Empezamos la semana con una nueva propuesta de escritura. En esta ocasión consiste en escribir un relato que lleve por título Soledad y que contenga las palabras altavoz y relámpago.
Al contrario que con el taller de escritura, aquí no ponemos límite de palabras ni otro tipo de restricciones. Tampoco hay hora de entrega máxima, podéis publicarlo cuando queráis.
Puedes dejar tu texto como comentario a las entradas de este post. ¡Feliz escritura!
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Comentarios (25):
El chaval
30/03/2020 a las 11:21
SOLEDAD
Cúantos días de confinamiento; ya no sé si son doce o trece, no me importa. Me cansa este aburrimiento a pesar del ejercicio, que hago cuando quiero, no cuando aconseja la televisión mañanera; me deja sin fuerzas mentales ni tan siquiera para leer.
Es una soledad inaudita, deambulo por el piso, me alimento de cosas fáciles de masticar: pastas, cereales frutas café…Hasta asomarme a la ventana me produce desazón el ver la calle solitaria, sin ruido de tráfico, pero molesto por el altavoz de la policía con su repetido “¡manténgase en casa, no salgan a la calle!”, y con el cielo gris que presagia tormenta.
Me vuelvo al interior, quiero estirarme en el sofá, pero no se por qué; ¿qué espero, que se acabe todo? Pero no se que es, lo que se ha de acabar ¿la soledad? La vida? Con estos pensamientos se me cruza un relámpago y a continuación el trueno anunciando el cambio.
El tamborileo de la lluvia y un ligero ruido que no acierto a comprender me asomo a la ventana de nuevo, viendo a muchos vecinos haciendo lo mismo, sonrientes y aplaudiendo el cambio de espectáculo. La soledad, por unos momentos deja de ser insoportable.
Verso Suelto
30/03/2020 a las 12:28
Soledad
Era de noche. El relámpago iluminó el auditorio. Todas las butacas estaban vacías. En el escenario no había actores ni músicos, ni atrezo de ninguna clase, tan solo un par de mudos altavoces. Me quedé mirándolos expectante.
Scott
30/03/2020 a las 15:09
SOLEDAD
En esto días confinamiento, flota en el ambiente una soledad diferente. Estamos aprendiendo incluso a tener paciencia, sobre todo con nosotros mismos y a esperar pacientemente cada tarde oír por el altavoz que un vecino improvisó, la hora en que podremos escuchar el concierto, que diariamente nos ofrece otro de los vecinos del edificio. En cuanto lo oímos, salimos como un relámpago al balcón. Es uno de los mejores momentos del día.
Amilcar Barça
30/03/2020 a las 15:22
Soledad, divino tesoro. ¡Ay no! que era juventud. La que quedó mancillada y arrasada en medio de la tormenta ideada por unos traidores desalmados. La misma que ahora diezmada, culminando la traición, una epidemia incontrolada como un relámpago en la noche, se ha empeñado en hacerla desaparecer.
Una lástima que esos que utilizan el altavoz que entre todos sufragamos, se sientan protegidos y en lugar de aportar soluciones o silencio, que también ayuda, no ocupen el lugar que esa juventud perdida, dejará para siempre en nuestras vidas.
¡¡ARRIBA, ESPAÑA!!
María Jesús
30/03/2020 a las 18:00
Soledad
El sonido que partía del altavoz era una cantinela machacona que te incitaba a comprar melones a 5 euros tres piezas. La furgoneta recorrió las calles del pueblo en esa bochornosa tarde de verano que amenazaba tormenta, sin que nadie saliese al reclamo. La hermosa gitana que iba de copiloto se bajo del vehículo para refrescarse la nuca en la fuente de la plaza. A través de las rendijas de una persiana de madera un hombre observaba, con ojos ávidos, como se refrescaba. De repente un relámpago estalló en el cielo gris, ella dio un respingo y el mirón se apartó ligeramente de la ventana. La lluvia que empezó a caer fue recibida por la gitana con alivio. Dejó que el agua mojase sus manos que fue repartiendo por el pelo y la cara con gestos sensuales mientras el mirón no le quitaba ojo.
-¡Soledad, nos vamos!-gritó el gitano tirando una colilla al suelo.
la mujer sacudió su melena negra y se dirigió a la furgoneta contoneando las caderas, el mirón se lamió los labios con lascivia.
La furgoneta abandonó el pueblo sin dejar de repetir su reclamo bajo una lluvia que disipó el calor pero no la calentura.
Mònica
30/03/2020 a las 18:16
SOLEDAD
Suena de fondo nuestra canción preferida, tengo añoranza de ti. Me acerco al altavoz para oír mejor. Mi agudeza auditiva la he perdiendo como un relámpago y no creo que sea por mi avanzada edad. Sonrío, sé que te gustaba que lo hiciera. Tengo añoranza de ti.
Teresa Fernández
30/03/2020 a las 20:13
Soledad
Llega el estampido luego del fulgor electrizante del relámpago y pienso en tí.
Te escucho entre el trueno, como salido de un altavoz, gritándome:”¡Siilvia!”
Y yo aún tiemblo, como cuando moría de miedo.
Pero ya no.
Ahora, paz.
Ya ni la lluvia estremecida me asusta.
Pero qué hacer con los recuerdos…….
Yubany Checo
30/03/2020 a las 22:03
Soledad
El altavoz me indica que la simulación ha terminado. Miro el reloj y ha transcurrido una hora. Estoy visiblemente emocionada.
Por recomendaciones del gobierno de la ciudad, debemos estimular nuestro cerebro. La idea es hacerlo creer que nada ha cambiado, que seguimos haciendo la misma rutina.
Las instituciones públicas invirtieron los fondos de pensiones en este sistema. Quieren preservemos nuestras emociones estables. Ha sido un plan diseñado por expertos para personas que viven solas. Según ellos, somos nosotros los más propensos a desarrollar los síntomas. Pero la conclusión no es categórica. He leído que los casos que se pueden tomar como evidencias están abiertamente cuestionados. No hay efectos secundarios por vivir solo.
Uno de estos casos corresponde a una señora que salió de viaje por días y al regresar encontró a su esposo cubierto por una planta de hiedra. El hombre llevaba la planta hasta su cama y se enredaba con ella. El otro caso pertenece a una señora que al recibir una llamada de su esposo se la encontró en la calle con la mirada perdida, arrastrando una correa para perros.
Acaté las disposiciones desde el primer día del decreto. Para mí no sería problema. Tengo años viviendo sola. En fin no pierdo nada si las sigo. Al principio me resultaba extraño revivir esos momentos pero ahora los disfruto al punto que una hora por día ya no me es suficiente. Eso sí, debo también mantener mi realidad como es comer, asearme y dormir.
El sistema es bastante intuitivo. Te conectas y eliges el ambiente que quieres crear. Las personas son aquellas de las que tienes gratos recuerdos o puedes elegir una de un catálogo actualizado. Pero antes debes descargar tus recuerdos en la nube. Solo dispones de tres sesiones por semana. Hay cosas que pueden cambiar sin previo aviso.
Saco el vestido negro. Al principio no me decido si usar el que tiene el escote hasta la cintura o aquel que me hace ver los senos más grandes. Siempre quise tenerlos más grandes para que no lo atraparan de una sola mordida. Aunque no lo hice por falta de dinero, ahora puedo tenerlos aquí del tamaño que me de la gana. No solo los senos sino también el culo, labios, color de ojos, piel blanca, negra o bronceada.
He preparado el menú de la sesión de hoy. Me reúno con aquel joven, un excompañero de la universidad al que nunca le hablé de lo que sentía por él. La música, la decoración del restaurante son de mi autoría. No quiero que nada se me escape. He esperado tanto por este momento.
Lo miro sentado al otro extremo de la mesa. Ya tenemos treinta minutos de conversación. El mozo se acerca con otra botella de vino. Esta vez un reserva. La pantalla marca un nivel de alcohol por encima del permitido. No quiero escuchar el altavoz advirtiéndome que pare. Si lo hago me penalizaran revocándome sesiones por semana.
Acerco mi rostro hacia él. Quiero reducir el diálogo y desnudarnos. Mi cuerpo lo pide. Le noto las pecas que nunca advertí en los años que compartimos en la universidad, cuando pasaba desapercibida a sus ojos. No lo culpo, no tenía nada que ofrecerle y él tenía mucho de donde escoger. Pero esta es la bondad del sistema anti soledad. Te pone al alcance todas aquellas cosas, las que nunca estuvieron a tu favor.
Lo tomo de la mano. Le quito la ropa. Exploro sus pies largos y finos. Me levanto la falda. Chupo sus dedos. Le pido me toque. Cierro los ojos mientras lo hace, busco en mi sexo las sensaciones pasadas que acumulé. El cerebro las guarda sin miramiento. Las va soltando despacio, las ejecuto tal cual las concebí en ese momento.
Hoy es un día de playa. El sol y la arena no pueden estar mejor. Una llovizna y todo se echa a perder. Corro para no mojarme el pelo. Oscurece. También aquí el azar es una posibilidad. Y es que no todo puede correr a mi favor si así fuere la simulación dejaría de ser interesante.
La noche aburre. Miro por el balcón y como siempre, nadie pasa. Todos han acatado la orden felizmente. Pienso en las sesiones que llevo por semana. Debes consumirla todas porque no se acumulan. Si no lo haces recibes una llamada de la comisión pro bienestar. Elijo al actor para cumplir con mi cuota. Seré su acompañante en la alfombra roja. Pero la demanda es alta. Hay otras mujeres en lista de espera. Esperan la confirmación. Solo una podrá ser elegida. Imagino que ella lleva las de ganar. Esa es la desventaja de pretender figuras famosas. No quiero esperar más. Me decido por la actriz lésbica. Sería una experiencia nueva para mí. El sistema anti soledad me advierte. Sabe que esta es una conducta fuera de mis predicciones. Se actualiza y me pide confirmación. Acepto.
Tengo un perrito. Hago la ruta. Lo programo para que se cague frente a la casa de la señora que ha colgado el letrero de “prohibido cagar.” Me hace falta discutir con alguien.
La actriz y mi amor idílico se conocen, salen y ahora se van a casar. Las probabilidades no van a mi favor. Llamo al centro de soporte para quejarme del sistema. Las puntuaciones que me ha dado por mis sesiones no se corresponden con el esfuerzo que he hecho. Lo lamentamos dicen, así es que funciona.
Estoy cansada. Quiero salir de este sistema. Temo no me lo permitan y me califiquen de rebelde. He visto como se han llevado a otros. Protestaban con pancartas. Pero ellos son minorías. El sistema ya tiene a casi todos viviendo de la simulación. No hay forma de revertir esto.
Me gustan los ambientes lluviosos. Me conecto. Creo las condiciones. Los botones de nubes, humedad, lluvia, tormenta se activan. Los relámpagos están aun en etapa de prueba. El sonido de la lluvia llena la habitación. Escucho ruidos que vienen del exterior, no del sistema. Me desconecto. Camino hacia la ventana. Miro la ciudad. Las gotas golpean el cristal y finalmente distingo el sonido de un relámpago, uno real.
elvocito
30/03/2020 a las 22:23
Soledad
La prensa coronavirósica sigue actuando como un potente altavoz. La discreta “guerra psicológica” orquestada por los amos financieros corruptos nos descargan relámpagos donde la suciedad moral y avaricia campan sus respetos. Nos estamos quedando sin argumentos e impotencia ante la frágil soledad.
La cuarentena roza el respeto a los derechos de todos por los caraduras y cómplices políticos de mierda. Los psicópatas sádicos imponen sus absurdas normas para quedarnos en la más completa ignominia solitaria.
Nosotros unidos somos el altavoz contra esos sucios rateros de nuestros derechos y libertades secuestradas. Alguien en las redes sociales descubrió ventosidades y bulos conspiratorios.
Unos valientes voceros hacen despertarnos del letargo denunciando desde Despertares, Cazabunkeres, mensakas privadas, etc. descargando relámpagos para derribar este sistema de intereses creados.
Cogemos el altavoz y con ruidos molestos para los madamas espantamos y derribamos esa “guerra biológica” con la mal llamada “amenaza biológica” políticamente correcta.
Las voces discretas han pitado pidiéndonos que les cortemos la lengua a los mass media de la falsi-democracia: Al neoliberalismo ni agua. ¡Dales arsénico por compasión!
Los manifestantes pidiendo la cabeza de Soros, de Christine Lagranje (escupió este críptico mensaje “Los viejos que viven mucho tiempo es peligroso, debemos actuar y ya”) y demás familia espantaja en la bandeja.
Juan Pablo Triana Aguirre
31/03/2020 a las 01:09
Soledad
En una habitación oscura, entre grandes ventanas y pálidas paredes se rebullían de un lado a otro los pensamientos vespertinos y algunas ideas que no se habían logrado disolver con el ultimo café de la tarde, que bien podría ser el primero de la noche.
Una inquietud incorporada en la superficie de mi ser mantenía ocupado el espacio, compartido con una botella vacía que tropezaba con mis pies, algunas ropas sucias; o limpias tendidas, papeles arrugados y envolturas de algunos chocolates que sin darme cuanta comí sin disfrutarlos. por ahí regadas en todas partes las ilusiones que me quedaban y flotando, instantáneos gritos que como relámpagos tronaban en mi cabeza.
Las horas se detuvieron hace tiempo, poco más o menos en el mismo momento en que inició el tinnitus y el estremecimiento; vi los segundos caer como gotas fatuas, los minutos se desollaban entre si hasta hacer languidecer una hora y luego otra. Y así inmisericorde se engulló la tarde a la mañana, con el frio en los labios que opacaron las palabras, que cayeron congeladas, sepultando esperanzas, condenando a muerte el silencio vociferaba por los altavoces anunciando el arribo de la noche desordenada como la habitación, como mi cabello, como mi mirada, como mi discurso, como tus intestinos salpicados por al pasillo.
Mel
31/03/2020 a las 02:13
El constante sentimiento de soledad alberga en mi interior. Puedo sentir un vacío que me inunda y cuando trato de comunicarme con mi yo interno es una pérdida de tiempo. La oscuridad que se ha ido instalando dentro de mi ha demolido mi arcoíris y aquellas mariposas que una vez había palpado. Ahora solo era testigo de aquellos pensamientos sombríos y tenebrosos que producían relámpagos dentro de mi cabeza. ¿A dónde he ido a parar? ¿Cómo me puedo volver a encontrar? Solo quiero acallar todos las desgracias que producen más jaquecas que un altavoz y susurrarle al alma que pronto quedaremos exentos.
Marlene Flores González
31/03/2020 a las 03:28
Soledad
Escrito por Marlene Flores
El sol, se pone sin colores con tan solo un poco de luminosidad en el fondo del cielo, con la que impregna la copa del roble amarillo que adorna el viejo jardín, como despidiéndose antes de partir para dejar la noche como suplente, quizás acompañada por la luna y las pequeñas estrellas. Un rato antes, algunos pájaros gorjeaban sus canciones como anunciándose entre ellos el momento de regresar al nido… ya su día había terminado.
¡Qué silencio tan particular! No se escuchan los motores de los autos, nadie camina por las calles, todo está quieto, salvo las ramas que se mecen con el viento como si estuviesen felices de hacerlo. Las advertencias dadas por medio de un altavoz, ordenándonos a estar en casa para protegernos del virus invisible que nos amenaza, resuenan aún en mis oídos.
Las noticias del aumento de enfermos se mantienen en progreso; algunas personas que no han comprendido o que simplemente no se creen afectados, actúan con absoluta irresponsabilidad saliendo subrepticiamente en la oscuridad de la noche en busca de diversiones prohibidas, de bares clandestinos, o por el simple hecho de no respetar las órdenes de las autoridades sanitarias, de permanecer dentro de nuestros hogares.
El viento aúlla, mientras se escurre por las rendijas de mi habitación, enfriándome los pies y las manos; agregaría unos palos de leña a la chimenea, si tan solo tuviese una que tendría inevitablemente las paredes de piedra laja para que abrigaran las llamas chirriantes del fuego. Así, mi soledad no tendría tanto frio.
Un relámpago tras otro, emite pronósticos de lluvia; el invierno no quiere perderse de los acontecimientos poco deseables de la pandemia. Y con la inseparable compañera de mis años más viejos, me lio entre las sábanas buscando entre ellas el calor y quizás la esperanza de un mañana mejor donde la solidaridad y el amor entre todos los habitantes de la tierra, prevalezca sobre otros intereses.
30/3/2020
MT Andrade
31/03/2020 a las 05:50
SOLEDAD
—Bueno. Voy a dar una vuelta en bici. Vuelvo en un rato, chau.
—Ve con cuidado, ya se ven los primeros relámpagos.
—Ten por seguro que no me mojaré.
El estado del tiempo cambia rápido, pero dentro del apartamento apenas nos enteramos. El fin de semana pasado, por altavoces, desde un helicóptero, se solicitó a las transeúntes que abandonasen la rambla. Hoy no es necesario.
—Cuántos kilómetros has recorrido.
—Algo como… diez, no sé bien.
—Pues no has avanzado mucho.
—Tiempo al tiempo. Mira el prócer, años a caballo y apenas ha llegado a la mitad de la plaza. Y entre su caballo y esta bici fija no hay gran diferencia.
Fernando
31/03/2020 a las 10:23
SOLEDAD
Quédate en casa… Quédate en casa… Quédate en casa…
Por el altavoz de las patrullas policíacas, como un relámpago acústico, sincrónico, y las parpadeantes luces rojas y azules de las torretas, invasoras, escalando las paredes se arremolinan en el techo, danzando, al mismo ritmo recalcitrante de la voz tajante. Así empezamos.
Ya es la cuarta cuarentena. Tras la primera,sin respiro, se sucedió la segunda y, de esta, la tercera, hasta la que estoy viviendo… o muriendo.
La pandemia nos sitió a todos en el vecindario. Cada quien en su casa o en su departamento se preparó con víveres, agua; llenó sus alacenas y el refrigerador para una cuarentena. Con entereza y alegría disfrutaron del encierro. Improvisaron cantos y alabanzas; el bullicio llenaban casas y edificios. En la segunda cuarentena, la algarabía se apagó,se trastocó en lamentos y reclamos. En la tercera cuarentena, esporádicos gritos apagados, ayes y quejidos.
Ahora, sin lamentos, hay un hedor que todo lo abraza; esporádica se pasea el altavoz ya disfónico: Quédate en casa… Quédate en casa… Quédate en casa…
Atrás de mis córneas resecas, despulidas, desde mis retinas inmóviles, percibo nebulosos reflejos bicolores que persisten bulliciosos.
Inma
31/03/2020 a las 12:08
No hay soledad más triste que la que uno siente cuando vive con alguien. La dependencia emocional que muchas personas tienen hacia otras, hace que vivan una vida vacía, llena de sufrimiento y resignación. Hay quienes lo tapan con sonrisas relámpago, esas que son tan fugaces que desaparecen del rostro dando lugar pronto a la verdadera cara de la amargura. Otras caras sencillamente no disimulan, y sus ojos gritan tristeza como si llevaran un altavoz en las entrañas.
Yuliani
31/03/2020 a las 14:35
SOLEDAD
Siempre estuvo ahí, la calma que traía con ella era tan satisfactoria y la ame, jamás deseé que se fuera, se había convertido en mi amiga, en mi droga favorita, para mi así lo era, y así lo fue hasta que apareció el. Y hoy aquí me doy cuenta en medio de la habitación que tal vez no la extrañaba, el me demostró que no necesitaba nada de ella. La luz del relámpago que destella en el cielo se cuela por la ventana mostrándome el rastro de que el estubo aquí; sus ojos, su pestañas, su carita. Comienzo a llorar, los latentes susurros de mí corazón queriendo ponerse en altavoz para ser escuchados, añorando el pasado.
Pero que estupidez pensar en eso ahora, ya pasaron años ella volvió y el se fue, recordandome lo bien que era estar con ella, !pero que cosas cuento!, si fue ella quien lo desapareció, ella lo mató y ahora yo todavía estoy aquí en medio de la habitación blanca llorando su partida. Pero nadie me cree y no pasa nada, de todos modos ellos solo existieron en mi cabeza.
Abenil
31/03/2020 a las 18:05
SOLEDAD
El ruido de la multitud empieza a desaparecer. Voy sentada en el suelo del último vagón con la esperanza de que tu recuerdo deje de atormentarme. Pero te vienes a mi mente, siempre, inesperado como el primer relámpago de la tormenta. Todos los días el mismo trayecto. Viajo siempre adormecida entre el tumulto, como si entrar al metro me volviese transparente. ¿Nos cruzaremos todos los días los mismos seres? Qué sé yo; bueno sé que no estás tú. Y así me traslado, inerte, con el oído izquierdo entrenado para discriminar mi estación anunciada por el altavoz y salir de prisa hacia una casa en donde tampoco estás tú. En donde ya tampoco estoy yo.
Alicia Commisso
31/03/2020 a las 22:23
Soledad
Te parece escuchar nuestra melodía favorita. Me buscás en todas las habitaciones, no ves mi figura. Pero yo estoy allí; no desde tu mirada pero sí en los recuerdos, muy dentro de tu corazón. Te veo llorar y entre palabras entrecortadas me reprochás que te abandonara, te das cuenta que ya no es como antes cuando llorabas y no se te notaba; corrés a enjuagar tus ojos, a colocarte crema sobre los párpados; no querés que te vea envejecer. Me pedís disculpas. Decís que no te dabas cuenta que yo había estado siempre. Y luego vuelven los reproches. Y otra vez las disculpas. Evoco las noches de tormenta cuando te acurrucabas sobre mi pecho; lo que más te asustaban eran los relámpagos. Yo ponía música para dispersarte. Te amaba tanto. Parecías una niña indefensa. No podía verte sufrir. Me angustié mucho el día que te perdiste en el parque de diversiones y me hiciste llamar por altavoces. Después me confesaste que sentiste el mismo miedo que cuando tus padres te dejaron en un orfanato y jamás te fueron a buscar. Hoy te noto más sola que nunca. Siempre te dije que el día que yo faltara rehagas tu vida.
Pasaron muchos años. El plato y la copa sobre la mesa aún esperan.
Ailed
02/04/2020 a las 16:14
SOLEDAD.
Estaba oscureciendo, el cielo lleno de nubes, mi maleta a punto para cuando tuviera que irme, pero no encontraba el momento de despedirme de ellos. Sentía en lo más profundo de mí la necesidad de partir con prisas, pero también sabía que sería un camino sin retorno. A lo lejos se escuchó el primer relámpago que vino acompañado por un trueno sonoro. De pequeña me habían enseñado que la distancia en segundos del mismo al ruido del trueno significaba lo lejos o cerca que se encontraba la tormenta. Cuando contaba con 3 segundos de separación es cuando miré al reloj y me decidí. Debía partir. Si lo pensaba mucho más no sería capaz. Cuando el taxi me dejó en la terminal y entré al control de pasaportes mi cabeza daba vueltas. Solo pude escuchar por el altavoz la puerta de embarque y el aviso a los pasajeros de vigilar sus pertenencias. Todo lo demás era ruido. Ruido dentro de mí que poco a poco seguro iba amainando, como todas las tormentas. Ya faltaba menos, cuando llegara a destino, todo habría valido la pena.
Inés
03/04/2020 a las 12:10
Yo, invocando a las diosas. Un relámpago infinito ilumina el universo, truenos de otro mundo resuenan en altavoz, agito el rayo de Zeus frente a ti. Y tú… sin saber siquiera que existo. La soledad era esto.
Mercedes
03/04/2020 a las 12:11
Soledad.
Encendió el altavoz y gritó en la oscuridad. Tenía miedo de que alguien pusiera rostro a sus palabras. Entonces la luz de aquel relámpago la iluminó y la infeliz descubrió que nadie escuchaba.
Andrea
11/04/2020 a las 16:09
«Soledad»
Marina apoyó el codo en el alféizar y la barbilla en su mano. Contempló el golpear de las gotas contra el cristal y el resplandor de algún que otro relámpago.
A lo lejos, una voz metálica consiguió a duras penassobrepasar al clamor de la tormenta. Marina supo que provenía del altavoz colocado en un poste a veinte metros de su casa. Debía de ser el mensaje diario del gobierno que instaba a la gente a quedarse en casa.
—«Ja, como si tuviera pensado salir con el tiempo que hace.»
Ese pensamiento inundó su mente, pero su corazón se encogió y le recordó verdad.
Quería escapar de aquella casa. Hablar con otras personas. Hacer amigos. Por ese deseo, no le habría importado zambullirse en el temporal.
Jaime Salcedo Muñoz
14/05/2020 a las 06:38
Cuando estoy solo no me gusta estar conmigo mismo porque me veo y siento asco. En esos momentos deseo estar con una mujer, pero no es para quererla. Es solamente para no estar solo. Pero cuando ella esté conmigo sentirá asco también y eso no quiero soportarlo. Me azotará como el relámpago a la tierra, se marchará como el mismo, entre las nubes y muy veloz. Quisiera rogarle con un altavoz a la humanidad que no me dejen solo, que no quiero perderme en libros. Ya estoy harto de esos malditos tipos egocéntricos y borrachos escribiendo sus vidas combinándolas con imaginaciones. Yo no quiero ser como ellos, ¿será que lo soy? Tal vez. Quizá por eso las mujeres buenas se alejan de mí. Puede ser que por eso fue que desvirgué a la cristiana pero no quiso quedarse, no le gustó. Aquí estoy, escribiendo en confinamiento y soledad. Pero el arte me llena el corazón y lo demás me las suda de verdad.
Perla preciosa
08/06/2020 a las 15:12
Soledad
Setiembre terminaba y aún hacía mucho calor. Uno de esos días, la pareja de campesinos se levantó muy temprano, levantando igualmente y vistiendo con mucha ternura a Blanca, su hija de seis años, a la que conducirían a un colegio hogar de monjas, a su juicio, para que aprendiera a leer y a escribir, estudiara mucho, y finalmente fuera una mujer brillante que pudiera colocarse en cualquier puesto de mando. Nadie le consultó su opinión acerca de esta decisión tan drástica, que suponía alejarla durante mucho tiempo de su hogar y privarla por ende del cariño de su madre. Así pues, Blanca tuvo que conformarse con dicha decisión y resignarse estoicamente a su suerte, cuando sus padres la dejaron en dicho hogar, en manos de un grupo de señoras, monjas y seglares, que la acogieron en sus brazos calurosamente, prometiéndole felicidad eterna junto a ellas.
Muy pronto, aun sin saber nombrarlo todavía, empezó a sentir que algo muy importante le faltaba. Cuando la dejaban sola lloraba amargamente su pérdida, y cuando en tal estado la veían, la reprendían severamente. De vez en cuando, alguna niña o adulta se enamoraba de ella, y le brindaba las palabras más dulces y los afectos más tiernos que otrora le prodigaba su madre. Creía entonces haber recobrado la calma y el bienestar internos: ¡por fin alguien la quería! Días u horas después, el enamoramiento por parte de la otra chica desaparecía, y todo volvía a ser como al principio: ¿cómo era posible que hubiera dejado de quererla tan pronto? ¿En qué se habría equivocado o qué tendría de malo en su esencia? ¡Era incomprensible! ¡Qué poco duraba el amor!
Con el tiempo aprendió, porque así se lo enseñaron, que la niña que un día la quería y al siguiente se enfadaba, no era mala ni dejaba de ser su amiga: no sabía muy bien qué era, pero aquello no parecía tener importancia. Ella en cambio no estaba de acuerdo, puesto que, en lo más recóndito de su ser, seguía faltándole algo tan fundamental como el alimento que, de muy mala gana a veces, tomaba todos los días, o los juegos con los que, junto a otras niñas, a diario se distraía. Si esa falta no era tan importante, ¿qué nombre tenía lo que le faltaba, con independencia de su importancia?
En una ocasión, una de las chicas que se enamoró de ella y que era algo mayor, le explicó que cuando lo fuera también, se casara y tuviera hijos, la gente la querría más por el hecho de haber cambiado de circunstancias y de posición social:
—Cuando dejes de llorar por lo que ahora te atormenta y seas lo suficientemente madura para fingir, la gente sabrá apreciarte por lo que vales. No hay remedio, mi querida Blanca: a las niñas que lloran por cualquier cosa y se muestran sensibles ante cualquier nimiedad, nadie las quiere, y sí desean, por el contrario, que sean buenas y aprendan a ser felices de esta manera. Ambas cosas suponen la ausencia de llanto y la fortaleza de ánimo, para poder superar cualquier disgusto. Para ser buena, además de sumisa, debes ser muy pacífica y aprender a estar callada en todas partes; hablar sólo cuando te pregunten, y aun así, decir únicamente la mitad de lo que piensas, y guardarte la otra mitad para poder desafiarlos de mayor.
—¿Y de esa manera seré feliz?
—Ser feliz es muy complicado en esta vida tan agobiante, querida, y no todo el mundo lo consigue, ni siquiera al final de sus días.
—Y ello ¿de qué depende, o quién lo decide? ¿Soy yo quizá una de tantas en cuya busca la felicidad no ha venido?
—La felicidad viene si se la sabe buscar, cariño; pero esto es una tarea personal y muy ardua, que cada quién tiene que lograr, al ritmo de sus circunstancias y de su inteligencia.
—¿Y no hay nadie que nos ayude, siquiera a dar el primer paso?
Y esta conversación tan amena y atípica para su edad, le costó más días y hasta meses enteros de soledad y llanto: ¿a quién correspondía ser feliz?, o, por mejor decir, ¿quién tenía que enseñarle a buscar la felicidad? ¡No había ninguna asignatura con ese contenido. Y si nadie le enseñaba, ¿sería capaz de aprender por sí misma? En el mejor de los casos y en opinión de las monjas que la cuidaban a diario, dándole de comer y dejándole dormir tranquilamente entre otras cosas, aprendió, igualmente muy pronto, que la felicidad sólo se la proporcionaba Dios. Ella sin embargo no lo tenía tan claro: las oraciones que le hacían rezar al comenzar y al terminar el día, así como antes de cada comida, no la llenaban lo más mínimo, y tenía la impresión de estar echando una perorata a alguien cuya existencia e identidad desconocía, pero en las cuales le hacían creer de manera similar a aquélla por la que creía en su existencia y vitalidad propias, las cuales, como mínimo, se podían probar en cualquier momento; en cambio, ¿cómo probaría la veracidad de aquéllas?
Un día, cuando contaba ocho años y con las mismas inquietudes y los mismos enigmas que cuando entró en aquel hogar, se reunió con otras amigas y compañeras, y todas juntas acordaron hacer un juego de magia, mediante el cual estaban seguras de poder probar la existencia de Dios. Esto ya era un paso importante para Blanca, dado que, si no conseguía ser feliz por sí misma, sí desvelaría al menos una de las dudas que la atormentaban a diario, y así contaría al resto de amigas su hallazgo, y a las monjas se lo demostraría pormenorizadamente, haciéndoles ver que, sin serlo ella, había sido pionera no obstante, en descubrir la existencia divina. ¡Otra cosa sería que eso le trajera la felicidad! Eso no lo tenía tan claro, pero a priori, y al menos en esos momentos, constituía un detalle secundario.
Marcharon todas a la capilla del colegio, y, bajo la dirección de una de ellas, comenzaron a encender todas las velas que allí se hallaban, seguras de que, más pronto que tarde, bajaría Dios a saludarlas, recibiéndolas con un gran abrazo, y de esa forma ellas podrían hablar amena y pormenorizadamente con él, y preguntarle todas las dudas que tenían acerca de su vida diaria, dado que, si Dios todo lo sabía, según las habían informado, sería capaz de señalarle a Blanca el camino más correcto para encontrar la felicidad; de explicarle a otra cómo era posible que la castigaran cuando no se sabía la lección, si ella había hecho todos los esfuerzos posibles para aprendérsela; a otra le justificaría por qué la sacaban del comedor cuando no tenía hambre o la comida no le gustaba; otra quería saber por qué salía el sol de día y la luna y las estrellas de noche, en lugar de aparecer todas juntas; otra se cuestionaba por qué la dejaron ciega al nacer o quizá antes, así como el porqué de las guerras, si según las monjas, él sólo quería el bien para sus criaturas, , y finalmente a otra tendría que darle un curso para enseñarle a ser de mayor la directora del colegio, que para algo estaba ensayando ahora con las demás.
Sin embargo, por más velas que encendían, Dios, en el caso de que existiera y las estuviera viendo, no se dignaba ni a saludarlas desde el cielo, aunque fuera con un escueto hola por el altavoz, como cuando las llamaban por teléfono y la telefonista las avisaba mediante el mismo.
—Mirad a ver si está en la sacristía por casualidad —sugería la aspirante a directora—. Tal vez se está vistiendo decentemente para recibirnos, y está a punto de aparecer.
¡Pero ya les hubiera gustado a ellas, si no que Dios se estuviera arreglando en la sacristía para recibirlas calurosamente y responder a la emotiva e inquietante batería de preguntas que le tenían preparada, , sí que lo hubiera hecho desde el cielo, con un saludo de bienvenida a su casa y una identificación adecuada, aunque fuera a modo de relámpago! ¡Ni por asomo tuvo lugar nada de esto!
Ante la soledad y la desolación en las que las chicas se hallaban inmersas con los vestidos rebozados en cera, decidieron abandonar la capilla y desistir de tan sublime aspiración: tal vez Dios tenía quehaceres más interesantes que venir a sofocar la sublime curiosidad e inquietante fantasía para su edad, y por lo tanto era muy pronto para que se insinuase a unas criaturas tan diminutas, que recién alfabetizadas, sabían muy pòco más que relatar, en un estilo muy sencillo, las anécdotas y las inquietudes más íntimas de su existencia diaria, muy aburrida y monótona en general para la mayoría de ellas, así como repartir equitativamente una tarta entre varias personas.
Esto fue otra prueba de fuego para Blanca, y una muestra más de la soledad material e íntima en las que se hallaba sumergida, aunque sí había despejado no obstante una de las dudas que, casi desde que llegó a aquel hogar, la atemorizaban, y tenía libre el camino para despejar la otra.
Otro día, en lugar de ir a la capilla como acostumbraba, y segura de que Dios no existía y era una de tantas mentiras con las que los adultos acostumbraban a idiotizarlas, decidió confesarse con una amiga:
—Me siento vacía y sola por dentro. No encuentro nada que dé sentido a mi vida.
—¿Aquí no estás a gusto?
—No: las chicas me cargan, la televisión me aburre, las clases me resultan pesadas, los profesores me caen mal…
—¿Y qué te gustaría encontrar para estar a gusto?
—En verdad, no lo sé. Yo sólo quiero ser feliz.
—¿Quieres que juguemos a los novios?
—Sí.
Se encerraron en una de las habitaciones, se desnudaron de cintura para abajo, y Federica se tumbó encima de Blanca, simulando una penetración vaginal con el pubis, y ayudándose de dos dedos. Los gemidos de ambas fueron en aumento, y Blanca contó que había sentido algo muy placentero e indescriptible, cuyo nombre aún ignoraba, pero que era seguramente parecido al hecho de estar en el cielo: tenía la sensación de flotar dentro de una nave de cálido placer en la que nunca se ponía el sol, siendo las secreciones de ambas el bálsamo purificador y silencioso que, a modo de resorte, hacía vibrar su cuerpo cada vez más deprisa. Sus labios, sellados y humedecidos a intervalos con los besos de Federica, le recordaban al delicioso y fresco aroma a humedad que respiraba cada mañana en el pueblo, y que constituía una de las pocas cosas que en aquella comarca la hacía feliz, cual golosina de la que, pese a hartarse de saborearla, nunca se saciaba por completo. ¡Aquello sí que era bonito! Blanca no tenía claro aún, pese a todo, si por fin había encontrado la felicidad, y tal vez este juego fuera sólo el primer paso, del que mucho después se hastiaría y volvería a su soledad habitual. Algo había descubierto de sí misma empero desde el principio, que la dejaría perpleja durante otra larga temporada: ¿y si la felicidad consistía únicamente en hacerse acariciar y besar hasta quedar saciada y dormida de puro placer? Si tuviera una varita mágica o fuera adivina, podría descubrir dónde se hallaba su piedra filosofal particular.
Jaime Salcedo Muñoz
25/10/2020 a las 21:06
Aquella noche de lluvia no dejé de sentirme en soledad ni aunque me acompañaban aquellos dos gatos negros que adopté. Realmente mi corazón se encontraba agobiado por fantasmas del pasado, por acciones para las cuales no existen las excusas. Hubiese querido gritar, utilizar un altavoz para maldecir al cielo a ver si Dios me castigaba de una vez y acababa con mi vida.