Vamos a hacerlo un poco más difícil (y divertido). En lugar de escribir un relato a partir de tres palabras, ¿te atreves a probar con cinco? Estas son las palabras que tienes que incluir en tu relato: leyenda, cuchara, instrumento, dolor y chaqueta.
Al contrario que con el taller de escritura, aquí no ponemos límite de palabras ni otro tipo de restricciones. Tampoco hay hora de entrega máxima, podéis publicarlo cuando queráis. ¡Escritura libre y creativa!
Puedes dejar tu texto como comentario a las entradas de este post. ¡Feliz escritura!
Entradas relacionadas:
Cómo escribir un microrrelato
Cómo escribir un cuento corto
Escribir un cuento es saber guardar un secreto
Comentarios (31):
Ana Yacoel
29/03/2020 a las 12:48
Cuenta la leyenda que un día el mundo se fue de vacaciones, Chen Cong llevaba puesta su chaqueta de médico, tomó la cuchara, eligió el genoma que sería el instrumento para lograr su cometido y en pocos minutos creó un virus que iba a traer mucho dolor.
Ailed
29/03/2020 a las 12:57
No me había quitado aún la chaqueta cuando volví a escuchar ese instrumento lejano en mi cabeza que me hizo recordar con dolor aquella tarde de invierno donde entendí por fin la leyenda; sucedió de repente, mientras daba vueltas en forma de espiral al puchero con una cuchara de madera. Lo vi todo claro, entonces.
Pablo Jesús Sesma
29/03/2020 a las 13:00
La leyenda de un chico solitario.
Erase una vez, un chico que le gustaba mucho la ficción imaginativa. Pues, leía demasiados cuentos y tal vez, él escribía alguna leyenda por pura curiosidad de entretenimiento.
Unas veces cuando comía esgrimía la cuchara a modo de la nota de Chopin como si se trataría usar la batuta. El instrumento que más practicaba era la flauta dulce. Después cambio por el piano y con frecuencia emitía notas musicales del dolor por estar siempre solo.
No le gustaba hacer vida social y casi sin amigos, se mostraba muy hogareño. Y ayudaba en los quehaceres familiares, se preocupaba enseñar a sus hermanitos.
La familia estaba apenada por parecer a un sociopata, el día de su cumpleaños invitaron a sus compañeros que ellos le regalaron una chaqueta de cola para el piano…
Jou Pou
29/03/2020 a las 13:12
Espacios abstractos
Colgué la chaqueta al entrar, en mi televisor el instrumento de una guitarra sonaba para recordar mi dolor, mientras mi cuchara daba vueltas infinitas en aquella sopa ya fría, recordaba aquella vida de leyenda que pasé junto a ella.
Aquel sofá volvía a reclamarme, ¿que película me esperaría hoy?,¿cuál será el reto de Instagram? ¿Y la butaca? Tendrá que esperar un poco, hoy ya he leído bastante. Las noticias me reclaman taladrando mi cabeza, buena decisión continuar ignorándolas.
Decidí apagar todas las luces, bajar la persiana de aquel sol que con descaro parecía reírse de todos. En mi televisor coloqué un poco de Himekami, acompañando de paisajes imposibles que me ayudan a calmar mi alma rota. Decidí emprender mi viaje imaginario, hoy es la única posibilidad que tenemos para salir a descubrir el mundo.
Volé para llegar junto a ti, escogí aquel caballo blanco del que tanto habíamos hablado, aquel que ella iba a montar para que descubriera sus misterios guardados en su interior. Como todo lo que creamos en nuestra imaginación, decidí que tuviera alas. El viaje iba cortando el viento que me resbalaba por las mejillas. Desde lo alto observaba las ciudades vacías, los caminos desiertos, montañas vírgenes y salvajes llenas donde caminaban a sus anchas los animales que hasta ahora se escondían a nuestro paso.
El sonido melancólico de una guitarra, conseguía un estado de placer digno del mejor de los lugares tan abstractos cómo reales y ya vividos en un pasado. Proyectando para el alma momentos de felicidad, hacían que olvidara momentos de adrenalina vividos en otro tiempo que ya nos tocó vivir.
Y finalmente llegué a ver sus ojos, aquella mirada que aseguraba no haber llorado nunca, castigada por los momentos de una cruel infancia se había tornado dura, no creí jamás sus palabras. Aquella chica hizo cambiar mis valores, convencido pensé que sus ojos no es que dejaran de llorar aquellos ojos, sino que jamás pudieron reír y ya se habían secado.
La miré una vez más escuché como su corazón latía con pena, le entregué aquel caballo alado y descubrí sus lágrimas por primera vez. Fui yo testigo de su felicidad, como un ángel que necesita ser libre como la tierra. Montó y desplegando sus alas desapareció por el horizonte dejando una una estela que envolvió mi cuerpo.
El sofá ya iba atacando mi espalda, la noche descubrió a una luna que se mostró para que la admirará, en youtube la canción Alma mía de Natalia Lafourcade y yo, en mi soledad conseguí viajar para descubrir otro camino que estaba escondido por los dragones que habitan en mi interior. Estos días tenían una razón de existir, un espacio que yace abstracto, pendiente de descubrir.
Dedicado a mi amiga Delia, para que pronto encuentre un lugar donde existir.
Ailed
29/03/2020 a las 13:26
Gracoas Jou Pou? Me abres a un mundo nuevo y curioso. Intentaré estar a vuestra altura❤️
Jou Pou
29/03/2020 a las 13:35
Ailed:
Estarás a la altura porque eres una persona sensible y te gustan las cosas sencillas. Gracias por la energía positiva
Guiomar de Zahara
29/03/2020 a las 16:07
– Cuenta una leyenda urbana que la cuchara es un instrumento de dolor si la guardas en el pantalón, en vez de usarla para tomar la sopa, antes de ponerte la chaqueta.
Beatriz
29/03/2020 a las 17:06
Mientras se ponía la chaqueta, reflexionaba sobre el instrumento de dolor que podría llegar a ser usar la leyenda de la cuchara con la madre del bebé.
Sergio
29/03/2020 a las 18:17
Jon fue toda una leyenda de la música con su instrumento, la guitarra. Apagó su dolor con una sobredosis; lo encontraron con la chaqueta arremangada, una cuchara de plata en una mano y la jeringuilla aún quemándole las venas.
Mava
29/03/2020 a las 18:36
La leyenda de la cuchara que encontraste en esa vieja chaqueta, resultó ser un instrumento eficaz para aliviar su dolor.
María del Campo
29/03/2020 a las 20:24
Sonaba la guitarra mientras esperaba al cante para empezar a bailar esa sevillana que era como una leyenda para él; se había puesto la chaqueta adecuada para la ocasión; cada rasgado arrancaba un poco del dolor que le oprimía el corazón y cuando el cante se impuso a la guitarra, su cuerpo vibró, lleno de armonía, como un instrumento musical, y sus brazos, con la naturalidad del que remueve el café con una cuchara, se movieron al compás.
Verso suelto
29/03/2020 a las 20:26
Lo peor no era el hambre ni el dolor de estómago que nos dejaban las cucharadas de sopa de recortes de periódico que constituían nuestro sustento, no; tras quinientos días de confinamiento lo peor era ver al presidente en su habitual rueda de prensa, con su sempiterna chaqueta azul, contándonos por enésima vez, como si fuera una leyenda, que el último instrumento legislativo dictado por su gobierno estaba empezando a doblegar la curva de contagios.
Alicia Commisso
29/03/2020 a las 23:14
-Según una leyenda urbana cuenta que un nòmade, con una chaqueta y un turbante ajado que le cubría hasta la barbilla, fue el primer anciano que se las ingenió para valerse de una cuchara de madera usada como instrumento musical haciéndola repiquetear entre sus dientes emitiendo sonidos vocales y percusivos para apaciguar el dolor de su alma.
Mari Carmen
29/03/2020 a las 23:23
El condenado frío le empezaba a provocar dolor de oídos, se ciñó la chaqueta y metió las manos en los bolsillos; en el derecho podía palpar la cuchara que acababa de robar en la tienda de antigüedades: no había podido resistirlo, la leyenda que llevaba grabada la convertía en un instrumento único.
Menta
30/03/2020 a las 00:59
Con desgana, hoy he empezado a ver una película de indios y vaqueros en la televisión y al final, me he quedado dos horas pegado al asiento de mi sillón. No tenía fuerzas para levantarme. Estaba con la mirada fija en la pantalla y el corazón triste y morriñoso recordando las historias que me contaba mi abuelo. Nadie se ha dado cuenta que yo me había ido muy lejos.
“—Abuelo, cuéntame otra vez la leyenda de Yoni, pepitas de oro.
—Otra vez. ¡Qué pesado eres!. Siempre la misma historia. ¿No quieres que te cuente…
—No, no. Quiero la de Yoni. Por favor.
Pues verás, Yoni era un muchacho joven, guapo y valiente. Un día se despidió de sus padres y hermanos y se marchó al lejano Oeste. Ellos le despidieron con lágrimas, mocos y babas, a la vez que le bendecían para que la suerte no le dejara en todo el camino.
Durante varias semanas cabalgó por valles y colinas hasta que encontró una caravana que se dirigía hacia el Oeste y se unió a ella. Nadie celebró su llegada. Los primeros días fueron muy duros porque se sentía muy solo. A veces, le dominaba el miedo a la soledad y otras el deseo de encontrar oro le hacía feliz.
La caravana llegó hasta el corazón de California, y a la ribera de un caudaloso río fundaron una aldea que en poco tiempo se convirtió en un floreciente pueblo minero.
Trabajaban muy duro todos los días pero los sábados descansaban y al atardecer se reunían para merendar juntos y bailar. Siempre terminaban las fiestas danzando al ritmo que les marcaban un violín desafinado, un sonoro banjo y la vieja armónica de Yoni.
Pero una noche de aquellas, mientras nuestro querido joven se servía un vaso de ponche con una cuchara de madera, le alcanzó una flecha india en el pecho y todos vieron como rebotó y salió despedida a varios metros de distancia.
Fue un ataque sorpresa. Las mujeres corrieron a esconderse detrás de los árboles y los hombres se defendieron como pudieron. Nuestro héroe lo hizo blandiendo la cuchara que todavía conservaba en la mano. Minutos más tarde el puñado de pieles rojas se retiraron de la fiesta llevándose el recipiente de ponche.
Yony sintió un gran dolor y se llevó la mano al pecho y del bolsillo de la chaqueta sacó su viejo instrumento, su armónica y dándole besos gritó:
—¡Me ha salvado la vida! Gracias, gracias”
MARÍA LUCRECIA
30/03/2020 a las 01:00
Escondió la cuchara en la bolsa de su chaqueta, era el instrumento para encontrar al culpable y aunque significaría un gran dolor, al mismo tiempo le convertiría en una leyenda
MT Andrade
30/03/2020 a las 04:43
CORONAVIRUS
Dale, vete de una vez. Así escribimos sobre las cosas grandes que has hecho, así en el verso aumentamos tus realizaciones, así te hacemos una leyenda.
Tú, que eres instrumento del dolor, ponte la chaqueta y vete, pues mira que no va a quedar nadie para escribir y en el futuro nadie sabrá sobre ti.
Vamos, no te hagas el difícil, agarra la cuchara, toma la sopa y di adiós.
Fernando
30/03/2020 a las 05:37
Ya en la habitación, dejó su chaqueta sobre la mesilla; sentía demasiado calor. Su mano temblorosa,sudada,levantó la cuchara sumergida en la taza de café que, inapetente, apenas probó por la mañana antes de ir al teatro.
Recordó con una mueca, casi sonrisa, a su madre cuando pensó la palabra “aporreado”, muy de ella, para definir el dolor y malestar que invadía todo su cuerpo.
Había forzado su instrumento, su voz, para lograr determinadas notas, y hasta tosió con disimulo cuando la soprano cantaba.
Ya frente al espejo del lavabo, el rostro de un anciano le miraba demacrado y preocupado. Abrió la boca y con la cuchara bajó su lengua, y vio la faringe roja, brillante.
No pudo dormir; más que las molestias, la idea insidiosa de ya tener el virus de la pandemia. Si así fuera, la leyenda concluiría.
Sebas A
30/03/2020 a las 06:04
Recogió la última copa que quedaba sobre la mesa. En el trayecto hacia la cocina sorbió la última gota del agrietado vino. Las cucharas las dejó sobre la mesa por si deseaban tomar el postre más tarde. Experimentó una sensación de ahogo. Cogió su chaqueta y abandonó el apartamento.
Elsa escuchó a lo lejos el sonido de la puerta al cerrarse. Su reacción minutos antes había resultado desmedida pero no pudo evitarla. La mención de aquello aún le provocaba un dolor tan profundo que alteraba cada centímetro de su ser. Cuando decidieron separarse meses atras, o más bien cuando Claudio decidió cumplir con su reiterada amenaza de abandonar el hogar, ambos sabían que estaban en libertad de hacer con sus vidas y con sus cuerpos lo que se les antojase. O si bien eso no había quedado claro de entrada así se lo permitieron en algunos de los breves diálogos que sostuvieron, no sin padecimiento, en los meses posteriores a la ruptura. Por eso no podía juzgarlo por haber intercambiado en el parentesis de su relación esos – inocentes,según su visión – mensajes con esa (hermosa, ella sabía que era así) pendeja. Pero sin embargo no podía digerirlo.
Temió que el portazo percibido pudiera derivar en un adiós definitivo. No dependía de ella ¿o sí? No lo sabía con certeza. ¿Aún se amaban? Creía que si, sino no habría sido posible la reconciliación. Tenía que ser amor porque no había ninguna otra razón que los forzara a permanecer unidos ¿o sería la costumbre? ¿o el miedo a la soledad? No pudo ni supo contestar a tales interrogantes.
Se fijó en la leyenda inscripta en la tarjeta que estaban adosadas al ramo de flores con la que él la agasajó el día que sus cuerpos se reencontraron y decidieron volver a intentarlo: “Porque a pesar de todo no puedo dejar de amarte”
Ya había recurrido a este mismo instrumento de serenación en las constantes situaciones en que esa maldita opresión en su pecho se había hecho presente cuando su mente traicionera le había reeditado la desagradable situación.
Se calmó Intentó reflexionar y formular una disculpa. Sus excusas estaban gastadas. El timbre del celular la apartó de sus cavilaciones. Era un mensaje de él: ya no volvería.
Pánfilo Gil
30/03/2020 a las 13:30
La melodía cadenciosa proveniente de un instrumento tan trivial como una cuchara que, un joven de chaqueta negra, golpeaba contra un pote en el andén del metro, causaba la curiosidad y admiración de los presurosos transeúntes que se dirigían a alguna parte, unos sólo escuchaban en su rápido andar, otros se detenían momentáneamente y dejaban caer unas monedas en un paño azul tendido en el suelo, que el músico retribuía con una reverencia. Agradecidos porque esa música callejera fuese tan relajante, y les acompañase por un instante mientras se dirigen hacia su cotidianidad. En muchos rostros se ve la angustia y el dolor producidos por vivir en una urbe cosmopolita, excluyente e indolente. El músico itinerante conoce a su ciudad, a su gente y a las diferentes estaciones del subterráneo por donde lleva sus sencillas melodías para ganar algo de dinero y sosegar a los viandantes.
Luego de finalizada cada actuación termina con una frase. – ¡ Soy una leyenda de la ciudad¡- Guarda sus útiles en un pequeño bolso y se marcha a otro andén.
Fernando Caporaletti
31/03/2020 a las 05:53
Cierta leyenda urbana cuenta que un hombre de chaqueta color borravino recorre las calles del barrio al sur del aeropuerto internacional de Ezeiza, cuando por las noches se escuchan los truenos que preceden a una tormenta. Dichos truenos, quienes aseguran haber visto al hombre de chaqueta borravino, afirman que tienen un sonido parecido a un instrumento de percusión pequeño y latoso, en lugar de escucharse cómo verdaderos truenos. La razón se la atribuyen a que el hombre hace que el sonido de los truenos rebote contra un objeto metálico parecido a una cuchara de albañil, que lleva en la mano en alto, apuntando al cielo mientras camina y tras su paso, el sonido metálico se convierte en un gemido que parece una queja de dolor, pero que en realidad es la reverberación de la tormenta que comienza a caer tras sus espaldas. Es la leyenda del hombre de la tormenta roja y dicen que camina cuando en el mundo, una nueva pandemia se desata. Pero nadie recuerda que sucede luego de la tormenta.
Maurice
01/04/2020 a las 03:31
El ícono
En el pueblo era el símbolo de la profesión. Su sola presencia bastaba para calmar el dolor, aliviar el sufrimiento.
El viejo médico llegó temprano esa mañana al hospitalito del pueblo para hacer las cosas sin que nadie lo viera o le hiciera preguntas. Aquellas que ninguno quiere, pero que deben hacerse.
Entró en el austero despacho que antes otros también ocuparon y que desde mañana lo haría el nuevo Director. Después que cerró la puerta y encendió el fluorescente, lo vio colgado del perchero detrás del escritorio y pensó que lo dejaría para el último, si lo hacía. Después de todo, se lo entregaron diez años antes cuando decidió encargarse del dispensario, y pese a que tenía bordado su nombre en el bolsillo, sentía que ya no le pertenecía.
Mucho antes que se transformara en este pequeño centro que cuidó de la salud cotidianos de la gente, el doctor Platero había llegado al pueblo con la arrugada chaqueta cómo único atuendo formal, más el maletín con ciertos instrumentos básicos cómo la linterna, el estetoscopio y un aparato de medir la presión. Desde entonces, todo fue trabajo dentro y fuera del dispensario; los vecinos lo buscaban aún en su propio domicilio cuando tenían algún problema.
Se preguntaba si no los había acostumbrado mal. Tan mal, que esa misma gente a la que había protegido se encargó paulatinamente de sustituirlo. Ahora decían que Platero estaba viejito; que “había perdido la mano”. Y si… ─pensaba─ “la mano” no la tuvo nunca; solo disponía del título de la universidad del Perú cuando se instaló en el pueblo por invitación de un amigo que estaba en el Ministerio de Salud, y que a él le vino como anillo al dedo porque no tenía trabajo. La práctica la fue adquiriendo a fuerza de buscarle la vuelta a todo para sacar al paciente adelante y con los escasos recursos de los que disponía. Sabía que no era brillante, pero en más de diez años salvó a muchos.
Estaba por marcharse aquella tarde cuando llegó la Lucy con el niño… “Se tragó una moneda de “5”doctor” ─dijo con voz agitada. Cuando se la retiró de los brazos para llevarla hasta el consultorio, la niñita de tres años tenía el rostro azulado y daba estertores entrecortados, cómo queriendo atrapar más aire del que podía incorporar. La cogió por los tobillos, y cuando después de zarandearla vio que el cuerpo extraño no caía, intentó extraerla metiendo sus dedos en la garganta de la pequeña Irene. Pero no. Se dio cuenta que habían pasado varios minutos desde que se atragantó, y si no empleaba una medida de salvataje, la niña se iría ante la vista impotente de los que la rodeaban, incluida su madre.
Recordó una enseñanza ─al margen─ de su profesor de anatomía de la secundaria; y aunque resultaba de película aquello, “perdido por perdido…”─pensó.
Pidió a la enfermera que le alcanzara la hoja de bisturí que había sobre el carro de curación y rápidamente hizo un tajo pequeño en el cuello de la niña, por debajo de la nuez. Entonces echó mano a la bombilla que tenía para el mate, la introdujo por la incisión en la laringe, y así logró evitar la asfixia que le provocaba la moneda impactada más arriba. Respirando por aquel sorbete, la María fue trasladada, junto con su madre, al hospital Central para completar el tratamiento.
Ahora miraba con nostalgia el consultorio, mientras movía la cuchara en el mate cocido. Había introducido sus cosas en una caja de cartón y al último, el retrato con una foto donde aparecían ─sonrientes─ él, la enfermera y María, entonces ya una adolescente. La foto tendría unos cinco años y se los veía muy felices.
El viejo médico caminó por el oscuro pasillo, sin apuro, ni penas, ni glorias. Salvo aquellas que su propia conciencia le otorgaba. Al llegar a la puerta principal, se acordó del guardapolvo en el perchero. Aunque al principio tuvo dudas, ahora comprendía que formaba parte de su vida en aquel pueblo. La leyenda de “Dr. Platero” en el bolsillo se lo recordaría para siempre.
Carmen
01/04/2020 a las 17:33
Arremolinados a un brasero en Abril.Hacía frío. La mesa siempre estaba repleta de comida, picoteábamos matando al tiempo. Juan quiso contar una LEYENDA y todos le aplaudimos entusiasmados. Maite dejó la CUCHARA en su plato mientras se acomodaba en el sofá rojo, yo me incorporé un poco y tú…tú cerraste los ojos.
Mamá seguía trajineando con sus cacharros, había encontrado un “INSTRUMENTO” para pelar patatas. Nos reímos todos. Era una forma de huir del DOLOR, esconderlo tras las máscaras que nos habíamos fabricado. Jaime estaba muy nervioso, levantándose y volviendo a sentarse, sus dientes castañeaban y no era el frío su causante. Fuí hasta él y le entregué su CHAQUETA, salimos de la casa juntos a dar un pequeño paseo, antes de que la crisis empezara de nuevo. Las calles estaban desiertas, Era muy triste notar tantas ausencias. Era la soledad. Jaime reía sintiendo el aire fresco de la ciudad dormida,le dije que estaba muy guapo con su chaqueta del lazo azul, que le favorecía. Me miraba agradecido. Ya no le castañeaban los dientes y aproveché para convencerlo de volver a casa para nuestra clase de gimnasia, se puso a aplaudir muy contento, retomamos el camino de vuelta a nuestra rutina.
Había un lazo especial entre nosotros dos, un lazo azul cosido a nuestras ropas, un lazo entre almas de tolerancia y comprensión.-
Yuliani
02/04/2020 a las 02:22
MI FRASE
“El dolor es algo insoportable que tenemos que aguantar y que con un instrumento lo podemos expresar, con una chaqueta en el aire fresco, con una leyenda que te estremece para olvidar y una cuchara para esperar un té para relajar “
Mercedes
03/04/2020 a las 12:08
Se convirtió en toda una leyenda porque lograba convertir una simple cuchara en un instrumento de curación. La sacaba de su bolsillo y lograba eliminar cualquier dolor de muelas, eliminando con delicadeza las partes dañadas. Hoy en día con la nueva implantología ya nadie requiere sus servicios y la cuchara la usa para dar rienda suelta a su pasión por los dulces. Y esta la historia del anciano dentista y sus caries.
Mercedes
03/04/2020 a las 12:09
Lo siento, que me confundí y vi luego que solo era una frase. E
La mía es esta:
La cuchara, guardada en el bolsillo de aquella chaqueta, otrora leyenda entre los instrumentos de cocina, hoy esconde avergonzada su dolor oxidado y piensa qué pasaría si los modernos cubiertos de silicona descubrieran su escondite
Inés
03/04/2020 a las 12:10
Cuenta la leyenda que, en aquel momento, sacó una cuchara de su chaqueta y la convirtió en un horrible instrumento, capaz de provocar un dolor insoportable.
Yubany Checo
06/04/2020 a las 06:22
Un silbido. ¿Quién no ha silbado antes? Por lo general lo haces siempre frente al espejo mientras te arreglas. Una acción alegre. La produce el aire que pasa a través de nuestros labios en forma de una O.
La leyenda es vieja. Para que suceda deben combinarse una serie de elementos. Haber comido con una cuchara de plata, tocar un instrumento de cuerda, sentir dolor por un evento reciente y llevar puesta una chaqueta negra. Entonces si todo esto se combina y además silvas frente a un espejo entonces lo veras.
La mañana transcurrió sin novedad. Marcos llego a la fonda donde solía comer desde que termino con Lorena. Esperaba le sirvieran el cocido. Su teléfono inteligente le servía para repasar aquellas fotos que aún tenía junto a ella. Miro la cuchara más brillante que de costumbre. Se entretuvo acercándola a su rostro. El reflejo de su cara se alargaba y encogía al acercarla o alejarla. Pero el mismo notaba su mirada triste. Le tocaba profundo la manera en la que Lorena había echado por la borda todos estos años. Se creyó su estatus de artista. Nunca dudo que su voz no tuviera éxito fuera de aquí. Ella pretendió desde que se conocieron cantar en otros pueblos, otros países, grandes escenarios. Si seguía junto a él, no lograría todas estas cosas.
La voz es un instrumento perfecto. Marcos solo tocaba el contra bajo. Un instrumento que lo obligaba a estar detrás, oculto como le gustaba donde las luces no llegaban. Y los aplausos eran para ella. Lorena delante, abriendo la boca y dejando al público gratamente impresionado. Así fue que la conocieron los de la disquera. Por los que finalmente discutieron y ella se marchó.
Ella fue quien le compró la chaqueta para su cumpleaños. Aquella que tenía el águila calva en la espalda y dos fémures cruzados. Le encanto como le quedaba. Ese día la llamó para darle las gracias y en la noche se la puso para la presentación de la banda.
El resumen del día fue así. Llegó a su casa con el corazón atravesado por la partida de Lorena. El sabor a cocido y al metal de la cuchara de plata en su boca. La chaqueta negra y su contrabajo colgado del hombro, se tiró sobre la cama como si el alma le pesara un mundo. Buscó la forma de ella en las sabanas. Un olor, una hebra de su cabello con el que pudiera tranquilizarle, pasar la noche. Entró al baño. Se paró frente al espejo y recordó unas notas de una canción de la banda que cantaba Lorena.
Silbó. De pronto vio cómo su rostro se le fue desvaneciendo frente al espejo. En su lugar otro cobraba forma. Salía. Se superponía al suyo. Sintió como la cara se le quebraba. Trato de gritar, de correr pero una mano la asió con fuerza. Un cuerpo completo venía saliendo del otro lado del espejo. Lo atrapó. Marcos forcejeo. Pero fue inútil. La forma empezó halarlo hacia dentro del espejo. Él se resistía. Gritaba cada vez más fuerte.
Durante la mañana. Lorena toco llamo a su puerta. Lo llamo por su nombre. Pero Marcos no respondió. Ella abrió. No quería dejar las cosas mal entre ellos. Vio la chaqueta sobre la cama, el contrabajo. Entro al baño. No vio nada raro pero por un instante se quedó observando el espejo. Juro haber visto un rostro dentro. Quizás lo causaba el nerviosismo de irse a otra ciudad. Intento silbar una melodía que no recordaba bien. Al final se detuvo. Camino fuera de la habitación y cerró la puerta tras de sí.
Andrea
11/04/2020 a las 16:07
«Los crímenes de la cuchara»
Hace poco escuché una vieja leyenda urbana; hablaba de un hombre con chaqueta de pana y sombrero de ala ancha que utilizaba una cuchara como instrumento de dolor, era idéntico al que tengo delante.
Perla preciosa
09/05/2020 a las 16:37
UN TRAJE EN CUESTIONAMIENTO
Clara está deseando que llegue el gran día, ese en el que realizará el sueño más acariciado durante su infancia y que, según ella, la hará, si no feliz, sí al menos sentirse un poco más realizada. La modista le ha ratificado su buen gusto y su sutil habilidad para elegir entre varios modelos. La tarde está al caer y llega a casa agobiada.
—¿Qué tal, Clara? –le pregunta su madre- ¿Ya has elegido la tela?
—Sí, mamá. He encargado un traje de vestido y chaqueta verde: el vestido llevará flores de colores variados y será largo hasta los pies; la chaqueta, rayas y una fenefa en las solapas. Me ha llamado sobremanera la atención el instrumento con el que cortaba los patrones: en vez de unas tijeras, era algo tan doblado que parecía una cuchara. Cuando me ha tomado las medidas, he sentido un gran escalofrío por todo el cuerpo y la sensación de mareo. No obstante, todo ha salido bien: me ha dicho que vaya a probarme la primera muestra dentro de dos días.
Al decir esto, entra en su habitación. No se atreve a confesarse a sí misma que, además de escalofrío, ha sentido vergüenza ante el metro, y la sensación de estar más gorda de lo que realmente está. “Todo saldrá bien, sin duda. Seré la novia perfecta y todo el mundo me aplaudirá y me colmará de halagos y buenos deseos. Le daré a Rosa una sorpresa excepcional”. De pronto le suena el teléfono:
—Hola, cariño, ¿qué tal?
—Bien, ¿y tú? ¿Qué tal tu modista? –le pregunta Rosa.
—Estupenda. Estoy muy contenta, querida: es muy fina de trato y tiene un gusto excepcional: me ha aconsejado hasta el color del pelo, que no lo tenía muy claro.
—¡Qué suerte! Pues a mí no me ha parecido tan estupenda la mía: cuando le he dicho que quería un traje de chaqueta, me ha dicho que estaban pasados de moda; que en las tiendas los hay muy bonitos, y me miraba, como diciendo que, para ser yo, y al no ser profesional de la moda, lo veía más lógico que hacerlo a medida. Me miraba de arriba a abajo, como si me insinuara que si me creía la reina o alguien similar. He pasado tal vergüenza que me he ido llorando, y sintiéndome anticuada y hortera. ¿No conocerás a ninguna medianamente decente?
—¡Qué raro! Mujer, siempre hay gente que no quiere trabajar… lo único que se me ocurre es que vengas por la mañana al mismo negocio que yo: son varias, y por lo tanto tendrás más posibilidades para elegir.
Una semana después, Clara acude a casa de la modista:
—¿Cómo lo ves, mámá? –le pregunta mientras se prueba el traje hilvanado.
—¡Fantástico! Si te gusta, no lo dudes.
—¿No me queda un poco ajustada la cintura?
—¡Te queda estupendamente, hija! ¡No lo pienses más!
—Volved entonces la semana próxima, para que se pruebe la segunda muestra.
Clara y su madre vuelven a casa muy satisfechas. No se imaginaba la primera la diferencia entre la brevedad de una mirada suya y a solas, y la prolongada exposición a todas las miradas. Pese a sus sueños infantiles, relacionados con la moda, resulta por momentos indecisa y tímida en ciertas situaciones.
Tras varias semanas de idas y venidas a casa de la modista, van una tarde Clara y su madre a hacerle la última visita, para realizarse la última prueba y llevarse el traje.
—¿Cómo me ves ahora, mamá?
—Estupendamente, ¿por qué?
Clara se mira en el espejo y ve su imagen algo borrosa y obnubilada, como si en su semblante se transparentara, sin ser consciente ni ella misma, un halo de perplejidad.
Mientras tanto, su madre habla con la modista, pausadamente y de cosas banales: que si la primavera había llegado muy pronto; que si el trabajo de modista era muy poco agradecido; que si este año nos han quitado una fiesta y tenemos un día menos de descanso…
—Una cosa te quería decir, Rita: guárdanos el traje una semana más, mientras bordas unas letras con la siguiente leyenda, las cuales le pegarás en la parte del traje más oportuna:
“la niña más elegante
viste hoy sus mejores galas:
un sol de verano lleva por traje,
una corona de flores sobre su melena dorada.
Dos rosas iluminadas son sus ojos,
dos soles azules,
que ni de noche se apagan”.
—Hecho.
Clara sale del probador, aún azorada:
—¿Ya has pagado el vestido, mamá?
—Sí, todo está solucionado, hija. No te preocupes por nada.
Clara y su madre vuelven a casa. De nuevo en su habitación, Clara comienza una nueva disertación: qué dolor tan grande, similar al de otras ocasiones, siente por haber pagado el traje! ¡Si hubiera sido decisión suya…! ¡Ni siquiera puede decidir sobre su estética personal! De joven dolida, por no haber podido ser modelo, y de mayor, dolida nuevamente, ante el disgusto con su persona y consigo misma. Llama por teléfono para desahogarse.
—¿Eres Rocío, ¿verdad?
—Sí, soy yo, cariño. ¿Qué tal, Clara?
—Sólo regular. ¡Figúrate que ya me he hecho y he pagado el vestido para la boda y no me gusta cómo me queda! ¿Qué harías tú?
—¿Y te has dado cuenta cuando te lo has probado por última vez?
—Como te lo cuento: elegí la tela, el tipo de hechura y los adornos que llevaría, me tomaron las medidas, me he ido a probar varias veces, y a última hora… ¡Qué bochorno, chica! Ya tengo claro que soy tonta y hortera por naturaleza. ¡No se lo digas a Rosa, por lo más querido del mundo, no vaya a ser el hazmerreír hasta de ella! ¡Yo sola me estoy muriendo de vergüenza!
—¡No será para tanto, mujer! Póntelo cuando llegue el momento, y así contrastas tu percepción y la del resto de la gente: por mucha vergüenza que sintamos, no nos vamos a reír en una celebración tan solemne e importante para vosotras. A lo mejor se te ha obnubilado la vista y te ha engañado a última hora. ¡Tómatelo con calma, que no creo que sea tan grave! Por lo demás, ¿qué tal?, ¿ya lo tienes todo preparado?
—Más o menos.
—Nada, no te lo tomes tan a pecho, querida, que la vista es a veces muy traicionera. A mí me pasa también, de vez en cuando, que veo las cosas de manera horrible y, tras volverlas a mirar, no me lo parecen tanto.
—Pues nada, ya veremos. Ya te contaré.
Las dos amigas se despiden y Clara se queda algo más tranquila. ¿Y si Rocío tiene razón y ha sido sólo una confusión visual al mirarse al espejo? ¡En casa lo comprobaría!
Un mes después, Clara se viste con sus mejores galas para ir en busca de Rosa y consumar la unión de ambas.
—Mamá, ¿está planchado el traje?
—Sí, hija.
¡No tiene más remedio que ponérselo! Se mira en el espejo: “¡No está mal, pero hay algo que no termina de encajarme! ¿Y si no sirvo ni como pareja de nadie?” Sin embargo, se viste y sale a la luz, para que todos la vean con el estupendo traje que ella misma se ha mandado hacer. ¡Es una falta de respeto, incluso para ella misma, dejarlo todo por una apariencia y empezar de nuevo! En la vida hay prioridades y ésta no es una de ellas: primero está su compañera y su felicidad juntas. ¡En otra ocasión acertará!
Jaime Salcedo Muñoz
25/10/2020 a las 21:03
Mientras comía en aquél restaurante que me traía recuerdos de la infancia, ensucié la chaqueta que traía, cual niño chiquito. Me la quité, la coloqué a un lado y me percaté de la presencia de una mujer preciosa. Estaba en el umbral del lugar, durante unos momentos sus ojos se cruzaron con los míos y sentí conocer a Dios. Traté de sostener la cuchara con fuerza, continuar utilizando este instrumento para deglutir, pero me fue imposible. Me temblaban las piernas, las muñecas y el cuerpo completo. Tenía dos opciones: quedarme quieto como un pendejo, dejar de mirar a la señorita y comer o esperar a que entrara, agarrarme las chacaras e ir a hablar con ella.