Vamos a por el reto número trece. Espero que no seáis supersticiosos. En cualquier caso, vamos a usarlo como propuesta para hoy: escribir un relato que contenga la frase: “No creía en la mala suerte, pero…”.
Al contrario que con el taller de escritura, aquí no ponemos límite de palabras ni otro tipo de restricciones. Tampoco hay hora de entrega máxima, podéis publicarlo cuando queráis.
Puedes dejar tu texto como comentario a las entradas de este post. ¡Feliz escritura!
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Comentarios (24):
El chaval
31/03/2020 a las 11:26
NO SE PUEDE SER INGENUO
Soy optimista por naturaleza; tengo una sonrisa perenne y estoy agradecida a mis amigas porque siempre están de buen humor.
Incluso una nueva vecina del rellano que ha venido a vivir hace unos días, me regaló una caja de bombones, a mí, y a dos vecinos más, como disculpa por tener que hacer alguna pequeña obra en casa, y desea que tengamos un poco de paciencia.
Creo en las personas. En el trabajo tengo buenos compañeros, pero mis gastos no están en consonancia con lo que gano y paso dificultades, pero saldré adelante. Mi amiga María me habla de que reza cada día a San Expedito y Santa Rita, pidiéndoles favores y milagros y que ha tenido la suerte de cambiar de trabajo para mejor, y que en alguna ocasión le tocó la lotería.
No hace mucho que empecé a rezar a los dos santos, aunque no estoy muy convencida con las cosas que se hacen sin convicción. Por mi carácter no creía en la mala suerte, pero me bajaron el sueldo y no me ha tocado la lotería.
@ladiablesayyo
31/03/2020 a las 11:53
No creía en la mala suerte, pero ella sí que creía en mí.
Amilcar Barça
31/03/2020 a las 12:39
Recuerdo una película de don Paco Martínez Soria ¿El alegre divorciado? en la cual siempre que se cruzaba con un cura, figura muy en el papel de gafe, ocurría alguna desgracia. Hasta que a don Paco le cayó un bote enorme de pintura encima.
Hay muchas ocasiones en la vida que te hacen exclamar “No creía en la mala suerte, pero visto lo visto, las desgracias nunca vienen solas”. Como ahora, y es que yo no creo en las meigas, pero haberlas, haylas.
Siree F
31/03/2020 a las 13:00
Por fin estrenaban la película que llevaba meses esperando. Como si de un ritual se tratara, se puso sus vaqueros preferidos, pintó sus labios de rojo y salió a la calle. Nada más salir de su portal, comenzó a llover. Nerviosa corrió hacia la parada del bus, pero tropezó con un adoquín saliente. Al levantarse y alzar la vista vio que lo perdía.
Resignada se sentó a esperar al siguiente, sacó sus cascos y al conectarlos al móvil este no tenía batería (¡se le olvidó cargarlo anoche!) por lo que hizo tiempo mirando a las terrazas que tenía enfrente. Ya en el bus, se sentó en el sitio de siempre y a las tres paradas se subió un revisor:
– “Disculpe, me muestra su billete por favor”
Al ir a sacarlo, no lo encontraba por ningún lado y muy nerviosa le juraba y perjuraba que ella había pagado su pasaje. El revisor no la creyó y la puso una multa. Al llegar a su parada y bajarse del asiento vio su billete tirado en el pasillo, “se me habrá caído” – pensó.
No obstante, hoy iba a ver el estreno que tanta expectación la había causado estos días por lo que se dirigió a la taquilla para comprar su entrada. Al echar mano de su bolsillo trasero para coger el dinero que llevaba, comprobó que tenía un chicle pegado (“¡mierda, seguramente fue al sentarme en el dichoso bus!”)
Resopló, y al mirar al taquillero éste le dijo: “Perdone, hoy se cancelan todas las sesiones, hemos tenido un problema con el suministro eléctrico”
En fin, -no creía en la mala suerte, pero…-
Teresa Fernández
31/03/2020 a las 16:32
¿Mala suerte yo?
No creía en la mala suerte, pero estuve mucho tiempo haciendo rituales para evitar que las cosas salieran mal. Debo confesarlo. Así que …en el fondo, creo que sí era un poco supersticioso!
Evitaba pasar por debajo de una escalera tendida en la pared “no sea me caiga encima”, justificaba.
Me santiguaba cuando pasaba frente a mí una gallina negra “porque va y me pica y está muy fea, las he visto caerles a picotazos a la gente”
Si se derramaba la sal, agarraba el salero y echaba algo de sal por encima de mi hombro izquierdo. “lo hago mecánicamente, por puro hábito” me decía a mí mismo.
En fin, que tenía varias mañas pero nunca me confesé supersticioso.
El otro día alguien hablaba al respecto y yo negué pertenecer a ese grupo, gente inculta que se aferra a cosas sin sentido para evitar que algo les salga mal.
Así que, a conciencia, me levanté con el pie izquierdo (literal), me puse un calcetín de distinto color en cada pie, recliné la escalera de servicio y pasé por debajo de ella (por poco tambalea pero no llegó a caérseme), abrí la puerta de la calle sin tocar 3 veces el pomo de la misma, y salí al ardiente sol a realizar mis labores.
No había llegado a caminar dos cuadras y de pronto, sin mucho aviso, el cielo se nubló y comenzó una aguacero de a madres, que me obligó a refugiarme en el techo del portal de un mercado cercano.
No llevaba ni 3 segundos ahí cuando alguien pasó a mi lado y chocó conmigo, me hizo resbalar y caí de nalgas estrepitosamente. Cuando me incorporé noté que me había roto todo el pantalón, aparte de lo sucio y resbaloso que me lo había dejado. Traté de limpiarme con la mano y claro se llenó de babosidad, así que fuí a la pila más cercana, aunque noté entonces con desagrado que no tenía agua.
Decidí regresarme pues a cambiarme aún en medio del aguacero y vaya que arreció, cayó una granizada sin permiso ni aviso que me empapó hasta los pulmones. Llegué a casa temiendo haber aqgarrado pulmonía.
Cuando arribé, tosiendo como enmdemoniado, le dí tres veces al pomo de la puerta, evité pasar por la escalera, me cambié a dos calcetinbes idénticos después de bañarme y me santigué un poquillo.
En fin, que yo no creía en la mala suerte (abiertamente) pero…. ahora (abiertamente también) reconozco que …SÏ!
Abenil
31/03/2020 a las 17:59
Venirnos a cruzar, tú y yo, exactamente aquí, en el otro lado del espacio -si es que el espacio tiene lados-. Invitarme un café precisamente ahora, en la galaxia más colorida que hallé luego de atravesar una estratósfera a oscuras. Una charla a boca seca, para qué, ya había cantado las palabras que no alcancé a decirte. No creía en la mala suerte, pero te busqué por años y ¿venir a encontrarte ahora? ¿justo cuando te dejé de buscar? Puta vida insensata de mierda. El único consuelo, es que al menos ahora tengo algo en qué creer.
Pitusa_13
31/03/2020 a las 18:24
El valor de la amistad
Era un día de primavera, en la tele decían que si no teníamos que quedar en casa encerrados por un virus…Espera que no me he presentado, yo me llamo Ruth tengo 12 años, bueno ahora ya si pudo continuar
Como os decía que en la tele decían que nos teníamos que quedar confi… no sé qué, el caso es que o busque en el diccionario y básicamente era encerrados en nuestras casas. Todo el mundo hablaba de ello como si fuera el fin del mundo o como si de una guerra se tratara. A mí lo que me preocupaba era que no podría ver a mis amigos ni poder quedar con ellos en la plaza del pueblo.
Después de 2 semanas
Llevamos dos semanas sin salir de casa ni para comprar, lo bueno es que mis amigos y yo hacemos video llamadas y así nos vemos y estamos un buen rato, pero yo estoy cansada de estar en casa sin poder salir.
Pero cuando me aburro empiezo a pensar y escribí una carta:
Llevamos encerrados dentro de casa 2 semanas, no creía en la mala suerte pero me he dado cuenta que hasta ahora no había valorado el tiempo, pero me he dado cuenta que es una cosa súper valiosa, también me he dado cuenta de quiénes son realmente mis amigos, aquellos que están todos los días llamándome porque me echan de menos, y cuando es la hora de colgar y ven llorar, no cuelgan hasta que me ven sonreír, esos son mis amigos.
Hoy he visto las noticias con mi madre y mi padre, en las noticias decía que ya se podía salir a la calle, yo empecé a saltar por todo el salón, empecé a besar y abrazar a mis padres de la alegría.
Al día siguiente
Me desperté y me levante de un salto, según acabe de desayunar me monte en la bicicleta y fui a buscar a mis amigos y todos juntos fuimos para la plaza del ayuntamiento como hacíamos antes de este encierro y les dije: Amigos os eche de menos.
elvocito
31/03/2020 a las 18:32
Una ilusión atomatada.
Hice todo con sueños de prosperidad, amor, salud. El resultado final fue el desvío. Parecía a la ley de la gravitación universal que me había jugado muy malas pasadas. Echaba la culpa a la Divina Providencia por no elegirme a mí para disfrutar de la vida. Ha sido todo injusto. Los pensamientos positivos me elevaban el espíritu a cotas extrasensoriales, después de mucho ritual para conseguir que la ley de atracción del universo funcione de acuerdo con mis planes soñados, por desgracia llegue a un callejón sin salida llamado “no creía en la mala suerte, pero…”
Montserrat Ojeda
31/03/2020 a las 19:50
No creía en la mala suerte, pero si en tu ternura , hasta en la manera en que a veces parecía que me sonreías.
Nunca imaginé que un gatito como tú fuera capaz de tanto, producías una especie de adoración irracional. La que deja a cualquiera pálido, tartamudo y todavía exigiendo más.
Pero resultó que eras de esos felinos que van tejiendo amistad y cariño en cada casa.
Y cuando les empiezas a tomar cariño un día sin más, se marchan.
Solía llamarte mi Romeo pero con el tiempo comprendí que eras suyo… bueno nuestro, de todas y cuando se te pegaba la gana de nadie.
Media colonia te conocía, pero solo algunas te habían visto en persona. Sé que eras selectivo con tus visitas, únicamente buscabas la compañía de mujeres y cuando estuvieran solas.
Intenté un par de veces atraerte, conservaba un arenero en la azotea limpio, un plato lleno y
colocaba jazz porque a Juanita se le metió la idea de que lo disfrutas.
Las vecinas chismeaban de lo ocurrido en sus casas después de una de tus relámpagas visitas.
A Rosa se le perdió el anillo de casada y su marido le compró uno el doble de lindo,
a Martha la jubilaron por una caída no tan grave en el hospital y ahora ya puede ver las series que
quiere de corrido y Juanita enviudó justo cuando Mario quería que se fueran a vivir a una casa de retiro.
Al final Juanita fue la ganona, te lleno de premios, de mimos y ya no saliste de ahí. Te colocó esa correa amarilla horrenda con la que los sábados te saca a pasear como un chihuahua.
A veces me hago la que barro la calle para verte pasar y acariciarte, te veo contento. Parecen ser el uno para el otro…
Solo me queda esperar que en un descuido te escapes, podamos pasar el tiempo suficiente
juntos y me contagies de toda tu mala suerte, mi querido gatito negro.
fran
31/03/2020 a las 20:15
Que cansado es tratar de cumplir los sueños de otros. Ser el mejor hijo, el mejor hermano, el mejor en todo y para todos. Ese esfuerzo por ser el mejor me había pasado factura. Había perdido la conciencia de lo que está bien y lo que está mal.
Como en algunas ocasiones no podía ser el mejor, uno no es infalible, me deshacía de aquel que me superaba. Y cuando digo deshacer es eso, si me estorba lo quito. Y mira, sin ningún remordimiento. Cansado de esforzarme por las buenas, las malas resultaron la respuesta. A aquél compañero que se iba a sacar la beca, lo acompañó la mala suerte y cayó por las escaleras. La conmoción cerebral le duró mas de tres meses, Así conseguí yo entrar a esa Universidad y la felicidad de mis padres.
Me casé con la mujer de mis sueños, cuando el hombre de los suyos murió atropellado por un desaprensivo que no se detuvo a socorrerlo. Otra vez la mala suerte…
Tenía tan buena suerte que la mala me acompañaba.
Yuliani
31/03/2020 a las 20:22
Tal vez
Si tan solo hubiera puesto atención, sin tan solo lo hubiera querido más, si tan solo por un momento dejaba de ser tan ignorante, tan ciega tal vez el seguiría aquí todavía. Pero eso era lo que me merecía, el dolor y la culpa.
Tal vez el no me odie pero yo misma lo hago, no necesito saber que me odia porque se que no es así, pero yo me odio y todo lo malo que vivo ahora tiene significado todo es un castigo.
Las lágrimas caen pero es difícil detenerlas cuando pienso en el, en lo que pasó en cómo sufrió frente a mi y la impotencia presente en todo mi ser. Aun recuerdo el dolor en su mirada y la desesperación en la mía.
Solamente fue mi culpa, pero tal vez fue feliz, por un micro segundo por días, meses pero solo recuerdo el dolor en su mirada y la despedida con ella.
Yo no creía en la mala suerte, pero la vida se empeño a que fuera parte de mi
MARIA VELEZ
31/03/2020 a las 21:07
SOLO ESCUCHA, SOLO RESPIRA.
La vida se me va entre las manos, se siente asfixia al mirar el pasar de los segundos, falta el aire en los pulmones cuando te das cuenta que no estas donde quisieras, ni haces lo que te gusta, ni das felicidad a quien te rodea. Tiemblan las mejillas y se encharcan los ojos pero no llegan a salir, lo único que haces es mirar atrás, pensar en las oportunidades perdidas, en el hubiera que ya no existe, en como cada decisión que tomaste te trajo hasta aquí. Aquí, donde te falta el aire y la valentía, donde la soledad es tu desayuno, la monotonía el almuerzo y los recuerdos la cena.
Sin embargo, hoy, a pesar de ser una noche sin luna ni estrellas, a pesar de continuar sola arropada con una sabana con aroma a arándanos, mirando tal vez a un infinito paralelo, me doy cuenta que soy la única responsable de estar aquí.
Los sueños no alcanzados, las relaciones fallidas y anheladas, la casa sin construir, y la rutina del día a día es por mi, porque he permitido llegar a este punto, y no puedo hacer nada con el ayer, con anhelar la brisa del boulevard, o la cena familiar con los niños corriendo, o tu mano sosteniendo la mía, NO, no puedo hacer nada con el ayer y soy la única responsable de mi hoy, que un segundo más, será un segundo menos.
Pero no es tan malo, así vea las nubes grises del día, en algún momento puedes ver pequeños rallos de sol, y sabes que no esta tan malo no alcanzar lo que tenias planeado, porque la vida no se planea, se vive. Y ahora me doy cuenta que, aunque hubiera dado más, tú ya tenías el ciclo cerrado, conmigo dentro; y es que no creía en la mala suerte, pero se desplomo mi vida con tus palabras, y ahora me toca cerrar el mío dejar de añorar, el ayer, y decirte adiós.
Dar un poco de ti para hacer el día diferente, planear un viaje a solas, aunque al mundo le disguste la idea, estudiar a tu ritmo ese idioma que no dominas, ahorrar con centavos para esa casa que anhelas; NO importa cuanto tiempo tome, ni cuantas veces caigas, ni las lagrimas en tu almohada por la ausencia de aire. Da gracias por esa almohada, por la vista desde el suelo, y por el tiempo que aun tienes.
Mañana añoraras este día, así que no importa los logros, las casas, el trabajo, el dinero, los viajes. Mírate en el espejo.
– Y es que me miro y no me gusta lo que veo, pero, aun así,
continuo porque tengo a una madre para hacerla reír y una hermana a quien darle una sonrisa y muchos embarques que tramitar.
No te rindas y Continua.
No me rendiré, seguiré respirando, prometido!
Ana Yacoel
31/03/2020 a las 21:22
La traición de Bobby
No creía en la mala suerte, pero un día sentada en el el avión que me devolvería a casa vi llegar a un viejo amigo que más tarde supe había sido el causante de muchos de los males que tuve que soportar.
Corrían los años 80 cuando Latinoamérica despertaba de la pesadilla de las dictaduras, el retorno de las urnas, elegir presidente, volver a mi tierra, estar junto a mi gente fueron sensaciones que me atravesaban. Y en medio de ese frenesí cometí varios errores que más tarde iba a lamentar, no supe o no quise callarme, le di datos, le conté anécdotas del pasado, acepté la invitación a incorporarme a su fuerza política, creí que era un amigo.
Lo que yo no sabía es que Roberto era un informante de ambos bandos, se juntaba con los capos de la guerrilla y de las Fuerzas Armadas, pasaba informes, delataba gente, y un día supe por una amiga que había sido él quien contó de aquella revista que editábamos en el colegio y que fuera prohibida por los 70.
Tenía 15 años cuando mi padre consiguió un pasaporte falso, me dio un documento muy importante para que guardara, unos pocos billetes y me despidió en el aeropuerto. Viví sola unos cuantos años, después con gente que fui conociendo, tenía esa rara sensación de estar de paso, los días eran largos, las noches eternas. Y la vuelta fue una gran alegría. Todo parecía volver a su lugar.
Pero no era cierto, unos meses después de mi llegada, estábamos en casa de mi amiga Carmen, charlábamos entre el alboroto de sus hijos, un rico te de naranja y los scones de su mamá que había hecho para recibirme. De pronto se puso seria y me dijo que fue Roberto quien me había delatado, que yo estaba equivocada militando para él, y lo peor es que a estas alturas, las dos sabíamos que Roberto iba a ser el nuevo presidente.
Mel
31/03/2020 a las 23:23
«¿Que es la suerte?». Me lo preguntaba constantemente. ¿Era acaso una fuerza de la naturaleza que favorecía a unos y a muchos otros nos aplastaba y arrojaba a un jardín lleno de escombros?
Pocas veces fui tan ingenuo y no creía en la mala suerte, pero la vida a veces es tan jodida que uno se rinde y asimila que todos los astros están en contra suya.
Le decía a mi madre constantemente que la culpa de mi falta de estabilidad era todo ese conjunto de sucesos terribles que se anteponían ante mí cuando trataba de triunfar. Ella me escrutaba severamente y respondía que todo era producto de aquel psique mío en el que responsabilizaba de mis fracasos a las fuerzas cósmicas, en lugar de aceptar que la vida misma era como una cordillera en la que tendría que bajar y tropezar muchas veces para volver a tomar las riendas con ímpetu y subir una vez más.
José Luis Troconis Barazarte
01/04/2020 a las 02:48
El último beso
Me besó en la mejilla y me abrazó por la espalda con mucha fuerza. Abrió sus alas y empezamos a volar. Cerré los ojos, siempre he sido muy cobarde a las alturas. Comencé a recordar la mañana del día que la conocí.
Iba en el taxi por la avenida trece; casi nunca tomo pasajeros por allí, no creía en la mala suerte, pero de que vuelan, vuelan.
Me detuve, eran dos hombres y una mujer, pregunte dónde iban, dijeron que al “Billy”, un centro comercial, yo quería decirles que no los llevaría, iba tan distraído que no supe inventar rápido una excusa, de esas que siempre digo.
Al tomar la autopista sacaron una pistola y me dijeron la frase estúpida: Esto es un asalto. Me hicieron llevarlos hacia “La Cota”. Es una vía amplia, solitaria; a las afueras de la ciudad, donde acostumbran los ladrones a hacer sus fechorías.
Al llegar, me bajaron, la mujer tomó la pistola, me apunto y dijo:
— ¡Corre!
Mi miedo se transformó en terror; corrí, cuando logré voltear estaba solo, con la extraña sensación de no haber oído nada, ni disparos, ni el carro arrancando. Era como que había llegado allí sin recordar cómo.
Caminé mucho, tenía sed, llegué a una calle con varias casitas, toqué en la primera y no salió nadie; no sé qué hora era, en la casa de al lado oí ruido, llamé a la puerta y el ruido cesó, miré por la ventana; vi a una muchacha, de pelo negro muy largo; muy blanca y bella, creo que me desmayé.
La muchacha me hizo despertar con un guarapo muy dulce, estaba sentada en una mecedora de ratán, le pude decir que me diera agua, entró en la casa y me la trajo en un vaso de peltre. Le pregunté si estábamos lejos de Drama, me dijo que no conocía nada, que nunca había salido de allí.
Tenía un vestido, especie de bata de casa, se notaba que era delgada y que aquel traje era ancho para ocultar algo. Se lo comenté y me dijo que era para cubrir las alas; se quitó la bata y se quedó con un pequeño vestido azul, que dejaba ver unas alas que salían de la zona de sus omóplatos, eran muy grandes, con plumas azules oscuras, al moverse cambiaban de color. No las extendió, seguro tenían más de dos metros.
No me impresionó y eso era lo raro, dijo que debíamos irnos, porque el hombre que la cuidaba era muy celoso y no la dejaba hablar con nadie, por miedo a lo que pensarían de sus alas, pero ella sabía que eran celos de hombre.
Comencé a sentía amor por ella, era de esas bellezas que nadie puede resistir, por eso comprendía lo que podía pensar el hombre que la cuidaba desde quién sabe cuándo; eso no lo pregunte, para no tener cargo de conciencia de llevármela. Yo haría lo mismo que él, ella sería para mí, nadie tendría que verla.
Ella me miró como si se diera cuenta de mis pensamientos y sonrió. Pensé que iba a recoger algo, sus pertenencias para irnos, cuando le pregunté por sus cosas, me dijo que no tenía nada más que sus alas y su vestido azul. Salimos corriendo porque oímos ruidos y pensamos que podría ser el hombre.
Nos escapamos por la puerta de atrás de la casa, avanzamos muy rápido por unas calles llenas de árboles muy grandes, llegamos a un jardín muy amplio. Allí fue donde me besó y abrazó.
Sentía la brisa muy fuerte en mi cara, su abrazo era más fuerte que la brisa. Aunque le temía mucho a las alturas, sentí que esta no era la primera vez que yo volaba. Abrí los ojos y dejé de recordar; estábamos muy alto. Los árboles se veían tan pequeños. Volamos sobre su casa. Allí estaba él, no nos vio. Pasamos sobre las calles que llegaban a La Cota y vi mi carro; no pude hablar. Allí al lado de mi carro estaba yo tirado en el piso con una bala en la espalda, estaba muy alto, pero era yo.
No paró de volar, y yo abrazado por ella, seguía volando también…
JLuisTroconisB
Yubany Checo
01/04/2020 a las 03:26
No creía en la mala suerte. Escuche a muchos decir que habían nacido sin suerte, que su suerte era oscura o que sencillamente no tenían suerte. Parecían hablar de ella como si lo hicieran de un elemento vital. Yo, en cambio, prefería trabajar. No quería dejarle nada a la suerte. Eso de dejarle cosas a la suerte era para hombres resignados o con una Fe que difícilmente tendría.
Mi suerte era el puesto de frutas que tenía por más de diez años. Me había colocado en la esquina de la avenida Sarasota con Núñez De Cáceres. Ningún otro vendedor podía establecerse ahí. Ese era por uso en el tiempo el lugar que me correspondía.
Me iba bastante bien. Frente a mi estaba el colegio de los hijos de los embajadores y detrás el seminario de los sacerdotes. Además, la avenida era muy transitada y los vehículos se detenían a comprar. Tenía clientes suficientes para irme a casa con dinero.
Una noche mientras conducía mi camioneta rumbo al barrio, una patrulla de camino me detuvo.
──Ciudadano sus luces no están bien.
──Yo las veo encendidas.
──Si pero no lo suficientemente encendidas. Alumbran poco.
Estaba consciente de eso. Le diría que mañana lo arreglaría.
──Le pondré esta multa. No puedo dejarlo ir así.
──Entonces me multa porque mis luces no alumbran lo suficiente
── ¿Que es suficiente?
De seguro él tampoco sabía lo que era suficiente.
──Que pinas más lindas.
Conocía adonde iban a parar este tipo de elogios a mi mercancía. No era la primera vez que me pasaba con otros policías. Lo vi entrar a su vehículo con una de mis mejores pinas en sus manos y yo con el recibo de mi multa.
Llegue a casa molesto. Entre a sala sin hablar. Mi mujer se secaba el pelo debajo de una secadora y en la habitación mi hijo escuchaba un dembow. Encima de la mesa, los plátanos amarillos con el salami eternamente frio. Realmente odiaba llegar y parecer que nadie lo notaba. Finalmente Marianela saco la cabeza de debajo de la secadora. La primera palabra fue preguntarme por lo que había hecho hoy. Me conto sin pausas la lista de pendientes que teníamos: la deuda del colmado, su intención de montar un salón de belleza en la galería de la casa, la motocicleta que quería comprarla Esnertico, nuestro hijo.
Esa noche me dormí dándole la espalda a mi mujer. Cuando estoy preocupado, no tengo ganas de nada.
Sentía calor. Algo se quemaba dentro de mí. Daba vueltas. Empecé a escuchar voces entre mis sueños. Las personas corrían. Humo. No sé cómo salí pero en asuntos de minutos estaba parado del otro lado de la calle contemplando mi casa arder. Los bomberos dijeron que todo fue causado por una sobre carga que produjo el secador de pelo de mi mujer en el transformador que alimentaba todo el barrio.
Antes de llegar a mi puesto, pasaba por el mercado de productores a comprar las frutas. Ese dia, no había frutas frescas. Los clientes lo notaron por más que les explique. Lo peor es cuando acostumbras a tus compradores a un nivel de calidad y luego la pierdes y pretendes cobrarle lo mismo. Se quejan con señoritas de preparatoria.
Lo que hice de dinero fue la mitad de lo de ayer. Cambien la ruta para llegar a casa. La idea era evitar a la patrulla de camino que de seguro me esperaría por la ruta acostumbrada. Pero eso no me preocupaba. Mi cabeza se revolvía por cómo le explicaría a Marianela que me había ido mal. Que otra vez el dinero no era suficiente para pagarle al colmado, montar el salón de belleza y comprarle la motocicleta a Esnertico. Ella se pondría brava y me diría que trabajaría. A mí no me gustaba la idea de verla trabajar menos en un salón de belleza. Las mujeres en un salón de belleza aprenden muchas cosas que no deben aprender.
El gobierno municipal llego temprano ese dia. Me pidieron el permiso para vender públicamente frutas y además para estar colocado sobre el paso de peatones. Como saben, no tenía nada de eso. Entonces decidieron incautar mi mercancía. Se la llevaron y me dieron dos horas para dejar el lugar limpio. No sabía que más limpio podía quedar después de verlos tirar todas mis frutas en su camioneta. Me pareció ver entre ellos al policía que la noche pasada me había detenido por las luces bajas en intensidad. Quise discutirle que no era justo pero tenía muchas de perder. La única opción era ir al gobierno municipal y poner todo en orden.
Monte la mesa y dos sillas. Encendí mi camioneta y conduje rumbo al gobierno municipal. Nunca me hizo gracia usar gas natural en lugar de gasolina. Esas adaptaciones que hacen los mecánicos locales no son garantizadas. Otra vez fuego. No me di cuenta porque la camioneta empezó a encenderse de atrás hacia delante. La gente que me veía me gritaba pero pensaba que eran saludos hasta que vi las llamas por el retrovisor. El galón de agua que llevaba no fue suficiente para apagar el incendio. La camioneta quedo inservible.
Otra vez la patrulla de camino. Esta vez me llevaron hasta mi casa y lo agradecí. El policía se quedó mirando de una forma extraña a mi mujer y ella le brindo una sonrisa. Desde ese dia Marianela se inventaba unos trabajos a domicilio. Según ella debía alisarle el pelo a sus clientas. Ahora que yo no tenía camioneta ni frutas ni dinero, ella tenía que salir adelante.
Ahora era ella quien me daba la espalda en la cama. La note extraña. Servía la cena de mal gusto y hasta mi hijo dejo de hablarme.
Marianela me ha dicho que me vaya de la casa porque no puede vivir con un hombre que no aporte nada. Le suplique que no, que eso cambiaria pero no me creyó. Había esperado mucho por mí y creo que fue cierto. Le dije que mi suerte cambiaria. Que no se preocupara. Entonces recordé que no creía en la mala suerte pero ella me lo recordó.
Sebas A
01/04/2020 a las 04:06
No creía en la mala suerte, pero el destino no me hacía caso. Mi amor correspondido con tu indiferencia me turbaba la razón. Infructuosos los provocados encuentros casuales. Inútiles los pensamientos encarrilados a tener tu atención. Solo mi férrea voluntad y mi incondicional amor hacia tí (si no podía llamarse obsesión) me mantenían ilusionado en una empresa que ya desde entonces tenía redactada la sentencia de muerte.
Perla preciosa
03/04/2020 a las 15:30
Para transgresora, yo
No creía en la mala suerte y, pese a no ser supersticiosa, a ella la perseguía por doquier. Una mañana, tras levantarse y desayunar copiosamente, salió a pasear su calle predilecta, en la que nació y creció, ésa en la que compartió juegos y aventuras, y ésa en la que recibió también unos cuantos disgustos. El día era caluroso, como es de esperar en julio, y al girar una esquina, una voz y una mano tendida hacia ella la detuvieron:
—¿Qué tal, guapa? ¡Cuánto tiempo sin verte!
—Bien, y tú, ¿Qué te cuentas?
—Llegué de Buenos Aires hace unos días, y estoy reaclimatándome…
Sorprendida así por su mejor amiga durante muchos años y tras saludarse efusivamente con besos y abrazos, Sonia le ofreció un café, y se sentaron en una terraza frente al sol.
—Pues estoy muy agobiada últimamente, Silvia: el trabajo me carga, estoy bastante sola y la casa se me cae encima. Para colmo, ha venido a este barrio gentuza sin escrúpulos, y no hay forma de quitársela de encima.
—¡Qué me estás contando! ¿Y de quiéhn se trata?
—Hace dos años aproximadamente, hicieron nido en la Plaza Mayor tres o cuatro mendigos. Se instalaron allí de forma continuada y no había forma de cambiarlos de sitio. La mayoría eran tranquilos y pacíficos, salvo uno, que es la perdición y la locura personificadas: provoca alteraciones del orden público a cada momento molestando a todo el mundo, importuna a personas mayores y las agrede, para el tráfico de cualquier manera y obliga a trasgredir las normas de circulación… En fin, un auténtico desastre. Hemos llamado a la policía más de una vez, pero dice que no puede hacer nada, dado que tiene orden de no detenerlo. No sabemos de quién es tal orden, porque no nos lo especifica, pero ¡no te imaginas, ni por asomo, los apuros que pasamos más de una vez!
—¿Y a ti te ha sucedido algo?
—¡Uf, la historia es muy larga! Para que te hagas una idea, a mí me lleva persiguiendo desde el principio; quiero quitármelo de encima y no puedo; he hecho varios intentos de distinto tipo, pero lo cierto es que, como dice el refrán: bicho malo nunca muere; he intentado envenenarlo con distintas sustancias, he tratado de meterlo debajo de un coche; le he dado varias palizas con otras personas, pero no hay forma. Es un señor lapa.
—¡Qué miedo! ¿Y qué te hace?
—Perseguirme e intimidarme en todas partes; ponerme en compromisos y hacerme quedar mal con todo el mundo, incluida gente conocida del barrio y amigas; hablar mal de mí a todos… ¡Es un impresentable! Dice que quiere algo mío, pero no me especifica qué. Como encima no habla, la gente dice que por qué no le tengo más lástima. Yo les digo que, si es persona para hacer maldades, ¿por qué no lo es para asumir las consecuencias de lo que hace? ¡No hay que fomentar la lástima con nadie, Silvia, no nos vayan a confundir por títeres grotescos! Creo que quiere que nos liemos. Más de una vez he tenido que gritar en plena calle, pidiendo socorro… Coge a algún vecino y me agarran entre los dos.
—¿Has hablado con los servicios sociales?
—Pero me dicen que no pueden hacer nada, sin decirme realmente por qué. He llegado a pedir por escrito que metan al individuo en cualquier albergue para que nos deje tranquilos a todos.
—¡Qué barbaridad!
—¿Sabes lo que he pensado más de una vez?
—No.
—En las altas esferas, concretamente en la política, hay una mujer que dice defender los derechos de las mujeres, y en cambio, como tiene dinero, se dedica a hacer faenas a las que le caen mal. Yo debo de ser una de ellas, y por eso no quieren que este individuo se vaya de mi vera.
—¿Le has hecho algo?
—¿Te acuerdas de Laura y Carlos?
Silvia afirmó con la cabeza.
—se han ensañado con el mundo porque los han echado del trabajo y se han tenido que separar; se han hecho amigos de Beatriz, que es como se llama esta mujer en cuestión, se han metido en su casa y le han hablado mal de todo el mundo, induciéndola a conspirar contra muchos de nosotros. Parece que necesita muy poco para fastidiar a la gente: basta con que le caigas bien y vayas a su casa; no tiene que conocerte ni tú deberle nada: A Sandra le ha quitado el trabajo sin conocerla, según me contó hace poco, y a Toñi le ha secuestrado la cuenta del banco, igualmente sin venir a cuento. Se define como lesbiana y transgresora , pero en realidad es una ladrona y la madame de alto copete para más de una.
—¿Y qué has pensado hacer? –preguntó Silvia entre risueña y asustada.
—He hablado con Carlos y con Favio…
—¡Vaya! ¿Y qué es de ellos?
—Están trabajando como buenos chicos, en Telefónica y en Renault. Iremos juntos a su casa dentro de nada, vestidos de policías; la detendremos, argumentando que la ha denunciado mucha gente y tiene que prestar declaraciones en varios juzgados.
—Y la llevaréis a juicio.
Sonia miró el reloj:
—Me voy, querida: Ana está de vacaciones y he quedado con ella para comer; si quieres venir tú también…
—es que no estoy todavía adaptada del todo al horario de aquí y estoy muy cansada. Te llamo cuando esté un poco mejor.
—¡Hablamos entonces, guapa! ¡Cuídate!
Tres días después, Carlos y Fabio, acompañados por Sonia, se personaban en casa de Beatriz, con el deseo de detenerla y conducirla a otro lugar más seguro.
—Estoy indispuesta –alegó-: me duele todo el cuerpo y no tengo fuerzas ni para moverme.
—No se preocupe: tenemos médicos de sobra en todas partes.
Penetraron todos en la casa, la levantaron a la fuerza, la esposaron y la introdujeron en el coche. Al llegar al lugar, le vendaron los ojos y la dejaron sentada en la sala de estar. Al ver su belleza, un mozo, rojo de lujuria, se apoderó de ella y la desnudó; seguidamente la violó y entregó sus ropas a los dueños del local. Al día siguiente, la matrona trajo un predictor para comprobar si alguno de los muchos visitantes la había dejado embarazada. Tras conocer el resultado negativo, y puesto que no podía escapar pues le habían quitado todas sus pertenencias, decidió seguir las instrucciones que recibía, de forma que perdió la noción del tiempo y el pudor.
Pocos días después, Sonia salió de casa de mañana, seguida por Felipe, el mendigo, al encuentro de Beatriz. Felipe entró hilarante, al ver tantas mujeres desnudas, y Sonia se puso a cierta distancia de Beatriz, instándolo a abrazarla y a besarla; seguidamente la poseyó por completo, mientras ella gemía, dando gritos de dolor, y quién sabe si también de placer, pues Felipe hacía muecas muy jocosas y todo tipo de fiestas con su menudo cuerpo, gritando de alegría y revolviéndose entre las sábanas mohosas y toda la porquería que la rodeaba. Al terminar, Sonia se marchó, encargando a los proxenetas liberarla de otros clientes durante todo ese día, a cambio de un predictor para el día siguiente y una cuantiosa suma de dinero.
Días después, Sonia recibía un mensaje de uno de ellos en su teléfono: “Beatriz está embarazada”. Saltó de alegría mientras desayunaba. Llamó a Carlos y a Fabio y los cuatro fueron en su busca. Tras agradecerles sobremanera el favor prestado, la llevaron a su casa. Tras lavarla cuidadosamente, Sonia la acostó en la habitación más grande que tenía y le dejó descansar tranquilamente. Tras ello, llamó a Felipe por la ventana:
—El hijo que espera será tuyo. Si te vas antes de que nazca, te enviaré una foto. Yo me quedaré con él.
Desde entonces durmió algo más tranquila: sus pesares eran menos gravosos, pese a las impertinencias de Felipe, pues él y Beatriz le iban a dar un hijo, en pago del acoso del que la estaban haciendo objeto durante cuatro años. “Menos es nada –se decía al recordar las maldades de Felipe-. No sirve más que para esto, ¡qué lástima! ¡Y qué lástima también que haya que llegar a esto!”
Un día, mientras Beatriz dormía, Sonia llamó a Silvia y la invitó a comer a su casa:
—¡Tengo muchas cosas que contarte, cariño! ¡Me han ascendido en el trabajo y quiero celebrarlo!
Cuando Silvia llegó, Sonia se hallaba en la habitación de Beatriz, dándole masajes para que se tranquilizara. Tras abrir la puerta, se besaron efusivamente:
—¿Has visto a un individuo con greñas y vestido de harapos, merodeando alrededor de este portal? ¡Pues ése es del que te hablaba aquel día que tomamos café en Granier.
—¡Qué asco! ¿Y cómo es posible que todo el mundo le haga caso?
—Ten en cuenta que intimida mucho, hasta agotar a la gente. El pobre no está bien de la cabeza y no tiene límites a la hora de actuar. ¡Querida, pero voy a tener un hijo!
Silvia la miró estupefacta, como quien no cree lo que está oyendo.
—¿Y de cuánto estás?
—En realidad no lo voy a tener yo: como te conté, ayudada por Carlos y Fabio, saqué a Beatriz de su casa, y logré emparejarla con Felipe. ¡No veas qué escena! Ella, atada a la cama, lloraba y gemía a moco tendido, y él gozaba como crío con zapatos nuevos. Fue corta la faena y enseguida nos dijeron que estaba embarazada. Sale de cuentas en junio. Está en mi habitación, dormida. Ven y te la presento, ¡que encima está buena! Si sale el hijo tan tarado como el padre, lo encerramos en el manicomio.
Silvia, sobrecogida por el asombro y la tristeza, siguió a Sonia hasta la habitación en la que dormía Beatriz, bajo los efectos de un Tranquimacín. Su cuerpo empezaba a robustecerse, y sus piernas y sus senos a hincharse. Era guapa en verdad, y así lo reconocieron las dos, mientras se los acariciaban.
—Se pone siempre al borde de la ignominia y de la obscenidad. Dice que yo no soy nadie, que no merezco más que estar jodida por todo el mundo y que no hago más que dar pena. ¡Menos mal que a ella tampoco la quiere nadie!
—¿Y quién es ella para decir eso? Pues nada, cuando nazca la criatura, yo te hago de madrina. ¡Para eso estamos las amigas, amor!
Llegó junio y Beatriz rompió aguas una mañana muy soleada, cuando el calor era ya insoportable. Sonia llamó a la ambulancia, pero cuando ésta se presentó, la criatura ya había nacido: era una niña rubia, de ojos saltones y pestañas muy largas. Puesto que estaba perdiendo mucha sangre, la suturaron allí mismo, dado que no veían viable que llegara viva al hospital, además de observar que no tenía papeles.
Cuando se fue la matrona, Sonia llamó a Silvia:
—Ya tengo una niña, querida. ¡es más guapa…! Ha nacido hace dos horas, pero estamos en casa. La mamá está dormida, aunque creo que no se encuentra bien del todo.
—¿Cómo?…
—ha roto aguas y parido enseguida; no ha dado tiempo a llegar al hospital. Ven a casa y te la presento, y así me ayudas a cerrar esta controvertida historia.
Mientras Silvia llegaba, Sonia ordenaba y limpiaba las habitaciones, y colocaba a Blanca en una canasta en el centro del salón. De pronto oyó un estertor de agonía que hizo temblar la casa. Beatriz había exhalado su último aliento y había cumplido su cometido para con sonia: un estorbo menos en la Tierra y un cuerpo aprovechado útilmente. ¡Para puta e indigente, tú! Tu sitio es la nada y el vacío más absoluto, del que nunca debiste salir. ¡Ahora sabrá todo el mundo quién eras! Sonia no era mala, pero no podía soportar en su persona lo que no tenía nombre ni razón de ser.
Cuando Silvia llegó, Sonia, sumida en estos pensamientos, se hallaba incinerando el cadáver con porros y velas ardiendo, y envolviéndolo en sábanas para tirarlo al contenedor.
—¡Menos mal que ha muerto por sí misma! ¡Una cosa menos que hacer!
—¿La pensabas matar?
—Y ahora le toca a Felipe. Dile que entre, que, quien lo sigue lo consigue.
—¿Qué piensas hacer?
—Invitarlo a comer con nosotras…
Silvia imaginó que esta era una de tantas aventuras en las que su amiga la embarcaba de pequeña, todas muy emocionantes. Sin embargo, el tiempo había pasado y sus vidas se habían estabilizado. Pese a todo, dudaba de que su amiga no estuviera perdiendo la cabeza. No obstante, obedeció, y Felipe entró en casa enseguida, muy jubiloso al observar el regalo tan preciado que le hacían. Lo sentaron en el mejor sitio del comedor: una silla de mimbre con brazos, donde otrora se sentó su padre, muy cómoda y apropiada para dormir.
Aprovechando que estaba con su mejor amiga de la infancia y el hecho de haber tenido una hija, Sonia preparó unos spaghetti a la carbonara, pues era el plato favorito de ambas desde niñas. Felipe comió copiosamente y bebió una gran cantidad del brebaje que le había preparado, muy dulce, según les hacía saber mediante gestos muy complacientes. Al terminar se quedó dormido, muy relajado; mas media hora después se retorcía de dolor, y comenzó a ejecutar el sonido de la ambulancia mediante sus gritos, por lo que tuvieron que taparle la boca y atarlo al sillón. Horas después moría, dejando tras sí una infamante vida, llena de atropellos, injurias y todo tipo de hechos delictivos, y dejando únicamente lo mejor que tenía y nadie pudo disfrutar, pues su apocado intelecto no le permitía perspectivas tan esenciales: su semilla transformada en una preciosa niña.
—era un guaperas, como habrás podido comprobar. Esa debía de ser una de las razones por las que la gente le hacía caso y llegaba a cogerle cariño.
Al igual que con Beatriz, incineraron su cuerpo y lo envolvieron en las mismas sábanas, y tras ello los tiraron al contenedor más alejado de su casa. Tras esto escaparon con Blanca en los brazos.
—Por fin estoy libre –decía Sonia emocionada.
Gladys Moreno
04/04/2020 a las 06:09
Me sorprendió el saber que el premio de loteria, lo obtuvo una persona que compró el boleto aqui en el pueblo, aún más grande fue mi sorpresa cuando apareció en la televisión don Olegario, él del kiosco de la esquina, siendo entrevistado por ser el dueño de la agencia que vendió el billete es un porcentaje sobre el monto total del premio. Y como éste es el más grande del año, don Olegario pasó a ser millonario.
Rosita, mi vecina a quien me encontré en la entrada del edificio, me comentó que iria derechito a revisar cuanta cartera y bolso porque recordaba que compró un billete ahí, la última semana. Yo no recuerdo si esta semana o la anterior jugue también loteria, he estado tan preocupado en mi trabajo, bueno en mi extrabajo, fui despedido y con tanta deuda, del finiquito me queda saldo en números rojos.
¡No lo puedo creer! los números ganadores son los que siempre juego. ¿Será que tengo el boleto premiado? ¿por qué no? ¡Por supuesto! Si son mis números
Mientras registro los bolsillos de los.pantalones, los cajones del velador, el buzón de las cuentas pienso que haré con el premio, no me preocuparé por buscar empleo ni por pagar la renta, quizás cumpla mi sueño de viajar al extranjero, o tal vez inicie mi propio negocio, compre un departamento, y una casita en la playa o una parcela en el campo. ¡AAh! ¡Aqui lo encontré! este es el boleto
Lo revisaré número por número. ¡Está todo correcto!
Mañana cobraré mi premio. Haré una tremenda fiesta con la familia y amigos. Parece que hoy no podré no dormir. Buenas noches boletito, toma este besito … ¡Ay, no! ¡Ay, no! ¡No puede ser!
No creia en la mala suerte, pero este boleto es de la semana anterior, claro por trabajar más tarde no alcance a jugar esta semana
José Luis Troconis B.
04/04/2020 a las 15:22
nadie comenta los cuentos?, no hay un link para mandar los cuentos? no entiendo este reto este mes
Andrea
15/04/2020 a las 08:57
«Un día negro»
No creía en la mala suerte, pero… aquel día iba de mal en peor. Tenía que haberlo previsto. Todo había comenzado con la pérdida de sus calcetines favoritos. Ojalá hubiera interpretado aquella señal.
Ahora, con la punta de una pistola en su nuca y las aguas del Hudson bajo sus pies. Se arrepintió de no haberlo hecho.
Inés
27/04/2020 a las 20:37
No creía en la mala suerte, hasta que las letras de su destino se rebelaron. Sal a muerte, le dijeron. Y así fue.
Mercedes
27/04/2020 a las 20:38
No creía en la mala suerte, hasta que un día le conoció.
Jaime Salcedo Muñoz
25/10/2020 a las 21:08
NO CREÍA EN LA MALA SUERTE, PERO…
Conocí esos labios, esa maldita mirada que me aceleraba el corazón, me causaba erecciones y provocaba que mi imaginación visitara vulgaridades que la moral no permite.