEA en este día de tormentas y frío. El calor del fuego, SUSTITUTO de los besos, enciende mis mejillas. Pienso en ti, en tu SOMBRERO, en el libro que me regalaste una tarde de Abril, del que siempre OLVIDO su nombre y que leíamos cada noche.
Añoro tu CONVERSACIÓN en momentos como este. La memoria se viste de recuerdos que alimentan nuestras almas. Tal vez nos contagiemos de amor en una noche clara, compartiendo bajo la luna llena, versos y palabras que anulan el ansia.-

Pánfilo Gil

04/04/2020 a las 02:35

En un pequeño salón en penumbras, apenas alumbrado por las llamas de una chimenea, donde unas troncos crepitaban cuando el fuego abrazaba sus cuerpos, para convertirlos en carbón. El salón era acogedor, reconfortante y cálido, las sombras impedían ver con precisión los objetos que conformaban la decoración, aunque se podía observar una pequeña biblioteca, una mesa de computadora, un sombrero mejicano que adornaba la pared, unas cortinas blancas y dos poltronas, donde dos mujeres sostenían una conversación intrascendente. Una le decía a la otra.
– Cuando lleguen las vacaciones tomaré un vuelo a la playa a disfrutar el sol, la arena y el mar y, de paso me olvido de las angustias del trabajo-
– me parece una idea maravillosa, ojalá pudiera yo decir lo mismo, todo el año trabajo como una esclava, cinco años que no se lo que son unas vacaciones; cuando lleguen algún día, me buscaré un marido sustituto y me iré al desierto a montarme en un camello.- Comentó la otra.
Las llamas se apagaron, sólo las brasas calentaban el lugar; las mujeres cansadas no avivaron el fuego, por lo que se decidieron por sus alcobas. La noche siguió su curso y el frío se agudizó. El pequeño salón quedó a oscuras, gélido y solo.

elvocito

04/04/2020 a las 18:02

Amor de primo

En casa de la tía que ella lo trajo para hacerle compañía a su hijo de edades similares. La única diferencia era de unos cuatro años. Mientras el hijo de ella tenía 7 años y su sobrino 11 años.

Tenía que estar en la ciudad donde había un colegio para sordos. Se hizó medio pensionista a los 14 años, mientras su hijo ya tenía 10 años. Los fines de semana iban a jugar y al cine juntos.

Ante la falta de chicas, el sustituto era el primo menor que cuando cumpla 18 años en uno de los bajos alquila dos habitaciones que antes era almacén. Después lo reforma para hacerlo habitable con una chimenea para los días de invierno. Se hace independiente de la familia.

El tato mayor ya estaba en su pueblo lejos a unos cien kilómetros de la urbe. Una llamada por móvil rescata del olvido al pariente mayor que es sordo que antes le envió una carta dándole el número de llamada. Se comunicaron y decidió ir a visitar a su futuro prometido. Le señala el sitio donde vivía y diciéndole que no vaya a visitar a su tía por si las moscas…

En coche privado aparcó algo lejos, pero no para ir en autobús urbano que en Pamplona lo llamaba “villavesa” (por las cocheras localizadas en Villava). Estaba a medio kilómetro a pie. Con el corazón casi saliendose del pecho. Tres timbrazos cortos y rápidos se apresuró abrir la puerta.

Apareció con un sombrero rojo que llamó mucho la atención y le excitó al anfitrión familiar, se abrazaron con efusión. Después se morrearon y empezaron con la conversación… amor… de primo.

Ramiro

04/04/2020 a las 20:39

LO SIENTO! JUANA
Oye Juana, cambiando de conversación tuve un pequeño olvido, imagínate que no traje el sombrero que me recomendaste, porque como deje a Jaime de sustituto de mi anterior ayudante, él no sabía y lo dejo en la chimenea de la sala.

Andrea

15/04/2020 a las 09:09

«El Club Poirot»

Lucien se recostó en su sillón favorito delante de la chimenea y le dio una calada a su pipa mientras contemplaba el baile de las llamas.

Estiró las piernas para calmar sus artríticas rodillas y sopesó el periódico que tenía en su mano libre. El escándalo había sido enorme y tardaría en caer en el olvido, pero claro, no todos los días se descubría que un sustituto llevaba meses actuando en nombre del Primer Ministro.

Era cuestión de tiempo que intentaran contactar con Lucien para pedirle ayuda, y él lo sabía.

Dejó pipa y periódico en una mesilla, al lado de su lado sombrero, y entrelazó sus manos por encima de su barriga.
Los susurros de una conversación ajena se fusionaron con el crepitar del fuego en una suave melodía. Cerró los ojos y se dejó llevar por el sueño.

Las cosas iban a ponerse complicadas, no le cabía duda, pero, hasta entonces, disfrutaría de la paz que le ofrecía el Club.

Gladys Moreno

21/04/2020 a las 04:40

Mi amigo se quedó dormido al calor de la chimenea, después de nuestra conversación que le sirvió para aclarar su terrible olvido y confiar que el nuevo sustituto no repita la acción: presentarse al trabajo sin el sombrero alón.

Magalys

02/07/2020 a las 00:18

Aquella conversación quedó pendiente más no en el olvido. El silencio fue sustituto de aquellas palabras que se quedaron atrapadas con el tiempo.Las llamas de la vieja chimenea fueron testigo de nuestro amor imposible y aún guardo tu sombrero, aquel que usabas en nuestros encuentros como recuerdo de aquel invierno gélido y triste.

Jaime Salcedo Muñoz

08/11/2020 a las 18:41

Aquella conversación en el sofá fue lo último que supe de ella, de aquella mujer a quien amé tanto desde la adolescencia. Su amor había encontrado un sustituto para mí, era evidente. No podía culparla, mi comportamiento había sido un desastre. Recuerdo que afirmó sentir asco por mí y me quité el sombrero en señal de respeto. A pesar de haber marcado tanto su vida, me gané su repudio y su olvido. La conversación finalizó cuando me asestó tremenda bofetada y se marchó, pidiéndome que no la buscara nunca más.

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